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Capítulo 3

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Sábado, 7 de diciembre

Al día siguiente, por la mañana, llamó Axel. Harper se había levantado y se había lavado los dientes. Al ver su cara en la pantalla, se emocionó, y detestaba aquel sentimiento, pero no podía evitarlo. Él siempre había sido el amor de su vida. Nunca se hubiera imaginado que iba a tener que vivir sin Axel, así que nunca se había preparado para esa posibilidad y, seguramente, ese era el motivo por el que el divorcio la había dejado tan hundida.

En el documental que habían hecho juntos, Axel le había dicho a todo el mundo que ella era la mejor persona que conocía. ¡Y eso había sido solo doce meses antes! ¿Cómo era posible que todo se hubiera desmoronado desde entonces? ¿Qué había pasado con eso de tener siempre en mente lo que era importante en la vida, tal y como se habían prometido el uno al otro desde el principio?

Al final, Axel había perdido esa perspectiva.

¿O acaso era culpa suya? Él decía que ella no lo estaba apoyando lo suficiente. Que no entendía todo lo bueno que podía hacer en su carrera, y tenía algo de razón. Todos los veranos, Axel daba un concierto benéfico para el hospital St. Jude y recaudaba un millón de dólares. Para conseguir tanto público, él tenía que escribir, actuar y promocionar su música. Ella se sentía egoísta por anhelar su atención. Sin embargo, durante los largos días y las largas noches que había pasado cuidando a solas de sus hijas, se habían distanciado el uno del otro.

Se prometió a sí misma que no iban a discutir, dijera lo que dijera Axel. Cerró silenciosamente la puerta del dormitorio para que Karoline no pudiera oír la conversación. Todos estaban en la cocina desayunando las tortitas que Terrance preparaba los sábados por la mañana, y ella quería tener intimidad.

–¿Sí? –preguntó, tratando de que su voz sonara alegre, algo que le costó un esfuerzo considerable.

–¿Harper? ¿Cómo estás?

«No demasiado bien», pensó ella. Sin embargo, él no quería escuchar sus quejas. A medida que se había hecho cada vez más famoso, ella había dejado de ser importante para él. Y, cuanto menos importante se volvía, más había intentado recuperarlo y llevarlo al mismo punto en el que estaban antes, y más lo había agobiado. Era un círculo vicioso terrible.

–Muy bien –le dijo–. ¿Y tú?

–Agotado –respondió Axel, con un suspiro–. Este tour me está pasando factura.

–Te dejas la piel en cada concierto –le dijo ella, y era cierto. Admiraba su ética de trabajo, la enorme cantidad de energía que les dedicaba a sus fans. Era un intérprete excelente.

–¿Qué tal están las niñas?

Estuvo a punto de responder que echaban de menos a su padre y que querían que volviera tanto como lo deseaba ella misma, pero, de nuevo, se contuvo. Él iba a tomárselo como una crítica, y no iba a volver a llamarla si ella hacía que se sintiera culpable.

–Se lo están pasando muy bien con sus primas –le dijo.

–Me alegro. ¿Les gusta el nuevo colegio?

–Sí, en general, sí. ¿Cuándo vuelves a Estados Unidos?

–Me parece que no va a ser hasta mediados de enero.

–Ah, ¿es que tienes más conciertos, o…?

–No, es que tengo que ocuparme de la promoción ahora que estoy al otro lado del charco.

–Ah, claro. La promoción es importante.

Hubo una breve pausa, y se arrepintió de haberlo dicho en un tono tan mecánico y poco sincero.

–¿Lo dices con sarcasmo? –le pregunto Axel.

Ella carraspeó.

–No, en absoluto. Es solo que…, como Navidad es dentro de dos semanas…, estaba pensando en que Everly y Piper se pondrían muy contentas si llegaras antes de lo que habías planeado, y no más tarde.

–Ojalá pudiera, pero no tiene sentido estar volando de un lado a otro. Los viajes me están matando. Ya sabes lo nervioso que me pone volar. Para venir aquí tuve que tomarme un Xanax.

