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CAPÍTULO TRES

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Mackenzie conducía detrás de Dagney que les estaba guiando hacia la comisaría. Por el camino, notó que Harrison estaba garabateando unas notas en la carpeta con la que había estado prácticamente obsesionado durante la mayor parte del trayecto entre DC y Miami. En medio de sus notas, hizo una pausa y la miró con cara burlona.

“Ya tienes una teoría, ¿no es cierto?” preguntó.

“No. No tengo ninguna teoría, pero noté unas cuantas cosas en las imágenes que me parecieron un tanto extrañas.”

“¿Quieres contármelo?”

“No por el momento,” dijo Mackenzie. “Si tengo que repasarlo ahora y después otra vez con el departamento de policía, voy a analizar de más. Dame algo de tiempo para que piense todo un poco mejor.”

Con una sonrisa, Harrison regresó a sus notas. No se quejó de que ella estuviera ocultándole las cosas (que no lo estaba) y no le presionó más. Estaba haciendo lo que podía para mantenerse obediente y eficaz al mismo tiempo y ella se lo agradecía.

De camino a comisaría, Mackenzie empezó a atisbar el océano entre algunos de los edificios que pasaron de largo. Nunca había estado enamorada del mar de la manera que alguna gente lo estaba, pero podía entender su atracción. Hasta ahora, en medio de la caza de un asesino, podía percibir la sensación de libertad que representaba. Acentuado por las palmeras gigantescas y el sol impoluto de la tarde de Miami resultaba incluso más bello.

Diez minutos después, Mackenzie siguió a Dagney al aparcamiento de un edificio de la policía enorme. Como casi todo lo demás en la ciudad, tenía un cierto aire playero. En el estrecho terreno ocupado por el césped delante del edificio, se erigían varias palmeras enormes. La arquitectura sencilla también se las arreglaba para transmitir una sensación relajada a la vez que refinada. Era un lugar hospitalario, una sensación que se confirmó incluso cuando Mackenzie y Harrison pasaron a su interior.

“Solamente va a haber tres personas, incluyéndome a mí, en este asunto,” dijo Dagney mientras les guiaba por un pasillo amplio. “Ahora que vosotros estáis aquí, seguramente mi supervisor va a adoptar un enfoque muy relajado.”

Genial, pensó Mackenzie. Cuantas menos discusiones y antagonismos, mejor.

Dagney les escoltó hacia el interior de una pequeña sala de conferencias al final de pasillo. Dentro, había dos hombres sentados a la mesa. Uno de ellos estaba enchufando un proyector a un MacBook. El otro estaba tecleando furiosamente en una libreta digital.

Ambos levantaron la vista cuando Dagney les introdujo en la sala. Al hacerlo, Mackenzie recibió la mirada habitual… una de la que se estaba cansando y a la que se estaba acostumbrando. Era una mirada que parecía decir: Oh, una mujer atractiva. No me esperaba algo así.

Dagney hizo una ronda de presentaciones mientras Mackenzie y Harrison se sentaban a la mesa. El hombre con la libreta digital era el Jefe de Policía Rodríguez, un viejo canoso lleno de arrugas profundas en su tez morena. El otro hombre era un chico bastante novato, Joey Nestler. Resultaba que Nestler era el agente que había descubierto los cadáveres de los Kurtz. Cuando le presentaron, estaba terminando de enchufar la pantalla con el portátil. El proyector lanzaba una luz blanca brillante en una pequeña pantalla adherida a la pared al frente de la sala.

“Gracias por venir hasta aquí,” dijo Rodríguez, poniendo su libreta a un lado. “Mirad, no voy a ser el típico policía local de mierda que se entromete en todo. Me decís lo que necesitáis y si es razonable, lo tendréis. Por vuestra parte, solo pido que ayudéis a solucionar esto deprisa y no convirtáis la ciudad en un circo mientras lo hacéis.”

“Parece que queremos las mismas cosas, entonces,” dijo Mackenzie,

“Pues bien, aquí Joey tiene todos los documentos existentes que tenemos sobre el caso,” dijo. “Los informes del forense acaban de llegar esta mañana y nos dijeron justo lo que nos esperábamos. A los Kurtz les acuchillaron y se desangraron. No había drogas en su organismo. Totalmente limpios. Hasta el momento no hemos hallado vínculos entre los dos crímenes. Así que, si tenéis algunas ideas, me encantaría escucharlas.”

“Agente Nestler,” dijo Mackenzie, “¿tienes todas las fotos de las escenas de ambos crímenes?”

“Sí,” dijo él. A Mackenzie le recordaba mucho a Harrison—ansioso, un tanto nervioso, y obviamente deseando complacer a sus superiores y a sus compañeros.

“¿Podrías sacar las fotos de cuerpo entero y ponerlas juntas en la pantalla, por favor?” preguntó Mackenzie.

