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Capítulo 6

Adamat contrató un carruaje para ir a la Universidad de Adopest. No debería haber sido un trayecto largo, pero, por lo visto, toda la población de Adopest se dirigía hacia el centro de la ciudad, mientras que la universidad se encontraba en las afueras. Para cuando llegaron a Kirkamshire, la marea de humanidad se había convertido en un riachuelo. La universidad estaba sorprendentemente silenciosa.

Todos habían ido a ver la ejecución. Tamas debía de haber enviado a sus jinetes más veloces para dar a todo el mundo la oportunidad de ir a ver morir a Manhouch. Una maniobra arriesgada. La gente se alegraría. A Adamat le alegraba. Solo esperaba que no hubieran intercambiado un idiota por un tirano.

Un zumbido lejano le llegó a los oídos mientras recorría el recinto de la universidad, que se encontraba desierto. Se imaginó que se trataba del rugido de un millón de voces, del gentío que estaba presenciando la muerte del rey. Pronto comenzarían los saqueos, cuando la gente comenzara a irse poco a poco del lugar de la ejecución y se diera cuenta de que todos habían dejado la puerta de casa sin llave y los comercios desatendidos. Seguirían los disturbios cuando los hermanos se volvieran los unos contra los otros. Con un poco de suerte, antes de eso, él ya habría vuelto a su casa.

Pasó entre el solárium y la biblioteca, con sus pasos resonando en el patio vacío, y subió los escalones del edificio de la administración principal. Las enormes puertas de roble con bandas de hierro estaban sin llave. Entró y pasó por delante de muchas puertas de despachos. Se detuvo un momento frente al retrato del actual vicerrector. Prime Lektor había sido feo, incluso en su juventud, con aquella marca de nacimiento púrpura que le tapaba un tercio del rostro. Se decía que era un académico sin rival. Siguió avanzando, pasó por delante del despacho del vicerrector y se dirigió a la puerta siguiente.

Era una puerta pequeña, que alguien mantenía abierta con una cuña de madera, y, por su simpleza, bien podría haberse tratado del armario del conserje. Desde el corredor se oía el raspar de una anticuada pluma de escribir.

Adamat golpeó dos veces en la puerta abierta. Había un hombre de aspecto joven sentado detrás de un escritorio sencillo, situado en un rincón de la estrecha habitación. Se podría esperar algo de desorden en el despacho del ayudante del vicerrector, pero cada trozo de papel, cada libro y cada rollo estaba en su sitio, y todas las superficies se limpiaban a diario. Adamat sonrió. Algunas cosas no cambiaban.

—Adamat —dijo Uskan. Colocó la pluma en su soporte y sopló la tinta antes de dejar el papel a un lado—. Qué agradable sorpresa.

—Me alegro de que estés aquí, Uskan —dijo Adamat—, y de que no estés mirando la ejecución.

El rostro de Uskan se ensombreció por un momento mientras rodeaba su escritorio y se acercaba a Adamat para estrecharle la mano.

—Una de mis suplentes tiene una pluma muy creativa. Le he ordenado que lo escriba todo, para la posteridad. —Uskan hizo una mueca de desagrado—. Tengo trabajo que hacer. ¿Para qué necesito un espectáculo sangriento?

Adamat observó a Uskan. Su amigo realmente se mantenía joven, mucho más joven que sus cuarenta y cinco años. Tenía el rostro contraído de alguien que entrecierra mucho los ojos por leer con muy poca luz.

—Es el espectáculo del siglo —dijo Adamat.

—Del milenio —dijo Uskan. Regresó a su escritorio y le ofreció a Adamat la otra silla que había en la habitación—. En toda la historia de los Nueve Reinos, desde que fueron fundados por Kresimir y sus hermanos, nunca se había destronado a un rey. Ni una sola vez. Ni siquiera… Ni siquiera sé qué decir. —Se pasó la mano por el rostro y se quitó el gesto de preocupación como si fuera una mota de polvo inoportuna. —¿Cómo está Faye?