Era difícil sentir empatía. Estaba entumecida y, cuando el entumecimiento cesaba, sentía tanto dolor que lo echaba de menos.

–Se lo diré. Les diré que volverás lo antes que puedas.

–Te lo agradezco. Mira, te voy a hacer una transferencia a tu cuenta para que les compres los regalos de Navidad de mi parte.

Ella se miró al espejo que había sobre la cómoda. Vio sus propias ojeras, su cara demacrada.

–¿Qué quieres que les compre?

–Lo que pidan.

Él no sabía lo que querían sus hijas, y no parecía que le importara demasiado.

–De acuerdo.

–Ah, y a mi madre le gustaría ver a las niñas. Me ha preguntado cuándo vas a volver a Colorado.

Entonces, ¿él había llamado primero a su madre? Harper sabía que ella tampoco estaba muy contenta con el divorcio, pero, tal vez, fuera mejor actriz.

–Todavía no lo sé.

–Bueno, pues, entonces, ¿podrías llamarla? Que hable con las niñas un rato. Creo que no se esperaba que estuvieras fuera tanto tiempo.

–Claro –dijo ella a duras penas.

Karoline llamó a la puerta.

–¿Harper? ¿Por qué tardas tanto? Casi hemos terminado de desayunar.

–¡Ahora mismo voy! –gritó Harper. Después, le dijo a Axel–: Tengo que colgar. O…, si tienes un segundo, iré a avisar a las niñas.

–No, ahora, no. Tendré que llamar después. Llego tarde a una reunión con el coordinador de redes sociales.

Ella tuvo que morderse la lengua para no decirle que sus hijas eran más importantes que el coordinador de redes sociales.

–De acuerdo –respondió.

Aquel no era el mismo hombre con el que se había casado. El Axel del pasado siempre hubiera puesto a su familia por delante. Aquel hombre solo era un extraño preocupado que no las conocía bien, ni a ella ni a sus hijas, y a quien no le importaban.

Karoline volvió a llamar a la puerta y abrió.

–¿Harper?

Harper se despidió rápidamente y colgó. Se giró hacia su hermana, y le dijo:

–Lo siento, me he entretenido. Ya voy.

Karoline frunció el ceño.

–Era él, ¿verdad?

Harper vaciló, pero, al final, asintió.

–¿Y qué te ha dicho?

–Que va a transferirme dinero a la cuenta para que les compre unos regalos a las niñas.

–¿De su parte?

–Sí.

–Qué detalle.

Harper pasó por alto el sarcasmo. Ya tenía suficiente con la conversación que acababa de mantener con Axel.

–Vamos a desayunar.

Karoline la tomó del brazo cuando ella intentó salir de la habitación.

–Estaba pensando en llevar a las niñas a Los Ángeles.

–¿A tus niñas?

–Y a las tuyas.

–¿Para qué?

–A Disneyland.

–¿Cuándo?

–Hoy.

–Pero… ¡si el viaje a Orange County dura dos horas! Cuando lleguemos, ya se habrá pasado la mitad del día.

–No iríamos a Disneyland hasta mañana. De hecho, puede que esperemos hasta el lunes. Habrá menos gente.

–Entonces, ¿por qué quieres salir hoy?

–¿Y por qué no? La última vez que fuimos de viaje todos juntos fue en junio.

–Ah, así que la idea es quedarse. ¿Cuántos días?

–Cinco o seis días. Una semana. Podríamos ir también al zoo de San Diego, a La Brea Tar Pits, de compras a Rodeo Drive… Hay muchas cosas que hacer.

–Pues voy a hacer la maleta.

Su hermana la miró significativamente.

–Solo tienes que hacer la maleta si quieres venir con nosotros.

Harper la miró con asombro.

–¿Qué quieres decir?

–Terrance tiene vacaciones, así que es un buen momento para nosotros –respondió su hermana–. Queremos llevarnos a Everly y a Piper sin ti, y que tengas la oportunidad de recuperarte. Me da la sensación de que te va a venir muy bien.

