Читать книгу Donde vive el corazón - Бренда Новак - Страница 9

Capítulo 4

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Por lo menos, ya sabía cómo se llamaba. Harper se guardó el teléfono en el bolso y se acercó a la ventana de la cafetería para poder ver cómo se marchaba Tobias Richardson. Tal vez se diera la vuelta para mirarla, pero… no. No lo hizo. Tomó un sorbo de café mientras caminaba hacia el aparcamiento y desapareció.

Ella se giró para ir a la mesa que él había dejado libre, pero vio que se le habían adelantado. Una chica joven estaba apartando el periódico para colocar su ordenador portátil sobre la mesa.

–¿Eres la mujer de Axel Devlin? –le preguntó alguien a su espalda.

Harper se estremeció mientras se daba la vuelta para ver quién le había hecho la pregunta. Durante aquellos últimos meses ya no sabía cómo responder. O, más bien, no quería responder. Al principio, porque pensaba que Axel iba a cambiar de opinión y no se iba a divorciar. Y, ahora, porque su divorcio era casi un hecho, y le avergonzaba haber fracasado. No quería ser la exmujer de Axel. Teniendo en cuenta que había intentado ser la mejor esposa y madre que podía, nunca hubiera pensado que iba a ser la exmujer de alguien.

Consiguió sonreír y asintió.

–Sí –dijo. Aún le quedaban dos días antes de que aquello fuera mentira, así que iba a aprovecharlos–. Bueno, me están esperando. Tengo que irme –murmuró, y se abrió paso entre la gente antes de que la muchacha que la había interpelado pudiera decir algo más.

Caminó con la cabeza agachada para no llamar la atención de nadie más y se metió en el Range Rover, donde estaba segura. Después, fue a casa de su hermana. Allí no tenía que preocuparse de las preguntas indiscretas, de las miradas de curiosidad ni de las sonrisas de lástima de los que ya estaban al corriente de su divorcio. Estaría completamente sola.

Sin embargo, ahora que sus hijas y la familia de su hermana se habían marchado, no estaba segura de sentirse mejor a solas, y ese era el motivo por el que había ido a la cafetería, para empezar.

¿Tienes cosas que hacer esta noche? Si no, ¿podrías venir a la tienda? Quiero que pruebes mis nuevas galletas. Creo que con estas he dado en el clavo.

Tobias sonrió al leer el mensaje de Maya. Acababa de llegar a casa después de pasar la tarde patinando con algunos estudiantes en New Horizons. No había patinado sobre hielo demasiadas veces cuando era pequeño, puesto que había nacido en la soleada ciudad de Los Ángeles y, además, en la pobreza, así que no había tenido demasiadas oportunidades de ir a pistas de hielo. Sin embargo, patinar con patines se le había dado muy bien desde el principio, y la habilidad se había transferido fácilmente. Se le daba tan bien, que lamentaba no haber tenido la oportunidad de jugar al hockey o a algún deporte organizado cuando era niño. La cárcel le había arrebatado una parte muy grande de su vida.

Sin embargo, no podía compadecerse de sí mismo. Por su culpa, Atticus tampoco podía hacer ningún deporte que requiriera el uso de las piernas. Y ese era el motivo por el que no iba a acercarse a la tienda. Nunca sabía cuándo iba a encontrarse con Susan, la abuela de Maya y madre de Jada, que era la dueña de Sugar Mama. Susan lo odiaba. Una noche, en agosto, había ido a su casa y lo había atacado físicamente. Él sabía que se merecía eso y más; no la culpaba por sentir tanta ira y tanto dolor. Pero eso no significaba que fuera a arriesgarse a que ella volviera a atacarlo.

Mientras estaba mirando la pantalla del móvil tratando de decidir si merecía la pena correr ese peligro por Maya, Uriah tocó la ventanilla del coche.

Tobias se sobresaltó. No lo había oído acercarse.

–Eh, ¿qué tal? –le preguntó después de bajar la ventanilla.