—Fuera de la ciudad con los niños, afortunadamente.

—Un golpe de suerte.

—Sí.

Uskan pareció animarse de pronto.

—¿Cómo está funcionando la imprenta? He estado hasta las orejas de trabajo durante tanto tiempo que ni siquiera se me pasó por la cabeza enviarte una carta. Debe de ser muy emocionante verla en funcionamiento. ¡La primera imprenta de vapor de Adro!

—¿No te enteraste de lo que sucedió? —Adamat frunció el ceño. Uskan negó con la cabeza—. Explotó.

Uskan se quedó boquiabierto.

—No.

—Murió un aprendiz y quedó medio edificio destruido. Yo había salido a tomar una taza de té, y cuando volví… —Adamat hizo el gesto de una explosión con las manos—. No más Adamat Editorial.

—Supongo que tendrías un seguro.

—Por supuesto. Se negaron a pagar. Los demandé por daños y perjuicios. Les resultó más barato sobornar al magistrado que cubrir todos mis gastos.

Uskan siguió moviendo la boca en silencio.

—No puedo creerlo. Ese proyecto tenía todos los ingredientes para llevarte a la fama y la fortuna. Si el negocio hubiera prosperado, ahora serías rico. De hecho, hace poco leí en el periódico que solo en los últimos seis meses han abierto once librerías en Adopest. Leer está poniéndose de moda. Poesía, novelas, historia. ¡El sector está en alza!

—No me lo recuerdes.

Uskan se estremeció.

—Adamat, lo lamento mucho.

Adamat hizo un gesto con la mano.

—Son cosas que pasan. Sucedió hace casi un año. Además, no vengo a hablar de mis problemas. Estoy trabajando.

—¿Una investigación? Al menos, puedes volver a eso.

—Sí.

—Estoy a tu disposición —dijo Uskan.

—Espero que no sea una molestia. Necesito información sobre algo llamado la “Promesa Rota de Kresimir” o la “Promesa de Kresimir”.

Uskan se inclinó hacia atrás y miró el techo con el ceño fruncido.

—Me suena a… —dijo después de unos momentos—. A algo que he oído, pero que no logro recordar. No todos tienen tu capacidad. —Se puso de pie—. Echemos un vistazo.

Salieron del edificio de la administración y cruzaron a la biblioteca. A alguien se le había ocurrido cerrar las antiguas puertas del enorme edificio, pero Uskan tenía sus llaves.

El vestíbulo no era mucho más que un lugar donde colgar el abrigo y limpiarse los zapatos. Pasándolo había una única habitación ancha y espaciosa con tres niveles escalonados. Había escaleras y escalinatas por doquier, y mesas para investigar ubicadas al azar, en los extremos de las estanterías o debajo de las ventanas.

—Espero que tengas alguna idea de por dónde comenzar —dijo Adamat. Era fácil olvidar lo grande que era realmente la biblioteca; hacía décadas que Adamat no pasaba por allí—. O esto nos llevará todo el día.

Uskan se dirigió con seguridad hacia la derecha, y subió por la escalera más cercana.

—Creo que sí —dijo—. Pero quizá nos lleve un rato. Últimamente hemos agregado muchos títulos a nuestra colección, y no he pasado tanto tiempo en la biblioteca como quisiera. Aun así, no puedo quejarme de que haya libros nuevos. El sector estará en alza, pero los libros siguen siendo caros. —Echó una mirada a Adamat—. Una imprenta de vapor habría comenzado a cambiar eso.

Adamat puso los ojos en blanco. Uskan tenía buenas intenciones, pero hablaba como si la explosión hubiera sido su culpa.

Uskan contó las hileras de estantes y avanzó por una de ellas con paso firme. Cogió una escalerilla deslizable y la fue empujando frente a él. Su voz resonó en el espacio vacío que tenían encima.

