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CAPÍTULO CUATRO

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Estaba sucediendo de nuevo.

El monstruo llamado Peterson tenía a April cautiva en algún lugar.

Riley rebuscó en la oscuridad. Sus pasos le parecían lentos y torpes, pero sabía que tenía que apresurarse.

Con su escopeta colgada de su hombro, Riley se tropezó en la oscuridad por una gran pendiente barrosa que daba a un río. De repente los vio. Peterson estaba de rodillas en el agua. A pocos pies de él, April estaba medio sumergida en el agua, atada de manos y pies.

Riley alcanzó su escopeta, pero Peterson levantó una pistola y apuntó a April directamente con ella.

“Ni siquiera lo pienses”, gritó Peterson. “Si intentas algo, esto se acaba aquí”.

Riley estaba horrorizada. Si siquiera levantaba su escopeta, Peterson mataría a April antes de que pudiera disparar.

Puso la escopeta en el suelo.

El terror en el rostro de su hija la atormentaría para siempre...

Riley dejó de correr y se dobló, jadeando.

Era temprano por la mañana, y ella había salido a correr. Pero el horrible recuerdo la había dejado congelada a su lugar.

¿Jamás olvidaría ese terrible momento?

¿Jamás dejaría de sentirse culpable por haber puesto a April en peligro mortal?

“No”, pensó. “Y así debe ser. Jamás debo olvidarlo”.

Ella inhaló y exhaló el aire frío hasta que se sintió un poco mejor. Luego empezó a caminar por el sendero arbolado familiar. Podía ver un poco de luz de sol por los árboles.

Este sendero quedaba cerca de su casa y era fácil llegar a él. Riley corría aquí a menudo por las mañanas. El ejercicio usualmente la ayudaba a sacar a los fantasmas y demonios de su pasado de su mente. Pero hoy estaba teniendo el efecto contrario.

Todo lo que había sucedido ayer, la visita a los Pennington, la ojeada en el garaje y la ira de April había traído todos esos recuerdos feos a flote.

“Y todo es por mí”, pensó Riley, acelerando su paso a un trote.

Pero luego recordó lo que había sucedido luego en ese río.

La pistola de Peterson se atascó, y Riley lo apuñaló entre sus costillas antes de tambalearse y caer al agua fría. Aunque estaba herido, Peterson se las arregló para mantener a Riley bajo el agua.

Luego vio a April, quien aún tenía las muñecas y los pies atados, levantar la escopeta que Riley había dejado caer. Ella la oyó estrellarla contra la cabeza de Peterson.

Pero el monstruo se volvió y se abalanzó sobre April. Él empujó su rostro bajo el agua.

Su hija se iba a ahogar.

Riley encontró una roca afilada.

Se abalanzó sobre Peterson y la estrelló contra su cabeza.

Él se cayó y ella saltó encima de él.

Golpeó el rostro de Peterson con la roca una y otra vez.

El río se volvió rojo de la sangre.


Agitada por el recuerdo, Riley comenzó a correr más rápido.

Ella estaba orgullosa de su hija. April había demostrado valentía e ingenio ese terrible día. También había sido valiente en otras situaciones peligrosas.

Pero ahora April estaba enojada con Riley.

Y Riley no pudo evitar preguntarse si tenía razón.

*

Riley se sentía muy fuera de lugar en el servicio fúnebre de Lois Pennington esa tarde.

Por un lado, casi nunca iba a la iglesia. Su padre fue un ex infante de marina endurecido que no creyó ni en nada ni en nadie, sino solo en sí mismo. Vivió con unos tíos durante parte de su infancia y adolescencia, y ellos intentaron hacerla ir a la iglesia, pero Riley fue muy rebelde.

En cuanto a funerales, Riley simplemente los odiaba. Había visto demasiado de la realidad brutal de la muerte durante sus dos décadas siendo agente, así que los funerales le parecían falsos. Siempre hacían que la muerte pareciera tan limpia y pacífica.

“Todo es engañoso”, pensó. Esta chica murió violentamente, bien sea porque se suicidó o porque alguien la asesinó.

Pero April había insistido en venir, y Riley no podía dejarla enfrentar esto por sí sola. Eso parecía irónico, porque en estos momentos Riley era la que se sentía sola. Estaba sentada en la última fila del santuario lleno de gente. April estaba adelante, sentada en la fila justo detrás de la familia, lo más cercana a Tiffany posible. Pero a Riley le alegraba que April estaba cerca de su amiga, y a ella no le importaba sentarse sola.