–¿Te gustaría venir a cenar? Hazel Saunders me ha traído una cazuela de tacos deliciosa, y la tengo calentándose en el horno.

Tobias no era de los que se perdían una buena comida casera. Su madre nunca se molestaba en cocinar para ellos cuando eran pequeños y, después, había pasado trece años comiendo la porquería de comida de la cárcel. Así pues, disfrutaba mucho de la comida. Además, tenía hambre. Sin embargo, por el rabillo del ojo vio un movimiento y se dio cuenta de que Carl estaba observándolos desde las sombras, y vaciló.

Uriah solo quería ser agradable e incluirlo en su plan. Tobias no quería que actuara por obligación cuando, además, tenía la oportunidad de disfrutar del hecho de comer con su hijo después de haber pasado tantos años separados. Lo más importante era que pudieran recuperar su relación.

–Me encantaría, pero tengo otros planes –le dijo–. Maya ha inventado otra galleta. Quiere que vaya a la tienda y la pruebe.

Uriah asintió comprensivo, como si supiera que Tobias estaba intentando no molestar.

–¿Seguro que no quieres comer un poco antes de irte? Hay mucho…

–No, ya comeré algo en el pueblo. ¿Necesitas que te compre algo, ya que voy a ir al centro?

La plantación de frutales en la que vivían estaba solo a diez minutos de un supermercado. No era demasiado difícil ir a la compra. Sin embargo, a menudo se hacían aquel tipo de favores el uno al otro.

–Estaría bien que trajeras un par de litros de leche, si te acuerdas.

–Por supuesto que sí –dijo Tobias, y fingió que no veía que Carl lo estaba fulminando con la mirada desde el porche.

Cuando llegó a Sugar Mama, miró bien por todo el callejón de la parte trasera para asegurarse de que el coche de Susan no estaba allí. Después, aparcó al final de la calle, para que nadie viera su furgoneta enfrente de la tienda. Estaba saliendo cuando le llegó un mensaje al teléfono móvil.

Supuso que era de Maya para preguntarle si iba a ir o no, ya que no le había respondido a su primer mensaje. Sin embargo, al mirar la pantalla, vio que era de un número desconocido.

No debería llamarlo, ¿verdad?

¿Llamar a quién? Como no había introducción, ni prefacio para aquella frase, pensó que alguien se había equivocado de número. Sin embargo, recordó que le había dado su teléfono a Harper Devlin aquella mañana.

Pero… no podía ser ella, ¿verdad?

¿A quién no deberías llamar?

Tecleó aquella pregunta cuando, en realidad, debería haberle preguntado quién era.

A Axel.

Él se quedó asombrado. Sí, era Harper. Se había puesto en contacto con él. En vez de ir a la tienda, se apoyó en la furgoneta y empezó a responder.

Ya sabes que, al enviarme un mensaje, me has dado tu número.

Sí, pero no sabes dónde vivo. Además, dijiste que no eras un peligro.

Defíneme «un peligro».

Algo que representa una amenaza para mi bienestar.

Entonces, no, no soy un peligro.

Hubo una larga pausa. Después, ella escribió:

¿Y según qué definición eres un peligro?

Él no respondió. Si quería ser su amigo, no podía decirle que había estado en la cárcel. Ella no necesitaba saber eso.

No, no deberías llamar a Axel. En absoluto.

¿En absoluto? Vaya, qué categórica es tu respuesta, ¿no? Explícame por qué. Creo que es lo que necesito oír.

Has tenido que preguntármelo, ¿no? Eso significa que estás intentando resistirte y, si estás intentando no hacerlo, es porque sabes que no debes llamar.

Es que lo echo tanto de menos…

Ve a estar con tus hijas y deja de pensar en él. O volverá, o no. Que él lo decida.

Estoy segura de que no va a volver. El divorcio será firme dentro de dos días. Y no parece que le importe lo más mínimo.

Pues, entonces, él se lo pierde, Harper. Tú sigue avanzando paso a paso. Al final, te recuperarás y estarás bien sin él.

