Читать книгу Chicos de la noche - Bárbara Cifuentes Chotzen - Страница 9

04

Оглавление

—Me alegra realmente que lo hayas pasado bien. Te dije que no te arrepentirías —me dice Charles cuando termino de contarle todo sobre el Club Colors.

Apenas Floyd me dejó en casa me puse el pijama, me quité el maquillaje y me metí en la cama. Me quedé dormida apenas toqué la almohada. Pero Charles ha venido a despertarme, hemos estado hablando cerca de una hora, según él, sobre mi experiencia esta noche.

Por el tono que emplea al contestarme cada cosa que le digo sobre el tema, puedo notar que está realmente contento con mi decisión. Busca lo mejor para mí, después de todo.

—Y lo mejor es que sigues aquí, nada ha cambiado —digo, sin poder sonreír, aunque tengo unas ganas inmensas de hacerlo.

—Creo que sabes que en realidad jamás te dejaría. Solo era para que salgas y descubras lo que hay allá afuera.

Me gustaría abrir la boca indignada, pero es obvio que no puedo.

—Eso es maldad —refunfuño—. Yo que hago de todo para seguir hablando contigo —declaro en plan dramático.

—Malo, pero funcionó —apunta firme—. No seas dramática, ya sé que no puedes vivir sin mí.

—Lo que digas.

Finjo darle la razón. Lanzo un suspiro cansado y lleno de ganas de moverme de esta posición que he estado soportando desde hace una hora y media—. ¿Te importaría si continuamos mañana? Estoy realmente cansada.

—Claro que no, hablamos mañana —dice al despedirse de mí. Hay un tono extraño en su voz, pero no logro descubrir por qué, así que opto por dejarlo pasar, solo esta vez.

—Adiós, Chuck.

Siento el típico vacío de cuándo se va y, dominada por el cansancio, caigo en el sueño sin poder darle ni una sola vuelta a mis pensamientos.

****

—¿De verdad saldrás con él? —pregunta Floyd, sin poder creérselo.

—Pues sí, dijo que nos juntaríamos antes y luego iríamos juntos a la fiesta. No me pongas esa cara, esto no significa nada —digo, caminando a la par de él por el pasillo.

—Nada, ajá. ¿Y te vas a encontrar conmigo allá? Además, te recuerdo que no hace más de dos días no lo soportabas —pregunta, deteniéndose a guardar los libros en su casillero.

—Claro, tus amigos me parecen geniales —digo, esperando a que termine—. Iré como invitada del color rosado esta vez, hasta que tengas lista esa tarjeta que mencionaste. No es que no lo soportara, es que no lo quería hacer. De esa manera tenía una excusa más válida para no salir con él. Me he dado cuenta de que lo mejor es dejarle las cosas claras desde un principio, sin la necesidad de ser pesada.

—Yo solo me junto con personas geniales como yo —dice. Sonríe sin comentar nada sobre lo añadido por mi parte. Cierra la puerta y caminamos hacia la salida del instituto, donde se detiene para despedirse.

—¿Dónde lo esperarás? ¿A dónde irán? —vuelve a preguntar.

—Dios, cálmate un rato, ¿quieres? —le digo, volteándome hacia él.

—No, no quiero realmente. Es la primera vez que por la noche sales con un chico que no soy yo, o siquiera Chuck, si es que cuenta, y me tiene intrigado y preocupado —me suelta de un tirón, mirándome con una especie de súplica.

—Ay, no seas llorón, ya estoy grandecita, ¿no crees? —respondo, y es obvio que me burlo de su comportamiento. Lo entiendo perfectamente, pero me resulta algo cómico, es todo—. Lo esperaré aquí, donde todos puedan verme para probarte que no me va a secuestrar.

—No te burles de mí.

Simula hacer un lloriqueo, el cual se rompe con nuestras risas. Al cabo de unos segundos, alguien cerca de nosotros se aclara la garganta para llamar nuestra atención.

—Hola, Louis —saludo al rubio. Enseguida le pego un codazo al moreno para que haga lo propio.

—Hola, chicos. ¿Lista?

