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CAPÍTULO SEIS

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Tan pronto como Riley se metió en su carro, repasó la información que el decano Autrey le había dado. Comenzó a recordar los detalles de la muerte de Deanna Webber.

“Por supuesto”, recordó, encontrando la vieja noticia en su celular. “La hija de la congresista”.

La representante Hazel Webber era una nueva política que estaba casada con un abogado prestigioso de Maryland. La muerte de su hija había estado en los encabezados el otoño pasado. Riley no le había prestado mucha atención a la historia en ese momento. Parecía más un chisme lascivo que una noticia real, algo que Riley pensaba que solo era asunto de la familia.

Ahora pensaba distinto.

Encontró el número de teléfono de la oficina de la congresista Hazel Webber en Washington. Cuando marcó el número, una recepcionista que sonaba bastante eficiente contestó.

“Soy la agente especial Riley Paige de la Unidad de Análisis de Conducta del FBI”, dijo Riley. “Me gustaría concertar una reunión con la representante Webber”.

“¿Puedo preguntar de qué trata todo esto?”.

“Necesito hablar con ella sobre la muerte de su hija el otoño pasado”.

En ese momento cayó un silencio.

Riley dijo: “Siento molestar a la congresista y a su familia para hablar de esta terrible tragedia. Pero solo tenemos que atar unos cabos sueltos”.

Más silencio.

“Lo siento”, dijo la recepcionista lentamente. “Pero la representante Webber no está en Washington ahora mismo. Tendrá que esperar hasta que vuelva de Maryland”.

“¿Y cuándo volverá?”, preguntó Riley.

“No lo sé. Tendrá que volver a llamar”.

La recepcionista finalizó la llamada sin decir más.

“Ella está en Maryland”, pensó Riley.

Investigó y encontró que Hazel Webber vivía en los pastos de Maryland. El lugar no sería difícil de encontrar.

Pero antes de que Riley pudiera encender su carro, su teléfono celular vibró.

“Habla Hazel Webber”, dijo la persona en la línea.

Riley estaba sorprendida. La recepcionista debió haber llamado a la congresista inmediatamente después de colgarle a Riley. Ciertamente no había esperado que Webber se comunicara con ella directamente, y menos tan rápido.

“¿En qué puedo ayudarle?”, preguntó Webber.

Riley explicó de nuevo que quería hablar de algunos “cabos sueltos” respecto a la muerte de su hija.

“¿Podría ser un poco más específica?”, dijo Webber.

“Preferiría hacerlo en persona”, dijo Riley.

Webber se quedó callada por un momento.

“Me temo que eso es imposible”, dijo Webber. “Y agradecería que usted y sus superiores no nos molestaran más. Apenas estamos empezando a sanar. Estoy segura de que lo entiende”.

El tono helado de la mujer sorprendió a Riley. No detectó ni el menor rastro de dolor.

“Representante Webber, si usted me pudiera dar un poco de su tiempo...”.

“Le dije que no”.

Webber finalizó la llamada.

Riley estaba estupefacta. No tenía idea qué pensar de esta llamada.

Lo único que sí sabía con certeza es que había molestado bastante a la congresista.

Y tenía que ir a Maryland inmediatamente.

*

Fue un paseo en carro de dos horas bastante agradable. Puesto que había buen tiempo, Riley tomó una ruta que incluía el puente de la bahía de Chesapeake, pagando el peaje para disfrutar del paseo sobre el agua.

Pronto se encontró en los pastos de Maryland, donde vallas de madera hermosas cercaban pastos, y calles arboladas llevaban a elegantes casas y graneros que quedaban lejos de las carreteras.

Se detuvo en la verja afuera de la finca de los Webber. Un guardia fornido uniformado salió de su choza y se acercó a ella.

Riley le mostró su placa y se presentó.

“Estoy aquí para ver a la representante Webber”, dijo.

El guardia se alejó y habló en su micrófono. Luego se acercó a Riley de nuevo.

“La congresista dice que ha habido algún error”, dijo. “Ella no la está esperando”.

