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01 ACTUALIDAD, MAYO 2019

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—Entonces, ¿tienes una cita hoy con la doctora Freeman? —pregunta Floyd frente a mí, engullendo su almuerzo de arroz con nuggets como si se lo fueran a quitar.

—Sabes que sí, las tengo todos los días —le digo. Él ríe tras mi respuesta antipática, le encanta molestarme.

—Si lo sé, solo que me encanta picanearte con el tema. Me parece tan estúpido que sigas yendo con ella cuando no hay solución, tampoco te hace daño, así que no es del todo un problema —vuelve a decir mi mejor amigo.

—Para mis padres es importante. Ellos saben que me paralizo desde pequeña, que es constante, todas las noches. Lo mejor es que piensen que pueden encontrar una solución química, ya que eso es lo que ellos creen que es, otro fenómeno como el insomnio —digo, sorbiendo el líquido por la pajita de mi refresco—. Tú eres el único que me cree y creería.

—Eso es porque soy parte del Club de los Locos Rebeldes... Y porque no me parece del todo una locura —dice, alargando las “O” en la palabra todo y terminando por sonreír ampliamente.

—¿Qué haría yo sin un amigo como tú? —pregunto con una sonrisa, bromeando.

—Serías la única en el club, pero sabemos que lamentablemente estamos atados a nuestras monótonas vidas.

—No te quejes de eso, gracias a mí tu vida es bastante más interesante —ataco, echando mi cabello hacia atrás como la diva que no soy. Hay que afrontarlo, soy todo un enigma y eso mantiene la vida de mi amigo interesante, o eso creía.

—Eso es al revés.

—Claro que no —sigo discutiendo.

—Claro que... —Floyd no alcanza a terminar de defenderse ya que suena el timbre. La hora del almuerzo ya ha llegado a su fin. Me levanto, recojo mis cosas y rodeo la mesa; al llegar al otro lado lo beso en la mejilla.

—Gané esta. Nos vemos, rebelde —digo, volteándome no sin antes revolver su negro cabello.

—Solo porque la dejo pasar, loca.

Hago una seña negativa moviendo mi dedo hacia atrás y camino por la cafetería dándole la espalda, con una sonrisa en mi rostro que nunca llegará a ver.

Al llegar al pasillo, ya he terminado mi refresco. Busco la aplicación de notas en mi teléfono. Está casi vacía en el día de hoy. Me desagrada no tener nada para contar por las noches.

—¡Verónica! —escucho que me llaman.

Me volteo con el sorbete en la boca buscando al dueño de la voz. Louis. Louis Tomarelli. Acaba de pasar a último año tras haber cumplido dieciocho en enero. Lleva cinco meses tratando de llamar mi atención, pero no le hago ni caso, soy solo una presa más y tampoco es como que me afecte. A ver, no es como si lo encontrara feo o desagradable de personalidad o físicamente; de hecho, su rizado cabello rubio, ojos verdes, pómulos angulosos y cejas pobladas, más su considerable estatura, lo hacen muy atractivo y no soy tan mensa para no ver que es encantador, pero a mí no me van esos que solo buscan a las difíciles. Él es agradable, pero no mi tipo.

—Verónica, ¿estás viva ahí adentro?

Me saca de mis pensamientos golpeándome con sus nudillos suavemente en la cabeza.

—Sí, Louis, estoy viva —me limito a decir. Damos unos pasos más hasta que en una esquina diviso un bote de basura y me apresuro a depositar mi vaso ahora vacío, dándole un último sorbo por costumbre.

—¿Qué te trae por aquí?

—Es que te perdiste en esa linda cabeza tuya. Respondiendo a tu pregunta, tú me traes por aquí, Rosita —dice, enroscando uno de mis alocados rulos con un dedo.

—No me digas “Rosita” —le indico. Me estresa que la gente se llame de cierta manera por su color de pelo, no logro entender cuál es el afán de eso, pero así es. Debí suponer que al teñirme de rosado las puntas de mi cabello negro iba a pasar algo así. Pero hasta entonces, eso me traía sin cuidado, ya que la única persona con la que hablaba en el instituto con la suficiente confianza para ponerme un apodo era Floyd, y él sabe que si me molesta, es mejor no hacerlo.

Todo eso hasta que capté el ojo de Louis.

—Vamos, es solo un apodo, no te me pongas así —me reclama el rubio por mi rudeza.

—Un apodo que no me gusta y te lo he dicho —replico con sinceridad. Se lo he mencionado, pero parece entrarle siempre por un oído y salirle por el otro—. Y créeme, para ti no me pongo de ningún modo.

Me arrepiento inmediatamente de lo dicho. Sonó muy distinto a cómo me sonaba dentro de la cabeza.

Mmm…, eso estará por verse —dice con picardía.

Hago girar los ojos, intentando imaginar que no le dio doble sentido, pero, naturalmente, es imposible. Un silencio se instala entre nosotros ya que parece no tener nada más que aportar y yo nunca hablo mucho cuando se trata de él, pero, para mi pesar, Louis recuerda algo.

—¿Qué vamos a hacer en la noche?

