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CAPÍTULO DOS

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A pesar de que Mackenzie había programado su alarma para las ocho de la mañana, la vibración de su teléfono móvil a las 6:45 le sacó de su sueño de manera abrupta. Gruñó al despertarse. Si es Harry, disculpándose por algo que ni siquiera ha hecho, le voy a matar, pensó. Todavía adormilada, cogió su teléfono y leyó la pantalla con la mirada borrosa.

Se sintió aliviada al ver que no se trataba de Harry, sino de Colby.

Confundida, respondió al teléfono. Colby no era en principio de las que se levantaba temprano y no habían hablado durante más de una semana. Siendo anal retentiva hasta la médula, seguramente Colby estaba entrando en pánico por la graduación y la incertidumbre del futuro. Colby era la única amiga del mismo sexo que Mackenzie tenía en Quantico, así que había hecho todo lo posible para que la amistad entre ellas prosperara—incluso aunque eso significara responder al teléfono la mañana de la graduación, después de que solo hubiera conseguido cuatro horas y media de sueño agitado la noche anterior.

“Hola, Colby,” dijo. “¿Qué pasa?”

“¿Estabas dormida?” preguntó Colby.

“Sí.”

“Oh Dios mío. Lo siento. Me imaginé que te levantarías al amanecer esta mañana, con todo lo que tenemos previsto.”

“Solo se trata de una graduación,” dijo Mackenzie.

“¡Ya! Ojalá se tratara solo de eso,” dijo Colby con una voz ligeramente histérica.

“¿Te encuentras bien?” preguntó Mackenzie, sentándose lentamente en la cama.

“Lo estaré,” dijo Colby. “Oye… ¿crees que podríamos vernos en el Starbucks de la Quinta?

“¿Cuándo?”

“En cuanto puedas llegar allí. Yo ya salgo hacia allá.”

Mackenzie no quería ir—lo cierto es que ni siquiera quería salir de la cama. Pero nunca había escuchado a Colby así antes. Y en un día tan importante, se imaginó que debía estar disponible para su amiga.

“Dame unos veinte minutos,” dijo Mackenzie.

Con un suspiro, Mackenzie salió de la cama y se ocupó de lo mínimo en cuestión de preparativos. Se cepilló los dientes, se puso una sudadera con capucha y unos pantalones de entrenar, colocó su melena en una cola de caballo improvisada, y salió de casa.

Mientras caminaba las seis manzanas hasta la Quinta, comenzó a caer en la cuenta de la importancia del día. Hoy se graduaba de la academia del FBI, justo antes del mediodía, entre el mejor cinco por ciento de su promoción. A diferencia de la mayoría de los graduados que había conocido a lo largo de las últimas veinte semanas más o menos, ella no esperaba nadie de su familia entre los presentes para ayudarle a celebrar este logro. Ella estaría sola, como lo había estado la mayor parte de su vida, desde los dieciséis años. Estaba haciendo todo lo posible para convencerse a sí misma de que no le importaba, pero no era cierto. No es que creara tristeza en ella, sino una extraña clase de angustia que era ya tan antigua que sus bordes estaban desgastados.

Cuando llegó al Starbucks, hasta notó que el tráfico era algo más intenso de lo habitual—probablemente debido a los familiares y amigos de los demás graduados. Dejó que eso le resbalara completamente. Se había pasado los últimos diez años de su vida tratando de que no le importara un bledo lo que su madre y su hermana pensaban acerca de ella, así que ¿por qué empezar ahora?

Cuando entró al Starbucks, vio que Colby ya estaba allí. Tomaba sorbitos de una taza y miraba a través de la ventana, contemplativa. Había otra taza delante suyo; Mackenzie asumió que era para ella. Se sentó al otro lado de Colby, dramatizando sobre lo cansada que estaba, achinando los ojos de manera malhumorada mientras tomaba asiento.

