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Capítulo 7

Taniel miró a la turba que avanzaba sistemáticamente a lo largo de la calle y se preguntó si le daría muchos problemas. La ciudad era un caos; carretas volcadas, edificios incendiados, cadáveres abandonados en la calle a merced de saqueadores y cosas peores. El humo que flotaba como una cortina sobre la ciudad daba toda la sensación de que no se dispersaría nunca.

Taniel hojeó al azar su cuaderno de bocetos. Las páginas se abrieron en un retrato de Vlora. Se detuvo un momento, luego cogió el cuaderno por el lomo y arrancó la página. La estrujó y la arrojó a la calle. Miró el desgarro del cuaderno e instantáneamente se arrepintió de haberlo dañado. No tenía dinero para comprar otro. Había vendido todos sus objetos de valor para comprar un anillo de diamantes en Fatrasta. El condenado anillo de diamantes que había dejado clavado a un petimetre en Jileman. Aún recordaba la sangre brotando del hombro de aquel sujeto, las gotas color carmesí cayendo del anillo que le había deslizado por la espada antes de clavársela. Tendría que haberse quedado con el anillo. Podría haberlo empeñado. Se obligó a tragar el nudo que tenía en la garganta. Se arrepentía de no haberle dicho algo a Vlora allí mismo, lo que fuera, mientras ella se sostenía las sábanas contra el pecho en la puerta de aquella habitación.

Miró la hora en el reloj de una torre cercana. Faltaban cuatro horas para que los soldados de su padre comenzaran a restablecer el orden. Cualquier persona que se encontrara en las calles pasada la medianoche tendría que enfrentarse a los hombres del mariscal de campo. No sería algo sencillo para los soldados. En ese momento, había mucha gente desesperada en Adopest.

—¿Qué piensas de estos mercenarios? —preguntó Taniel. Se inclinó y cogió el boceto arrugado de Vlora, lo alisó contra su pierna y lo guardó dentro del cuaderno.

Ka-poel se encogió de hombros. Miró la turba que se acercaba. Los lideraba un hombre corpulento, un granjero vestido con un mono viejo y gastado y armado con una porra improvisada. Probablemente se había mudado a la ciudad para trabajar en una fábrica pero no había podido unirse al sindicato.

Vio a Taniel y a Ka-poel de pie en la puerta de un comercio cerrado y se volvió hacia ellos levantando la porra. Más víctimas a su disposición.

Taniel pasó el dedo por el ribete de su casaca de cuero y tocó la culata de la pistola que llevaba en la cadera.

—No te conviene tener problemas aquí, amigo —dijo. Ka-poel apretó sus pequeños puños con fuerza.

Los ojos del granjero se posaron sobre el broche de plata con forma de barril de pólvora que Taniel llevaba en el pecho. Se detuvo a mitad de camino y le dijo algo al hombre que venía detrás de él. De pronto se volvieron y se alejaron. Los demás los siguieron, echando miradas siniestras en dirección a Taniel, pero poco dispuestos a vérselas con un mago de la pólvora.

Taniel lanzó un suspiro de alivio.

—Esos dos matones a sueldo ya deberían haber vuelto.

Julene, la mercenaria Privilegiada, y Gothen, el quiebramagos, habían salido a seguir el rastro de la otra Privilegiada hacía casi una hora. Estaba cerca, dijeron, y saldrían en su búsqueda; luego regresarían por Taniel y Ka-poel. Taniel comenzaba a pensar que los habían abandonado.

Ka-poel se señaló el pecho con el pulgar y luego se puso la mano por encima de los ojos y movió la cabeza como si buscara algo.

Taniel asintió con la cabeza.

—Sí, ya sé que tú puedes encontrarla —dijo—, pero dejaré que esos mercenarios hagan el trabajo preliminar. Es para lo único que servirán, de todos m...

La cabeza de Taniel golpeó contra la pared del comercio que tenía detrás, y le retumbaron los oídos a causa de la repentina explosión. Ka-poel chocó contra él, y Taniel la atrapó antes de que llegara a caerse. La ayudó a ponerse de pie y sacudió la cabeza para que los oídos dejaran de zumbarle.