—Nada contigo, de eso puedes estar seguro —digo, en tono burlón.

—¿Por qué no? Siempre te invito y nunca quieres salir. —Hace un mohín con los labios, pero su vieja táctica para dar lastima no funciona conmigo.

—Ya tengo planes para esta noche —me limito a decir, de nuevo. Siempre me limito simplemente a decir cosas concisas, en vez de grandes argumentos cuando hablo con él.

—Déjame adivinar, mañana también y la siguiente, igual, y la que viene después, y después y después —reclama—. ¿Qué es lo que haces? ¿Te sientas a tejer o sales con alguien?

—No es algo que te incumba, pero ninguna de las dos.

Paro de caminar y me volteo hacia él.

—Ahora si me disculpas, tengo cosas que hacer.

Lo golpeo en el pecho a mano abierta y me dispongo a alejarme de Louis.

—¡Pronto conseguiré una cita contigo, ya lo verás! —grita, captando la atención de algunos alumnos.

—¡Sigue soñando! ¡Probablemente esté muerta antes de eso! ¡Trata de hacer que tu cerebro procese eso!

Me niego a salir con él, no me cae mal, ya lo he dicho, pero no estoy en busca de ninguna relación amorosa, menos con Louis. Espero que haya entendido eso de “no puedes salir con alguien muerto”. Probablemente le falten neuronas, aunque eso no sea muy difícil de descifrar.

****

—¡Por fin!

Escucho una voz conocida, al tiempo que cierro la puerta de la oficina de la doctora Freeman detrás de mí.

—Pensé que no ibas a salir nunca de ahí.

—¿Qué haces tú aquí?

Me sorprende encontrarme a Floyd por estos lados. Siempre aparece en los lugares más inesperados, y este, sin duda, es uno de ellos.

—¿Acaso uno ya no puede buscar a su amiga? ¿Esperarla para hacer algo luego? —inquiere dramáticamente—. Vine a buscarte, boba. Te he estado esperando bastante tiempo para ir a celebrar a algún lado —informa, poniéndose de pie y caminando conmigo hacia la salida.

—Idiota. ¿Qué celebramos? —pregunto extrañada. Que yo sepa no ha pasado nada tan importante que requiera una celebración, por lo que lo miro expectante.

—Nada en especial. Lo que sea. ¿Qué importa? El asunto es divertirse.

Caminamos uno al lado del otro hacia la salida del edificio, sonriendo.

—¿Estás drogado? Permíteme recordarte que tenemos clases mañana.

—No, ni drogado, ni tomado, ni nada. ¿Qué más da si tenemos clases mañana? Solo quiero sacarte una noche de casa. Solo una.

—¿Por qué tan repentino?

Me conduce hasta su auto azul, su color favorito, mientras trato de llegar al fondo de sus intenciones.

—Porque todas las noches te las pasas sola en tu cama. Lo he pensado hoy y es verdad que la parálisis no te hace daño, pero no creo que te haga del todo bien no hacer vida social. Sal a divertirte conmigo esta noche.

Hace una pausa mientras rodea el auto, abre la puerta y entra al vehículo. Cuando yo estoy dentro él continúa con su cháchara.

—Sabes que estoy y estaré siempre de tu lado en este asunto, y que de alguna manera te entiendo, pero por una vez que no le hables no te vas a morir, Verónica.

—Sé que no moriría, no soy estúpida. Comprendo tu opinión y por qué quieres que salga. Pero lo único que no entiendes es que no puedo salir, no puedo saltarme una parálisis ni una sola noche —explico, manteniendo la calma. Lamentablemente veo que mi amigo no puede hacerlo.

—¿Puedes decirme por qué no, entonces? Puedes confiármelo, después de todo, yo soy el que te creería —dice, tratando de convencerme, con la mirada fija en las calles, pero aun así noto el brillo de preocupación en sus ojos café claro, y el peculiar sentimiento de duda que siempre distingo cuando hablamos seriamente de esto, lo cual me permite abrirme con él sobre el tema.

—Porque me da miedo que, si paro una noche, él no vuelva —murmuro, pensando que si no lo digo en voz alta, entonces no es real. Me aclaro la garganta, tragándome el nudo que no me permitía hablar fuerte—. Me da miedo que de alguna manera pueda perderlo, Floyd.

—¿De verdad crees que por una noche que no la tengas no la tendrás más? —indaga el moreno, con el ceño ligeramente fruncido, alargando la mano derecha para el cambio.

—No lo sé, en realidad. Pero no me veo con el valor de arriesgarme. ¿Comprendes lo que intento decir?

—Creo que sí. Aunque te dejo en claro en este momento que esta no será la única vez que intente arrastrarte fuera de tu cueva, Verónica —dice él, aligerando el tono.

—No me queda ninguna duda de eso —reconozco tratando de sonar despreocupada. Lamentablemente, mis cambios de humor no son tan drásticos como son a veces los de Floyd—. Y yo te dejo claro: No me arriesgaré a perder a Charles, no sé si, después de todo, pueda afrontarlo.

Llena de dudas, prefiero mirar hacia el frente.

Chicos de la noche

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