“¿Esto es para mí?” preguntó Mackenzie, agarrando la segunda taza.

“Sí,” dijo Colby. Tenía aspecto cansado, triste y en general malhumorado.

“¿Y qué es lo que pasa?” preguntó Mackenzie, saltándose cualquier intento por parte de Colby de andarse por las ramas.

“Que no me gradúo,” dijo Colby.

“¿Qué?” preguntó Mackenzie, genuinamente sorprendida. “Pensé que habías aprobado todo con buenas notas.”

“Así es. Es solo… no lo sé. Estar en la Academia acabó con mi motivación.”

“Colby… no puedes hablar en serio.”

Le había salido un tono algo intenso pero le daba igual. Esto no era típico de Colby en absoluto. Una decisión como esta tenía que ser consecuencia de alguna reflexión interior. No era un capricho, ni el último aliento lleno de drama de una mujer atacada de los nervios.

¿Cómo podía dejarlo sin más?

“Sí que hablo en serio,” dijo Colby. “No me he sentido realmente motivada al respecto durante las últimas tres semanas más o menos. Algunos días me iba a casa y lloraba en soledad porque me sentía atrapada. Es que ya no quiero hacerlo.”

Mackenzie se había quedado de piedra; apenas sabía qué decir.

“En fin, el día de la graduación es un día muy apropiado para tomar esta decisión.”

Colby se encogió de hombros y volvió a mirar a través de la ventana. Parecía abatida. Derrotada.

“Colby…no puedes dejarlo. No lo hagas.” Lo que tenía en la punta de la lengua pero no le dijo era: Si lo dejas ahora, estas últimas veinte semanas no significan nada. También te convierte en una de esas personas que abandonan.

“Ah, pero no lo voy a dejar realmente,” dijo Colby. “Iré a la graduación hoy. Tengo que hacerlo, la verdad. Mis padres han venido de Florida así que tengo que ir. Pero después de hoy, se acabó.”

Cuando Mackenzie había empezado en la academia, los instructores le habían advertido de que la tasa de abandono entre los agentes potenciales durante la sesión de clases de veinte semanas era de un veinte por ciento—y que había alcanzado hasta el treinta por ciento en el pasado. Pero pensar que Colby iba a formar parte de esos números no tenía ningún sentido.

Colby era demasiado fuerte—demasiado decidida. ¿Cómo diablos podía estar tomando una decisión como esta con tanta facilidad?

“¿Qué vas a hacer?” preguntó Mackenzie. “Si de veras dejas todo esto, ¿qué piensas hacer para ganarte la vida?”

“No lo sé,” dijo ella. “Quizá algo relativo a la prevención de la trata de blancas. Investigación y recursos o algo parecido. Quiero decir, no tengo por qué ser una agente, ¿verdad? Hay muchas otras opciones. Solo sé que no quiero ser una agente.”

“Realmente lo dices en serio,” dijo Mackenzie con sequedad.

“Sí. Solo quería decírtelo ahora porque después de la graduación, mis padres estarán babeando conmigo.”

Oh, pobre de ti, pensó Mackenzie, sarcásticamente. Eso debe de ser terrible.

“No lo entiendo,” dijo Mackenzie.

“No espero que lo hagas. A ti se te da genial todo esto. Te encanta. Creo que fuiste hecha para ello, ¿sabes? Pero yo… no lo sé. Supongo que me he quemado.”

“Dios, Colby… lo siento.”

“No tienes por qué,” dijo ella. “Cuando envíe de vuelta a mis padres a Florida, se habrá terminado la presión. Les diré que no estaba a la altura de la tarea de mierda que me iban a asignar para empezar. Y después haré lo que yo quiera, supongo.

“En fin… buena suerte, supongo” dijo Mackenzie.

