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CAPÍTULO TRES

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Cuando Mackenzie se presentó el lunes para su primer día en el trabajo, no podía dejar de escuchar las palabras de Ellington, atravesándole como si fueran un mantra: El hombre es realmente inteligente sobre cómo utiliza a los nuevos agentes. Ten esto en cuenta cuando te veas el lunes con él.

Trató de utilizar eso para calmarse porque si era sincera, lo cierto es que estaba bastante nerviosa. No le había sido de gran ayuda el hecho de que su mañana comenzara con la aparición de uno de los hombres de McGrath, Walter Hasbrook, que era ahora el supervisor de su departamento, y que la hubiera acompañado como si se tratara de una niña a los ascensores. Walter parecía estar cerca de los sesenta y tenía como unos quince kilos de más. Carecía de personalidad y aunque Mackenzie no tuviera nada en contra de él, no le hacía gracia la manera en que él le explicaba las cosas como si fuera estúpida.

Esto no cambió mientras él la llevó hasta el tercer piso, donde un laberinto de cubículos se extendía como un zoo. Había agentes apostados en cada cubículo, algunos ocupados al teléfono y otros escribiendo en sus ordenadores.

“Y aquí está tu sitio,” dijo Hasbrook, señalando un cubículo en el centro de una de las filas exteriores. “Esta es la central de Investigación y Vigilancia. Encontrarás unos cuantos emails esperándote, que te darán acceso a los servidores y a una lista de contactos de todo el Bureau.”

Entró a su cubículo, sintiéndose algo decepcionada pero todavía nerviosa. No, este no era el caso emocionante con el que ella había deseado comenzar su carrera profesional pero aun así, era el primer paso de un viaje hacia todo por lo que había trabajado desde que había salido del instituto. Tiró de la silla con ruedas hacia fuera y se sentó a su nuevo escritorio.

El portátil que había delante de ella le pertenecía a partir de ahora. Era uno de los puntos concretos que Hasbrook había repasado con ella. El escritorio era suyo, el cubículo, todo ese espacio. No era exactamente elegante, pero era su espacio.

“En tu email, encontrarás detalles sobre tu tarea,” dijo Hasbrook. “Si yo fuera tú, empezaría de inmediato. Vas a tener que llamar al agente que supervisa el caso para coordinaros, pero deberías estar metida de lleno en ello para el final del día.”

“Entendido,” dijo ella, encendiendo el ordenador. Una parte de ella seguía enfadada por estar atascada en un trabajo de escritorio. Quería algo en la calle. Después de lo que le había dicho McGrath, eso era lo que se esperaba.

Da igual lo bueno que sea tu historial, se dijo a sí misma, no puedes esperar empezar como toda una estrella. Quizás esta sea tu manera de pagar lo que debes—o la manera que tiene McGrath de enseñarte quién manda aquí y ponerte en tu sitio.

Antes de que Mackenzie pudiera responder nada más a sus secas y monótonas instrucciones, Hasbrook ya se había largado. Se dirigió con rapidez hacia los ascensores, como si le alegrara haber dado por concluida la minúscula tarea del día.

Cuando él ya se había ido y ella se quedó a solas en su cubículo, encendió el ordenador y se preguntó por qué parecía estar tan nerviosa.

Es porque esto es lo que hay, pensó. Trabajé duro para llegar hasta aquí y finalmente lo conseguí. Ahora todas las miradas están posadas en mí así que no puedo hacer nada equivocado—aunque solo sea un trabajo cualquiera de escritorio.

Comprobó su email y envió deprisa las respuestas necesarias para empezar con su tarea. En una hora, tenía todos los documentos y recursos necesarios. Estaba decidida a hacerlo lo mejor que pudiera, a darle a McGrath todas las razones para que viera que estaba desperdiciando su talento al ponerla detrás de un escritorio.

Examinó mapas, registros de teléfonos móviles, y datos de GPS, trabajando para señalar la ubicación de dos potenciales sospechosos implicados en una mafia que traficaba con personas para su explotación sexual. Una hora después de sumergirse de lleno en el asunto, se sintió motivada al respecto. El hecho de que no estuviera en las calles trabajando para atrapar a hombres como estos no le molestaba en ese momento. Estaba concentrada y tenía una meta en mente; eso es todo lo que le hacía falta.