No me parece posible. De todos modos, ahora no puedo estar con mis hijas. Están en Los Ángeles con mi hermana y su marido.

¿Hasta cuándo?

Hasta el fin de semana.

Entonces, ¿estás sola?

Sí, toda esta semana.

Puedes pasarlo mal con tanto tiempo a solas. ¿Por qué no te has ido con ellos?

Creía que quería estar sola. Que necesitaba algo de tiempo para pensar. Y mi hermana, también.

¿Pero no te está ayudando?

Hoy es el primer día y ya me estoy volviendo loca. Estoy a punto de llamarlo y suplicarle que vuelva conmigo.

Dime que no estás bebiendo.

¿Y qué tiene que ver eso?

Si estás bebiendo, caerás en la tentación.

No, no estoy bebiendo nada. Aunque se me ha pasado por la cabeza. Sería un alivio darme a la botella y dejar de sentirme así.

Pues piensa esto: lo único peor que llamarlo sería llamarlo borracha. Cuando se te pasara la borrachera, tendrías que pensar en lo que has hecho estando borracha.

Tienes razón. Y… ¿cómo puedo controlarme?

Piensa en otra cosa.

Eso es imposible. ¿Alguna vez has pasado por un divorcio?

No. Nunca he estado casado.

¿Por qué no?

Porque era un niño al entrar en la cárcel, y ahora solo llevaba fuera cinco meses.

Supongo que no he encontrado a la chica de mi vida.

¿Y tus padres? ¿Siguieron juntos?

Nunca estuvieron juntos.

¿Y quién te crio?

Mi madre, más o menos. No sé si podría llamársele «criar». Mi hermano y yo nos criamos solos.

¿Y tu padre? ¿No estaba con vosotros?

Ni siquiera me acuerdo de él.

Entiendo. Lo siento.

No te preocupes. No estamos hablando de mí.

Tú eres el que has dicho que debía pensar en otra cosa.

¿Soy la distracción?

Me dijiste que se te daba bien escuchar.

Eso es verdad. ¿Qué tal lo estoy haciendo por ahora?

Todavía no he llamado a Axel. Yo diría que es un éxito. ¿En qué trabajas?

Trabajo en New Horizons. Me encargo del mantenimiento, del jardín, de las reparaciones…

Se lo explicó para que no pensara que tenía un trabajo importante, ni la educación que había recibido su hermano que, recientemente, había conseguido el puesto de director del ala de niñas de la escuela. Aunque no tuviera intención de contarle los detalles más sórdidos de su vida, tampoco quería que pensara que era alguien que podía resultar interesante para ella.

New Horizons es el correccional que hay a las afueras del pueblo, ¿no? ¿Para niños problemáticos?

¿Debería decirle que él había sido uno de esos niños? ¿Que había terminado en un sitio mucho peor que esa escuela?

No. No era una conversación sobre él, sino sobre ella. Él quería ayudarla a superar aquel momento difícil de su vida. Él podía ser cualquiera.

La mayoría son buenos chicos que pasan por un mal momento.

Casualmente, miró hacia arriba mientras esperaba la respuesta de Harper, y se quedó helado. Atticus se acercaba a él por la acera.

–Vaya –murmuró. A menudo se preguntaba si era tan difícil para Atticus encontrarse con él como para él encontrarse con Atticus. Si así fuera, el hermano de Jada nunca le había dado ninguna indicación.

Tobias se metió el teléfono en el bolsillo y se apartó de la furgoneta.

–Hola, tío. Tienes buen aspecto –le dijo, mientras se saludaban, como de costumbre, con una palmada, un choque de puños y un medio abrazo.

–Tengo que agradar a las tías.

–¿Le has echado el ojo a alguien últimamente?

–No. Es difícil decidirse –bromeó Atticus.

–Será mejor que las mujeres de Silver Springs tengan cuidado –dijo Tobias, riéndose.