“Nada de eso, por favor,” dijo Colby. “Hoy te vas a graduar dentro del mejor cinco por ciento. Ni se te ocurra dejar que mi drama te desaliente. Has sido una buena amiga, Mac. Quería que escucharas esto de mí ahora en vez de caer en la cuenta de que ya no andaba por aquí en unas cuantas semanas.”

Mackenzie no trató de ocultar su decepción. Odiaba sentir que estaba utilizando tácticas infantiles, pero guardó silencio por un momento, tomando sorbitos a su café.

“¿Qué hay de ti?” preguntó Colby. “¿Tienes familiares o amigos que vayan a venir?”

“Nadie,” dijo Mackenzie.

“Oh,” dijo Colby, un tanto avergonzada. “Lo siento. No lo sabía—”

“No hay por qué disculparse,” dijo Mackenzie. Ahora le tocaba a ella mirar al vacío a través de la ventana cuando añadió: “Lo cierto es que me gusta que sea así.”

***

Mackenzie se sentía muy poco impresionada con la graduación. Lo cierto es que no se trataba más que de una versión formalizada de su graduación de la secundaria y no era tan elegante y formal como su graduación de la universidad. Mientras esperaba a que dijeran su nombre, tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre aquellas graduaciones y sobre cómo su familia parecía haberse ido desvaneciendo a un segundo plano poco a poco con cada una de ellas.

Podía recordar cómo casi había llorado mientras subía al escenario en la graduación de secundaria, entristecida por el hecho de que su padre no la vería crecer. Había sido consciente de ello durante sus años adolescentes pero era una verdad que le golpeaba como una piedra entre los ojos mientras ascendía al escenario a recibir su diploma. No fue algo que le revolviera tanto en la universidad. Cuando ascendió al pódium durante la graduación de la universidad, lo hizo sin ningún familiar entre la multitud. Ese fue, cayó en la cuenta durante la ceremonia en la academia, el momento crítico en su vida en que decidió de una vez por todas que prefería estar sola en la mayoría de los asuntos de la vida. Si su familia no tenía interés por ella, entonces ella no sentía interés por ellos.

La ceremonia terminó sin muchos bríos y cuando concluyó, divisó a Colby haciéndose fotos con su madre y su padre al otro lado de la amplia recepción que los graduados y sus invitados pasaron a llenar a continuación. Por lo que Mackenzie podía ver, Colby estaba consiguiendo esconder su disgusto de sus padres a la perfección. Y mientras tanto, sus padres resplandecían de orgullo.

Sintiéndose como un bicho raro y sin nada que hacer, Mackenzie empezó a preguntarse cuando sería lo más pronto que podría salir de la reunión, ir a casa y quitarse las ropas de graduación, y abrir la primera de las que acabarían siendo unas cuantas cervezas esa tarde. Cuando empezó a caminar hacia las puertas, escuchó una voz familiar detrás de ella, pronunciando su nombre.

“Hola, Mackenzie,” dijo la voz masculina. Supo de quién se trataba de inmediato—no solo por la voz, sino porque había poca gente que le llamara Mackenzie en este entorno en vez de simplemente White.

Era Ellington. Llevaba puesto un traje y parecía tan incómodo como Mackenzie se sentía. Aun así, la sonrisa que él le lanzó parecía demasiado cómoda. Aunque en ese preciso momento, no le importaba.

“Hola, Agente Ellington.”

“Creo que en una situación como esta, puedes llamarme Jared.”

“Prefiero llamarte Ellington,” dijo ella con su propia sonrisa fugaz.

“¿Cómo te sientes?” preguntó él.

Ella se encogió de hombros, cayendo en la cuenta de las muchas ganas que tenía de largarse de allí. Podía contarse a sí misma todas las mentiras que quisiera, pero el hecho de que no tuviera familia, amigos, o seres queridos presentes en la ceremonia estaba empezando a resultarle pesado.

“¿Solo eso?” preguntó Ellington.

“En fin, ¿y cómo debería sentirme?”

