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Admito que me asusté cuando no tuve la parálisis. Por el breve lapso en el que el sueño se formulaba, estuve consciente de que quizás aquel suceso que se me había hecho habitual por las noches, no iba a suceder más porque lo había perdido tras salir de fiesta. Pero el cerebro jamás se pudo haber preparado para lo que esa noche iba a significar. Mi más grande temor se había hecho realidad y eso me aterraba.

El sueño fue realmente extraño. Y yo estaba realmente asustada por lo que tener un sueño, y no una parálisis, podía significar.

Era como un limbo, ese lugar donde, en las películas, las almas vagan, aquellas que no tienen ningún propósito y se quedan atascadas entre dos mundos o, simplemente, hay algo que les queda por hacer en el de los vivos.

El lugar en el que me encontraba estaba completamente vacío, una densa neblina se desplegaba por todo el sector y no se oía ni un suspiro. Solo se veía una luz blanca y tenue que parecía ser igual de potente a metros de distancia. Alguien me llamaba, pero solo veía niebla a metros y metros hasta que divisaba una silueta en la lejanía. Comenzaba a caminar hacia ella, pero aun así no tenía rumbo buscando a quien pronunciaba mi nombre porque no parecía avanzar hacia ningún lado, como si no tuviera o no hubiera destino, ni lugar al que ir. Como si fuera otra más de las almas que seguramente se encontraban ahí.

Entre el silencio escuchaba pasos aproximándose, apresurados y desesperados, pero seguía sin ver cosa alguna y la silueta ya no estaba donde creía haberla visto. Volvía a estar sola.

—Verónica.

Esa vez la voz sonaba más desesperada, y ahora la reconocía.

—Chuck —decía, entrecerrando los ojos para ver entre la penumbra. Un escalofrío me recorría la espalda tras mencionar su nombre.

No me dio tiempo para reaccionar, un cuerpo chocó conmigo y me encontré de golpe con unos ojos verdes y apremiados.

—Verónica, necesito que me escuches, no tengo tiempo de explicar por qué no hay parálisis esta noche —dijo, mientras me tomaba por los antebrazos.

—Chuck, respira, cálmate y habla —le ordené.

—No hay tiempo, escúchame bien El mundo de las almas tiene reglas, tiene facciones y tiene guardianes. Yo he roto dos reglas y los guardianes lo han descubierto.

Me miró a los ojos tratando de que sus palabras se metieran en mi cerebro.

—Los buscadores de cuerpos tenemos un año para que el ser humano nos ayude a encontrar nuestro cadáver, si no lo logramos, jamás seremos libres. Pero un año contigo no fue suficiente para mí, necesitaba hablar contigo, te necesito. Entonces prolongué ese tiempo a cinco años, no sabía que los podría engañar por tanto tiempo, pero ahora me persiguen. No te dije antes porque no quería preocuparte, pero hay una razón específica por la que es arriesgado volver a la vida.

Hizo una pausa para respirar en la que no pude más que ponerme nerviosa y con los pelos de punta. Él continuó:

—Está prohibido, los buscadores de cuerpos tenemos la única tarea de encontrar lo que es nuestro para ser libres, si nos encarnamos los guardianes intentan que el destino nos mate para restaurar la balanza de la vida y la muerte. No podía hacer lo que todos hacemos, porque eso significaba no volver a hablar contigo, ser libre significa cortar todo contacto con la vida, yo no podía hacer eso, no podía, simplemente, encontrar mi cuerpo, porque significa afrontar solo lo que viene después.

Al terminar su discurso me quedé petrificada. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Por qué me dices esto ahora? —le pregunté, desesperada y asustada.

—Necesito que me ayudes. Llevo en esto casi desde que tienes once años y no planeo volver a ser libre, si me encuentran quizás qué castigo me darán. Por eso, necesito que encuentres mi cuerpo, que investigues sobre mí, sobre el ritual de los buscadores de almas, que es el que me traerá a la vida, y me ayudes a burlar a la muerte. Es la única forma de escapar de los guardianes, por lo menos es la única forma por un tiempo ya que intentarán que muera. Pero no me puedo someter al castigo, ¿entiendes? Romper las reglas significa castigo. Encontrar mi cuerpo significa no volver a verte o hablarte. Y encarnarse significa peligros por donde lo veas.