La luz del sol iluminaba las vidrieras, y el ataúd en el frente estaba abarrotado de flores y coronas funerarias. El servicio fue digno y el coro cantó bien.

El predicador estaba hablando de la fe y la salvación, asegurándoles a todos que Lois ahora estaba en un lugar mejor. Riley no estaba prestándole atención. Estaba buscando pistas que indicaran por qué Lois Pennington había muerto.

Ayer notó que los padres de Lois se habían sentado un poco separados en el sofá. No había estado segura de cómo leer su lenguaje corporal. Pero ahora el brazo de Lester Pennington estaba alrededor del hombro de Eunice en un cálido gesto de consuelo. Los dos parecían ser unos padres afligidos perfectamente ordinarios.

Si algo andaba mal en la familia Pennington, Riley no podía verlo.

Y, curiosamente, eso hizo a Riley sentirse intranquila.

Consideraba que era una observadora aguda de la naturaleza humana. Si Lois realmente se había suicidado, su vida familiar probablemente era problemática. Pero nada se veía mal, nada más que el duelo normal.

El predicador logró terminar su sermón sin mencionar ni una vez la supuesta causa de la muerte de Lois.

Luego vino una serie de testimonios cortos y tristes de amigos y familiares. Hablaban de dolor y tiempos más felices, a veces relacionados con eventos humorísticos que evocaron risas tristes en la congregación.

“Pero nada de suicidio”, pensó Riley.

Algo parecía extraño.

¿Alguien cercano a Lois no querría reconocer algo oscuro sobre sus últimos días, una lucha contra la depresión, una batalla contra sus demonios internos, una llamada de auxilio no respondida? ¿Alguien no debería sugerir que su trágica muerte debería ser una lección para los demás en que deben obtener ayuda y apoyo en vez de quitarse la vida?

Pero nadie dijo nada al respecto.

Nadie quería hablar de ello.

Parecían estar avergonzados o desconcertados, o tal vez ambos.

Tal vez ni siquiera lo podían creer.

Los testimonios terminaron, y luego llegó el momento de ver el cuerpo. Riley se quedó sentada. Estaba segura de que el empleado de funeraria había hecho un buen trabajo y que lo que quedó de la pobre Lois no se veía nada en absoluto como se había visto cuando la encontraron colgando. Riley sabía por experiencia como se veía un cadáver estrangulado.

Finalmente, el predicador ofreció la bendición final y el ataúd fue sacado. La familia salió junta, y todos quedaron libres para irse.

Cuando Riley salió de la iglesia, vio a Tiffany y April abrazándose entre lágrimas. Luego Tiffany vio a Riley y corrió hacia ella.

“¿No puede hacer nada?”, preguntó la muchacha con una voz conmocionada.

“No, lo siento”, respondió Riley.

Antes de que Tiffany pudiera decir más, su padre gritó su nombre. La familia de Tiffany estaba montándose en una limusina negra. Tiffany se montó también, y el vehículo se alejó.

Riley se volvió hacia April, quien se negaba a mirarla.

“Tomaré el autobús a casa”, dijo April.

April se alejó, y Riley no intentó detenerla. Sintiéndose terrible, caminó hacia su carro que estaba en el estacionamiento de la iglesia.

*

La cena de esa noche no fue nada alegre como la de hace solo dos días. April aún no estaba hablándole a Riley, y estaba hablándoles muy poco a los demás. Su tristeza era contagiosa. Ryan y Gabriela también estaban sombríos.

En medio de la cena, Jilly habló.

“Hice una amiga en la escuela hoy. Su nombre es Jane. Ella es adoptada, como yo”.

La expresión de April cambió.

“Eso es genial, Jilly”, dijo April.

“Sí. Tenemos mucho en común. Mucho de qué hablar”.

Esto alegró a Riley un poco. Era bueno que Jilly estaba empezando a hacer amistades. Y Riley sabía que April estaba preocupada por Jilly.

Las dos chicas hablaron un poco de Jane. Luego todos se quedaron callados de nuevo, igual de sombríos que antes.

