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Capítulo 1

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Viernes, 6 de diciembre

Tobias Richardson se fijó, sin poder evitarlo, en la mujer rubia y menuda que estaba sentada en la anticuada barra de la cafetería, y no solo porque fuera guapa. Estaba seguro de que no la había visto nunca. Con una población de siete mil habitantes, Silver Springs no era tan pequeño como para reconocer a todo el mundo, y menos aún si uno solo llevaba cinco meses viviendo allí. Sin embargo, parecía que el pueblo se había vuelto mucho más pequeño desde que había llegado el invierno. En aquella parte de California no nevaba, pero era la época de las lluvias y en la región las temperaturas eran más bajas de lo normal. A los turistas no les interesaba ir a visitar la zona cuando hacía frío y llovía, y lo mismo ocurría con los residentes de Los Ángeles, a noventa minutos al sureste, que tenían casas de vacaciones allí. Supuso que, durante los próximos dos o tres meses, en Silver Springs solo se vería a los lugareños.

Se sopló las manos, tratando de calentárselas mientras esperaba el café que había pedido al sentarse. Se las arreglaba para hacer una caminata después del trabajo. No le importaba que estuviera oscuro y lluvioso cuando volviera. Tenía un faro para poder ver y guiarse hacia el comienzo del sendero y estaba dispuesto a soportar la lluvia. Pero estaba helado hasta los huesos. Y después de una caminata tan ardua, también se estaba muriendo de hambre y quería darse una ducha caliente.

De nuevo, miró hacia el mostrador. No quería que la mujer lo sorprendiera mirándola, pero algo en ella, además de su aspecto, le llamó la atención.

No parecía que estuviera muy contenta…

–Aquí tienes –le dijo Willow Sanhurst, la chica de dieciocho años que trabajaba por las tardes en Eatery, la cafetería, mientras se colocaba entre la mujer que le atraía y él y, con una sonrisa resplandeciente y una reverencia, le ponía la taza delante, sobre la mesa.

–¿Ya estás entrando en calor?

–Estoy empezando.

–No me puedo creer que hayas ido a hacer senderismo. ¡Estamos en diciembre!

–Un poco de lluvia no le hace daño a nadie.

Antes de entrar al local se había quitado las botas de senderismo, que estaban llenas de barro, y se había puesto unos zapatos limpios. Aparte de eso, solo estaba un poco mojado, así que no entendía por qué ella le daba tanta importancia.

–Debe de gustarte mucho estar al aire libre.

–Sí, mucho.

–A mí también.

Tobias tuvo la impresión de que se suponía que tenía que invitarla a ir a hacer senderismo con él en alguna ocasión, pero no lo hizo.

Aunque ya habían hablado de la caminata cuando él se había sentado, al principio, y ella le había servido un vaso de agua, y la cafetería estaba llena de gente esperando para poder pedir la comida, ella no se movió, como hacían la mayoría de las camareras.

Antes de llevarse la taza de café a los labios, miró hacia arriba para ver si la muchacha necesitaba algo.

En cuanto sus miradas se encontraron, ella se ruborizó, se alisó el delantal con las manos y, con un murmullo, le dijo que tuviera cuidado, que no se quemara con el café, que estaba muy caliente… y salió corriendo.

Demonios… Estaba encaprichada con él. Claramente quería decirle algo, pero no había conseguido reunir valor, y eso hacía que él se sintiera muy incómodo. Había salido de la cárcel en julio con la firme determinación de tomar mejores decisiones, de construir una vida productiva. No podía permitir que lo persiguiera una niña de instituto que lo miraba con tanto anhelo, porque, seguramente, terminaría en una mala situación debido a lo solo que se sentía.

Con un suspiro, le dio un sorbo al café. Aquel era su sitio favorito para comer. La comida estaba rica y tenía un ambiente a lo Norman Rockwell que le recordaba a la existencia plena que siempre había admirado. Pero iba a tener que dejar de ir. No quería sentir ninguna tentación. Su hermano, Maddox, le había dicho muchas veces que el primer año después de salir de la cárcel era el más difícil y, aunque él se comportaba como si todo fuera muy bien, como si tuviera el control de su vida, aquel viaje no estaba resultando tan fácil como dejaba traslucir. Algunas veces, sobre todo por las noches, se sentía como si lo hubieran dejado a la deriva en el mar y nunca fuera a encontrar un puerto en el que recalar. Y esa sensación de sentirse pequeño e insignificante hacía que deseara con todas sus fuerzas disponer de las sustancias que habían sido su perdición en primer lugar.