Sí, era irrelevante y rayaba en lo aburrido, pero no iba a dejar que eso afectara su trabajo. Se detuvo para ir a comer y regresó a ello, trabajando con pasión y obteniendo resultados. Cuando el día tocaba a su fin, envió un email con sus resultados al supervisor del departamento y salió de allí. Nunca antes había tenido un trabajo de oficina pero esto era lo que le parecía tener entre manos. Lo único que faltaba era el reloj en el que fichar su tarjeta al salir.

Para cuando llegó al coche, se permitió de nuevo regodearse en su decepción. Un trabajo de escritorio. Atascada detrás de un ordenador y atrapada entre paredes de cubículos. Esto no era lo que ella se había imaginado.

A pesar de ello, estaba orgullosa de estar donde estaba. No iba a dejar que su ego o sus elevadas expectativas le desviaran del hecho de que ahora ya era una agente del FBI. Sin embargo, no podía evitar pensar en Colby. Se preguntó donde estaría Colby ahora mismo y qué tendría que decir si descubriera que a Mackenzie le habían asignado un trabajo de escritorio para comenzar su vida profesional.

Y una pequeña parte de Mackenzie no podía evitar preguntarse si Colby, al tomar la decisión de dejarlo, había sido la más inteligente de las dos.

¿Estaría pegada a un escritorio durante años?

***

Mackenzie apareció a la mañana siguiente decidida a tener un buen día. Había hecho grandes progresos en su caso el día anterior y tenía la sensación de que si podía mostrar resultados ágiles y eficientes, McGrath lo acabaría notando.

De inmediato, descubrió que le habían metido en otro caso. Este tenía que ver con la falsificación de permisos de residencia. Los archivos adjuntos a los emails le proporcionaban más de trescientas páginas de testimonios, documentos gubernamentales, y jerga legal para utilizar como recursos. Le parecía increíblemente aburrido.

Echando humo, Mackenzie miró el teléfono. Tenía acceso a los servidores, lo que significaba que podía conseguir el número de McGrath. Se preguntó cómo le respondería si le llamaba y le preguntaba por qué le estaba castigando de esta manera.

Se convenció a sí misma para no hacerlo. En vez de ello, imprimió cada uno de los documentos y creó distintos montones con ellos sobre su escritorio.

Tras veinte minutos realizando esta tarea tan soporífera, escuchó un leve golpe en la entrada a su cubículo. Cuando se dio la vuelta y vio a McGrath allí parado, se quedó congelada por un instante.

McGrath le sonrió de la misma manera que cuando se había acercado a ella después de la graduación. Algo en su sonrisa le dejó claro que sinceramente, el no tenía ni idea de que ella se pudiera sentir despreciada porque le habían puesto en un cubículo.

“Perdona que me haya llevado tanto tiempo hablar contigo,” dijo McGrath. “Quería pasar por aquí y ver cómo te las estás arreglando.”

Ella reprimió las primeras respuestas que le vinieron a la mente. Solo se encogió de hombros sin ánimo y dijo: “Estoy arreglándomelas bien. Es solo… en fin, estoy algo confundida.”

“¿Cómo así?”

“Bueno, en unas cuantas ocasiones diferentes, me dijiste que no podías esperar a tenerme como agente en activo. Supongo que no pensé que eso implicaría estar sentada a un escritorio e imprimir documentos sobre tarjetas de residencia.”

“Ah, lo sé, lo sé, pero confía en mí. Hay razones ocultas para todo ello. Mantén la discreción y sigue hacia delante. Llegará tu hora, White.”

En su mente, ella escuchó la voz de Ellington de nuevo. El hombre es realmente inteligente sobre cómo utilizar a los nuevos agentes.

Si tú lo dices, pensó ella.

“Nos pondremos al día muy pronto,” dijo McGrath. “Hasta entonces, cuídate.”

