Читать книгу Donde vive el corazón - Бренда Новак - Страница 11
Capítulo 6
ОглавлениеHacía mucho tiempo que Tobias no sentía «la magia» de la Navidad. Su madre nunca había tenido mucho dinero, pero, cuando no se gastaba lo que tenía en alcohol o en drogas, intentaba que las fiestas fueran especiales. De niño, a él le encantaba diciembre. Algunos años era la única vez en el año que recibía ropa nueva, algo que necesitaba porque creía muy rápido.
Después de entrar en la cárcel, diciembre se convirtió en el mes más difícil de todos. Los días eran más cortos y las noches, más largas, hacía frío y llovía, y el hecho de no poder estar en Navidad con Maddox y con su madre hacía que se sintiera como si su condena fuera a durar para siempre. A los presos les servían una cena un poco mejor de lo habitual el día veinticinco: jamón, maíz, una ensalada de gelatina, panecillos y patatas asadas y, de postre, un pedazo de tarta. Sin embargo, seguía siendo comida de cafetería, y no era buena. Y no había regalos, por supuesto.
En realidad, sí había regalos, pero no quería acordarse de ellos. En su primer año entre rejas, él había vuelto a su celda después de cenar y se había encontrado con una bolsa de caramelos sobre la cama. Eso podía parecer intrascendente para alguien que no conocía la cárcel, pero él era prácticamente un niño en ese momento y, allí, todo era un trueque, incluso los caramelos. No podía aceptarlos. Su compañero de celda le advirtió que, si lo hacía, sería como firmar un compromiso con el tipo que se los había dejado allí. Él había devuelto la bolsa inmediatamente y, una semana después, lo habían acorralado y le habían dado una terrible paliza.
Había tenido que luchar mucho para ser considerado alguien que no iba a permitir que lo victimizaran. Nunca había sufrido una violación, como había temido que iba a suceder durante sus primeros años, pero rechazar a los hombres que se le insinuaban le había costado caro. En una ocasión, había estado a punto de perder un riñón.
Trató de no acordarse. Si rememoraba las Navidades que había pasado en la cárcel, prefería pensar en el dinero extra que su hermano le ponía siempre en los libros. Enero era más tolerable gracias a que podía comprar algunas cosas en el economato.
De todos modos, se había pasado trece años temiendo las Navidades. Así pues, ir a patinar con Harper mientras sonaba la canción de Pentatonix Mary, Did You Know? por los altavoces era como una película para él. Seguramente, ella no estaría con él si supiera lo que había hecho y que había salido de la cárcel hacía cinco meses, pero se lo quitó de la cabeza. No iba a estropear aquella noche. Iba a olvidar aquel terrible incidente de la fiesta y lo que les había sucedido a Atticus y a él. Iba a fingir que era lo que ella pensaba que era: un tipo normal que iba a enseñarle a patinar sobre hielo.
–Lo estás haciendo fenomenal –le dijo mientras se agachaba para atarle los cordones. El patín derecho se le había desabrochado.
–¿Qué dices? –respondió ella, apoyándose en sus hombros para no caerse–. Has tenido que estar agarrándome todo el rato. No sabía que patinar sobre hielo fuera tan difícil. Al ver a los jugadores de hockey y a los patinadores parece que no cuesta nada.
–Solo hace falta acostumbrarse un poco, nada más.
–Si me caigo, te voy a hacer caer a ti también.
–No voy a dejar que te caigas.
Harper tenía las mejillas sonrojadas, y Tobias se dio cuenta de que su respiración se convertía en vaho cuando se levantó y le tomó de nuevo las manos.
–¿Tienes frío, o quieres que sigamos? –le preguntó.
Ella lo miró.
–No me digas que ya te has cansado.
–No, solo quería saber si no te estarás congelando.
–No, me lo estoy pasando muy bien. Me siento… feliz, como si fuera una niña.
–Pues vamos a seguir –dijo él, con una sonrisa.