La idea de quedarse sola, de poder pasar unos días sin tener que estar fingiendo delante de las niñas todo el tiempo que las cosas iban perfectamente, era toda una tentación.

–¿Seguro que no pasaría nada? –le preguntó a su hermana.

Parecía que su hermana sí estaba muy segura.

–Claro que no. Nos encantaría que tuvieran buenos recuerdos con sus tíos Karoline y Terrance, y con sus primas.

Axel podía estar fuera semanas enteras, perderse cumpleaños y fiestas, pero no se sentía culpable. Y ella no era capaz de faltar a unas vacaciones de unos cuantos días en Disneyland sin tener la sensación de que les estaba fallando a sus hijas.

–¿Y no debería ser yo también parte de esos recuerdos?

–Tú deberías recuperarte mientras ellas están felices de vacaciones con nosotros.

A Harper se le formó un nudo en la garganta.

–Lo estoy intentando. Lo sabes, ¿no?

–Sí, lo sé –dijo Karoline, suavemente–. Y lo vas a conseguir, te lo prometo.

Harper asintió, aunque no estaba convencida del todo. Estaba demasiado herida.

–A propósito, ¿cuándo vuelve Axel? –le preguntó Karoline.

–Dentro de varias semanas.

–Piper cree que su padre va a darles una sorpresa para Navidad. Es lo que le ha pedido a Papá Noel. Me lo ha dicho varias veces.

Harper se imaginó la desilusión que se iban a llevar sus hijas. Ojalá hubiera una forma de evitarlo. O, al menos, de conseguir que lo entendieran.

–Hablaré con Everly y con ella y…, bueno, voy a intentar que no se decepcionen demasiado.

–Me parece bien, pero espera a que volvamos. No estropeemos el viaje.

Harper asintió.

–Gracias, Karol. Gracias por todo.

–Para eso están las hermanas –dijo Karoline.

Sin embargo, se preguntó si una semana serviría de algo. Hacía ya ocho meses que Axel le había dicho que quería divorciarse, y su ánimo no había mejorado nada.

Tobias pensó que se le iba a hacer muy largo el fin de semana. No hacía buen tiempo, así que no podía ir a montar en bicicleta ni a hacer senderismo. Pasó la mañana limpiando la casa y haciendo la colada. Después, no sabía qué hacer. Le hubiera gustado pasar la tarde arreglando el Buick con Uriah. Ya casi estaba listo para ponerlo a la venta. Iban a dividirse los beneficios, y la idea le emocionaba. Sin embargo, no quería quedarse allí si Carl todavía no se había marchado, y su Impala marrón aún estaba aparcado fuera. Decidió salir para que Uriah pudiera concentrarse en su hijo y para no tener que encontrarse con Carl.

Cuando se sentó al volante, pensó en ir a casa de Maddox. Le encantaba estar con Maya, su sobrina. Ella siempre estaba intentando dar con la receta de un nuevo tipo de galleta que poder vender en Sugar Mama, la tienda de galletas que tenía la madre de Jada en el pueblo, y lo utilizaba a él de catador. Sin embargo, le preocupaba pasar demasiado tiempo en casa de su hermano y no quería que Jada pensara que era un pesado. No quería hacer nada que pudiera estropear la relación que habían reconstruido Maddox y él.

Además, nunca sabía si Atticus, el hermano de Jada, iba a estar en casa. Atticus lo trataba bien. Como él también trabajaba en New Horizons, se veían de vez en cuando en el campus; también, cuando Jada y Maddox daban alguna fiesta, como cuando celebraron una para anunciar que su segunda hija iba a ser una niña, en mayo.

Sin embargo, esas ocasiones eran momentos difíciles para él. Le costaba mucho ver a Atticus sabiendo que él era uno de los que le habían dejado en silla de ruedas. Aquella noche horrible parecía muy lejana, pero aún no podía escapar de ella.

