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CAPÍTULO SIETE

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Riley se sintió tan mareada que creyó que iba a desmayarse.

Logró mantenerse en pie, pero luego sintió que iba a vomitar, como lo había hecho en el apartamento.

«Esto no puede ser real —pensó—. Esto tiene que ser una pesadilla.»

Los policías y las otras personas estaban parados alrededor de un cuerpo que estaba disfrazado de payaso. El traje era brillante y tenía enormes pompones de botones. Un par de zapatos descomunales completaba el atuendo.

La cara blanca rígida tenía una sonrisa extraña pintada, una nariz roja brillante y ojos y cejas exageradas. Una peluca roja enorme enmarcaba su cara. Había un toldo amontonado al lado del cuerpo.

Riley vio que el cuerpo era el de una mujer.

Ahora que se sentía un poco mejor, notó un olor característico y desagradable en el aire. Dudaba de que el olor provenía del cuerpo, ya que había basura por todas partes. El sol de la mañana estaba realzando el olor de la misma.

Un hombre que llevaba una chaqueta blanca estaba arrodillado al lado del cuerpo, estudiándolo cuidadosamente. Crivaro lo presentó como Victor Dahl, el médico forense de DC.

Crivaro negó con la cabeza y le dijo a Dahl: —Esto es aún más raro de lo que esperaba.

Dahl dijo a lo que se puso de pie: —Sí, muy extraño. Y es igual que la última víctima.

«¿La última víctima?», pensó Riley.

¿Otra payasa había sido asesinada como esta?

—Me llamaron hace poco —les dijo Crivaro a Dahl y los policías—. Tal vez pueden poner a mi aprendiz al corriente. Ni yo sé todos los detalles.

Dahl miró a Riley y vaciló por un momento. Riley se preguntó si se veía tan enferma como se sentía. Pero luego el médico forense comenzó a explicar: —El sábado por la mañana un cuerpo fue encontrado en el callejón detrás de un cine. La víctima fue identificada como Margo Birch, y ella estaba disfrazada más o menos como esta víctima. Los policías pensaron que se trataba de un asesinato raro, pero único en su clase. Luego este cadáver apareció anoche. Otra joven maquillada y disfrazada de la misma forma.

En ese momento, Riley entendió. No era una verdadera payasa. Esta era una joven común y corriente disfrazada de payasa. Dos mujeres habían sido disfrazadas y asesinadas.

Crivaro añadió: —Y fue entonces cuando se convirtió en un caso del FBI.

—Eso es correcto —dijo Dahl, mirando alrededor del campo cubierto de basura—. Aquí estuvo un carnaval que duró unos días. Terminó el sábado. Esta basura es de ese carnaval. El campo aún no ha sido limpiado. Anoche, alguien del vecindario vino con un detector de metales, buscando monedas. Encontró el cuerpo, el cual estaba cubierto por ese toldo.

Riley se volvió y vio que Crivaro la observaba con atención.

¿Estaba simplemente asegurándose de que no estaba entrometiéndose? ¿O estaba monitoreando sus reacciones?

Ella preguntó: —¿Esta mujer ya fue identificada?

Uno de los policías dijo: —Todavía no.

Crivaro añadió: —Estamos centrados en el informe de una persona desaparecida en particular. Ayer por la mañana una fotógrafa profesional llamada Janet Davis fue reportada como desaparecida. Había estado tomando fotos en el parque Lady Bird Johnson la noche anterior. Los policías se preguntan si esta podría ser ella. El agente McCune está con su esposo ahora mismo. Tal vez pueda ayudarnos a identificarla.

Riley escuchó sonidos de vehículos deteniéndose cerca en la calle. Vio que un par de furgonetas de prensa acababan de llegar a la escena.

—Maldita sea —preguntó uno de los policías. —Hemos logrado mantener bajo cuerdas lo del otro asesinato. ¿Deberíamos volverla a tapar?

Crivaro soltó un gruñido de fastidio a lo que un equipo de noticias se salió de una de las furgonetas con una cámara y un micrófono. El equipo corrió al campo.

—Es muy tarde para eso —dijo—. Ya vieron a la víctima.

A medida que se acercaban otros vehículos de distintos medios de comunicación, Crivaro y el médico forense movilizaron a los policías para tratar de mantener a los reporteros lo más lejos posible de la cinta policial.

Entretanto, Riley miró a la víctima y se preguntó: «¿Cómo murió?»