—Antiguamente, la universidad que conseguía las mejores subvenciones bibliotecarias era la de Jileman. De hecho, la colección de los Archivos Públicos de Adopest tiene el doble de tamaño que la nuestra. ¿Por qué no has ido allí primero?

Adamat se detuvo para pasar los dedos por el lomo de un libro encuadernado en cuero. Le gustaban las bibliotecas. No tenían humedad y estaban llenas de polvo y de olor a papel, el aroma más asociado con el conocimiento. Para un inspector, el conocimiento era algo primordial.

—Porque en este momento el centro de la ciudad es un zoológico. ¿Recuerdas la ejecución?

Uskan se volvió y se lo quedó mirando, perplejo.

—Ah, cierto. —Siguió empujando la escalerilla—. Si no tenemos suerte aquí, ve a los Archivos. Están bastante bien organizados. Tienen unos bibliotecarios muy talentosos. Haz una referencia cruzada entre “teología” e “historia”. Al menos, eso es lo que yo voy a hacer primero. —Uskan detuvo la escalerilla deslizable y subió por ella. La estructura metálica traqueteó bajo su peso, y Adamat apoyó la mano en ella para mantenerla estable.

—Trato de evitar toda referencia a la teología.

La risa irónica de Uskan le llegó desde tres metros más arriba.

—¿Quién no, hoy en día? —Hizo una pausa—. Bien, esto sí que es raro.

—¿Qué?

La escalerilla volvió a traquetear mientras Uskan bajaba.

—Faltan los libros. Alguien debe de haberlos retirado. Solo los miembros del personal pueden retirar libros de la biblioteca, y en este momento nuestra escuela de teología está en ruinas. Consiste en tres hermanos que pasan la mitad del año de licencia en climas más cálidos. Ya casi nadie estudia teología. Todo pasa por las matemáticas y las ciencias. Por Kresimir, nuestros departamentos de física y química cuadruplicaron su tamaño desde que yo comencé a trabajar aquí—. Levantó la mirada hacia los espacios vacíos de la estantería—. Recuerdo claramente que… No importa, busquemos en otro lado.

Adamat siguió a su amigo hasta el tercer piso. Los libros que supuestamente iban a encontrar allí también faltaban. Buscaron en dos lugares más, hasta que Uskan se apoyó contra una estantería y se secó la frente.

—Alguien debe de estar preparando una disertación teológica —dijo—. Los condenados estudiantes de teología siempre se llevan los libros. Hoy en día no vienen muchos, pero cuando aparece alguno, se cree dueño de esto porque sus abuelos hicieron alguna donación en su momento.

Adamat se preguntó si le convendría decirle a Uskan en qué consistía su investigación. Lo que dijera representaba un peligro casi nulo en sí mismo, pero cuantas menos personas supieran la índole de su investigación, mejor. No tenía sentido arriesgarse a ser considerado un traidor antes de que Tamas asumiera por completo el poder.

—¿Tienes algún libro de la era de la Desolación? Tengo entendido que durante esa época se escribió bastante sobre Kresimir.

—¿Dónde has oído eso?

—En un periódico que leí hace tres años, a principios de la primavera.

—Bah, los periódicos imprimen cualquier sandez. Era una época muy religiosa, ciertamente, pero la Desolación fue una era de oscurantismo desprovista de conocimiento. Kresimir y sus hermanos habían desaparecido. Las nuevas monarquías estaban enzarzadas en un conflicto con los Predeii, una casta antigua de Privilegiados poderosos. No ha quedado gran cosa de ese período. Una vez el vicerrector me dijo que si tuviéramos la mitad de los conocimientos de hechicería y ciencia de los que teníamos en los tiempos de Kresimir (la mayoría de los cuales se perdieron durante la Desolación), estaríamos viviendo en una edad dorada, tanto para el noble como para el campesino.

—Bueno, trata de cruzar las referencias sobre teología, historia y hechicería.