Riley sonrió tan ampliamente como pudo.

“Ah, ¿está demasiado ocupada en este momento? No hay problema, mi calendario no está tan apretado. Esperaré aquí hasta que tenga tiempo”.

El guardia frunció el ceño, tratando de intimidarla.

“Me temo que tendrá que irse, señora”, dijo.

Riley se encogió de hombros y actuó como si no hubiese entendido lo que quería decir.

“Ah no, está bien. No hay problema. Puedo esperar aquí”.

El guardia se alejó y habló en su micrófono de nuevo. Después de mirar a Riley fijamente por un momento, entró en su choza y abrió la puerta. Riley condujo por ella.

Condujo por una pradera amplia y cubierta de nieve donde un par de caballos andaban libremente. Era una escena pacífica.

Cuando llegó a la casa, era incluso más grande de lo que ella esperaba, una mansión contemporánea. Miró los otros edificios bien cuidados más allá de la vivienda.

Un hombre asiático la recibió en la puerta. Era aproximadamente tan grande como un luchador de sumo, lo que hacía que su traje formal de mayordomo se viera grotescamente inadecuado. Guio a Riley por un pasillo con un piso de madera de color marrón rojizo que se veía costoso.

Finalmente fue recibida por una mujer pequeña y sombría que la llevó a una oficina muy pulcra sin decir una sola palabra.

“Espere aquí”, dijo la mujer.

Salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella.

Riley se sentó en una silla cerca del escritorio. Pasaron unos minutos. Se sintió tentada a echarle un vistazo a los materiales del escritorio o incluso a la computadora. Pero sabía que todos sus movimientos seguramente estaban siendo grabados con cámaras de seguridad.

Finalmente, la representante Hazel Webber entró en la sala.

Ella era una mujer alta, delgada pero imponente. No parecía lo suficientemente vieja como para haber estado en el Congreso durante tanto tiempo, ni parecía tener la edad suficiente como para tener una hija universitaria. La cierta rigidez alrededor de sus ojos pudiera ser habitual, o inducida por el Botox, o tal vez ambas.

Riley recordó haberla visto en la televisión. Normalmente cuando conocía a alguien que había visto en la TV, le impresionaba lo cuán diferentes que se veían en la vida real. Extrañamente, Hazel Webber se veía exactamente igual. Era como si fuera realmente de dos dimensiones, un ser humano casi anormalmente superficial en todos los sentidos.

Su atuendo también desconcertaba a Riley. ¿Por qué llevaba puesta una chaqueta sobre un suéter? La casa sin duda era lo suficientemente caliente.

“Parte de su estilo, supongo”, pensó Riley.

La chaqueta le daba un aspecto más formal y profesional que solo pantalones y un suéter. Tal vez también representaba una especie de armadura, una protección contra cualquier contacto humano genuino.

Riley se puso de pie para presentarse, pero Webber habló primero.

“Agente Riley Paige, UAC”, dijo. “Ya sé”.

Sin otra palabra, se sentó en su escritorio.

“¿Por qué está aquí?”, preguntó Webber.

Riley sintió una sacudida de alarma. Obviamente no tenía nada que decirle. Su visita era un engaño, y Webber le parecía el tipo de mujer que no era fácil de engañar. Esto superaba a Riley, y tenía que ingeniárselas ahora.

“Estoy aquí para pedirle información”, dijo Riley. “¿Su marido está en casa?”.

“Sí”, dijo la mujer.

“¿Sería posible hablar con ambos?”.

“Él sabe que está aquí”.

Su respuesta desarmó a Riley, pero trató de no demostrarlo. La mujer miró a Riley fijamente con sus ojos azules y fríos. Riley no vaciló. Solo mantuvo la mirada, preparándose para batallar.

Riley dijo: “La Unidad de Análisis de Conducta está investigando un número inusual de suicidios aparentes en la Universidad de Byars”.

“¿Suicidios aparentes?”, dijo Webber, arqueando una sola ceja. “No describiría el suicidio de Deanna como ‘aparente’. A mi esposo y a mí nos pareció bastante real”.

