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CAPÍTULO CUATRO

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Salieron de Quantico en cuanto terminaron de comer. A medida que Bryers conducía, en dirección al suroeste, a Mackenzie le dio la impresión de que la estaban rescatando del aburrimiento, solo para ponerla en peligro certero.

“¿Qué puedes decirme de este caso?” preguntó por fin.

“Encontraron un cadáver en Strasburg, Virginia. El cadáver fue hallado en un parque estatal, en unas condiciones que son muy similares a las de un cadáver que se descubrió muy cerca de la misma zona hace dos años.”

“¿Crees que están conectados?”

“Lo tienen que estar, si quieres saber mi opinión. El mismo lugar, el mismo estilo brutal de asesinato. Tengo los archivos en mi bolsa en el asiento de atrás por si quieres echar un vistazo.”

Extendió la mano al asiento de atrás y cogió el maletín que Bryers solía llevar consigo cuando iba a tener lugar cierta investigación. Sacó una sola carpeta del maletín, sin dejar de hacer preguntas mientras lo hacía.

“¿Cuándo descubrieron el segundo cadáver?” preguntó ella.

“El domingo. Hasta el momento, no tenemos ni rastro de algo que nos ponga en marcha. Aquí no hay un camino claro, como la última vez. Te necesitamos.”

“¿Por qué a mí?” preguntó, curiosa.

Él miró hacia atrás, también con curiosidad.

“Ahora ya eres una agente—y una muy buena además,” dijo él. “La gente ya ha empezado a murmurar sobre ti, gente que no sabía quién eras cuando llegaste a Quantico por primera vez. Aunque no es habitual darle un caso como este a un nuevo agente, tampoco es que tú seas la agente habitual, ¿cierto o no?”

“¿Es eso algo bueno o algo malo?” preguntó Mackenzie.

“Eso depende de tu rendimiento, supongo,” dijo él.

Ella dejó reposar la conversación en ese punto, devolviendo su atención a la carpeta. Bryers le echó unas cuantas ojeadas mientras ella repasaba los contenidos—para calibrar su reacción o para ver qué estaba mirando en ese momento. A medida que ella repasaba la carpeta, él le narró el caso.

“Nos tomó solo unas cuantas horas antes de que estuviéramos bastante convencidos de que el asesinato está conectado a otro cadáver que se halló a unas treinta y cinco millas de distancia hace dos años. Las fotografías que ves en la carpeta son de ese cadáver.”

“Hace dos años,” dijo Mackenzie con voz de desconfianza. En la fotografía, vio un cuerpo que había sido horriblemente mutilado. Era tan horrible, que tuvo que desviar la mirada por un instante. “¿Cómo conectaríais tan fácilmente los dos cadáveres con una distancia temporal tan grande entre ambos?”

“Porque ambos cuerpos fueron hallados en el mismo parque estatal y en las mismas condiciones de mutilación. ¿Y ya sabes lo que decimos sobre las coincidencias en el Bureau, verdad?”

“¿Qué no existen?”

“Exacto.”

“Strasburg,” dijo Mackenzie. “No me suena de nada. Es un pueblo pequeño, ¿no es cierto?”

“Eh, cerca del tamaño medio. Con una población de unos seis mil. Una de esas localidades sureñas que sigue aferrada a la guerra Civil.”

“¿Y hay un parque estatal allí?”

“Eso parece,” dijo Bryers. “También fue algo nuevo para mí. Bastante grande, además. Parque Estatal Little Hill. Unas setenta millas de terrenos en total. Casi llega hasta Kentucky. Es popular para ir de pesca, de camping, y a hacer senderismo. Un montón de bosque sin explorar. Ese tipo de parque estatal.”

“¿Cómo se descubrieron los cadáveres?” preguntó Mackenzie.

“Un campista encontró el último el sábado por la noche,” dijo Bryers. “El cuerpo que encontraron hace dos años era una escena espantosa. Se descubrió el cuerpo semanas después del asesinato. Había factor de descomposición y algunas fieras le habían dado unos bocados, como puedes ver en las fotografías.”

“¿Alguna indicación clara sobre cómo fueron asesinados?”

“Ninguna que podamos identificar. Los cuerpos fueron mutilados de manera bastante salvaje. El primero, hace dos años, había sido decapitado casi por completo, los diez dedos de las manos habían sido cortados y no se encontraron jamás, y faltaba la pierna derecha de la rodilla hacia abajo. El más reciente estaba como esparcido por toda la zona. Se encontró la pierna izquierda a setenta metros del resto del cuerpo. Le habían cortado la mano derecha y todavía tienen que encontrarla.”

Mackenzie suspiró, abrumada por un instante por toda la maldad en el mundo.

“Eso es brutal,” dijo ella en voz baja.

Él asintió.

“Lo es.”

“Tienes razón,” dijo ella. “Las similitudes son demasiado escalofriantes como para ignorarlas.”

Él se detuvo aquí y dejó salir una tos profunda, que cubrió con el interior de su codo. Era una tos honda, una de esas toses secas y largas que a menudo llegan directamente después de tener un mal catarro.

“¿Te encuentras bien?” preguntó ella.

“Sí, estoy bien. El otoño está al caer. Mis estúpidas alergias vuelven a la vida en esta época. ¿Pero qué hay de ti? ¿Te encuentras bien? La graduación ya pasó, eres oficialmente una agente, y el mundo entero es tu ostra. ¿Te emociona o te aterroriza?”

“Un poco de ambos,” dijo ella con sinceridad.

“¿Vino alguien de la familia a verte el sábado?”

“No,” dijo ella. Y antes de que él tuviera tiempo de poner una cara tristona o expresar sus condolencias, añadió: “Pero está bien. Mi familia nunca ha estado muy cerca de mí.”