Willow seguía mirándolo, seguramente, con la esperanza de captar su atención. Mientras él se echaba un poco de leche en el café, pensó en cancelar el pedido de la comida. Podría ir a comer a cualquier otro sitio, o comprar algo para llevar e irse a casa para darse una ducha. Sin embargo, justo cuando estaba levantándose, Maddox le envió un mensaje de texto en el que le preguntaba si le gustaría ir a cenar a su casa.

Ya he cenado. Que disfrutéis de la velada. Nos vemos mañana, en el trabajo, respondió.

Sabía que su hermano se preocupaba por él y estaba intentando ayudarlo a que se adaptara a la vida fuera de la cárcel. Maddox no quería que volviera a caer en lo mismo y se convirtiera en alguien como su madre, pero acababa de casarse con la chica de la que había estado enamorado desde el instituto, y se merecía poder pasar tiempo a solas con Jada que, además, estaba embarazada, y con Maya, su hija. Lo que menos quería él era causar dificultades en su relación… otra vez. Él había tenido la culpa de que no formaran una pareja la primera vez, y eso le había costado a Maddox perderse los primeros doce años de la vida de Maya.

Mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo del abrigo, se dio cuenta de que era demasiado tarde para cancelar la cena. Willow se acercaba de nuevo con una bandeja.

–¿Estás escribiéndole mensajes a tu novia? –le preguntó, coqueteando mientras le servía su plato de carne asada con patatas.

Él miró de nuevo a la chica rubia que estaba sentada a la barra. A ella también le habían servido la cena, pero estaba mirando el plato sin probar bocado.

–¿Me has oído? –le preguntó Willow.

Él se puso la servilleta en el regazo y tomó su tenedor.

–Lo siento. ¿Qué decías?

Ella miró hacia atrás y dijo, en voz baja:

–Ya veo que te has fijado en Harper.

–¿Harper? –repitió él.

–Sí, Harper Devlin, la mujer de Axel Devlin. Ya había venido antes.

–¿Quién es Axel Devlin?

–¿Me estás tomando el pelo? Es el cantante de Pulse. Son… ¡el grupo más grande del planeta!

Sí, había oído hablar de Pulse, conocía su música y le gustaba. También había oído muchas veces el nombre del cantante del grupo. Sin embargo, nunca se le hubiera pasado por la cabeza que Willow se estuviera refiriendo a ese Axel Devlin. Aunque, en realidad, tampoco sería algo tan extraño. Había mucha gente famosa que frecuentaba Silver Springs, un pueblo de ambiente artístico y espiritual. Muchos de ellos se retiraban allí, sobre todo, actores de cine. Y él había hablado a menudo con Hudson King, un jugador profesional de fútbol americano, en New Horizons Boys Ranch, donde trabajaba en el mantenimiento del jardín y el edificio. Hudson hacía mucho para ayudar a los adolescentes con problemas que estaban internos en la escuela. Había un edificio para chicos y, recientemente, había construido un ala para chicas. Él había donado el dinero para construir una pista de patinaje sobre hielo para todos.

–¿Viven por esta zona?

–No. Ella ha venido a pasar las fiestas con sus dos hijas a casa de su hermana. He oído que se lo contaba al dueño.

–Parece un poco…

–¿Deprimida?

–Iba a decir «perdida».

–Seguramente lo está. Hace unos meses vi una entrevista que le hicieron a Axel. Dijo que se estaban separando. A lo mejor es por eso.

No era asunto suyo, pero Tobias preguntó:

–¿Y dijo el motivo?

–Le echó la culpa a los viajes. Tiene que estar fuera mucho tiempo. Bla, bla, bla. ¿Qué iba a decir? ¿Que la engaña con una chica diferente cada noche?

Tobias se sintió mal por Harper. No debía ser fácil estar casado con una estrella del rock. Ella no era demasiado mayor y, seguramente, no estaba preparada para ese tipo de vida. Si lo recordaba correctamente, Axel era de un pueblo pequeño de Idaho, y su banda y él se habían hecho famosos de la noche a la mañana. Ahora, él estaba en la cima del mundo.

¿Y ella? ¿Cuál era su lugar?

–¿Has dicho que tienen niños?

–Sí, bueno, dos niñas. No me acuerdo de sus edades. Creo que tienen seis y ocho años, algo así.

Entonces, Harper se había casado con Axel antes de que él tuviera éxito, y habían formado una familia. Eso significaba que se había casado con él por amor.

–¿Y dónde están las niñas?