En cierta ocasión se encontraba a un kilómetro de un depósito de municiones cuando de pronto la pólvora se prendió fuego. La explosión de ahora fue igual que aquella, pero Taniel, con sus sentidos de Marcado, percibió que no se trataba de pólvora, sino de hechicería.

Una columna de fuego se elevó en el aire a menos de dos calles de donde estaban ellos. Desapareció tan pronto como había aparecido, y Taniel oyó gritos. Miró a Ka-poel; tenía los ojos muy abiertos, pero parecía estar ilesa.

—Vamos —le dijo, y salió a la carrera.

Pasó corriendo delante de la gente de la turba, desparramada sobre el empedrado como los juguetes de un niño derribados a puñetazos, y dobló la esquina para dirigirse hacia la explosión. Rebotó contra alguien y cayó al suelo. Se puso de pie de inmediato, echando apenas un vistazo a la persona con quien había chocado.

Había avanzado dos pasos cuando comprendió lo que había visto: una mujer mayor de cabello gris, con camisa y chaqueta lisa color marrón, y guantes de Privilegiado.

Taniel se volvió desenfundando la pistola.

—¡Alto! —gritó.

Ka-poel dobló la esquina a toda velocidad, justo hacia su línea de tiro. Él bajó la pistola y corrió hacia ella. Por encima del pequeño hombro de Ka-poel, vio que la Privilegiada se volvía. Los dedos le bailaron, y Taniel sintió el calor de una llama cuando la Privilegiada tocó el Otro Lado. Taniel agarró a Ka-poel y se arrojó con ella al suelo. Una bola de fuego del tamaño de un puño le pasó junto al rostro, lo suficientemente caliente para rizarle el cabello. Levantó la pistola y apuntó, sintiendo la calma del trance de pólvora mientras se concentraba en apuntar, en la pólvora y en su blanco. Apretó el gatillo.

La bala habría acertado en el corazón de la Privilegiada si justo en ese momento esta no se hubiera tropezado. En cambio, la alcanzó en el hombro. Ella se crispó por el impacto y le gruñó.

Taniel miró a su alrededor. Necesitaba un lugar donde ponerse a cubierto y recargar. A unos quince metros había un viejo almacén de ladrillos. Serviría.

—Hora de irnos —le dijo a Ka-poel. La puso de pie de un tirón y corrió hacia el almacén.

Con el rabillo del ojo vio que los dedos de la mujer danzaban. Ver a un Privilegiado tocar el Otro Lado era algo maravilloso, si ese Privilegiado no estaba intentando matarte. Con su dominio de los elementos, un Privilegiado habilidoso podía lanzar una bola de fuego o invocar rayos.

Taniel notó que el suelo temblaba. Se pusieron a cubierto detrás del depósito, pero el edificio retumbó. Sintió que el grito se le escapaba de la garganta previendo los poderes que atravesarían la estructura y los destruirían.

El edificio crujió, se movió, pero no explotó. De pronto aparecieron grietas en las paredes, de las que comenzó a salir humo. En el aire se oyó un sonoro bump. A continuación reinó el silencio. Estaban vivos. Algo había interrumpido el hechizo que la Privilegiada había estado a punto de arrojarles.

Taniel miró de reojo a Ka-poel. Exhaló, y sintió que el aire salía tembloroso.

—¿Has sido tú? —La mirada de Ka-poel le resultó indescifrable. Ella señaló—. Tras ella. Cierto. Vamos.

Taniel corrió hacia la calle cambiando su pistola ya usada por una cargada. Se detuvo un momento cuando vio a Julene y a Gothen corriendo hacia ellos.

Julene estaba como si le hubiera explotado un barril de pólvora en el rostro. Tenía el cabello quemado y la vestimenta ennegrecida. Incluso Gothen tenía una mirada salvaje en los ojos y marcas negras en la camisa, y se suponía que él era inmune a la hechicería. A la espada que tenía en la mano le faltaban unos treinta centímetros de hoja.

—¿Qué demonios habéis hecho? —dijo Taniel—. Quedamos en que volveríais a buscarme antes de ir por ella.