Sin embargo, aquel tema hacía que se sintiera aún más incómodo. No sabía si le había robado a Atticus su vida sexual, además de haberle robado la capacidad de andar. Y le espantaba pensar que pudiera ser así…

Ojalá pudiera deshacer lo que había hecho aquella noche.

Pero no podía. Tenía que vivir con ello. Y ese era el peor de sus castigos, peor incluso que la cárcel.

–¿Acabas de salir de la tienda?

–Sí. Maya me ha escrito un mensaje para que viniera a probar su nueva galleta.

–¿Y cuál es el veredicto?

–Que está buenísima.

–Debe de estarlo, si tu madre le deja que la venda en la tienda.

–Sí. Se vende tan bien, que mi madre está pensando en ofrecerla durante las fiestas, y Maya se ganará cincuenta céntimos por unidad vendida para su fondo de la universidad.

–Eso es genial por parte de Susan.

–Sí, no es tan mala –dijo Atticus, con ironía.

Atticus sabía cuáles eran los sentimientos de Susan hacia Tobias. La mayoría del pueblo lo sabía. Susan casi no se hablaba con su hija desde que se había casado con Maddox. Culpaba a Maddox casi tanto como a Tobias por lo que le había ocurrido a Atticus, ya que había sido Maddox quien había llevado a Jada y a Atticus a la fiesta aquella noche fatídica.

–No es mala en absoluto –dijo Tobias–. Ya lo sé.

–Claro, claro –dijo Atticus en broma–. Bueno, de todos modos, fue idea de Maya lo de poner galletas de helado en la carta el verano pasado y, desde entonces, la tienda va mucho mejor. Creo que mi madre piensa que está en deuda con Maya.

–Me alegro de que el negocio vaya mejor –dijo Tobias.

Y era cierto. Como nada podía servir de compensación a los Brooks por lo que habían perdido, él deseaba que a Jada y a su familia les ocurrieran todo tipo de cosas buenas.

Tobias miró hacia la tienda para ver si había alguien cerca de la entrada.

–Susan no estará en este momento, ¿no? –le preguntó a Atticus, bajando la vista.

A Atticus le pareció graciosa la pregunta.

–No, no hay peligro –dijo.

Tobias se enjugó la frente como si tuviera gotas de sudor.

–Me alegro de saberlo, tío. Gracias.

–De nada –dijo Atticus, y comenzó a alejarse en la silla de ruedas. Sin embargo, se volvió hacia Tobias–. Eh, voy a ir a Blue Suede Shoe. Deberías venir después. Vamos a tomar algo y a jugar una partida de dardos.

–Muy bien. Nos vemos después –dijo Tobias, y se encaminó hacia la tienda.

Al acercarse, se acordó de Harper y de la conversación que había dejado a medias, pero no sacó el teléfono. Quería entrar y salir de Sugar Mama antes de que Susan volviera.

–Tengo entendido que se vende una nueva galleta que está estupenda.

Parecía que Maya estaba atendiendo la tienda ella sola. Lo hacía durante cortos períodos de tiempo si Susan o la dependienta, Pamela Kent, tenían que salir a hacer algún recado. Pero él sabía que Maya no iba a estar sola mucho tiempo, porque solo tenía trece años, así que no iba a quedarse más que unos minutos.

–¡Tío Tobias! –exclamó la niña. Salió de detrás del mostrador y le dio un abrazo.

–Atticus me ha dicho que tus galletas se venden muchísimo, preciosa.

–Bueno, no es para tanto. Pero va bien. Además, papá se llevó tres docenas para la reunión de la escuela de ayer –dijo Maya, con una sonrisa de picardía.

Tobias había sido testigo de lo rápida y fácilmente que se había creado la relación filial entre Maya y Maddox, y se preguntó lo que pensaría Susan de que su yerno, a quien no aprobaba, hubiera resultado ser tan buen padre.

–Se irá corriendo la voz. Y, muy pronto, será lo que más se venda de toda la tienda.

