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CAPÍTULO CINCO

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Aún furiosa por el regaño que había recibido por parte de Crivaro, Riley llegó a la casa dos horas antes que Ryan. Cuando Ryan llegó, pareció sorprendido de ver que había llegado tan temprano, pero estaba tan emocionado sobre su propio día que ni siquiera había notado lo molesta que estaba.

Ryan se sentó a la mesa de la cocina con una cerveza mientras Riley calentó comida congelada para los dos. Notó que estaba realmente emocionado por todo lo que estaba haciendo en el bufete de abogados y que tenía muchas ganas de contarle todo. Trató de prestarle mucha atención.

Le habían asignado más tareas de las que había esperado, tales como investigación y análisis, redactar escritos, preparar litigios y otras tareas que Riley apenas entendía. Incluso tendría su primer día en la corte mañana. Solo iba a ayudar a los abogados principales, por supuesto, pero era un verdadero hito para él.

Ryan parecía nervioso, intimidado y tal vez un poco asustado, pero más que todo eufórico.

Riley trató de mantener su sonrisa durante toda la cena ya que quería alegrarse por él.

Finalmente Ryan dijo: —Vaya, sí que he hablado. ¿Y tú? ¿Cómo estuvo tu día?

Riley tragó grueso.

—Nada bien —dijo ella—. De hecho, me fue muy mal.

Ryan se inclinó sobre la mesa, le tomó la mano con una expresión de preocupación sincera y dijo: —Lo siento. ¿Quieres hablar de eso?

Riley se preguntó si hablar de su día la haría sentirse mejor.

«No, solo me echaría a llorar», pensó.

Además, quizá a Ryan no le gustaría el hecho de que había salido a campo. Ambos habían estado seguros de que ella estaría haciendo su entrenamiento a puertas adentro. Bueno, no había estado en peligro ni nada…

—Prefiero no entrar en detalles —dijo Riley—, pero ¿recuerdas al agente especial Crivaro, el que me salvó la vida en Lanton?

Ryan asintió con la cabeza.

Riley continuó: —Bueno, es mi mentor. Pero duda si de verdad tengo lo que se necesita para estar en el programa. Y… supongo que yo también tengo mis dudas. Tal vez todo esto fue un error.

Ryan le apretó la mano y no dijo nada.

Riley anhelaba que dijera algo. Pero ¿qué es lo que quería que dijera?

¿Qué esperaba que dijera?

Después de todo, a Ryan no le había gustado mucho la idea del programa de prácticas desde el principio. Probablemente estaría feliz si se retirara o la expulsaran.

Finalmente Ryan dijo: —Mira, tal vez no es el momento para que estés haciendo esto. Digo, estás embarazada, acabamos de mudamos a este nuevo lugar y acabo de empezar en Parsons y Rittenhouse. Tal vez deberías esperar hasta que…

—Hasta ¿qué? —dijo Riley—. ¿Hasta que sea una mamá criando a un hijo? Eso no va a funcionar.

Los ojos de Ryan se abrieron de par en par ante el tono amargo de Riley. Hasta a Riley le sorprendió escuchar esa amargura en su propia voz.

—Lo siento —dijo ella—. No fue mi intención contestarte así.

Ryan dijo en voz baja: —Riley, vas a ser una mamá criando a un hijo. Vamos a ser padres. Es una realidad que ambos tenemos que aceptar, ya sea si sigues en el programa o no.

Riley tenía muchas ganas de llorar. El futuro parecía tan turbio y misterioso.

Ella preguntó: —¿Qué voy a hacer si no estoy en el programa? No puedo pasar todo el día metida en el apartamento.

Ryan se encogió de hombros y dijo: —Bueno, puedes buscar un trabajo para ayudar con los gastos. Tal vez algún tipo de trabajo temporal, algo que puedas dejar fácilmente cuando te aburras. Tienes toda la vida por delante. Tienes mucho tiempo para descubrir lo que realmente quieres hacer. Pero sé que algún día seré tan exitoso que ni siquiera tendrías que trabajar si no quisieras.

Ambos se quedaron callados por un momento.

Luego Riley dijo: —Entonces ¿crees que debería abandonar el programa?

—Lo que yo creo no importa —dijo Ryan—. Es tu decisión. Y sea lo que sea que decidas, trataré de apoyarte.

No hablaron más durante el resto de la cena. Cuando terminaron de comer, que pusieron a ver televisión un rato. Riley no podía concentrarse en lo que estaban viendo. Seguía pensando en lo que el agente Crivaro le había dicho: —Tienes que decidir si realmente tienes lo que se necesita para seguir en el programa.

Cuanto más Riley lo pensaba, más dudas e incertidumbre sentía.

Después de todo, tenía que pensar también en Ryan, el bebé e incluso en el agente Crivaro.

Recordó otra cosa que su mentor le había dicho: —No sabes todo lo que tuve que hacer para que te admitieran al programa.

Y mantenerla en el programa no le facilitaría las cosas a Crivaro. Muchos de sus colegas probablemente estaban criticándolo y diciéndole que Riley no pertenecía en el programa, y más aún si no cumplía con sus expectativas.