Y, al ver que ella también le sonreía, Tobias sintió una suave opresión en el pecho. ¿Cómo era posible que Axel Devlin quisiera dejarla? No podía imaginarse que ningún hombre quisiera dejarla. Se alegraba de haberla llevado a la pista. Habían estado riéndose y hablando desde que habían llegado, así que, seguramente, ella no había tenido demasiado tiempo para preocuparse por su divorcio.
–Después de esto, me debes una taza de chocolate caliente –le dijo Harper, haciendo anillos con el vaho de la respiración mientras él la llevaba cuidadosamente por el hielo.
Él la miró.
–Creía que no querías que te vieran en público conmigo.
–Y no quiero. Pero es muy fácil hacer chocolate caliente. ¿No podemos tomar uno en tu casa?
A él le sorprendió que ella pensara en volver a su casa, y se encogió de hombros.
–Claro, ¿por qué no? Pero vamos a tener que parar en el supermercado, porque yo no tengo chocolate en casa.
–Seguro que nadie te lo ha pedido antes.
–No, es verdad. Pero, ahora que sé que te gusta, tendré un poco en el armario mientras estés en el pueblo.
Ella se tambaleó y estuvo a punto de caerse, pero él la enderezó antes de que tocara el hielo.
–¿Por qué estás siendo tan agradable conmigo? –le preguntó ella, de repente.
–Sé lo que es necesitar un amigo.
Harper se quedó callada, pero no apartó la mirada.
–¿Qué? –preguntó él.
–¿Y sí…?
–Continúa.
–¿Y si yo no volviera a casa de mi hermana esta semana?
–No me digas que estás pensando en ir a buscar a Axel, esté donde esté.
–No, solo estoy pensando que, tal vez, si no te importa, podría quedarme contigo.
A él le dio tos de la sorpresa, y estuvieron a punto de caerse los dos. Aquello era lo último que se esperaba. Harper había dejado bien claro que no estaba abierta a una relación.
–¿Y por qué ibas a hacer eso? –le preguntó cuando recuperaron el equilibrio.
–Porque quiero vivir un poco. Me casé muy joven y fui madre un año después. Siempre he llevado sobre los hombros la responsabilidad de cuidar a mis hijas y de todo lo que no estuviera relacionado con la música. Y tú haces que me sienta bien. Me gusta estar contigo. ¿Necesito más razones, aparte de esas?
Él hizo que se detuvieran y la tomó de los hombros.
–Harper, debes tener cuidado.
–¿De qué?
–Sería fácil pensar que… que sientes por mí algo más de lo que sientes en realidad. Por eso son tan comunes las relaciones por despecho después de una gran ruptura. Pero lo que sientes no es real, es solo una reacción psicológica al no tener nada que hacer después de estar en una relación íntima mucho tiempo. Es normal que trates de evitar el sentimiento de pérdida.
–Puede que no sea real, pero es un alivio. ¿Soy mala persona por querer olvidarme de todo? ¡Estoy cansada de sentirme mal!
–Lo entiendo, pero no podemos salir por ahí si eso te va a causar confusión.
–No me va a causar confusión.
–Pero yo estoy intentando ayudarte, no empeorar las cosas. Tener una aventura sería algo… Una completa irresponsabilidad.
–¿Y qué? ¿Por qué no puedo ser irresponsable por una vez? ¿Tener una aventura con un desconocido muy atractivo mientras mis hijas están fuera? Seguro que Axel no está de brazos cruzados por mí.
Él había estado en la cárcel durante casi todo el apogeo sexual de su vida. Al pensar en la posibilidad de acostarse con Harper durante una semana entera, sintió una lujuria muy poderosa. Se había sentido atraído por ella desde el primer momento, y esa atracción aumentaba a cada segundo que pasaban juntos. Sin embargo, no podían cruzar los límites que habían establecido. Ella no sabía quién era él, ni lo que había hecho. Y, cuando terminara su aventura, él no iba a querer que ella se marchara y lo dejara hundido. Estaba intentando protegerse de todo aquello que pudiera desequilibrarlo, y tenía la sensación de que Harper podía hacerle mucho daño.