–No quiero eso –dijo ella, controlando su entusiasmo–. Puede que la abuela se sintiera mal.

Entonces, volvió a entrar al mostrador.

–Mira, prueba una –le dijo mientras abría la tapa de la bandeja de muestras.

Él tomó un trocito de galleta de pepitas de chocolate que tenía pedacitos de barra de caramelo por encima, algunos de cacahuete y otros de tofe.

–La he llamado «Escandalosa» –le dijo Maya, mientras él la saboreaba.

–Vaya, está riquísima.

Ella se puso muy seria.

–¿Te gusta de verdad? ¿No lo dices solo para ser agradable?

Él sonrió irónicamente.

–¿Cuándo he sido yo agradable?

–Siempre lo eres. Puede que parezcas un tipo duro, con todos esos músculos, pero…

–¿No lo soy? –preguntó Tobias, riéndose.

–Eres duro, ¡pero también eres agradable!

–Bueno, pero no se lo digas a nadie. No puedo permitir que se difundan esos rumores.

Ella puso los ojos en blanco.

–No pudo creer que la gente no lo vea por sí misma.

La abuela de Maya pensaba que él no tenía ni un ápice de bueno. Y, debido a lo que había hecho, él creía más a Susan que a los demás.

–¿Cuántas de estas galletas fabulosas te quedan?

–¿De esta hornada? Solo doce –dijo la niña señalando la bandeja que había detrás de la vitrina–. Pero mañana haré más.

–Bueno, no debería llevármelas todas. Entonces, no tendrías más para vender durante el resto del día, y es necesario que las pruebe la mayor cantidad de gente posible. Así que… dame seis.

A ella se le iluminó la cara.

–¿Seguro? ¿Te han gustado tanto?

Se las habría comprado aunque supieran a tierra, pero, por suerte, sí que le gustaron.

–Para mí, son estupendas. Y seguro que saben mejor que un sándwich de helado.

–¡Sí! ¿Quieres que te haga uno?

–Ahora no puede ser –dijo él. No quería estar allí tanto tiempo–. Atticus me está esperando en el Blue Suede Shoe. Quiere ganarme otra vez a los dardos.

Ella se echó a reír, porque Atticus le ganaba a todo el mundo a los dardos.

–No te apuestes tanto dinero como la última vez –le aconsejó.

–Vamos, ten algo de fe en mí.

Maya envolvió las galletas y se las cobró, pero no le entregó la bolsa.

–Antes de que te vayas, quería decirte una cosa. Pero no quiero que te sientas mal.

–¿Qué pasa? No tendrá nada que ver con tu abuela, ¿verdad?

–No, no. Es sobre el tío Atticus.

–¿Qué pasa con el tío Atticus?

Ella se mordió el labio nerviosamente.

–Creo que es una cosa de la que no debería hablar, pero quiero arreglarlo, así que a lo mejor estaría bien decírtelo. ¿Me entiendes?

–No, estoy completamente perdido. ¿Podrías explicármelo con un poco de claridad?

Ella exhaló un suspiro.

–Pero… ¿me prometes que no te vas a sentir obligado a hacerlo? Porque solo es una idea…

–Estoy abierto a todas tus ideas. ¿De qué se trata?

–En realidad…, a lo mejor no debería decir nada. Mi madre me dijo que no te lo dijera.

–Maya, es evidente que hay algo que te preocupa. Dime de qué se trata.

–No es nada grave. Es solo que…, bueno, el tío Atticus vio un vídeo y se emocionó mucho. Lo sé porque lo ha visto muchas veces. Y tú eres muy grande, y fuerte. Y vas todo el rato.

–Sigo sin entenderlo. ¿Adónde voy yo todo el rato?

–¡De senderismo!

–¿De eso es el vídeo?

–Sí. Era de un hombre que llevaba a su amigo, que es como Atticus, a caballo, cuando iba a andar por el monte.

–Porque…

–Porque el amigo quería ir, pero no podía andar –dijo ella, con exasperación, como si fuera evidente.