Así pues, en vez de ir a casa de su hermano, fue a The Daily Grind, una cafetería muy agradable, de ladrillo rojo con letreros en blanco y negro sobre los ventanales y con unos asientos de cuero muy cómodos. Como en Silver Springs no estaban permitidas las cadenas de establecimientos dentro del pueblo, no había Starbucks, ni McDonalds, ni ningún local de comida rápida. Solo había establecimientos familiares y, entre las cafeterías, The Daily Grind era la más concurrido. Siempre estaba llena de hípsters tecleando en su portátil, y aquella tarde no era una excepción.

Se tomaría una taza de café y se iría a la escuela. Pasaba mucho tiempo en New Horizons, ayudando en los entrenamientos de fútbol y enseñando a jugar al baloncesto a los estudiantes que estuvieran por las pistas, porque en la cárcel se había vuelto muy bueno en ese deporte. También patinaba con los niños en la pista de hielo nueva y enseñaba a los que estaban estudiando mecánica. A él lo habían encerrado antes de poder terminar el instituto, así que no tenía una educación tradicional universitaria, pero había aprovechado todas las clases que daban en la cárcel y había llegado a ser un buen mecánico. Podía arreglar casi cualquier clase de vehículo y esperaba, algún día, poder montar su propio taller.

Después de pedir, se sentó a una mesa en la que se habían dejado un periódico. Cuando estaba abriéndolo para leer la sección de deportes, el camarero de la barra llamó a alguien.

–¡Harper!

Él alzó la vista y se encontró con Harper Devlin, la mujer a la que había visto en Eatery la noche anterior.

Vaya coincidencia, volver a encontrarse con ella tan pronto.

Ella no oyó al camarero. Estaba alejada de la barra, mirando al infinito, completamente distraída.

Entonces, Tobias se dio cuenta de que estaba sonando una canción de Pulse. Axel Devlin estaba cantando I Will Always Love You. ¿Habría escrito aquella letra para ella?

–¿Harper? –volvió a decir el camarero de la barra.

Ella no reaccionó. Estaba completamente absorta.

Tobias dejó el periódico, fue a la barra y agarró su bebida. Sin embargo, ella no lo vio ni lo oyó cuando se acercaba.

–Eh, ¿estás bien? –le preguntó Tobias, dándole un suave codazo mientras le mostraba su café.

Ella se sobresaltó y, por fin, lo miró. Él se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas, pero ella pestañeó inmediatamente.

–Tú –dijo al reconocerlo.

Tomó su café, y él se metió las manos en los bolsillos.

–Sí, yo. Pero no te preocupes, no te estoy siguiendo. He oído que el camarero te llamaba, he mirado y te he visto.

Ella ni siquiera sonrió.

–Gracias.

–¿Estás bien? Porque me parece que te convendría sentarte un minuto y relajarte, y yo tengo una mesa –dijo, y la señaló.

Ella siguió mirándolo a él y tomó un poco de café.

–Un hombre tan guapo como tú nunca es tan inofensivo.

Él oyó que el camarero lo llamaba por encima de su conversación y de la de todo el mundo. Su café estaba preparado.

–¿Cuánto tiempo vas a quedarte en el pueblo? –le preguntó él.

–No mucho. Solo unas semanas.

–¿Y qué daño podría hacerte conocerme durante tan poco tiempo?

–Ya estoy hecha polvo. Dudo que conocerte pudiera hacerme más daño –reconoció ella.

–Entonces, ¿qué tienes que perder? –le preguntó él. Le tendió la mano y le dijo–. ¿Me enseñas tu teléfono?

Ella lo sacó de su bolso y, con escepticismo, se lo tendió a Tobias. Después, se quedó mirando cómo añadía su nombre y su número a la lista de contactos.

–Hoy te dejo tranquila. Quédate con mi mesa. Pero, si necesitas un amigo mientras estés aquí, tienes a alguien a quien llamar –dijo él.

Después, recogió su café y salió del local.

Donde vive el corazón

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