–No deberíamos –dijo.
Ella bajó la voz.
–Estás diciendo que no quieres que me quede…
–No, no es eso.
–Entonces, tienes una novia o una mujer de la que no me has hablado.
–No, no hay nadie más.
–Entonces, ¿qué tenemos que perder?
Él podía perderlo todo: la pequeña dosis de control que había conseguido en su vida durante aquellos últimos cinco meses. Sin embargo, no tenía el valor de decirle que no. Entendía por qué quería Harper cambiar las cosas. Por lo que él había oído hasta el momento, ella siempre había sido la chica buena, y estaba harta de serlo.
–Puedes quedarte unos días si quieres –dijo Tobias por fin–. Pero yo duermo en el sofá.
–No es justo que te eche de tu cama –protestó ella–. Yo dormiré en el sofá. Solo necesito un cambio de ritmo, sentir que no estoy atrapada en un montón de reglas. Seguir las normas no me ha servido de nada.
Cuando él le había dado la rosa y su número de teléfono, no se imaginaba ni por asomo que terminaría teniéndola de compañera de apartamento, ni siquiera unos días. Pero, claramente, Harper terminaría por recuperar el sentido común.
Siguieron patinando una hora y, luego, de camino a casa, pasaron por un supermercado para comprar chocolate a la taza en polvo. Después de tomar una taza, ella no había cambiado de opinión. Le pidió que la siguiera en coche hasta casa de su hermana para recoger el cepillo de dientes y algunas otras cosas. Y, para que la cámara no la grabara y su hermana no supiera que no iba a estar en casa, no salió por la puerta principal, sino que saltó a la calle por una de las ventanas traseras y recorrió los callejones hasta que llegó al punto en el que le había indicado a Tobias que la esperara.
–No puedo creer que esté haciendo esto –murmuró, casi sin aliento, mientras subía a la furgoneta de Tobias.
Él había estado pensando en que iba a tratar de convencerla, otra vez, de que se quedara en casa de su hermana, pero ella parecía tan feliz y aliviada que no pudo hacerlo. Ya pensaría en alguna forma de evitar que se metieran en un lío.
Lo único que tenía que conseguir es que las cosas no fueran demasiado lejos.
Harper nunca había hecho algo tan temerario. Cuando convenció a Tobias de que se quedara en su habitación y él se acostó, ella se quedó despierta en el sofá de su pequeño salón, pensando en lo impetuosa que había sido al hacer la sugerencia de pasar una semana entera con un hombre a quien apenas conocía.
Pero, por muy raro que pudiera parecer, se sentía a salvo con Tobias. Parecía que entendía lo que era el dolor, y lo difícil que era recuperarse de un golpe como el que había sufrido ella. Y, cuando se imaginaba cómo sería estar sola en la enorme casa de su hermana, se alegraba del cambio de situación.
Allí no tenía ninguna tentación de llamar a Axel, y eso también era una ventaja.
Se acurrucó bajo el edredón que Tobias había quitado de su cama y olió su colonia. Entonces, por muy absurdo que pudiera parecer, supo que había tomado la decisión más acertada. Se sentía mejor que hacía mucho tiempo. Pero él tenía razón; sería un error acostarse juntos. Ella tenía demasiadas responsabilidades como para ser tan impulsiva.
Se levantó del sofá y sacó el teléfono móvil del bolso para ponerlo en modo vibración. Si su hermana o las niñas la llamaban temprano a la mañana siguiente, no quería que despertaran a Tobias.
