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CAPÍTULO CINCO

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Riley sintió un frío extraño cuando se bajó de su carro en la Universidad de Byars. No era solamente el clima. La escuela tenía un ambiente extrañamente inhóspito.

Se estremeció a lo que miró a su alrededor.

Los estudiantes estaban andando por el campus, bien cubiertos para protegerse del frío, apresurándose a sus destinos y apenas hablándose. Ninguno de ellos se veía feliz de estar aquí.

“No es de extrañar que este lugar hace que los estudiantes quieran matarse”, pensó Riley.

Por un lado, el lugar parecía pertenecer a una época pasada. Riley sentía que estaba devolviéndose en el tiempo. Los viejos edificios de ladrillo habían sido mantenidos en perfecto estado. También las columnas blancas, reliquias de cuando las columnas eran requeridas en este tipo de ambiente.

El campus verde era impresionantemente grande, dado que estaba justo en la capital del país. Por supuesto, DC había evolucionado a su alrededor durante los casi doscientos años de su existencia. La escuela pequeña y exclusiva había prosperado, produciendo egresados que tenían éxito en las escuelas de posgrado más prestigiosas del país, y que luego también eran exitosos en puestos de poder en negocios y política. Los estudiantes asistían a universidades como esta para hacer y mantener buenas conexiones que durarían toda la vida.

Naturalmente, era demasiado costosa para la familia de Riley, incluso con las becas que otorgaban de vez en cuando a excelentes alumnos de familias importantes. No es que jamás quisiera enviar a April aquí, ni a Jilly tampoco.

Riley entró en el edificio administrativo y encontró el decanato, donde fue recibida por una secretaria seria.

Riley le mostró a la mujer su placa.

“Soy la agente especial Riley Paige del FBI. Llamé hace un rato”.

La mujer asintió.

“El decano Autrey está por acá”, dijo.

La mujer llevó a Riley a una oficina grande y sombría con paneles de madera oscura.

Un hombre elegante y mayor se levantó de su mesa para saludarla. Era alto, con pelo plateado, y llevaba un traje costoso de tres piezas con una pajarita.

“Agente Paige, supongo”, dijo con una sonrisa fría. “Yo soy el decano Willis Autrey. Por favor, tome asiento”.

Riley se sentó frente a su escritorio. Autrey se sentó y giró en su silla.

“No estoy seguro que entiendo la naturaleza de su visita”, dijo. “Tiene algo que ver con el fallecimiento desafortunado de Lois Pennington, ¿cierto?”.

“Me imagino que se refiere a su suicidio”, dijo Riley.

Autrey asintió.

“No es un caso del FBI”, dijo. “Llamé a los padres de la chica, les di el más sentido pésame por parte de la escuela. Ellos estaban devastados, como es de esperarse. Todo fue tan desafortunado. Pero no parecían estar preocupados por algo”.

Riley entró en cuenta de que tenía que elegir sus palabras cuidadosamente. No estaba aquí en un caso asignado. De hecho, sus superiores en Quántico no aprobarían esta visita en absoluto. Pero tal vez podía evitar que Autrey descubriera ese pequeño detalle.

“Otro miembro de la familia ha expresado sus dudas”, dijo.

No era necesario decirle que hablaba de la hermana adolescente de Lois.

“Qué desafortunado”, dijo.

“Parece que le gusta usar la palabra desafortunado”, pensó Riley.

“¿Qué puede decirme sobre Lois Pennington?”, preguntó Riley.

Autrey estaba empezando a verse aburrido ahora, como si su mente estuviera en otra parte.

“Bueno, nada que su familia no le ha dicho, estoy seguro”, dijo. “Yo no la conocí personalmente, pero...”.

Se volvió hacia su computadora y tecleó.

“Parece haber sido una estudiante de primer año perfectamente normal”, dijo, mirando la pantalla. “Buenas calificaciones. No hay informes de ningún inconveniente. Sí veo que recibió terapia por su depresión”.

“Pero no es el único suicidio en su escuela este año”, dijo Riley.

La expresión de Autrey se volvió un poco sombría. No dijo nada.

Antes de salir de casa, Riley había investigado un poco más sobre los dos suicidios que Tiffany había mencionado.

“Deanna Webber y Cory Linz presuntamente se suicidaron el semestre pasado”, dijo Riley. “La muerte de Cory fue aquí en el campus”.

“¿’Presuntamente’?”, preguntó Autrey. “Una palabra algo desafortunada, creo. No me enteré de nada que indicara lo contrario”.

Él alejó la mirada un poco, como para pretender que Riley no estaba allí.

“Sra. Paige...”, comenzó.

“Agente Paige”, lo corrigió Riley.