–Supongo que están con su hermana –le dijo Willow, y bajó la voz–. Tiene que ser horrible estar en su lugar, ¿no? Lo digo porque tiene que ver su nombre y su cara por todas partes, no puede dejar de acordarse constantemente.

Ahora que ya no estaba prestándole demasiada atención a las sonrisas de esperanza y al nerviosismo de Willow, Tobias se dio cuenta de que la gente le daba codazos a sus acompañantes y señalaban a Harper. Parecía que había muchos que sabían quién era, y que las noticias se extendían rápidamente.

Pobre mujer. Él sabía lo que era convertirse en el objeto de los chismorreos de todo el pueblo. Tenía diecisiete años cuando lo habían juzgado como si fuera mayor de edad y lo habían condenado a trece años de cárcel. Volver a Silver Springs el verano anterior había sido como si lo pusieran bajo un microscopio. Sufrir en privado era una cosa, pero sufrir en público era muy diferente. Eso elevaba lo que le estaba pasando a Harper a otro nivel.

–No creo que le cueste mucho encontrar a otro mejor –dijo, como si no estuviera especialmente interesado. Sin embargo, Harper le había llamado la atención, ¿no?

–¿Me estás tomando el pelo? –preguntó Willow de nuevo–. ¿Cómo va a encontrar a un tipo que pueda compararse a su marido?

Bueno, tenía algo de razón. Para un tipo normal, sería difícil estar a la altura de Axel, tanto financieramente como en otros aspectos.

–Es verdad.

–Tú no estarás interesado en ella, ¿no? –le preguntó Willow, con una expresión ligeramente apagada.

Vaya, no debía de haber disimulado sus sentimientos tan bien como pensaba. Pero había estado en la cárcel y ganaba un sueldo muy modesto trabajando en un correccional. No había conocido a su padre y su madre era una adicta al cristal que entraba y salía constantemente de rehabilitación. Sabía cuándo una persona estaba fuera de su alcance.

–No.

–Ah, bueno –dijo Willow, y sonrió con alivio–. Porque llevo un tiempo fijándome en ti y…, bueno…, espero que haya alguien más en este restaurante que pueda interesarte –dijo, apresuradamente, sin mirarlo. Después, se alejó y volvió para llevarle la cuenta junto a un trozo de papel con su número de teléfono.

Harper movió las patatas asadas de un lado a otro del plato mientras escuchaba el murmullo de las voces de la cafetería. Aunque estaba rodeada de gente, nunca se había sentido tan sola.

–Tengo un número cinco –les gritó el cocinero a las camareras.

Ella se fijó en la carta, que había dejado abierta junto a su codo para tener algo que mirar. En aquel momento era difícil mostrarse en público. Después del documental que había hecho con Axel el año anterior para ayudar a acabar con el estigma de la depresión y animar a la gente a visitar a un terapeuta cuando fuera necesario, la reconocía a menudo, así que tenía poca privacidad.

El número cinco era una pechuga de pollo con salsa de limón, verduras al vapor y un panecillo de maíz sin gluten. Ella había pedido un número siete, un filete a la pimienta, patatas asadas con ajo y judías verdes. Al principio le había parecido muy bien, pero, después, solo había podido comerse un trozo de panecillo. No le parecía que fuera sin gluten. Axel había convertido en un asunto muy importante el hecho de mantener una dieta libre de gluten, pero él era el celíaco, no ella. Y, aunque pensara que seguramente era mejor no tomarlo, en aquel momento no le importaba su dieta. Desde que su matrimonio había terminado, no había muchas cosas que le importaran. Había hecho un gran esfuerzo por las niñas y, ahora, ya solo faltaban tres semanas para la Navidad, que iba a ser la primera que pasarían sin Axel. Él estaba de tour por Europa y no iba a volver hasta primeros de año, ya que la fecha de su último concierto era en Nochevieja.

De todos modos, ahora que todo había cambiado entre ellos, ya no iban a pasar las fiestas como siempre.

Aunque él podría haber pedido llevarse a las niñas, al menos.

Se imaginaba lo sola que se habría sentido, pero… casi deseaba que se las hubiera llevado. No se sentía capaz de estar a la altura, de poner buena cara y decirles a sus hijas que todo iba a ir bien cuando, en realidad, tenía la sensación de que el mundo se hundía a su alrededor. No tenía ganas de poner el árbol de Navidad, ni de comprar regalos, y ese era el motivo por el que su hermana se había empeñado en que fuera a pasar un par de meses con ella, a pesar de que, para hacerlo, tuviera que trasladar a las niñas de colegio durante ese tiempo. Aquella noche, Piper y Everly estaban en una fiesta navideña de la iglesia con sus primas, las gemelas, que tenían cuatro años más que Everly. Sin embargo, ella tenía que estar preparada y darles la bienvenida con una sonrisa cuando llegaran a casa.