Estaba dejando el teléfono sobre la mesa de centro cuando se fijó en el fondo de pantalla que había detrás de los símbolos de las aplicaciones. Era una fotografía de Axel y ella, de su época en la universidad, cuando todavía eran novios. Había llovido mucho aquella noche y había mucho barro, así que él la estaba llevando a caballito, y los dos estaban empapados, riéndose. El amigo que había hecho la foto se la había enviado hacía pocos meses, y como representaba los cimientos de lo que ella había construido en la vida, y aquello que estaba intentando salvar, lo había puesto de fondo de pantalla, como si su negativa pudiera cambiar la realidad.
Navegó por sus álbumes de fotos hasta que encontró una fotografía de ella con las niñas, sin Axel, y la puso de fondo.
Tuvo un terrible sentimiento de pérdida al ver desaparecer la cara de Axel de la pantalla. También estaba desapareciendo de su vida, y se estaba llevando consigo una parte muy importante de ella.
Pero no tenía más remedio que dejarlo marchar.
–¿Estás bien ahí? –le preguntó Tobias.
Era obvio que había oído sus movimientos.
Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, apagó el teléfono y volvió a acostarse en el sofá.
–Mejor de lo que estaría en ninguna otra parte. Gracias.
A Tobias le despertó un estruendo. Cuando abrió los ojos, se encontró a oscuras, tratando de comprender lo que había oído. Pensó que era otra de sus muchas pesadillas. Aunque nunca se lo había contado a nadie, ni siquiera a Maddox, muchas veces soñaba con que estaba de nuevo en la cárcel y tenía que luchar por defender su vida. Había un preso en concreto que le había causado muchos problemas durante los primeros tres años. Se llamaba Rocco Stefani y lo había atacado con una navaja. Tobias había conseguido, de milagro, arrebatársela y girarla hacia él, y le había hecho daño suficiente como para que tuvieran que llevarlo a la enfermería y dejarlo allí dos semanas.
Después de eso, Rocco ya no había vuelto a amenazarlo, pero a los dos les habían alargado tres años la condena por el incidente.
–¿Tobias?
Aquella voz femenina y su tono de incertidumbre le recordaron de repente dónde estaba. No estaba en la cárcel. Estaba en su casita alquilada de Silver Springs y tenía a la exmujer de la estrella del rock Axel Devlin en el sofá de su salón.
Volvió a oír el ruido que lo había despertado. Gritos y maldiciones. Eran Uriah y Carl.
–¡Hijo de puta! –exclamó, y se levantó de un salto.
–¿Qué ocurre? –preguntó Harper, con miedo.
–Quédate aquí y cierra con llave cuando yo salga. Me parece que mi casero tiene una pelea con el idiota de su hijo.
Se puso los pantalones vaqueros y salió corriendo, descalzo, hacia la casa principal.
La luz estaba encendida, pero no se oían más gritos.
–¿Uriah? –preguntó, abriendo la puerta trasera. Entró en la cocina sin llamar.
No hubo respuesta. Oyó un portazo y se encaminó hacia el salón, pero, de repente, Uriah le bloqueó el camino con las manos levantadas para indicarle que se calmara.
–No pasa nada, Tobias. No pasa nada.
Tobias trató de mirar más allá de Uriah para ver a Carl.
–¿Qué ha pasado?
–Nada que… Yo me encargo –dijo el anciano. Estaba muy pálido, y Tobias se dio cuenta de que tenía un hilo de sangre en la comisura del labio.
–¿Te ha pegado? –le preguntó a Uriah, con una súbita furia.
–No, me he tropezado y me he golpeado contra el marco de la puerta.
–Pero por su culpa, ¿no?
Uriah se quitó la sangre de la boca con una mano temblorosa.
–Tiene… problemas emocionales. No es normal.
–Eso era lo que me preocupaba –dijo Tobias. Intentó pasar al salón, pero Uriah lo agarró del brazo.
–Por favor, no empeoremos las cosas.
–¿Qué cosas?
Tobias oyó el ruido de un motor. Se zafó de Uriah para ir hacia la puerta principal, pero, cuando llegó al porche, Carl estaba saliendo con su coche como si fuera un loco. Estuvo a punto de chocar con otro coche al incorporarse a la autopista.
