Читать книгу Yo te quiero más - Blake E. Cohen - Страница 12
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Оглавление—PERO ¿se puede saber cuántas veces tengo que repetírtelo, Josh? ¡Quiero todos los frascos del botiquín sobre la mesa de la cocina, que papá está a punto de volver a casa! El coordinador de altas en rehabilitación dijo que debíamos deshacernos de todo aquello con lo que pudiera drogarse o que pudiera suponerle una tentación.
Sentado cómodamente en el sofá, Josh mira a su madre en la cocina y pone los ojos en blanco. Se levanta mientras deja en pausa lo que estaba viendo en el televisor y guarda el mando en el bolsillo trasero de los pantalones. Después, abandona la sala de estar para meterse en el baño principal.
Han transcurrido cuarenta y cuatro días desde que su padre, Roman, ingresó en rehabilitación por tercera vez; y la tensión que está provocando su regreso inminente tiene a toda la familia con los nervios de punta. Incluso su perro Einstein ha percibido que algo ocurre, a la vista de cómo ha deambulado inquieto por la casa durante toda la tarde.
—Vale, pues ya está todo —garantiza Josh—. He revisado cada etiqueta y no veo ni un solo medicamento que aparezca en la lista que nos enviaron. En cualquier caso, estoy bastante seguro de que lo tiraste todo a la basura la última vez que ingresó. Y sus médicos ya nos han cogido manía de la buena por la cantidad de veces que los has estado llamando para recordarles que es adicto.
Shelly dedica a su hijo de diecisiete años ese tipo de mirada glacial tan característica de las madres. No necesita más para obligarlo a que cierre el pico, deje los medicamentos en la encimera y saque el mando del bolsillo trasero mientras regresa al sofá. Antes de apuntar a la pantalla y pulsar el botón de play, Josh murmura en voz baja para sí mismo:
—Total, tampoco es que esta rehabilitación haya sido muy distinta de las dos anteriores. Papá es papá. No va a cambiar.
Shelly es la matriarca de la familia, la sólida piedra angular que evita que la casa se desmorone. Así que examina, frenética pero en silencio, los frascos de píldoras que Josh acaba de dejar en la cocina. Lee las etiquetas de cada frasco y las coteja con una lista impresa que ha titulado «Medicamentos que evitar durante la fase de recuperación temprana». Quiere asegurarse de que no se le escapa nada, aunque lo cierto es que ha memorizado la lista y reconoce casi todos los medicamentos, pues ya aparecían en las instrucciones que le facilitaron con el alta en el último centro de rehabilitación al que acudió su esposo.
—Ay, Dios, mis frascos de vitaminas. ¡Josh, no me has traído los frascos de vitaminas que tengo en el baño! —grita hacia la otra habitación.
Josh no puede disimular su desconcierto.
—¡Mamá, créeme: es imposible drogarse con vitamina C!
Shelly duda si contarle a su hijo que, un par de meses atrás, descubrió que su padre había escondido analgésicos en un frasco de multivitaminas. Tras una breve pausa, comprende que es mejor mantener en secreto según qué cosas.
—¡Josh, tráeme los puñeteros frascos y punto! —le ordena. En los últimos años, su estilo como madre ha consistido en hacer malabarismos entre sincerarse con su hijo respecto a la adicción del padre (con la esperanza de que eso lo disuada de emprender su propia «fase experimental») y salvar lo poco que queda de la relación paternofilial. A fin de cuentas, Roman sigue siendo el padre de Josh, y ella se niega a desbaratar las posibilidades de reconstruir la cercanía y confianza que en otro tiempo compartieron padre e hijo.
—Por el amor de Dios, mamá, tú y tus rarezas… Ya te llevo las dichosas vitaminas.