Riley sabía que Jilly quería romper con ello y que quería alegrar a April. Pero la muchacha más joven se veía preocupada ahora. Riley supuso que estaba alarmada por esta tensión en su nueva familia. Jilly seguramente temía que podría perder lo que había encontrado hace tan poco.

“Espero que no esté en lo cierto”, pensó Riley.

Después de la cena, las chicas subieron a sus habitaciones y Gabriela limpió la cocina. Ryan sirvió dos vasos de whisky americano, uno para él y otro para Riley, y ambos se sentaron en la sala de estar.

Se quedaron callados por un tiempo.

“Subiré para hablar con April”, dijo Ryan finalmente.

“¿Por qué?”, preguntó Riley.

“Está siendo grosera. Y está siendo irrespetuosa contigo. No deberíamos dejarla salirse con la suya”.

Riley suspiró.

“No está siendo grosera”, dijo.

“Bueno, ¿cómo lo llamarías tú?”.

Riley se puso a pensar por un momento.

“Ella realmente le importa todo esto”, dijo. “Está preocupada por su amiga Tiffany, y se siente impotente. Teme que algo terrible le sucedió a Lois. Deberíamos estar alegres de que está pensando en otros. Significa que está madurando”.

Se quedaron callados otra vez.

“¿Qué crees que pasó realmente?”, preguntó Ryan. “¿Crees que Lois se suicidó o fue asesinada?”.

Riley negó con la cabeza.

“Quisiera saberlo”, dijo. “He aprendido a confiar en mis instintos. Pero mis instintos no me están diciendo nada. No tengo ni la menor idea qué fue lo que pasó”.

Ryan le dio unas palmaditas a su mano.

“Bueno, nada de lo que sucedió es tu responsabilidad”, dijo.

“Tienes razón”, dijo Riley.

Ryan bostezó.

“Estoy cansado”, dijo. “Creo que me iré a dormir”.

“Yo me quedaré aquí un rato”, dijo Riley. “No estoy lista para dormir todavía”.

Ryan subió, y Riley se sirvió otra gran bebida. La casa estaba tranquila, y Riley se sentía sola y extrañamente impotente, tal y como April seguramente se estaba sintiendo. Pero, después de otra bebida, empezó a relajarse y pronto se sintió soñolienta. Se quitó los zapatos y se estiró en el sofá.

Un poco más tarde, se despertó para descubrir que alguien la había arropado. Ryan debió haber bajado para ver cómo estaba y asegurarse de que estuviera cómoda.

Riley sonrió, sintiéndose menos sola ahora. Luego se quedó dormida otra vez.

*

Riley sintió un destello de déjà vu cuando April se apresuró hacia el garaje de los Pennington.

Riley la llamó, justo como había hecho ayer.

“April, ¡aléjate de allí!”.

Esta vez, April quitó la cinta policial antes de abrir la puerta.

Luego April desapareció en el garaje.

Riley corrió tras ella.

El interior del garaje era mucho más grande y más oscuro de lo que había sido ayer. Parecía un enorme almacén abandonado.

Riley no veía a April por ningún lado.

“April, ¿dónde estás?”, gritó.

La voz de April resonó en el aire.

“Estoy aquí, mamá”.

Riley no sabía de dónde provenía la voz.

Se volteó lentamente, mirando hacia la oscuridad interminable.

Finalmente se encendió una luz del techo.

Riley quedó pasmada.

Colgada de una viga estaba una chica un par de años mayor que April.

Estaba muerta, pero sus ojos estaban abiertos y estaban mirando a Riley fijamente.

Y, esparcidas alrededor de la muchacha, en mesas y en el piso, había cientos de fotos que mostraban a la niña y su familia en diferentes momentos de su vida.

“¡April!”, gritó Riley.

Ninguna respuesta llegó.

Riley se despertó y se sentó, casi hiperventilando del terror de su pesadilla.

Respiró profundamente para no gritar con todas sus fuerzas...

“¡April!”.

Pero ella sabía que April estaba arriba durmiendo.

Toda la familia dormía, excepto ella.

“¿Por qué tuve ese sueño?”, se preguntó.

Le tomó un momento para saber la respuesta.

Se dio cuenta de que sus instintos por fin habían accionado.

Sabía que April tenía razón, algo no cuadraba en la muerte de Lois.

Y ella tenía que hacer algo al respecto.

Una Vez Abandonado

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