“Agente Paige, estoy seguro de que una profesional como usted está consciente de que la tasa de suicidio entre estudiantes universitarios ha aumentado durante las últimas décadas. Es la tercera principal causa de muerte entre las personas en el grupo de edad de pregrado. Hay más de mil suicidios en campus universitarios cada año”.

Se detuvo, como para dejar que esos hechos surtieran efecto.

“Y, por supuesto, algunas escuelas experimentan grupos en un año determinado”, dijo. “Byars es una escuela exigente. Es desafortunado, pero inevitable, que tengamos unos cuantos suicidios”.

Riley reprimió una sonrisa.

Las cifras que April había investigado hace unos días estaban a punto de ser útiles.

“April estaría contenta”, pensó.

Ella dijo: “El promedio nacional de suicidios universitarios es de siete punto cinco de cada cien mil. Pero este año, tres de setecientos estudiantes se suicidaron. Es cincuenta y siete veces el promedio nacional”.

Autrey levantó las cejas.

“Bueno, como estoy seguro de que usted sabe, siempre hay...”.

“Outliers”, dijo Riley, logrando no sonreír de nuevo. “Sí, sé mucho de los outliers. Aún así, la tasa de suicidio de su universidad me parece excepcionalmente... Desafortunada”.

Autrey se quedó callado.

“Decano Autrey, tengo la impresión que no le gusta que un agente del FBI esté investigando”, dijo.

“De hecho, no me gusta para nada”, dijo. “¿Debo sentirme de otra forma? Esto es un desperdicio de su tiempo y el mío, así como del dinero de los contribuyentes. Y su presencia podría dar la impresión de que algo anda mal. Nada anda mal aquí en la Universidad de Byars, se lo aseguro”.

Se inclinó en su escritorio y se acercó a Riley.

“Agente Paige, ¿en qué rama del FBI trabaja exactamente?”.

“En la Unidad de Análisis de Conducta”.

“Ah. Cerca de aquí, en Quántico. Bueno, quizás deba tener en cuenta que muchos de nuestros estudiantes provienen de familias políticas. Algunos de sus padres tienen una influencia considerable sobre el gobierno, incluyendo el FBI, me imagino. Estoy seguro de que no queremos que se enteren de esto”.

“¿De esto?”, preguntó Riley.

Autrey giró en su silla.

“Estas personas quizás quieran presentar quejas con sus superiores”, dijo con una mirada significativa.

Riley sintió un cosquilleo de inquietud.

Quizás había adivinado que no estaba aquí en carácter oficial.

“Lo mejor es no causar problemas donde no existen”, continuó Autrey. “Esta observación es para su bien. Odiaría que incumpliera las órdenes de sus superiores”.

Riley casi se rio en voz alta.

Incumplir órdenes era prácticamente su pan de cada día.

También lo era ser suspendida o despedida y luego ser reintegrada nuevamente.

Eso no la asustaba en lo más mínimo.

“Entiendo”, dijo. “Lo que sea para no desacreditar la reputación de su universidad”.

“Me alegra que nos entendamos”, dijo Autrey.

Se puso de pie, obviamente esperando que Riley se fuera.

Pero Riley no estaba lista para irse, todavía no.

“Gracias por su tiempo”, le dijo. “Me iré justo cuando me de la información de contacto de las familias de los suicidios anteriores”.

Autrey estaba mirándola con furia. Riley le devolvió la mirada sin moverse de su silla.

Autrey miró su reloj. “Tengo otra cita. Debo irme ahora”.

Riley sonrió.

“Yo también tengo prisa”, dijo, mirando su propio reloj. “Así que, entre más rápido me de esa información, más rápido podernos irnos. Yo lo espero”.

Autrey frunció el ceño, y luego se sentó en su computadora otra vez. Tecleó un poco, y luego su impresora comenzó a sonar. Le entregó la hoja con la información a Riley.

“Me temo que tendré que presentar una queja con sus superiores”, dijo.

Riley aún no se movió. Cada vez estaba sintiéndose más curiosa.

“Decano Autrey, acaba de mencionar que Byars tiene unos cuantos suicidios. ¿De cuántos suicidios estamos hablando?”.

Autrey no respondió. Su cara se enrojeció de ira, pero mantuvo su voz tranquila y controlada.

“Me comunicaré con su superior en la UAC”, dijo.

“Está bien”, respondió Riley. “Gracias por su tiempo”.

Riley salió de la oficina y del edificio administrativo. Esta vez el aire frío se sentía vigorizante.

Las evasivas de Autrey convencieron a Riley de que se había topado con un nido de problemas.

Y Riley prosperaba en medio de los problemas.

Una Vez Abandonado

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