“Satisfecha. Orgullosa. Emocionada. Por decir unas pocas cosas.”

“Y siento todas esas cosas,” dijo ella. “Es solo que… no sé. Todo el aspecto ceremonioso del asunto me resulta demasiado.”

“Puedo entender eso,” dijo Ellington. “Dios, cómo odio llevar traje.”

Mackenzie estaba a punto de responderle con un comentario—quizá acerca del hecho de que el traje le quedaba muy bien—cuando divisó a McGrath acercándoseles por detrás de Ellington. También le sonrió pero, a diferencia de Ellington, su sonrisa parecía casi forzada. Le extendió la mano y ella la estrechó, sorprendida de lo ligero de su apretón.

“Me alegro de que lo consiguieras,” dijo McGrath. “Sé que tienes una carrera profesional brillante y prometedora por delante.”

“¿Sin presiones ni nada, no?” dijo Ellington.

“Dentro del mejor cinco por ciento” dijo McGrath, sin darle oportunidad a Mackenzie de que dijera una palabra. “Muy buen trabajo, White.”

“Gracias, señor,” fue todo lo que se le ocurrió decir.

McGrath se inclinó cerca de ella, pensando solo en trabajo. “Me gustaría que vinieras a mi oficina el lunes por la mañana a las ocho en punto. Quería meterte de lleno en los procedimientos internos tan pronto como sea posible. Ya tengo tu papeleo preparado—la verdad es que me encargué de eso hace mucho tiempo, para que estuviera listo cuando llegara este día. Tengo mucha confianza en ti, así que…no esperemos más. El lunes a las ocho. ¿Suena bien?”

“Desde luego,” dijo ella, sorprendida ante tal muestra de apoyo incondicional.

Él sonrió, le dio otro apretón de manos, y desapareció rápidamente entre la multitud.

Una vez McGrath se hubo ido, Ellington le miró con cara de asombro y una amplia sonrisa.

“Así que está de buen humor. Y puedo asegurarte que eso no sucede a menudo.”

“Bueno, supongo que es un gran día para él,” dijo Mackenzie. “Todo un grupo de talentos entre los que escoger a los mejores.”

“Eso es verdad,” dijo Ellington. “Pero bromas aparte, el hombre es realmente inteligente sobre cómo utiliza a los nuevos agentes. Ten esto en cuenta cuando te veas con él el lunes.”

Un silencio incómodo se cernió entre ellos; era un silencio al que se habían acostumbrado y que se había convertido en uno de los signos habituales de su amistad—o de lo que fuera que había entre ellos.

“En fin, mira,” dijo Ellington. “Solo quería felicitarte. Y quería decirte que siempre eres bienvenida si me quieres llamar cuando las cosas se pongan demasiado reales. Sé que suena a tontería pero en algún momento, hasta la famosa Mackenzie White—va a necesitar alguien con quien desahogarse. Te puede superar bastante rápido.”

“Gracias,” dijo ella.

Entonces, de pronto, quiso pedirle que viniera con ella—no de manera romántica, sino por tener un rostro familiar a su lado. Le conocía relativamente bien, y a pesar de que tuviera sentimientos enfrentados sobre él, le quería tener a su lado. Odiaba admitirlo, pero estaba empezando a sentir que tenía que hacer algo para celebrar este día y este momento de su vida. Incluso aunque solo se tratara de pasar unas cuantas horas incómodas con Ellington, sería mejor (y seguramente más productivo) que quedarse sentada en casa llena de autocompasión y bebiendo a solas.

Sin embargo, no dijo nada. Y hasta si hubiera sido capaz de reunir el valor, no hubiera importado; Ellington le lanzó un gesto fugaz de afirmación y, como McGrath, regresó de vuelta a la multitud.

Mackenzie permaneció allí de pie por un instante, haciendo lo que podía para sacudirse de encima la creciente sensación de que estaba completamente sola.

Antes de que Codicie

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