Tobias entendió, por fin, lo que quería decirle, y notó que se le aceleraba el pulso.

–Un hombre sin discapacidad llevando a hombros a un hombre discapacitado porque es la única manera de que pueda experimentarlo también.

–Sí. Y yo pensé que… –dijo Maya, con timidez.

–Que yo podía hacer lo mismo por Atticus.

Ella asintió.

–Para su cumpleaños, este verano. Estoy segura de que le encantaría ver Yosemite. Mis padres me llevaron por mi cumpleaños y yo le conté lo bonito que era, y le enseñé fotos, pero él no pudo estar con nosotros y verlo con sus propios ojos. Hay muchos sitios a los que no puede ir.

Tobias no sabía qué decir. No era porque no quisiera hacerlo; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ayudar a Atticus a tener una vida más plena. Pero ¿sería capaz de llevar a hombros a otra persona mientras subía Yosemite? La mayoría de las rutas del parque no eran fáciles ni siquiera sin peso en la espalda.

–¿Y cómo llevaba al otro hombre? –le preguntó a Maya–. ¿Cómo lo sujetaba? ¿Con algún tipo de arnés?

–Sí, eso parecía. Con una de esas cosas que utilizan los padres para llevar a sus hijos.

Los niños eran pequeños y no pesaban demasiado, pero… Aunque Atticus no era tan grande, tenía que pesar cerca de setenta y cinco kilos.

Sin embargo, una vez había leído que los militares llevaban encima unos setenta kilos de equipamiento cuando iban a la batalla. Si lo planeaba bien y hacía descansos frecuentes durante el ascenso, tal vez fuera posible.

–Tendríamos que encontrar uno que fuera cómodo –dijo, pensando en voz alta–. Y yo tendría que entrenarme mucho. Tendría que llevar una mochila cada vez más pesada hasta que consiguiera la fuerza necesaria.

–Seguro que podrías –dijo ella, con entusiasmo.

Tobias pensó que sería inteligente calmar un poco aquella emoción.

–Aunque yo lo consiguiera, no sé si él estaría dispuesto, Maya. Una cosa es experimentar una caminata por la montaña y otra sentirse tan dependiente. Atticus cuida muy bien de sí mismo, y tal vez no quiera que otro hombre lo lleve encima. Sobre todo, yo.

–No, tú le caes muy bien –dijo ella–. Seguro que te lo agradecería.

¿Era cierto eso? ¿Querría Atticus hacer algo así?

Si quería, él estaba dispuesto a ayudar. Sin embargo, antes de ofrecerse, tendría que asegurarse de que era capaz de hacerlo. Y, después… ¿cómo iba a proponérselo? «Eh, Atticus, me gustaría llevarte a hacer senderismo a Yosemite, y tú quieres venir conmigo, ¿a que sí? Después de todo, yo soy el tipo que te disparó».

Eso funcionaría muy bien, sobre todo, con Susan, si se enteraba. ¿Y si se caía y volvía a hacerle daño a Atticus?

Aquello era lo que más miedo le daba…

–¿Qué piensas? –le preguntó Maya, mirándolo con esperanza.

–Pienso que tienes un corazón de oro, niña. Pero no le cuentes esto a nadie más, ¿de acuerdo? Vamos a pensarlo bien durante un tiempo.

Ella asintió.

–De acuerdo.

–¿Me lo prometes?

–Sí, te lo prometo.

–Muy bien.

Tobias tomó la bolsa de galletas y salió rápidamente de la tienda, pero no porque temiese que Susan pudiera aparecer en cualquier momento. No quería que su sobrina se diera cuenta de lo mucho que le había afectado su sugerencia. Solo con pensar en llevar a Atticus hasta el Half Dome, mostrarle lo que consideraba uno de los lugares más bellos de la Tierra, y el día de su cumpleaños, se le formaba un nudo en la garganta.

Sabía que el viaje iba a ser más espiritual que físico.

Donde vive el corazón

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