“Te entiendo,” dijo él. “Es lo mismo conmigo. Mis padres eran buenas personas pero entonces me convertí en un adolescente y empecé a actuar como un adolescente y ahí empezaron a pasar de mí. No era lo suficientemente cristiano para ellos. Me gustaban demasiado las chicas. Esa clase de cosas.”

Mackenzie guardó silencio porque estaba realmente sorprendida. Esto era lo máximo que él le había contado sobre sí mismo desde que se conocían—y todo ello había llegado en una ráfaga repentina, inesperada, de doce segundos.

Entonces, antes de que fuera consciente siquiera de que lo estaba haciendo, ella habló de nuevo. Y cuando las palabras salieron de sus labios, casi sintió como si hubiera vomitado.

“Mi madre me hizo algo parecido,” dijo ella. “Me hice mayor y entonces vio que ya no me controlaba como antes. Y si no podía controlarme, no quería tener nada que ver conmigo. Pero cuando perdió ese control sobre mí, también perdió el control sobre casi todo lo demás.”

“Ah, los padres, ¿no son geniales?” dijo Bryers.

“A su manera especial.”

“¿Qué hay de tu padre?” preguntó Bryers.

La pregunta era como un aguijón en su corazón pero de nuevo se sorprendió a sí misma al responder: “Está muerto,” con un tono cortante en su voz. Aun así, parte de ella quería contarle todo sobre la muerte de su padre y sobre cómo había encontrado el cadáver.

Aunque el tiempo que habían pasado separados parecía haber mejorado su relación laboral, todavía no se sentía del todo preparada para compartir esas heridas con Bryers. Aun así, a pesar de su fría respuesta, Bryers parecía estar ahora mucho más hablador, abierto y dispuesto a relacionarse. Ella se preguntó si eso se debería a que ahora estaba trabajando con ella con la confianza y la aprobación de los que les supervisaban.

“Lamento oír eso,” dijo él, comentando de tal manera que le dejaba claro que había captado su falta de disposición para hablar del tema. “Mis viejos… no entendían que quisiera hacer esto como trabajo. Por supuesto, eran unos cristianos muy estrictos. Cuando les dije que no creía en Dios con diecisiete años, básicamente me dieron por perdido. Desde entonces, ambos han acabado en el camposanto. Mi padre aguantó unos seis años después de que muriera mi madre. Mi padre y yo medio hicimos las paces después de la muerte de mi madre. Nos reconciliamos antes de que muriera de cáncer de pulmón en 2013.”

“Al menos tuviste la oportunidad de arreglar las cosas,” dijo Mackenzie.

“Cierto,” dijo él.

“¿Alguna vez te casaste? ¿Tienes hijos?”

“Estuve casado siete años. Tengo dos hijas de aquello. Una de ellas está en la universidad en Texas en este momento. La otra está en alguna parte de California. Me dejó de hablar hace diez años, en el momento que salió de la secundaria, se quedó embarazada y se comprometió con un chico de veintiséis años.”

Ella asintió, sintiendo que la conversación se había puesto demasiado incómoda como para continuar. Era raro que él se estuviera abriendo de tal manera con ella, pero lo apreciaba. Sin embargo, algo de lo que le había dicho tenía sentido. Bryers era un hombre bastante solitario, y eso encajaba con la tensa relación que había mantenido con sus padres.

No obstante, la información sobre las dos hijas con las que raramente hablaba—eso había sido una enorme revelación. En cierto modo, eso venía a encajar con el hecho de que se abriera de esa manera con ella y de que pareciera disfrutar trabajando con ella.

Llenaron las dos horas siguientes con una escasa conversación, principalmente sobre el caso entre manos y el tiempo que Mackenzie había pasado en la academia. Era agradable tener a alguien con el que hablar de esas cosas y le hizo sentir un tanto culpable por haberle parado los pies cuando le había preguntado por su padre.

Pasaron otra hora y quince minutos antes de que Mackenzie comenzara a ver las señales anunciando la salida para Strasburg. Mackenzie podía prácticamente palpar como el aire dentro del coche cambiaba cuando ellos cambiaron de marcha, concluyendo con los asuntos personales para concentrarse solamente en el trabajo que tenían entre manos.

Seis minutos después, Bryers giró el sedán hacia la salida a Strasburg. Cuando entraron a la ciudad, Mackenzie sintió como se tensaba su cuerpo. Era una tensión buena—la misma clase de tensión que había sentido cuando entraba al aparcamiento antes de la graduación con el arma de perdigones de pintura en la mano.

Ya había llegado. No solo a Strasburg, sino a una etapa de su vida con la que había estado soñando desde que había aceptado su primer trabajo degradante de escritorio en Nebraska antes de que le dieran una oportunidad de verdad.

Dios mío, pensó. ¿Y eso fue hace tan solo cinco años y medio?”

Sí, así era. Y ahora que la estaban conduciendo literalmente hacia la realización de todos esos sueños, los cinco años que separaban el trabajo de escritorio del momento actual en el asiento del copiloto del coche de Bryers parecían una barricada que separaba esos dos lados de sí misma. Y por lo que a Mackenzie concernía, eso estaba muy bien.

Su pasado no había hecho más que detenerla, y ahora que por fin parecía haberlo superado, le alegraba poder dejarlo atrás, muerto y en descomposición.

Vio la señal para el Parque Estatal Little Hill, y mientras él detenía el coche, su corazón se aceleró. Aquí estaba. Su primer caso como agente oficial del FBI. Era consciente de que todas las miradas estaban sobre ella.

Había llegado su hora.

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