Igual que Hasbrook el día anterior, McGrath parecía tener mucha prisa para alejarse de los cubículos. Ella le observó marcharse, preguntándose qué tipo de lecciones o capacidades se suponía que tenía que estar aprendiendo. Odiaba sentirse especial, pero por Dios…

Lo que Ellington le había dicho sobre McGrath… ¿realmente se suponía que tenía que creerlo? Pensando en Ellington, se preguntó si sabía qué tipo de tarea le habían asignado. Entonces pensó en Harry y se sintió culpable por no llamarle los últimos días. Harry había estado callado porque sabía lo poco que le gustaba sentirse presionada. Era una de las razones por las que continuaba viéndose con él. Ningún hombre había sido así de paciente con ella jamás. Hasta Zack tenía su punto de ebullición y la única razón por la que habían durado tanto tiempo juntos era porque se habían acomodado entre ellos y no querían molestarse con la incomodidad de tener que cambiar.

Mackenzie terminó con la última pila de documentos para cuando llegó el mediodía. Antes de sumergirse en la locura que le aguardaba en los formularios y las notas, pensó en irse a comer y tomar una enorme taza de café.

Caminó por el pasillo hacia los ascensores. Cuando llegó el ascensor y las puertas se abrieron de par en par, le sorprendió encontrarse a Bryers del otro lado. Parecía sorprendido de verla pero le sonrió abiertamente.

“¿Qué estás haciendo aquí?” le preguntó ella.

“La verdad es que venía a verte. Pensé que quizá quisieras salir a comer.”

“A eso iba. Suena genial.”

Bajaron juntos en el ascensor y se sentaron a una mesa de una pequeña delicatessen a una manzana de distancia. Cuando ya estaban sentados con sus bocadillos, Bryers le hizo una pregunta muy cargada.

“¿Cómo va todo?” le preguntó.

“Bueno… pues va sin más. Estar atascada detrás de un escritorio, atrapada en un cubículo, y leyendo un sinfín de hojas de papel no era precisamente lo que tenía en mente.”

“Si eso proviniera de cualquier otro nuevo agente, podría sonar como alguien consentido,” dijo Bryers. “Pero la verdad es que estoy de acuerdo. Te están desperdiciando. Por eso estoy aquí: he venido a rescatarte.”

Ella le miró de frente, tratando de adivinar de qué se trataba.

“¿Qué tipo de rescate?”

“Otro caso,” respondió Bryers. “Claro que si quieres seguir con tu actual grupo de tareas y seguir estudiando el fraude en inmigración, lo entenderé. Pero creo que tengo algo que será de mayor interés para ti.”

El corazón de Mackenzie se empezó a acelerar.

“¿Y puedes sacarme de esto así sin más?” preguntó ella con un aire de desconfianza.

“Sin duda que puedo. A diferencia de la última vez, tienes el apoyo total de todos. Recibí la llamada de McGrath hace media hora. No es que a él le encante la idea de que pases directamente a la acción, pero le retorcí el brazo un poquito.”

“¿De veras?” preguntó ella, sintiéndose aliviada y, como Bryers había indicado, un tanto consentida.

“Te puedo mostrar mi historial de llamadas si quieres. Te iba a llamar para decírtelo él mismo pero le pedí el favor de ser yo el que te lo comunicara. Creo que sabía desde ayer que acabarías en esto pero queríamos asegurarnos de tener un caso sólido.”

“¿Y es así?” preguntó ella. Una pequeña bola de emoción comenzó a crecer en la boca de su estómago.

“Sí, así es. Encontramos un cadáver en un parque en Strasburg, Virginia. Se parece muchísimo a otro cadáver que encontramos en la misma zona hace cerca de dos años.”

“¿Crees que están conectados?”

Él pasó la pregunta por alto y le dio un bocado a su sándwich.

“Te lo contaré por el camino. Por ahora, comamos. Disfruta del silencio mientras puedas.”

Ella asintió y picoteó su sándwich, aunque de repente se le había pasado todo el hambre que tenía.

Sentía emoción, pero también miedo, y tristeza. Alguien había sido asesinado.

Y de ella iba a depender que todo fuera aclarado.

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