No había nadie a quien preguntarle ahora mismo. Todo el mundo estaba ocupado con los reporteros, quienes estaban haciendo muchas preguntas.

Riley se inclinó sobre el cuerpo y se dijo a sí misma: «No toques nada».

Riley vio que los ojos y la boca de la víctima estaban abiertos. Había visto esa misma expresión aterrorizada antes.

Recordaba muy bien cómo se habían visto sus dos amigas degolladas en Lanton. Sobretodo recordaba las grandes cantidades de sangre en los pisos de las habitaciones de residencia.

Pero no había sangre aquí.

Vio lo que parecía ser unos pequeños cortes en la cara y el cuello de la mujer que se veían a través del maquillaje blanco.

¿Qué significaban esos cortes? Seguramente no eran lo suficientemente grandes ni profundos como para haber sido letales.

También notó que el maquillaje no había sido bien aplicado.

«No se lo aplicó ella misma», pensó.

No, alguien más lo había hecho, tal vez contra su voluntad.

Luego Riley sintió un extraño cambio en su conciencia, algo que no había sentido desde aquellos terribles días en Lanton.

Se le puso la piel de gallina cuando cayó en cuenta de qué se trataba.

Estaba sintiendo la mente del asesino.

«Él la disfrazó», pensó.

Probablemente le había puesto el disfraz después de que murió, pero todavía había estado consciente cuando le puso el maquillaje. A juzgar por sus ojos muertos y abiertos, había estado muy consciente de lo que le estaba sucediendo.

«Y él lo disfrutó —pensó—. Disfrutó de su terror cuando la pintó.»

Ahora Riley entendía los pequeños cortes.

«La aterrorizó con un cuchillo. Se burló de ella, hizo que se preguntara cómo la mataría», pensó.

Riley jadeó y se puso de pie. Sintió otra oleada de náuseas y mareos y estuvo a punto de caerse otra vez, pero alguien la agarró por el brazo.

Se dio la vuelta y vio que Jake Crivaro no la había dejado caer.

Estaba mirándola directamente a los ojos. Riley sabía que entendía exactamente lo que acababa de pasar.

Con voz ronca y horrorizada, le dijo: —La mató de miedo. Murió de miedo.

Riley oyó a Dahl jadear de sorpresa.

—¿Quién te dijo eso? —dijo Dahl, caminando hacia Riley.

Crivaro le dijo: —Nadie se lo dijo. ¿Es verdad?

Dahl se encogió de hombros y dijo: —Tal vez. O algo parecido, si es que murió como la otra víctima. Encontramos una dosis fatal de anfetaminas en el torrente sanguíneo de Margo Birch que hizo que su corazón dejara de latir. Esa pobre mujer debió haber estado aterrorizada. Tendremos que hacerle un análisis toxicológico a esta nueva víctima, pero… —Su voz se quebró, y luego le preguntó a Riley—: ¿Cómo lo supiste?

Riley no tenía idea qué decir.

Crivaro dijo: —Es lo que hace. Es por eso que está aquí.

Riley se estremeció ante esas palabras y se preguntó: «¿Realmente quiero ser buena en esto?»

También se preguntó si tal vez debió haber enviado esa carta de renuncia después de todo.

Tal vez no debería estar aquí.

Estaba segura de que Ryan estaría horrorizado si supiera dónde estaba en este momento y lo que estaba haciendo.

Crivaro le preguntó a Dahl: —¿Qué tan difícil sería para el asesino hacerse con esta anfetamina en particular?

—Desafortunadamente, es muy fácil de encontrar en las calles —respondió el médico forense.

El celular de Crivaro sonó y él lo miró. —Es el agente McCune. Tengo que tomar esta llamada.

Crivaro dio un paso atrás y contestó la llamada. Dahl siguió mirando a Riley como si fuera un monstruo.

«Tal vez tiene razón», pensó.

Entretanto, escuchaba algunas de las preguntas que los reporteros estaban haciendo:

—¿Es cierto que el asesinato de Margo Birch fue parecido a este?

—¿Margo Birch estaba disfrazada igual?

—¿Por qué este asesino está disfrazando a sus víctimas de payasas?

—¿Esto es obra de un asesino en serie?

—¿Habrá más asesinatos como este?

Riley recordó lo que uno de los policías acababa de decir: —Hemos logrado mantener lo del otro asesinato bajo cuerdas.

Sin embargo, muchos rumores habían circulado ya. Y ya no tenía sentido seguir negando la verdad.