–¿Adónde va? –preguntó Tobias.
Uriah se dejó caer en su butaca con un suspiro.
–No lo sé. Solo me alegro de que se vaya.
–¿Quieres que vaya a buscarlo y lo traiga para que se enfrente a la responsabilidad de lo que haya hecho?
Uriah se tapó los ojos con una mano y no respondió.
–¿Uriah?
–No. No serviría de nada. No cambiaría. Es así desde niño.
Tobias tenía tanta adrenalina en la sangre que quería ir a buscar a Carl.
–¿Qué ocurrió?
–Tiene un viejo amigo que vive en el pueblo, Derrick Jessup. Derrick fue una mala influencia. Siempre ha sido problemático. Todavía vive en casa de sus padres y casi nunca tiene trabajo. Lo que ocurrió fue que Derrick llamó a Carl para quedar en un bar. Carl me pidió dinero, y yo no estaba dispuesto a dárselo.
–Y, entonces…
–Entonces lo sorprendí cuando me estaba registrando la cartera mientras yo dormía e intenté impedirlo. No pienso dejar que me robe.
–¿Y te golpeó?
–No. Empezó a gritar y a tirar cosas. Yo estaba intentando pararlo y me tropecé.
–¿Te ayudó por lo menos?
–Al ver la sangre, salió corriendo.
Tobias salió al porche y escuchó con atención los ruidos para averiguar si Carl había vuelto. Al ver que todo permanecía en silencio, volvió a entrar, cerró la puerta y echó la llave.
–¿Se ha llevado sus cosas? ¿Se ha ido para siempre?
–Sus cosas siguen aquí.
–Eso significa que, probablemente, va a volver. ¿Puedo recogerlas y dejárselas en el porche?
–No tiene adónde ir, Tobias. Le han echado de otro trabajo y lo han desahuciado.
–Pero es peligroso que se quede aquí. No es una persona estable. Quién sabe qué puede llegar a hacer.
–Es mi hijo –dijo Uriah.
Tobias tuvo la tentación de decirle que eso no importaba. Carl no debería volver a entrar en aquella casa.
Pero no era su casa, y no era su decisión.
Se mordió la lengua, porque no quería ponerle las cosas aún más difíciles a su casero. Fue a la cocina y preparó una bolsa de hielo, la envolvió en una toalla y se la dio a Uriah.
–Toma, ponte esto en la cara.
Uriah no respondió.
Tobias se agachó delante de él.
–Uriah…
Entonces, el anciano miró a Tobias.
–Soy demasiado viejo para esto.
Tobias quería darle la razón, pero sabía que Uriah debía de estar sufriendo mucho. Maddox y él sentían lo mismo con respecto a su madre. Deberían haberla sacado de sus vidas hacía mucho, pero la familia era la familia, así que seguían intentando que ella cambiara y mejorara.
Le agarró suavemente el brazo a Uriah.
–¿Vas a estar bien?
–Creo que sí.
–¿Me vas a llamar cuando vuelva?
Por fin, Uriah tomó el paquete de hielo.
–¿Para qué?
–Me gustaría hablar con él, aclararle unas cuantas cosas.
Uriah recuperó un poco del sentido del humor y sonrió con ironía.
–Vaya, eso suena como si quisieras amenazarlo.
Tobias sonrió mientras se incorporaba.
–Exacto. Tiene que saber que lo va a pagar caro si vuelve a hacerte daño.
Uriah se puso serio.
–¿Por qué la gente hace las cosas que hace?
Tobias cabeceó.
–Ojalá lo supiera.
–¿Tobias? –preguntó una mujer.
Era Harper. Él había dejado la puerta de la cocina abierta de par en par, y ella había entrado por la parte trasera.
–¡Estamos aquí!
Ella apareció en la puerta del salón.
–¿Va todo bien? –preguntó, con el ceño fruncido.
Él se puso en jarras y miró alternativamente a Uriah y a Harper.
–Por ahora –dijo.