Él se afanó y puso las imágenes en la pantalla del proyector, una junto a la otra, en menos de diez segundos. Ver las imágenes con una luz tan brillante en una sala en semi-oscuridad resultaba espeluznante. Como no quería que los presentes en la sala se enfocaran en la gravedad de las heridas y perdieran la concentración, Mackenzie fue directa al grano.

“Creo que podemos afirmar con seguridad que estos asesinatos no fueron el resultado de un típico allanamiento de morada o invasión de propiedad. No se robó nada y, de hecho, no hay una clara indicación de un allanamiento de ninguna clase. Ni siquiera hay señales de lucha. Eso significa que, seguramente, quienquiera que les matara fue invitado a entrar o, al menos, tenía la llave. Y los asesinatos tuvieron que suceder deprisa. Además, la ausencia de sangre en cualquier otra parte de la casa da la impresión de que los asesinatos tuvieron lugar en el dormitorio—y que no pasó nada peculiar en ninguna otra parte de la casa.”

Decirlo en voz alta le ayudó a entender lo extraño que parecía todo.

Al tipo no solo le invitaron a entrar, sino que, por lo visto, le invitaron al dormitorio. Eso quiere decir que la posibilidad de que realmente le invitaran era muy leve. Tenía una llave. O sabía dónde encontrar una de repuesto.

Continuó adelante antes de perder el hilo con nuevas ideas y proyecciones.

“Quiero mirar estas fotos porque hay dos cuestiones extrañas que me llaman la atención. La primera… mirad cómo los cuatro están tumbados perfectamente sobre su espalda. Sus piernas están relajadas y en buena postura. Es casi como si lo hubieran preparado para que tuviera ese aspecto. Y entonces hay otra cosa—y si se trata de un asesino en serie, puede que esto sea lo más importante que notar. Mirad la mano derecha de la señora Kurtz.”

Les dio a los otros cuatro presentes en la sala la oportunidad de mirar. Se preguntó si Harrison percibiría lo que quería decir y lo soltaría sin pensar. Les dio unos tres segundos y, cuando nadie dijo nada, continuó.

“Su mano derecha está apoyada en la pierna derecha de su marido. Es la única parte de su cuerpo que no está totalmente alineada. Así que, o esto es una coincidencia, o el asesino fue quien colocó sus cuerpos en esta posición, moviendo su mano a propósito.”

“¿Y qué si lo hizo?” preguntó Rodríguez. “¿Por qué importa?”

“Bueno, ahora mirad a los Sterling. Mirad la mano izquierda del marido.”

En esta ocasión, no llegó a los tres segundos. Dagney fue la que notó a que se refería. Y cuando respondió, su voz sonaba tensa y débil.

“Está extendida y colocada sobre el muslo de su mujer,” dijo ella.

“Exactamente,” dijo Mackenzie. “Si solo fuera una de las parejas, ni siquiera lo mencionaría. Pero ese mismo gesto está presente en ambas parejas, lo que hace bastante obvio que el asesino lo hizo con alguna intención.”

“¿Pero para qué?” preguntó Rodríguez.

“¿Simbolismo?” sugirió Harrison.

“Podría ser,” dijo Mackenzie.

“Pero eso no es gran cosa con la que continuar, ¿no es cierto?” preguntó Nestler.

“En absoluto,” dijo Mackenzie. “Pero al menos es algo. Si es simbólico para el asesino, hay una razón para ello. Así que aquí es donde me gustaría empezar: me gustaría obtener una lista de sospechosos que hayan salido en libertad condicional hace poco por crímenes violentos vinculados a invasiones domiciliarias. Todavía sigo pensando que esto no se trata de una invasión propiamente dicha, pero es el lugar más lógico por el que empezar.”

“Muy bien, podemos conseguirte eso,” dijo Rodríguez. “¿Alguna otra cosa?”

“Nada más por el momento. Nuestra próxima línea de acción es hablar con la familia, amigos, y los vecinos de las parejas.”

“Sí, hablamos con la familia más cercana de los Kurtz—un hermano, una hermana y los dos pares de padres. No tengo ninguna pega en que vuelvas a hablar con ellos, pero no es que nos proporcionaran gran cosa. El hermano de Josh Kurtz dijo que, por lo que él sabía, tenían un matrimonio excelente. La única ocasión en que se peleaban era durante la temporada de fútbol cuando los Seminoles jugaban con los Hurricanes.”

“¿Qué hay de los vecinos?” preguntó Mackenzie.

“También hablamos con ellos, pero brevemente. Principalmente acerca del problema del ruido que denunciaron por los aullidos del perro.”

“Pues empezaremos por ahí,” dijo Mackenzie, mirando a Harrison.

Y sin decir ni una palabra más, se pusieron en pie y salieron por la puerta.

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