Asiento despidiéndome de mi más íntimo amigo y camino junto a Louis a su auto, bajo la mirada asesina de Floyd.

—¿A dónde vamos? —pregunto, ya montada en el auto rojo de Louis. Él tiene una mano en el volante y la otra en la palanca de cambio.

—A Raindale, a que tengas la mejor cita de tu vida —dice, manejando con dirección norte por entre las calles de Greenwood. Comienzo a tamborilear en la puerta del auto al compás de Read My Mind, de The Killers, que están tocando en la radio, resistiendo el impulso de tararearla.

—Alto ahí, solo para aclarar, esto no es una cita —digo, señalando nuestro entorno y a nosotros—. Te dije que, primero, muerta antes de tener una salida romántica contigo.

—¿Es en serio? Bailamos juntos, ahora salimos juntos y vamos a ir a una fiesta, también juntos ¿Cómo no va a ser una cita? —objeta, indignado—. ¿Cómo le llamas a esto?

—Salida de amigos. ¿A dónde me llevas de todos modos? —digo, ahora que acabamos de dejar atrás el letrero que indica el límite de la ciudad—. Eso de que tendría que estar muerta… No planeas matarme en las afueras para que nadie me encuentre, ¿verdad? Porque ya es la segunda vez en veinticuatro horas que alguien me lleva a un sitio lejano.

—¿Salida de amigos? Eres cruel, Verónica Boltron, eres cruel. Y no planeo matarte. Voy a llevarte a un lugar al que mi abuela Judy solía ir cuando era adolescente —explica, mientras vamos por la carretera.

—¿Por qué hasta allá? Y si es un lugar donde tu abuela iba hace, ¿cuánto? ¿Sesenta o setenta años? Debería estar muy cambiado, ¿no?

—No, que yo sepa. Créeme, te va a gustar —insiste, con una sonrisa confiada surcando su rostro.

—¿Y por qué tu familia vive en Greenwood y tu abuela andaba por Raindale? —pregunto, cuando cruzamos el cartel que anuncia la entrada a la ciudad vecina.

—Sinceramente no lo sé, tendría que preguntarle más a mi abuela sobre las cosas que hacía en esos años, tiene muchas historias, seguro que te gustarían.

No debería hablar de ciudad, pues es muy pequeña, pero tampoco lo es tanto para ser un pueblucho. Es un lugar muy pintoresco que queda al norte de Greenwood. La entrada por la que nosotros vamos es la más cercana a las casas grandes y caras, más al centro están las áreas de trabajos, negocios, centros y todo lo que hay en una ciudad normal. No sé lo que hay después, nunca he ido, pero Raindale en sí tiene instalaciones muy bonitas y civilizadas, aunque la historia dice que antes era una sociedad muy dividida.

Pasamos por lo que es la calle denominada “La calle de los negocios” y se detiene frente a uno de los locales.

—¿Un diner? ¿Cómo siquiera preservan este lugar? —pregunto bajándome del auto al mismo tiempo que él.

—No tengo idea, pero cuando mi abuela me trajo aquí de pequeño dijo que seguía tal como ella lo recordaba —responde, instalándose a mi lado—. Ahora vamos, tengo el presentimiento de que te gustará este lugar —dice, poniéndome la mano en la espalda para guiarme.

Cuando llegamos a la fiesta eran cerca de las diez de la noche. Lo pasé bastante bien con Louis en la tarde. El chico puede ser realmente interesante cuando quiere, aunque estoy completamente consciente de que sigue siendo el chico egocéntrico, arrogante y coqueto que busca desesperadamente la atención de las chicas que le suponen un reto. Lo normal es que le resulten las conquistas ya que al final de cuentas es un encanto. Y es un gran amigo, por lo menos si es que uno quiere conocerlo de esa manera.

Todo tiene que ver con la manera como se ven las cosas. Yo lo veo como un amigo, nada más.

Y creo que en el fondo, él lo sabe, pero si no siguiera intentándolo no sería Louis Tomarelli McCoy.

—¿Vas a bailar conmigo esta noche de nuevo? —me pregunta cuando estamos dentro del ascensor junto con otro grupo de chicos.