Y hoy de seguro no había cumplido con sus expectativas.

Ryan finalmente se duchó y se fue a la cama. Riley se sentó en el sofá y siguió reflexionando.

Finalmente cogió un bloc de notas y comenzó a redactar una carta de renuncia a Hoke Gilmer, el supervisor del programa de entrenamiento. Le sorprendió lo bien que la hizo sentir redactar la carta. Cuando terminó, sentía que se había quitado un peso de encima.

«Esta es la decisión correcta», pensó.

Decidió que se levantaría temprano mañana, le diría a Ryan la decisión que había tomado, redactaría la carta en su computadora y luego la imprimiría y enviaría por correo. También llamaría al agente Crivaro, quien seguramente se sentiría aliviado.

Luego se fue a la cama, sintiéndose mucho mejor. Se quedó dormida en un santiamén.

Riley se encontraba entrando en el edificio J. Edgar Hoover.

«¿Qué estoy haciendo aquí?», se preguntó.

Entonces miró el bloc de notas en su mano y la carta que había redactado.

«Ah, sí —recordó—. Vine a entregarle la carta al agente Gilmer personalmente.»

Tomó el ascensor y luego entró en el auditorio donde los pasantes se habían reunido ayer.

Le alarmó ver que todos los pasantes estaban sentados en el auditorio, observando todos sus movimientos. El agente Gilmer estaba en frente del auditorio, mirándola con los brazos cruzados.

—¿Qué quieres, Sweeney? —preguntó Gilmer, sonando mucho más severo que ayer.

Riley miró a los pasantes, quienes la miraban con desaprobación.

Luego le dijo a Gilmer: —No le quitaré más tiempo. Solo necesito entregarle esto.

Riley le entregó el bloc de notas.

Gilmer levantó sus anteojos para leer para mirar el bloc de notas.

—¿Qué es esto? —preguntó.

Riley abrió la boca para decir: —Es mi carta de renuncia al programa.

Pero en su lugar, otras palabras salieron de su boca: —Yo, Riley Sweeney, juro solemnemente que apoyaré y defenderé la Constitución de Estados Unidos contra todos los enemigos extranjeros e internos…

Se alarmó a lo que se dio cuenta: «Estoy recitando el juramento del FBI».

Y no podía parar.

—… y que consignaré con verdadera fe y alianza con la misma…

Gilmer señaló el bloc de notas y volvió a preguntar: —¿Qué es esto?

Riley quería explicar lo que realmente era, pero no podía dejar de recitar el juramento:

—… asumo esta obligación libremente, sin reserva mental alguna o propósito de evadirla…

La cara de Gilmer estaba transformándose en otra cara. Ahora era Jake Crivaro, y se veía muy enojado. Agitó el bloc de notas en su cara.

—¿Qué es esto? —espetó.

A Riley le sorprendió ver que no había nada escrito allí en absoluto.

Oyó los demás pasantes murmurando en voz alta, repitiendo el mismo juramento.

Entretanto, ella se acercaba al final del juramento: —… emprenderé bien y con lealtad los deberes del cargo que estoy por aceptar. Que Dios me ayude.

Crivaro parecía furioso ahora. —¿Qué diablos es esto? —preguntó, señalando el papel amarillo en blanco.

Riley trató de decirle, pero no podía hablar.

Los ojos de Riley se abrieron de golpe cuando escuchó un zumbido desconocido.

Estaba tumbada en la cama al lado de Ryan.

«Fue un sueño», pensó.

Pero el sueño definitivamente significaba algo. De hecho, lo era todo. Había tomado un juramento, y ya no había marcha atrás. Y eso significaba que no podía abandonar el programa. No se trataba de algo legal. Era personal. Era una cuestión de principios.

«¿Y si me echan? ¿Qué hago si me echan?», pensó.

También se preguntó qué era ese zumbido que escuchaba.

Todavía medio dormido, Ryan gimió y murmuró: —Contesta tu maldito teléfono, Riley.

Entonces Riley recordó el teléfono celular que le habían entregado ayer en el edificio del FBI. Rebuscó en la mesa de noche hasta que la encontró. Luego, se salió de la cama, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.

Le tomó un momento descubrir qué botón pulsar para tomar la llamada. Cuando finalmente lo hizo, oyó una voz familiar.

—¿Sweeney? ¿Te desperté?

Era el agente Crivaro, sonando nada amigable.

—No, por supuesto que no —dijo Riley.

—Mentirosa. Son las cinco de la mañana.

Riley suspiró profundamente. Se dio cuenta de que se sentía mal del estómago.

Crivaro dijo: —¿Cuánto tiempo te tomará vestirte?

Riley lo pensó por un momento y luego dijo: —Eh, quince minutos, supongo.

—Estaré afuera de tu edificio en diez.

Crivaro finalizó la llamada sin decir nada más.

«¿Qué es lo que quiere? —se preguntó Riley—. ¿Vino a despedirme personalmente?»

De repente sintió una creciente ola de náuseas. Sabían que eran náuseas matutinas, las peores que había experimentado hasta ahora durante su embarazo.

Soltó un gemido y pensó: «Justo lo que necesito en este momento».

Luego corrió al baño.

Esperando

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