—Acabaré convirtiéndote en bibliotecario —dijo Uskan.

—¿Qué sabes de la hechicería? —preguntó Adamat.

—La filosofía de los hechizos es un pequeño pasatiempo que tengo, aunque yo carezco de talento para la hechicería. Mi abuelo era un Privilegiado. Un sanador, de hecho. —Uskan hizo una pausa y le dirigió a Adamat una mirada expectante.

—¿Qué?

Uskan frunció el ceño.

—Un sanador. Son los Privilegiados más excepcionales. Eso lo saben hasta los escolares que han recibido con una clase de introducción a la hechicería. Se dice que el cuerpo humano es tan complejo que solo uno de cada cien Privilegiados tiene algo más que las capacidades sanadoras más rudimentarias.

—¿Son poco frecuentes, entonces?

—Muy poco frecuentes, Adamat. Dios, con tu predilección por los detalles, uno pensaría que entiendes de estas cosas. ¿No sabes nada sobre hechicería?

—Lo cierto es que no—admitió Adamat. Él vivía en un mundo de calles urbanas, ciudadanos y criminales. No tenía tiempo para la hechicería y, francamente, le era algo foráneo. Se cruzaba con algún que otro Dotado aquí y allá, pero cualquier cosa más poderosa ya caía en el territorio de las camarillas, y un inspector no tenía nada que ver con todo eso. Todo lo que sabía provenía de algunas horas de clases de cuando era niño.

—Tú eres un Dotado —dijo Uskan—, así que tienes el tercer ojo, ¿correcto?

—Sí, pero no sé qué tiene que ver…

—¿Entonces puedes ver el aura de todas las cosas cuando abres tu vista y miras lo que los Privilegiados llaman el “Otro Lado”?

Hoy en día Adamat casi no abría su tercer ojo. En la mejor de las circunstancias, era una sensación desagradable, pero recordaba el brillo que rodeaba a todas las cosas con aquella vista, como si el mundo hubiera sido pintado con vibrantes tonos pastel.

—Sí.

—Un Privilegiado manipula el Otro Lado —dijo Uskan—. Cada dedo de un Privilegiado está unido a uno de los elementos: Fuego, Tierra, Agua, Aire y Éter.

—Pero el fuego no es un elemento —dijo Adamat—. Es el resultado de la combustión.

Uskan tomó aire.

—Ten paciencia. Está reconocido que esta explicación es imperfecta a la luz de los descubrimientos de los cien últimos años, pero es lo mejor que tenemos. Ahora bien, cada dedo corresponde a un elemento y al poder que tiene el Privilegiado respecto de ese elemento, siendo el pulgar el dígito más poderoso. Un Privilegiado usa su mano fuerte (usualmente la derecha) para conjurar las auras de aquello que quiere manipular en el Otro Lado. Usa su mano débil para dirigir esas auras una vez que han sido traídas a nuestro mundo.

—Entonces, ¿cómo funciona la magia de los magos de la pólvora?

—Ojalá lo supiera. Los Privilegiados odian a los magos de la pólvora, y las camarillas siempre han desalentado que se los estudie.

—¿Por qué los odian tanto? —Adamat había oído decir que la mayoría de los Privilegiados eran alérgicos a la pólvora.

—Por miedo —dijo Uskan—. La mayoría de los hechizos de los Privilegiados tienen un alcance de menos de un kilómetro. Los magos de la pólvora pueden disparar al doble de distancia. A las camarillas nunca les ha gustado estar en desventaja. También me han contado que si bien todas las cosas (vivas, muertas o elementales) tienen auras en el Otro Lado, no es el caso de la pólvora, y eso pone nerviosos a los Privilegiados. Ah, aquí estamos. —Uskan se detuvo frente a una estantería. Pasó el dedo por el lomo de varios libros, los extrajo y los fue apilando sobre los brazos de Adamat. El golpeteo de los libros unos sobre otros hizo que se levantara polvo—. Solo falta uno —dijo Uskan—, y sé dónde está. En el despacho del vicerrector.