—No lo sé, tal vez. Tendrás que averiguarlo —le digo, con una sonrisa. Las puertas de la caja metálica se abren y todo el grupo se aproxima al guardia frente a la puerta que esconde el origen de toda la música que la atraviesa.

Louis le muestra la muñeca, donde lleva atado el pañuelo de color rosado y yo le muestro mi bandana amarrada en la misma parte que la noche anterior. Después, él le enseña una tarjeta similar a la de Floyd, solo que con la esquina del color de la tela.

El hombre nos deja pasar y la música me golpea como una ráfaga de viento. En vez de ir a la barra como ayer, me dirijo directamente al sector de juegos con Louis a mi lado, lugar donde encuentro solamente a Ralf y Mona comiéndose la boca, la chica hace un esfuerzo por enterrar la mano en los rubios cabellos de su novio, ya que por su baja estatura se nota que le está costando. De su costado sale Dan con una sonrisa y los interrumpe a ambos abrazándolos por los hombros.

—Vamos, chicos, no sean maleducados y saluden a nuestra reciente amiga —comenta, agitándolos. Ambos me dedican una sonrisa dudosa y continúan con lo suyo.

—Por ahí está lo que buscas.

El chico con los labios hinchados y los ojos azules encendidos por el deseo tras su sesión de besos, me señala un punto detrás de mí y Louis.

Me volteo para ver lo señalado y me encuentro a Floyd bailando, nada más y nada menos que con Mila, muy cerca y muy sensualmente. Sonrío con malicia, mientras me aproximo, consciente de que me va a querer asesinar porque los voy a interrumpir.

—Encuentro esto una falta de respeto.

Ambos se sobresaltan solo un poco al oír mi voz al lado de ellos.

—Comienzan a festejar sin mí.

—¿En qué momento llegaste? —pregunta el moreno, apartándose un poco de su acompañante, pues hay mucha gente como para apartarse de alguien siquiera un metro.

—Recién —contesta el rubio a mi lado. Floyd le lanza una mirada despectiva y luego se voltea hacia mí.

—¿Cómo te fue?

Casi me grita en el oído.

—Bien —me limito a contestar. Lo jalo del antebrazo y lo saco de entre la muchedumbre que baila, abriéndonos paso entre la gente con empujones y disculpas—. Ahora acompáñame a buscar algo para beber.

—¿Eso es todo lo que me vas a decir? —me reclama, una vez que llegamos a la barra. Me siento en un taburete y él toma asiento a mi lado. Después, le pide refrescos al barman.

—Vine aquí para bailar, no a despotricar sobre lo que Louis cree que es una cita —digo, dándole un sorbo a la pajita.

—Me dirás, ¿verdad? —sigue insistiendo. Mi amigo es demasiado protector cuando quiere.

Todavía recuerdo cuando, por primera vez, le conté que le hablaba a un fantasma. Se puso tan histérico que me dijo que tenía dos opciones para conservarlo como amigo: él se ofrecería para comprarme café y así mantenerme despierta o me secuestraría y me vigilaría durante la noche y compraría café para sí mismo. Al final lo convencí de que llevaba haciendo eso de conversar con Chuck desde los doce, aproximadamente; porque no fue hasta unos meses después de la primera vez que lo acepté completamente, y di por hecho que era un fantasma y que daño no me podría hacer después de todo.

Terminó por aceptarlo porque se dio cuenta de que yo no iba a ceder.

—Si tanto quieres saber, pero no acá.

Dejo el refresco en la mesa y me bajo de un salto. Tiro de la mano del moreno hasta la pista para que baile conmigo un rato. Me abraza y yo comienzo a mover las caderas en sintonía con la música.

Con mi mejor amigo nunca nos han importado los acercamientos físicos hacia el otro. No es que estuviéramos siendo sensuales constantemente, algo que no hay entre nosotros es sensualidad. Me refiero a que nos podemos cambiar de ropa sabiendo que el otro está en la pieza, pero no observando y siempre manteniendo la ropa interior, o a que muchas veces hemos llegado a dormir en la misma cama. Por lo que un simple baile entre los dos no nos produce extrañeza, ni menos incomodidad.

