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PREFACIO

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No estuve allí cuando Blake cayó en las fauces de la adicción. No conozco de primera mano en qué medida afectó aquello a su familia. Cuando conocí a Blake, ya se había enfrentado a sus demonios internos, había acudido a desintoxicación varias veces y cumplía los mínimos que nuestro centro exige de forma implícita, es decir, dos años de abstinencia sostenida y cumplimiento activo de un programa de recuperación. Aún hoy, nuestra filosofía es la misma que entonces: hay que estar curado antes de pretender ayudar a otros. Resulta muy sencillo juzgar desde fuera, considerar que la adicción la impulsa el fracaso moral y que no es realmente una enfermedad. En cambio, cuesta muchísimo mantener la mente abierta, tener en cuenta los pensamientos y sentimientos de los demás, y cambiar uno mismo. Lo que siempre me ha impresionado de Blake es que parece entender este concepto en toda su dimensión. Se esfuerza constantemente en crecer como persona y, durante el proceso, ha ayudado a muchos otros.

Yo era el director general del centro de desintoxicación donde Blake buscó empleo en la especialidad de drogodependencia. Él ya tenía experiencia en marketing, así como en el tratamiento de personas con trastornos mentales graves, pero eso no le impidió aceptar humildemente el cargo de técnico de salud conductual, en lugar de director de admisiones (que era el puesto que en realidad deseaba). Al parecer, tampoco le supuso ningún problema la significativa brecha salarial entre ambos cargos. Aquel día, durante la entrevista, me dijo que lo veía como una oportunidad de desarrollo personal y de mejor comprensión de los demás.

Blake aceptó el cargo con la rapidez que lo caracteriza. Se involucró por completo en el proceso, escuchó con gran atención a cada paciente y a cada miembro del personal con los que se cruzaba, y aprendió muy entusiasmado todo lo disponible sobre su trabajo (e incluso más). En un periodo de tiempo relativamente breve, demostró que entendía como nadie el trato con los pacientes de nuestro centro, así que lo ascendimos a director de admisiones. Gracias a su experiencia personal con la adicción, su empatía a prueba de bombas y su inteligencia, no tardó en convertirse en el mejor director de admisiones con el que he trabajado en mis veinticinco años de experiencia en salud conductual.

Blake se entregó en cuerpo y alma a aquel trabajo. Pasó miles de horas, no solo con pacientes desesperados pero luchadores, sino también con sus familias, compartiendo con ellos los episodios más duros de sus vidas. Los acompañó en el llanto, lamentó sus pérdidas y fue testigo de rehabilitaciones verdaderamente milagrosas y duraderas. Un día vi cómo recibía en su despacho un obsequio enviado por la madre de un paciente muerto de sobredosis: un collar con las cenizas de este. La conexión que había establecido con la familia del paciente al intentar ayudarlo había sido genuina, única e inolvidable. Blake jamás ha percibido su labor como un trabajo, ni en el pasado ni en la actualidad, sino más bien como una oportunidad para devolver parte de lo recibido y ayudar a otros a rehabilitarse.

Los relatos de este libro son ficticios, pero no difieren mucho de las experiencias reales que Blake ha presenciado de manera cotidiana. En todo el mundo se viven a diario historias de pérdida, tragedia, trauma y recuperación, pero raramente recibe nadie un manual con pautas para abordar mejor los trastornos derivados del consumo de sustancias (tanto si es él mismo quien las consume como si es un ser querido). Muy pocas familias saben a dónde acudir en busca de apoyo y orientación cuando enferma un hijo, padre o cónyuge. Y la sociedad no pone mucho de su parte para educar a la población o desestigmatizar el problema de la drogodependencia.

Por lo general, el abuso de sustancias acaba consumiendo hasta la última gota de vida de los adictos. Pero aún afecta más a sus familiares. Entre muchos otros factores más complejos, el consumo activo de drogas sirve para automedicarse y bloquear las implicaciones que las acciones propias tienen en los demás. No obstante, los familiares de adictos rara vez pueden permitirse tal desahogo, más bien al contrario, pues la adicción de sus seres queridos les agrava el dolor. Si bien los pacientes pueden hacer un paréntesis gracias al tratamiento o incluso al hecho de recluirse, sus familiares siguen destrozados por la durísima situación y la intensa angustia que los embarga de manera implacable. Las consecuencias de la adicción pueden ser graves y duraderas mucho más allá de la fase aguda. Uno puede perderse fácilmente durante el proceso; en cambio, no entiende tan fácilmente lo que la otra persona está pensando, sintiendo y experimentando. Historias como las que narra Blake en Yo te quiero más son indispensables para promover una mayor comprensión de todos los aspectos que giran en torno a la adicción a las drogas y al alcohol.

Doctor Jeffrey Huttman

Yo te quiero más

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