—No necesitamos que un maldito Marcado se nos meta en el medio —respondió Julene con un gesto grosero.

—Esa Privilegiada no debería haber sabido que estábamos ahí —dijo Gothen. Miró a Taniel avergonzado—. Pero lo supo.

—¿Y eso lo ha hecho ella? —Taniel señaló la espada rota de Gothen.

Gothen hizo una mueca.

—¡Ay, por el abismo!

Arrojó la media espada al suelo.

—Si nos quedamos charlando aquí, la perderemos —dijo Taniel—. Bien, Julene, trata de flanquearla, yo...

—Yo no obedezco tus órdenes —dijo Julene inclinándose hacia delante—. Iré derechito a su garganta. —Se tiró de los guantes y salió corriendo por la calle.

—¡Maldición! —Taniel le dio una palmada a Gothen en el hombro—. Tú ven conmigo. —Se dirigieron por una calle lateral hacia la siguiente calzada principal, corriendo paralelos a Julene—. ¿Qué demonios ha sucedido? —preguntó.

—La encontramos en una tienda para astrónomos —dijo Gothen entre jadeos mientras corría, con las espadas, las hebillas y las pistolas chocándose entre sí con un sonido metálico—. Acordonamos la tienda, bloqueamos todas las salidas y tendimos la trampa. Estábamos preparándonos para entrar a por ella cuando todo el frente del edificio explotó. Julene apenas llegó a cubrirse. ¡Yo sentí el calor de la explosión! Eso no debería suceder. Yo debería poder anular cualquier aura que ella conjure desde el Otro Lado. Ningún fuego, calor o energía debería poder alcanzarme, pero así fue.

—Entonces es poderosa.

—Mucho —dijo Gothen.

Taniel vio a Julene pasar corriendo por delante de un callejón, una calle más allá. Se detuvo y tomó aire haciéndole un gesto a Gothen para que frenara. Algo andaba mal. Se volvió.

—¿Ka-poel?

La joven se había detenido en la entrada del callejón. Se llevó un dedo a los labios con los ojos entrecerrados. Señaló hacia el interior de la callejuela.

Taniel le hizo un gesto a Gothen para que fuera primero; él anularía cualquier trampa o hechizo que se les arrojara. Levantó su pistola apuntando por encima del hombro de Gothen. El callejón estaba lleno de desechos; basura, lodo y mierda, y algunos barriles medio podridos. No había nada del tamaño suficiente para ocultar a una persona. El sol del mediodía lo iluminaba todo.

—¡Allí! —Gothen se lanzó a correr y Taniel vio movimiento más adelante. Parpadeó tratando de ver con claridad. Era como si la luz estuviera volviéndose sobre sí misma y dejara una pequeña sombra donde pudiera esconderse una persona.

Entonces apareció la Privilegiada. Las manos se le crisparon y las apuntó hacia Gothen. Gothen se preparó para recibir el impacto.

El aire resplandeció, distorsionado por un horno de hechicería inminente. Gothen gritó, con las venas del cuello hinchadas. Taniel disparó.

La bala le rebotó contra la piel como si esta fuera de metal, y salió volando por el callejón sin causar otros daños. La Privilegiada extendió las manos. Gothen se tropezó hacia atrás y cayó al suelo.

En el muro del edificio había asideros construidos para acceder al tejado. La Privilegiada trepó con la facilidad y la rapidez de alguien mucho más joven, y llegó al tejado, situado a dos pisos de altura, antes de que Taniel pudiera recargar una de sus pistolas. Taniel aspiró un poco de pólvora y subió detrás de ella.

—¡No la pierdas! —le gritó Taniel a Gothen. Ka-poel volvió corriendo hacia la calle principal para poder seguir la trayectoria de la Privilegiada.

Taniel llegó hasta lo alto de la escalera y se subió al tejado. La Privilegiada saltó al siguiente tejado, se volvió y le lanzó una bola de fuego. El trance de pólvora ardía en el interior de Taniel. Él veía las auras de aquella magia, sentía por dónde pasaría la bola de fuego. Esquivó y rodó, luego volvió a ponerse de pie. Ella huyó deslizándose estrepitosamente sobre las tejas de arcilla.