—¿Vas a bailar conmigo y dejar a Louis botado? Porque, por más que te quiera, prefiero bailar con Mila, es mejor bailarina que tú, aunque la idea de que lo dejes de lado no me molesta en absoluto —acota, cerca de mi oído sin detener su ritmo.

—Creo que se fue a saludar a sus amigos. ¿Te crees acaso que Louis Tomarelli venga a estas cosas solo? Porque te aseguro que no es así —le respondo sonriendo—. Además, no te preocupes si lo dejo solito, si hay algo que pude notar hoy, aparte de lo inesperado que puede llegar a ser ese chico, es que no se enoja por cosas así.

—¿Y eso te hace querer estar más cerca de su círculo de amigos? —pregunta, tratando de ocultar su seriedad, pero ya no hay nada que mi mejor amigo me pueda esconder.

—Considero a Louis un amigo, sí, pero nada más —puntualizo a la par que le pongo las manos en la nuca—. Que él sea mi amigo no quiere decir que quiero a los suyos, yo ya tengo los míos, además planeo robarte tu grupo —digo, burlona.

Esto último logra sacarle una sonrisa y puedo percibir como su cuerpo se relaja con mis palabras, lo veo en su rostro y en sus ojos. Siempre percibo la mayoría de las cosas por los ojos.

La gente dice que los globos oculares son las ventanas del alma. En mi caso lo encuentro cierto, pero hay excepciones. Charles es una, nunca lo he visto, pero escucho su voz y él es la persona o criatura que me enseñó que, a pesar de que las acciones son importantes, las palabras también significan mucho. También son una forma de comunicación después de todo.

Así que tomo las palabras y los ojos como las ventanas del alma. Al final de cuentas, soy una de esas personas peculiares que ven las cosas distintas y escuchan las más extrañas.

—Nadie puede robarme mis amigos, me aman —se defiende.

Mi amigo es egocéntrico, pero esto le resulta afectivo porque es divertido—. Puedes hacerte amiga de ellos, pero los conoces gracias a mí, ellos y el mundo me necesitan.

Todo el mundo necesita a un Floyd, para mi suerte solo hay uno, y lo tengo yo. Me digo a mí misma realmente agradecida de que esté a mi lado.

Hace mucho que no me reía tanto con alguien. Claro que con Mila y Charles me río, incluso también con Louis, pero con mi mejor amigo, la risa llega a otro nivel. Su espontaneidad y encanto es lo único que necesita para que consiga gustarles a todos y para sacarme sonrisas hasta el fin de mis días.

La noche se me pasa volando, pierdo completamente la noción de tiempo entre baile y juego. Los chicos me enseñaron a jugar billar, lo cual no me gustó mucho. No es que no me haya gustado la experiencia. Simplemente, el juego lo encontré muy lento y sin ningún sentido. Pero fue divertido verme hacer la prueba.

No bailé con Louis como él tanto deseaba, pero varias veces me encontré con él y seguimos conversando o jugando algún juego. También fue el rubio quien me llevó a casa y me dijo que luego me hablaba para ver si hacíamos algo el fin de semana, pero yo no estoy tan segura de eso. Me gusta como amigo y, por más mal que suene, a veces dos días, o noches, con puro Louis Tomarelli es suficiente por lo menos para mí. Por eso creo que durante el sábado y domingo solo voy a contestar sus mensajes, ya tendré tiempo de sobra cuando lo vea el lunes y todo el resto de los días.

Me tiré en la cama hecha polvo y ni siquiera tuve tiempo para cambiarme de ropa o sacarme lo poco que llevaba de maquillaje cuando me quedé completamente dormida, esperando para contarle a mi buen amigo como estuvo mi día, como me fue con Louis y en la fiesta.

Pero esa oportunidad nunca llegó, porque aquel viernes por la noche, por primera vez en cinco años, no tuve una parálisis y no hablé con Charles, por lo menos no mientras no podía mover nada más que mi boca.

Chicos de la noche

Подняться наверх