Riley podría jurar que la temperatura de la sala había descendido unos grados. Webber no había mostrado ni la más mínima expresión cuando mencionó el suicidio de su propia hija.

“Tiene sangre fría”, pensó Riley.

“Quisiera que me explicara lo que pasó”, dijo Riley.

“¿Por qué? Estoy segura de que ha leído el informe”.

Obviamente Riley no lo había hecho, pero tenía que seguírselas ingeniando.

“Escucharlo con sus propias palabras sería de gran ayuda”, dijo.

Webber permaneció en silencio por un momento. Su mirada era inquebrantable. Pero la de Riley también lo era.

“Deanna resultó herida en un accidente montando a caballo el verano pasado”, dijo Webber. “Se fracturó bastante la cadera. Parecía probable que tendría que ser reemplazada por completo. Sus días de montar a caballo en competencias se habían acabado. Estaba desolada”.

Webber hizo una pausa por un momento.

“Estaba tomando oxicodona para el dolor. Se tomó una sobredosis de pastillas. Fue intencional y punto”.

Riley sintió que no le estaba contando todo.

“¿Dónde sucedió esto?”, preguntó.

“En su dormitorio”, dijo Webber. “Estaba cómoda en su cama. El médico forense dijo que murió de un paro respiratorio. Parecía estar profundamente dormida cuando la criada la encontró”.

Y entonces Webber parpadeó.

Había flaqueado en su batalla.

“¡Está mintiendo!”, pensó Riley.

El pulso de Riley se aceleró.

Ahora tenía que presionar, sondear con las preguntas correctas.

Pero antes de que Riley pudiera siquiera pensar en qué hacer, la puerta de la oficina se abrió. La mujer que había traído a Riley a la oficina entró.

“Congresista, necesito hablar con usted, por favor”, dijo.

Webber se veía aliviada a lo que se levantó de su escritorio y salió con su asistente.

Riley respiró profundamente.

Deseaba no haber sido interrumpida.

Estaba segura de que había estado a punto de resquebrajar la fachada engañosa de Hazel Webber.

Pero aún tenía chance para hacerlo.

Cuando Webber regresara, Riley comenzaría de nuevo.

Después de menos de un minuto, Webber volvió. Parecía haber recuperado su seguridad en sí misma.

Se quedó parada cerca de la puerta abierta y dijo, “Agente Paige, si realmente es la agente Paige, me temo que debo pedirle que se vaya”.

Riley tragó grueso.

“No entiendo”.

“Mi asistente acaba de llamar a la UAC. No están investigando suicidios en la Universidad de Byars. Ahora...”.

Riley sacó su placa.

“Sí soy la agente especial Riley Paige”, dijo con determinación. “Y haré todo lo posible para asegurarme de que tal investigación se ponga en marcha tan pronto como sea posible”.

Salió de la oficina.

En su camino fuera de la casa, entró en cuenta de que había hecho una enemiga, y una muy peligrosa.

Era un tipo de peligro diferente al que generalmente tenía que enfrentar.

Hazel Webber no era una psicópata cuyas armas de preferencia eran cadenas, cuchillos, armas de fuego o sopletes.

Era una mujer sin conciencia, y sus armas eran el dinero y el poder.

Riley prefería el tipo de adversario que podía noquear o disparar. Aún así, estaba dispuesta a lidiar con Webber y sus amenazas.

“Me mintió respecto a su hija”, dijo Riley.

Y ahora Riley estaba decidida a descubrir la verdad.

La casa se veía vacía ahora. A Riley le sorprendió que no se topó con ni una sola persona en su camino a su carro. Sentía que podía robar la casa sin que nadie se diera cuenta.

Salió, se metió en su carro y comenzó a conducir.

A lo que se acercó a la puerta de la mansión, ella vio que estaba cerrada. El guardia corpulento que la había dejado entrar y el mayordomo enorme estaban parados allí. Ambos tenían sus brazos cruzados, y obviamente estaban esperándola.

Una Vez Abandonado

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