—¿Podemos buscarlo?

—El vicerrector no está; esta mañana a primera hora lo llamaron de Adopest con cierta urgencia. No tengo la llave de su despacho. Tendremos que esperar hasta que regrese.

Llevaron la pila de libros hasta una de las mesas para comenzar la investigación. Adamat se sentó y abrió el primer libro. Hizo una mueca.

—¿Uskan?

—¿Hum? —Uskan echó un vistazo. Se puso de pie de un salto y rodeó la mesa con una velocidad que Adamat jamás había visto en él—. ¿Qué es esto? ¿Quién demonios ha hecho esto? —Las primeras páginas del libro habían sido arrancadas, y muchas de las siguientes tenían tachados fragmentos enteros, como si alguien hubiera metido los dedos en tinta y los hubiera pasado por toda la página. Uskan se pasó el pañuelo por la frente y comenzó a caminar de un lado al otro detrás de Adamat—. Estos libros tienen un valor incalculable. ¿Quién haría algo así?

Adamat se inclinó hacia delante y miró con cuidado la línea donde se había arrancado el papel. Estudió el libro que tenía en sus manos. Estaba hecho de vitela, más gruesa que el papel actual y cuatro veces más resistente. El borde de la página rasgada estaba levemente ennegrecido.

—Un Privilegiado —dijo Adamat.

—¿Por qué lo dices?

Adamat señaló la página arrancada.

—¿Se te ocurre alguna otra cosa, además de la hechicería, que pueda provocar tal quemadura sin dañar el resto del libro?

Uskan siguió caminando de un lado al otro.

—¡Un Privilegiado! ¡Malditos sean! ¡Deberían saber lo valiosos que son los libros!

—Creo que lo saben —dijo Adamat—. De lo contrario, este habría quemado todo el libro. Veamos los demás—. Tomó el siguiente libro, y luego el siguiente. De los once tomos que habían bajado del estante, siete tenían pasajes tachados o páginas arrancadas. Para cuando terminaron toda la pila, Uskan echaba humo.

—¡Espera a que el vicerrector se entere! Irá hasta el Horizonte y les dará una paliza a esos Privilegiados, les...

—Tamas ha ejecutado a toda la camarilla.

Uskan se quedó helado. Las fosas nasales se le abrían y cerraban, y sus labios hicieron una mueca de furia.

—Supongo que no habrá desagravio por esto, entonces.

Adamat meneó la cabeza.

—Echemos un vistazo a lo que tenemos. —Pasaron algún tiempo examinando los textos y encontraron ocho lugares distintos donde los párrafos tachados podrían haber sido referencias a la Promesa de Kresimir. Sin embargo, los fragmentos eran indescifrables—. Ese último libro —dijo Adamat—. El libro que está en el despacho del vicerrector…

—Sí —dijo Uskan distraídamente, rascándose la cabeza—. Al servicio del rey. Detalla los deberes de las camarillas reales en cuanto a la protección de los reyes de los Nueve. Es una obra muy famosa.

Adamat se alisó el frente de su chaqueta.

—Veamos si el vicerrector ha dejado la puerta sin llave.

Uskan devolvió los libros a su sitio y se apresuró a seguir a Adamat al patio de la biblioteca.

—Siempre la cierra con llave —dijo Uskan—. Esperemos hasta que vuelva. El vicerrector es un hombre bastante reservado.

—Estoy en una investigación —dijo Adamat mientras entraba al edificio administrativo.

—Eso no te da el derecho de fisgonear el estudio de quien te dé la gana —replicó Uskan—. Además, la puerta estará cerrada con llave.

Cuando la manilla de la puerta se agitó pero no giró, Uskan sonrió triunfal.

