Читать книгу Una Vez Abandonado - Блейк Пирс - Страница 13
CAPÍTULO SIETE
ОглавлениеLos dos hombres definitivamente se veían amenazantes. También se veían un poco ridículos, el más pequeño de los dos con su uniforme de guardia, su compañero más grande con su traje formal de mayordomo.
“Parecen payasos de circo”, pensó.
Pero sabía que no estaban tratando de ser graciosos.
Riley detuvo su carro justo en frente de ellos. Bajó su ventanilla, sacó la cabeza y los llamó.
“¿Hay algún problema, señores?”.
El guardia se colocó justo en frente de su carro.
El mayordomo inmenso se acercó a la ventanilla del pasajero.
Habló en una voz retumbante.
“A la representante Webber le gustaría aclarar un malentendido”.
“¿Cuál malentendido?”.
“Quiere que entienda que los hurgones no son bienvenidos aquí”.
Ahora Riley entendía todo.
Webber y su asistente habían llegado a la conclusión de que Riley era una impostora, no una agente del FBI. Probablemente sospechaban que era una reportera que se estaba preparando para escribir una historia de la congresista.
Estos dos chicos estaban más que acostumbrados a lidiar con reporteros metiches.
Riley sacó su placa de nuevo.
“Creo que ha habido un malentendido”, dijo. “Realmente soy una agente especial del FBI”.
El gran hombre sonrió. Evidentemente creía que la placa era falsa.
“Bájese del carro, por favor”, dijo.
“No, gracias”, dijo Riley. “Realmente agradecería si abriera la puerta”.
Riley había dejado la puerta de su carro abierta. El gran hombre la abrió.
“Bájese del carro, por favor”, repitió.
Riley gruñó en voz baja.
“Esto no terminará bien”, pensó.
Riley se bajó del carro y cerró la puerta. Los dos hombres se pararon lado a lado cerca de ella.
Riley se preguntó cuál de ellos iba a dar el primer paso.
Entonces el gran hombre sonó sus nudillos y avanzó hacia ella.
Riley se acercó a él.
Cuando trató de alcanzarla, ella lo agarró por su solapa y la manga de su brazo izquierdo y lo desbalanceó. Luego giró sobre su pie izquierdo y se agachó. Apenas sintió el peso del hombre cuando todo su cuerpo voló sobre su espalda. Cayó boca abajo fuertemente contra la puerta del carro y luego aterrizó de cabeza en el suelo.
“El carro fue el que más sufrió”, pensó con consternación.
El otro hombre ya se estaba moviendo hacia ella, y se dio la vuelta para mirarlo.
Le dio una patada en la ingle. Él se inclinó de dolor, y Riley sabía que el altercado había terminado.
Arrebató la pistola del hombre de la funda.
Luego inspeccionó su trabajo.
El hombre más grande aún estaba tirado al lado del carro, mirándola con una expresión aterrorizada. La puerta del carro estaba abollada, pero no tan gravemente como Riley había temido. El guardia uniformado estaba de manos y rodillas, jadeando.
Le acercó la pistola al guardia.
“Aquí tienes”, dijo en una voz gentil.
El guardia alcanzó la pistola con manos temblorosas.
Riley la alejó de él.
“No”, dijo. “No hasta que abras la puerta”.
Tomó al hombre de la mano y lo ayudó a ponerse de pie. Tambaleó hacia la choza y abrió la puerta de hierro. Riley caminó hacia el carro.
“Permiso”, le dijo al enorme hombre.
Aún viéndose absolutamente aterrorizado, el hombre se movió hacia un lado como un cangrejo gigante, quitándose del camino de Riley. Se metió en el carro y condujo por la puerta. Arrojó la pistola en el suelo.
“Ya no creen que soy una reportera”, pensó.
También estaba segura de que le dejarían saber eso a la congresista muy rápidamente.
*
Un par de horas más tarde, Riley detuvo su carro en el estacionamiento del edificio de la UAC. Se quedó sentada en su carro durante unos instantes. No había venido ni una sola vez durante su mes de permiso. No esperaba estar de vuelta tan pronto. Se sentía realmente extraño.
Apagó el motor, guardó las llaves, se bajó del carro y entró en el edificio. Durante su camino a su oficina, amigos y colegas le dieron la bienvenida. Unos se veían muy sorprendidos de verla.
Se detuvo en la oficina de su compañero habitual, Bill Jeffreys, pero él no estaba allí. Probablemente estaba en un caso, trabajando con otra persona.
Sintió una leve punzada de tristeza, incluso de celos.
En muchos sentidos, Bill era su mejor amigo en el mundo.
Aún así, suponía que quizás esto era lo mejor. Bill sabía que ella y Ryan habían vuelto, y él no estaba de acuerdo. La había ayudado mucho durante su ruptura y divorcio. No creía que Ryan había cambiado.
Cuando abrió la puerta de su oficina, tuvo que verificar para asegurarse de que estaba en el lugar correcto. Todo se veía muy limpio y bien organizado. ¿Le habían dado su oficina a otro agente? ¿Alguien más había estado trabajando aquí?
Riley abrió un cajón y encontró archivos familiares, aunque ahora mejor ordenados.
¿Quién le había arreglado todo esto?
Desde luego no fue Bill. Él sabría sabido que lo mejor era no hacerlo.
“Lucy Vargas, tal vez”, pensó.
Lucy era una agente joven que había trabajado con ella y con Bill. Si Lucy era la culpable de esta orden, al menos lo había hecho para tratar de ayudarla.
Riley se sentó en su escritorio por unos minutos.
Imágenes y recuerdos empezaron a inundarla... El ataúd de la niña, sus padres devastados y el sueño terrible de Riley de la chica colgada rodeada de recuerdos. También recordó cómo el decano Autrey había evadido sus preguntas, y cómo Hazel Webber había mentido descaradamente.
Se recordó a sí misma lo que le había dicho a Hazel Webber. Había prometido poner en marcha una investigación oficial. Y había llegado el momento de cumplir esa promesa.
Tomó el teléfono de su oficina y marcó a su jefe, Brent Meredith.
Cuando el jefe de equipo contestó, ella dijo: “Señor, habla Riley Paige. Me pregunto si podría...”.
Estaba a punto de pedirle unos minutos de su tiempo cuando la interrumpió.
“Agente Paige, ven a mi oficina ahora mismo”.
Riley se estremeció.
Meredith estaba muy enojado con ella por algo.