Me tomó varios segundos procesar todo lo que me había dicho, pero al final asentí, comprendiendo lo que esto significaba para él.

—No entiendo nada de lo que está pasando, pero lo intentaré, te ayudaré, no tengo nada que perder.

Acepté porque es verdad y porque yo tampoco me podría arriesgar a perderlo como él decía.

—Pero dime una cosa, ¿por qué te arriesgaste tanto tiempo?

—Eso es parte de la segunda regla que he roto —dijo, en un tono avergonzado.

—¿Me lo vas a explicar o no? —le insistí, completamente ajena a toda la información que no sabía.

—No hay tiempo para explicar más. Solo te puedo decir que morí en un accidente, supongo que mi cuerpo está enterrado en un cementerio. También te digo que el ritual lo puedes encontrar en una biblioteca. Busca algo llamado “La parada de las almas”, en la sección de la historia de Greenwood, en la Biblioteca Municipal. Confío en que podrás hacer el resto.

—¿Esperas que haga esto sola? No es que no esté dispuesta a hacerlo, pero sola es mucho para mí, tengo que saber si cuento con ayuda.

—Floyd, si es que lo entiende, pídele ayuda a él. Solo a él —exigió. Hizo un movimiento de querer retirarse, pero lo retuve tomándolo del antebrazo—. Me tengo que ir, no hay más tiempo.

—Solo dime una cosa —le pedí, dispuesta a no dejarlo ir sin que me lo dijera—. ¿Por qué no fuiste en busca de lo que debías, por qué te arriesgaste a permanecer tanto tiempo y a ser castigado? Quiero saber, lo necesito.

Me miró dudoso. No sabía si confesármelo o no.

—Porque a medida que crecías, me enamoré de ti —reveló, mirándome a los ojos, sin una sola gota de arrepentimiento y sin asomo de intentar ocultar su mirada.

No me dio tiempo de replicar ni de reaccionar, pues desapareció de mi vista como si nunca hubiera estado allí, dejándome sola entre la densa neblina, esta vez con los murmullos de las almas a mi alrededor.

Luego de unos segundos ahí parada, me desperté cubierta de sudor y con las sábanas enredadas entre las piernas. De milagro no me caí de la cama.

No pude volver a pegar un ojo en toda la noche.

****

—¿Que soñaste qué? —me pregunta mi mejor amigo, con la boca abierta. Le doy un sorbo a mi café extragrande antes de contestar.

—¿De verdad me vas a hacer explicártelo todo de nuevo? —pregunto. Floyd niega con la cabeza y por primera vez en nuestra corta vida un silencio incómodo se instala entre los dos.

Las horas de la madrugada restantes las pasé planeando cómo contarle a mi mejor amigo mi alucinante sueño, me di por vencida cerca de las seis de la mañana y, simplemente, comencé a alistarme, manteniéndome ocupada hasta que llegara la hora.

Apenas llegué al café en el que habíamos quedado, encontré al moreno esperándome en la puerta, lo arrastré hasta una mesa en el rincón más alejado para tener la mayor privacidad y discreción posibles. Las altas horas de la mañana nos jugaban a favor por la poca cantidad de gente. Lo senté en una mesa mientras yo compraba un vaso de cafeína que tanto necesitaba.

Luego me senté frente a él, me tomé una larga pausa, preparándome mentalmente para todo lo que le iba a soltar, y le relaté todo lo sucedido con Charles, obteniendo el resultado exacto que esperaba: estaba estupefacto.

Floyd negaba con la cabeza, lo que me desconcentraba un poco. Lo miré expectante:

—¿No me vas a decir nada?

—No sé exactamente que te debería responder —dice, sobrepasado por la sorpresa—. ¿Lo vas a hacer? ¿Crees que es un sueño importante?

—Importante o no tengo que averiguarlo. Estoy segurísima de que todo esto es real y de que Chuck debe tener una muy buena razón para no presentarse en una parálisis después de tanto tiempo.

—¿Qué harás? —pregunta, con un tono de duda.