Los policías estaban tratando de decir lo menos posible en respuesta a las preguntas. Pero Riley recordó lo agresivos que habían sido los reporteros en Lanton. Entendía por qué Jake y los otros policías se molestaron cuando llegaron. Los medios solo le dificultarían aún más las cosas.

Crivaro caminó de vuelta a Riley y Dahl y se metió el celular en el bolsillo. Luego dijo: —McCune habló con el esposo de la mujer desaparecida. El pobre está muy preocupado, pero le dijo a McCune algo que podría ser de ayuda. Dijo que tiene un lunar justo detrás de la oreja derecha.

Dahl se inclinó y miró detrás de la oreja de la víctima. —Es ella —dijo. —¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Janet Davis —dijo Crivaro.

Dahl negó con la cabeza. —Bueno, al menos identificamos a la víctima. Deberíamos sacarla de aquí. Ojalá no tuviéramos que lidiar con rigor mortis.

Riley vio al equipo de Dahl cargar el cadáver en una camilla. No les resultó fácil. El cuerpo estaba rígido como una estatua, y las extremidades hinchadas sobresalían de debajo de la sábana blanca que lo cubría.

Los reporteros miraron boquiabiertos mientras la camilla traqueteaba hacia la furgoneta del forense.

A lo que el cuerpo desapareció en la furgoneta, Riley y Crivaro se abrieron paso entre los reporteros y regresaron a sus propios vehículos.

Riley le preguntó a dónde iban ahora.

—A las oficinas —dijo Crivaro—. McCune me dijo que algunos policías han estado registrando el parque Lady Bird Johnson, donde Janet Davis desapareció. Encontraron su cámara. Debió habérsele caído cuando fue secuestrada. La cámara está ahora en las oficinas del FBI. Vamos a ver lo que los de tecnología pueden encontrar. Tal vez tengamos suerte y nos proporcione alguna prueba.

La palabra «suerte» sacudió a Riley.

Parecía extraño usar esa palabra dado lo desafortunada que había sido esta mujer asesinada.

Pero Crivaro obviamente lo había dicho en serio. Se preguntó cuánto lo había endurecido este trabajo con los años. ¿Estaba completamente inmune al horror? No lo sabía.

—Además, el esposo de Janet Davis dejó a McCune mirar las fotos que había tomado durante los últimos meses. McCune encontró unas fotos que había tomado en una tienda de disfraces —continuó Crivaro.

Riley sintió un cosquilleo de interés.

Ella preguntó: —¿Te refieres a una tienda que podría vender disfraces de payaso?

Crivaro asintió con la cabeza y dijo: —Suena interesante, ¿no es así?

—¿Qué significa eso? —dijo Riley.

Crivaro dijo: —Es difícil de decir. Sin embargo, Janet Davis estaba lo suficientemente interesada en disfraces como para tomarle fotos. Su esposo recuerda que le habló de eso, pero no recuerda dónde fue que tomó las fotos. McCune ahora está tratando de encontrar la tienda en donde las tomó. Me llamará cuando la encuentre. No creo que le tome mucho tiempo.

Crivaro se quedó callado por un momento.

Luego miró a Riley y le preguntó: —¿Cómo lo llevas?

—Bien —dijo Riley.

—¿Estás segura? —preguntó Crivaro—. Te ves pálida, como si no te sintieras bien.

Obviamente eso era cierto. Estaba afectada por las náuseas matutinas y el shock de lo que había visto. Pero no quería decirle a Crivaro que estaba embarazada.

—Estoy bien —insistió Riley.

Crivaro dijo: —Supongo que tienes algún presentimiento respecto al asesino.

Riley asintió sin decir nada.

—¿Algo más que debería saber, aparte de la posibilidad de que la víctima murió de miedo?

—No mucho —dijo Riley—. Excepto que es… —Ella vaciló, y luego encontró la palabra que estaba buscando—. Sádico.

Mientras seguían en camino, Riley se encontró recordando el cuerpo tendido sobre la camilla. Se sentía terrible por el hecho de que la víctima tuvo que sufrir tal humillación e indignidad incluso en su muerte.

Se preguntó qué clase de monstruo podría hacerle esto a alguien.

Aunque había sentido algo del asesino, sabía que no aún no sabía nada de su mente enferma.

Y estaba segura de que no quería saber más.

Pero ¿eso es lo que terminaría haciendo durante este caso, meterse de nuevo en la mente de un asesino?

¿Y después qué?

¿Así sería su vida por siempre?

Esperando

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