—No es problema —dijo Adamat. Se puso en cuclillas y extrajo un pequeño juego de ganzúas que llevaba en una bota. Uskan abrió unos ojos como platos.

—¿Qué? ¡No! ¡No puedes hacer eso!

—¿A qué hora me has dicho que volverá el vicerrector?

—No hasta tarde —dijo Uskan—. Yo… —Se dio cuenta de su error al instante, cuando Adamat comenzó a trabajar con la cerradura. Uskan resolló y se dejó caer contra la pared—. Debería haberte dicho “En cualquier momento” —murmuró.

—No sabes mentir —dijo Adamat.

—Es verdad. Y no seré capaz de mentirle al vicerrector cuando me pregunte si alguien ha estado en su despacho.

—Vamos. No lo sabrá.

—Claro que sí. ¿Cómo puedes...? La cerradura chasqueó y Adamat empujó la puerta con suavidad. El interior del despacho era más representativo de lo que se esperaría de una persona universitaria. Había libros y papeles por doquier. Platos de comida sin terminar en sillas, mesas e incluso el suelo. Todas las paredes de la habitación estaban cubiertas por estanterías del doble de alto que una persona, y las estanterías se encontraban desbordadas, venciéndose por el peso de tantos libros apilados de cualquier forma—. No muevas nada —dijo Uskan—. Él sabe exactamente dónde ha dejado cada objeto. Sabrá si… —Uskan guardó silencio ante la mirada de Adamat—. En fin, voy a buscar el libro —dijo con hosquedad.

Adamat se quedó en los límites de aquella jungla de papel y tinta que era el despacho del vicerrector, mientras Uskan buscaba el libro faltante con la gracia natural de un secretario. Levantó papeles, movió platos y libros, pero todo volvió al lugar exacto en el que estaba antes.

Adamat se puso de puntillas y recorrió la habitación con la mirada.

—¿Es ese? —preguntó señalando el centro del escritorio.

Uskan asomó la cabeza desde debajo de la silla del vicerrector.

—Ah, sí.

Adamat atravesó la estancia con cautela. Cogió el libro con cuidado y comenzó a pasar las hojas. Uskan fue con él.

—No hay hojas dañadas —informó Adamat. Examinó las páginas, una tras otra, buscando solo dos palabras que sobresalieran. Las encontró en el epílogo del libro, en la última página.Leyó en voz alta—: “Y protegerán la Promesa de Kresimir con sus vidas, pues si se rompe, los Nueve podrían sucumbir”. —Examinó la página, luego la página siguiente, luego la anterior. No había otras referencias. Hizo una mueca—. Esto no tiene sentido.

El dedo de Uskan se clavó en el medio del libro, justo en el lomo.

—¿Qué?

—Faltan más páginas —dijo Uskan—. Medio epílogo. —La voz le temblaba de ira.

Adamat miró más en detalle. Era cierto, habían arrancado las hojas del libro. La encuadernación era distinta en este volumen, por lo que era difícil siquiera darse cuenta de que faltaban hojas. Suspiró.

—¿Dónde puedo encontrar otro ejemplar de este libro?

Uskan meneó la cabeza.

—Quizás en los Archivos Públicos. Creo que la Universidad de Nopeth también tiene una copia.

—No voy a pasarme buena parte de un mes metido en un carruaje para quizás encontrar un libro en la Universidad de Nopeth —dijo Adamat. Cerró el libro con fuerza y lo devolvió al escritorio del vicerrector—. Tendré que mirar en los Archivos Públicos.

—Los disturbios —reparó Uskan mientras él se dirigía hacia la puerta. Adamat se detuvo—. Los Archivos estarán cerrados. Contienen registros de impuestos, historias familiares, e incluso cajas de seguridad. Tienen guardias, Adamat.

Eso solo era un problema si lo atrapaban.

—Gracias por tu ayuda —dijo Adamat—. Avísame si encuentras algo más.

Promesa de sangre (versión española)

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