—No lo sé. De hecho, sí, voy a empezar por buscar datos sobre él y voy a seguir las escasas instrucciones que me dio. Voy a tomar ese riesgo.

—¿Estás segura? —pregunta, mirándome consternado—. Digo, no sé si tú sabes, pero te está prácticamente pidiendo que hagas un ritual de resucitación.

Sip, estoy consciente de eso —digo, tamborileando en la mesa con la punta de los dedos.

—¿Y eso no es ilegal? —replica, arrugando el ceño.

—Lo dudo.

Miro la hora en mi móvil. Son recién las diez de la mañana. Había estado las cuatro horas previas tratando de no sacar conclusiones sobre cómo iba a reaccionar Floyd, y resulta que mi amigo se lo tomó mejor de lo que esperaba. Cierto que estaba sorprendido, pero por lo menos me creía.

—Pero entonces son cosas del diablo —comenta, tratando de llenar el ambiente con humor—. Hemos visto millones de películas donde estas cosas nunca resultan, tú las has visto conmigo. ¿Qué crees que nos pasará si lo intentamos?

—Supongo que hay que averiguarlo. Espera un segundo. ¿Dijiste nos? ¿Así como ambos? ¿Juntos?

—Pues, sí. ¿Creías que te iba a dejar hacer todo eso sola? Me hieres, ¿sabes? Pensé que me conocías lo suficiente.

—Es que pensé que no te lo creías. Que no te expondrías a todo eso por un espíritu con el que yo hablo y sobre el que tú solo me escuchas divagar.

Nunca pensé que aceptaría hacer tal cosa conmigo.

—Por supuesto que sí. A lo mejor es una tontería o a lo mejor no, pero definitivamente es una aventura. Mi papel de ser rebelde me exige vivir una de esas alguna vez —asevera, con una sonrisa carismática—. Además, mejor aún si es con una amiga.

—Mejor amiga.

—Mejor amiga.

Parece acordarse de algo.

—Solo nosotros, ¿verdad?

—Obvio que sí. Chuck me dijo que solo confiara en ti. Además, no es como si le pudiera explicar a Mila, ella no sabe acerca de él, y Louis no es una alternativa para pedirle ayuda en algo así.

—Me alegra que digas eso.

—No te gusta Louis, ¿verdad?

Mi amigo endurece su expresión y niega con la cabeza.

—¿Por qué no? No es mi mejor amigo y no es que me fascine, pero si te pasas un buen rato con él te podrías dar cuenta que es un gran chico, un poco molesto, pero buen chico. Además, no sé qué tanto te acompleja si ya he dejado claro que no tengo ningún interés amoroso en ese rubio.

—Eso es lo que tu percibes —dice, refunfuñón—. Yo veo otra cosa en ese chico.

—¿Qué sería eso?

—Me parece a mí que es toda una fachada lo de joven encantador.

Exploto en una carcajada al escuchar tal acusación, no lo puedo evitar, es lo más ridículo que alguien me haya dicho, más que me digan que aceptan hacer un ritual para traer a un chico de vuelta a la vida.

—No te rías, lo digo totalmente en serio.

El silencio se instala entre los dos, con ambos sumergidos en las profundidades de nuestros pensamientos, evaluando las etapas de los temas tratados y los cambios radicales que había atravesado esta segunda conversación extraña.

—Bueno... —dice, prolongando los segundos antes de volver a hablar—. ¿Cuándo empezamos?

—No lo sé.

Me tomo mi tiempo antes de decir:

—¿Qué te parece a las cinco en la Biblioteca Municipal? Creo que las horas libres ni siquiera son las suficientes para prepararme mentalmente para todo lo que está por pasar.

—Ni que lo digas. A las cinco, entonces. Creo que esta noche no iré al Club Colors, está claro que mi cerebro no estará en orden para irse de fiesta —agrega, instantes después.

—Creo que, dependiendo de lo que descubramos, ni siquiera me será posible dormir —digo.

—¿Te quedas en mi casa? Tus padres saben que las parálisis no te hacen daño ni a ti ni a mí, así que...

—Definitivamente sí. —Lo corto antes de que se lance a nuevas elucubraciones—. Esta noche no duermo sola.

Chicos de la noche

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