Recibió una llamada de teléfono, pero no se molestó en responder. Era su hermana. Habían discutido, y ella había salido de la casa airadamente. Karoline se había enfadado cuando le había contado lo pequeña que era la cantidad que Axel le pasaba para la manutención de las niñas. Según su hermana, estaba poniéndole las cosas demasiado fáciles a Axel.

Axel ganaba una fortuna, pero ella no quería luchar. Todavía estaba enamorada de él. Cuando él le había dicho claramente que ya no quería seguir casado con ella, que ya no quería seguir intentando resolver sus problemas, ella se había conformado con la primera cifra que le había dado el abogado de Axel. Temía que, de lo contrario, los medios de comunicación empezaran a publicar que su divorcio estaba siendo muy amargo. Tal y como le había dicho a su hermana, iba a conseguir arreglárselas por sí misma de alguna manera, aunque no había vuelto a trabajar oficialmente desde los primeros tres años de su matrimonio, cuando Axel estaba intentando salir adelante en el negocio de la música y necesitaba que ella cubriera los gastos básicos.

Tal vez fuera tonta por conformarse con tan poco, pero pensaba que Axel no se plantearía volver a reunir la familia si ella se volvía una bruja. Además, ya ni siquiera sabía cómo era él. Había cambiado mucho. Tampoco sabía si tenía derecho a exigir algo. ¿Le había fallado a Axel? ¿O le había fallado él a ella? Él siempre había padecido ansiedad y depresión y, quizá, ella no había hecho lo suficiente por ayudarlo…

–¿Va todo bien?

Harper miró hacia arriba y vio a la camarera, que se había detenido frente a ella detrás de la barra y, obviamente, no sabía si la comida tenía algo de malo.

–Sí, gracias –murmuró ella.

En realidad, no había ido allí a comer. Necesitaba estar un rato a solas, todavía no quería volver a casa de su hermana. Por muy buena que fuera Karoline al darle refugio durante aquel mes tan difícil, estar con su única hermana no era mucho más fácil que estar sola, porque tenía que justificar todo lo que hacía. Y, dado que sus emociones eran como una montaña rusa, no podía ser coherente.

Mientras la camarera se alejaba a atender a otro cliente, empezó a sonar Blue Christmas, de Elvis. Ella le dio un sorbo a su café y miró rápidamente a su alrededor.

Aunque le gustaba aquel restaurante, no se sentía a gusto en Silver Springs. ¿Por qué no estaba en Denver, que era donde había vivido con Axel después de terminar la universidad en Boise State?

Porque, por mucho que Axel y ella pensaran que nada podría interponerse entre ellos, se habían equivocado. Axel había perdido la perspectiva lentamente y había empezado a preocuparse más de su trabajo que de su familia. La fama había destruido su relación.

Harper tomó la cuenta que le había dejado la camarera y fue a pagar a la caja. Le debía respeto a su hermana y no quería preocuparla. Tenía que volver y hablar con ella.

Llevaba semanas sin maquillarse ni arreglarse el pelo, así que no le importó que estuviera lloviendo. Sin embargo, tenía frío, así que se envolvió bien en el enorme abrigo que llevaba, uno que Axel había descartado y que tenía desde los buenos años de su matrimonio, al principio, y salió de la cafetería.

Agachó la cabeza para protegerse de las ráfagas de viento frío y saltó sobre dos o tres charcos para llegar al Range Rover que le había cedido Axel cuando se habían separado. Si las cosas se ponían muy difíciles, podría venderlo. Era un coche caro.

Estaba abriendo la puerta cuando vio a un hombre alto y delgado, con el pelo un poco largo, que se acercaba a ella por el aparcamiento.

–No te asustes –le dijo, y levantó una mano haciendo un gesto para indicarle que no era agresivo–. Es que… te he visto ahí dentro y…

Ella apretó la mandíbula, con intención de rechazarlo al instante. No estaba de humor para que trataran de ligar con ella. Sin embargo, tuvo la sensación de que no se trataba de eso; él sacó una rosa blanca de tallo largo de su abrigo y se la dio.

–Aguanta. Las cosas irán a mejor –le dijo.

Y, antes de que ella pudiera preguntarle cómo se llamaba, se alejó.

Donde vive el corazón

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