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CAPÍTULO SEIS

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Mackenzie llegó a su oficina pasadas las seis de la tarde, agotada tras el largo día y ordenando sus notas para prepararse para la puesta en común que había solicitado mientras venía de Strasburg.

Alguien llamó a su puerta y cuando elevó la vista se encontró con Bryers, con aspecto de estar tan cansado como ella, sujetando una carpeta y una taza de café. Parecía estar haciendo todo lo posible para ocultar su agotamiento y entonces se le ocurrió pensar en que él había dejado todo en sus manos en el parque estatal, permitiéndole que ella llevara la voz cantante con Clements, Smith, Holt y los demás hombres egocéntricos en el bosque. Eso, además de su tos, le hizo preguntarse si a lo mejor se estaba poniendo enfermo.

“La puesta en común está lista para empezar,” dijo él.

Mackenzie se puso de pie y le siguió a la sala de conferencias al final de pasillo. Cuando entró, echó una mirada a los diversos agentes y expertos que constituían el equipo del caso de Little Hill. Había siete personas en total y, aunque personalmente creía que era demasiada gente trabajando en un caso en su etapa temprana, no le correspondía a ella decirlo. Este asunto le pertenecía a Bryers y ella se alegraba de poder acompañarle. Era mucho mejor que leer leyes sobre inmigración y ahogarse en papeleo.

“Tenemos un día muy ocupado por delante,” dijo Bryers. “Así que vamos a empezar con un resumen rápido.”

Si él se había sentido cansado al llegar, había conseguido sacarse el cansancio de encima. Mackenzie observó y escuchó con total atención mientras Bryers informaba a las siete personas en la sala sobre lo que Mackenzie y él habían descubierto en los bosques del Parque Estatal Little Hill ese día. Los presentes en la sala tomaron notas, algunos garabateando en cuadernos, otros escribiendo en los teclados de sus tablets o smartphones.

“Una cosa que añadir,” dijo uno de los otros agentes. “Recibí un soplo hace quince minutos. El caso ha llegado oficialmente a los periódicos estatales. Ya han empezado a llamar a este tipo el Asesino del Campamento.”

Por un momento, el silencio se extendió sobre la sala, y Mackenzie suspiró para sus adentros. Esto iba a hacerles las cosas mucho más difíciles a todos.

“Demonios, no tardaron nada,” dijo Bryers. “Malditos periodistas. ¿Cómo diablos le echaron sus garras a esto tan deprisa?”

Nadie le respondió, pero Mackenzie creyó saber la respuesta. Una pequeña localidad como Strasburg estaba llena de gente a la que le encantaba ver el nombre de su pueblo en los periódicos—aunque fuera debido a malas noticias. Se le ocurría pensar en un par de guardabosques o policías locales que pudieran encajar en esa categoría.

“De todas maneras,” continuó Bryers, impasible, “la última pieza de información que recibimos llegó de la policía estatal. Entregaron detalles de la escena del crimen al equipo forense. Ahora sabemos que la pierna cortada y el cuerpo del que formaba parte previamente estaban a exactamente 100 centímetros de distancia. Obviamente, no sabemos si eso tiene ningún significado, pero lo vamos a investigar. Además—”

Un golpe a la puerta le interrumpió. Otro agente entró a la sala deprisa y le entregó una carpeta a Bryers. Susurró algo al oído de Bryers y después salió de allí.

“El informe del forense sobre el cadáver más reciente,” dijo Bryers, abriendo la carpeta para mirar sus contenidos. La escaneó a toda prisa y comenzó a pasar las tres páginas al resto del equipo. “Como podéis ver, no había marcas de fieras hambrientas en el cuerpo, aunque había ligeros moratones en la espalda y los hombros. Se cree que las manos izquierda y derecha fueron amputadas con un cuchillo bastante desafilado o alguna otra cuchilla grande. Los huesos tienen aspecto de haber sido rotos más que serrados. Esto difiere del caso de hace dos años pero, por supuesto, eso podía deberse a que el asesino no cuide de sus herramientas o armas.”

Bryers les dio un minuto para que leyeran el informe. Mackenzie apenas lo repasó por encima, perfectamente dispuesta a confiar en el análisis de Bryers. Ya había llegado a confiar en él, y aunque supiera el valor de los archivos y los informes, no había nada que superara un informe verbal directo, por lo que a ella respectaba.

“También sabemos ahora el nombre del fallecido: Jon Torrence, de veintidós años de edad. Desapareció hace unas cuatro semanas y fue visto por última vez en un bar de Strasburg. Algunos de vosotros tendréis el desafortunado deber de hablar hoy con sus familiares. También hemos escarbado algo de información sobre la víctima de hace dos años. Agente White, ¿te importaría informar al equipo sobre esa víctima?”

Mackenzie había leído los detalles en un documento que habían enviado el Oficial Smith y su equipo de la estatal durante su camino entre Strasburg y Quantico.

Había memorizado los detalles en menos de diez minutos, y así, fue capaz de comunicárselos al equipo con confianza.

“El primer cadáver pertenecía a Marjorie Leinhart. La cabeza había sido amputada casi por entero. El asesino amputó todos sus dedos y su pierna derecha de la rodilla para abajo. Nunca se encontraron las partes amputadas. En el momento de su muerte, tenía veintisiete años. Su madre era el único familiar con vida que le quedaba ya que Marjorie era hija única y su padre había fallecido durante una misión en Afganistán en el 2006. Pero su madre se suicidó una semana después del descubrimiento del cadáver de su hija. Investigaciones intensas revelaron otro único familiar—un tío lejano que vivía en Londres—y que no sabe nada acerca de la familia. No había novios y los pocos amigos íntimos que fueron interrogados tenían coartadas. Así que no hay literalmente nadie que interrogar en este asunto.”

Antes de que Codicie

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