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Introducción

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La idea de paz y su construcción social se ha revisado desde diferentes puntos de vista con ciertas similitudes en cuanto a su significado; en este documento, se va a asumir la paz como producto de los esquemas sociales, liberales y con principios morales que todo individuo tiene derecho a gozar, incluyendo los derechos humanos y de su cultura, evitando los actos violentos (Jares, 1999, citado por Meneses & Reyna, 2015). En ese sentido, se hablará de la generación de condiciones de posibilidad en las que cada sujeto pueda desarrollarse en el marco de la libertad, evitando ser lesionado en cualquiera de los aspectos. Esta forma de comprender la paz permite la articulación con los escenarios escolares en los que las formas de ser individuales transitan por la normatividad institucional y, de entrada, ya hay un tipo de reacción frente a la forma de presentar el “ser libres” o incluso la noción de “convivencia”, que ha exigido transformarla en la “vivencia con el otro”; en otras palabras, permite generar un discurso que no pasa por algún tipo de imposición, sino que es alternativa a los propios contextos.

Adicionalmente, al referirse al concepto de paz, se deben tener en cuenta tres ámbitos de interacción, como lo menciona Galtung (citado por Meneses & Reyna, 2015): la paz como sinónimo de justicia social; la paz como superación de la violencia en realidades sociales perversas, comenzando por la que tiene relación con las necesidades básicas, deseos y objetivos personales y, finalmente, la paz como total realización y mejoramiento de las potencialidades humanas. Allí se puede evidenciar la relevancia del trabajo en la escuela y la importancia de generar espacios de construcción colectiva de este tipo de apuestas. Teniendo en cuenta los tres ámbitos propuestos por Galtung, estos se viven de forma marcada en los espacios educativos, dando la oportunidad de trabajar en la transformación de ciertas prácticas sociales que hasta ahora se han venido naturalizando. De este modo, la sociedad no solo debería pensar en “algo que decir”, sino también en “algo que hacer” con relación a la construcción de la paz; debería ser un derecho y un deber de cada uno, de tal forma que se pueda materializar la paz como una responsabilidad moral que pueda exigirse a nivel local, regional y global.

En vista de que la paz lleva consigo un aprendizaje social, es necesario que la educación proporcione herramientas para que los y las estudiantes entiendan el complejo mundo en el que viven, haciéndolos partícipes de forma realmente democrática, y que se les forme para que puedan construir conjuntamente un sistema de valores en el que estén integrados la tolerancia, la justicia y el respeto a las diferencias, con el fin de vivir en armonía (Monclús & Sabán, 2008). Esto sería adicional a lo que usualmente se imparte en la educación formal, puesto que en todos sus niveles (Preescolar, Primaria, Bachillerato, Básica Media y Universitaria) ha sido un factor fundamental en el desarrollo socioeconómico, político y cultural de los países e incentiva el aumento de las posibilidades competitivas internacionales a futuro (Aguirre, 2016), pues así se forma para la producción y no para la felicidad. Esta última alternativa parece una utopía, pero hay que seguir trabajando en el planteamiento de horizontes utópicos que sirvan como eje orientador de la acción.

Es importante mencionar que, para que se pueda educar desde y para la paz, se debe tener en cuenta que la definición de esta palabra en sí se orienta a la vivencia en un mundo sin violencia. Claro está, esto no significa que se llegue a la perfección, porque siempre van a existir controversias, polémicas y debates al respecto; no obstante, sí deja ver una necesidad de afrontar esta premisa desde la óptica educativa, que permita reunir las diferencias de género, opinión, edad, etnia, entre otros, y que propicie un ambiente intercultural pacífico, centrado en la resolución de conflictos por medio del diálogo y la negociación. Estas acciones permiten un afrontamiento adecuado, no violento y respetuoso, que incentiva la conciliación entre ambas partes del conflicto y construye la cooperación para un beneficio equitativo y mutuo (Meneses & Reyna, 2015).

Esta situación reta a las instituciones a pensarse los planes educativos desde otras dinámicas en las que emerja la construcción colectiva y, al lado de la tradición educativa, florezca; en ese sentido, se advierte que no se trata de reemplazar una por la otra, sino de evidenciar los límites de los modelos y paradigmas clásicos en los que el estudiante era mero receptor de conceptos, para pasar a la identificación de los y las protagonistas de sus propios procesos, capaces de asumir el rol de conciliadores.

Habrá que hacer acento en el término desde, teniendo en cuenta que es el lugar de enunciación: desde la escuela se construye, pues desde allí se reconocen los procesos propios; no es más una pedagogía para la escuela, pensada desde otro lado, sino una reivindicación del contexto propio.

De esta forma, este trabajo está dividido en cuatro espacios modestos, desde donde se podrá visibilizar la experiencia que se ha tenido en las visitas: 1) la importancia de la construcción de paz desde la escuela, 2) los retos de la cátedra de paz, 3) los talleres y creaciones y 4) los impactos y esperanzas

Actores sociales, acciones colectivas y transformación social

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