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CONFORME EL TAXI de Roman se detiene en el camino de entrada, el perro yergue atento la cabeza y las orejas.

—¡Mierda, mierda…! ¡Ya ha llegado! —exclama Shelly, mientras recorre la habitación con la mirada en busca de cualquier detalle que haya podido descuidar durante los preparativos previos.

—Mamá, ¿te quieres relajar? Estás poniéndome de los nervios, y eso que ni ha entrado en casa todavía —comenta Josh.

El perro enloquece cuando oye el portazo en el vehículo, y se pone a arañar y gemir en la puerta principal anticipando la llegada de Roman.

—Me largo a mi habitación —anuncia Josh, levantándose del sofá para dirigirse al pasillo—. Que te diviertas fingiendo que no es la tercera vez que pasa por rehabilitación.

Cuando Shelly escucha la llave de Roman girando en la cerradura, el corazón le da un vuelco y una turbulenta oleada de pensamientos le inunda la mente. «¿De verdad esta vez será distinta?». «¿Y qué ocurre si no lo consigue? ¿Qué haremos entonces?». «No puedo permitir que Josh vuelva a pasar por esto». «No sobrevivirá a otra recaída». «No sobreviviremos a otra más». «No puedo poner la…».

El aluvión de pensamientos negativos se interrumpe abruptamente por algo que acaba de recordar: ¡cambió las cerraduras la semana pasada! Shelly se abalanza sobre la puerta para abrirla. Einstein sale para colmar a Roman con muestras de ese amor incondicional que solo los perros son capaces de ofrecer. Tras uno o dos minutos de carantoñas, la mascota regresa corriendo al interior. Roman avanza unos pocos pasos por el vestíbulo, inhalando profundamente por la nariz para embriagarse con los aromas hogareños que tan bien conoce.

Es entonces cuando posa los ojos en su esposa, de pie frente a él con los brazos cruzados e incapaz de disimular su inquietud.

—Hola, cariño —la saluda con voz suave.

Un tanto vacilante, Shelly acaba acercándose a Roman y pone las manos a ambos lados del rostro de él. Los ojos se le llenan de lágrimas cuando examina el cutis rejuvenecido y de aspecto saludable que presenta su esposo.

—Qué bien te veo —dice ella—. Vuelves a parecerte a mi Ro.

El primer impulso de Roman es deshacerse en disculpas por todo lo ocurrido antes de ingresar otra vez en rehabilitación, pero justo entonces se frena y decide limitarse a disfrutar de este momento con su esposa. Mientras la abraza, se da cuenta del inmenso daño emocional que su adicción les ha provocado a ella y a Josh. Por mucho que quiera explicarles que esta vez piensa tomarse la recuperación muy en serio, sabe que no lo van a creer. El único modo de probarles su buena disposición es con hechos, mostrándoles que sí está dispuesto a dedicar tiempo y esfuerzo a cambiar. Frases como «Lo siento» o «No volverá a suceder» ya han perdido todo significado en esta casa. Esta vez, tendrá que ganarse su confianza.

Yo te quiero más

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