Taniel salvó la siguiente brecha con facilidad. Perdió de vista a la Privilegiada por la inclinación del tejado, pero volvió a encontrarla cuando ella llegó a la cima del siguiente. Le disparó.

La alcanzó una vez más, pero, una vez más, ella no cayó. Fue un tiro certero, directamente a la columna vertebral. Debería estar muerta, o como mínimo, herida y perdiendo sangre, pero apenas tropezó.

Taniel gruñó. Guardó las pistolas y cogió el fusil que llevaba colgado. Le colocó la bayoneta. Lo haría por las malas.

Un mago de la pólvora en pleno trance podía agotar a un caballo. Dos edificios más, y Taniel ya estuvo encima de la Privilegiada. Ella saltó entre dos tejados. Los dedos de su pie apenas llegaron a alcanzar el borde del siguiente. Se resbaló y cayó, pero se agarró de las tejas.

Taniel salvó el hueco entre los tejados con espacio de sobra. Frenó y se volvió, listo para atravesarle un ojo con la bayoneta. Ella se soltó del tejado y cayó a la calle que había debajo.

Taniel maldijo. Dudó solo un momento, y saltó detrás de ella. Cayó en cuclillas junto a la Privilegiada, que ya estaba de pie. Aun en pleno trance, al chocar contra el suelo le dolieron las rodillas y el cuerpo se le estremeció. Reaccionó por instinto y le lanzó una estocada con la bayoneta. Sintió que daba en el blanco.

La Privilegiada se encorvó sobre él, con su mano enguantada a solo unos centímetros de la cabeza de Taniel. Tenía el rostro de una mujer avejentada que en otra época había sido muy hermosa, con la piel arrugada y curtida, y patas de gallo en el rabillo de los ojos. Dejó escapar una bocanada de aire, luego dio un tirón y se liberó de la bayoneta de Taniel.

—No tienes idea de lo que está sucediendo, niño. —Su voz era un susurro mortal.

Taniel oyó el tintineo de las armas de Gothen. El quiebramagos llegó corriendo y se puso a su lado apuntando con la pistola.

Taniel sintió que la tierra retumbaba.

—¡Al suelo! —Gothen saltó entre Taniel y la Privilegiada.

La tierra se resquebrajó y se hundió debajo de ellos. Todo el cuerpo de Taniel gritó ante la presión liberada. Se sintió como si lo hubieran metido en el fondo de un cañón y lo hubieran usado como combustible para una explosión. Se le taponaron los oídos y se sintió mareado. La cabeza le palpitaba.

Alrededor de ellos comenzaron a caer trozos de mampostería.

Cuando comenzó a dispersarse el polvo, Taniel vio a Gothen aún de cuclillas sobre él, haciendo una mueca. El quiebramagos abrió un ojo. Sus labios se movieron, pero Taniel no oyó nada. El mundo entero parecía estar temblando. Taniel se puso de pie y miró alrededor. Ka-poel se acercaba por entre la bruma. Julene estaba cerca, detrás de ella. Los edificios que antes estaban a su alrededor habían desaparecido completamente, derrumbados hasta los cimientos, con los sótanos húmedos llenos de escombros y nubes de polvo. Había manchas de sangre y trozos de carne entre los restos. Había gente en esos edificios; gente que no había tenido a un quiebramagos para protegerse de la explosión.

Taniel tomó aire entrecortadamente.

Julene marchó directo hacia Taniel y lo derribó de un empujón; sus piernas temblorosas no pudieron sostenerlo en pie. Ka-poel se deslizó entre ellos, y su mirada furiosa hizo retroceder a Julene. Pasó un buen rato hasta que Taniel pudo oír lo suficiente para entender lo que gritaba la hechicera.

—…jado ir! ¡Has dejado que se escapara! ¡Maldito estúpido!

Taniel se puso de pie. Con delicadeza, empujó a Ka-poel del hombro y la quitó de en medio.

Julene dio un paso adelante y le propinó un puñetazo en el rostro. La cabeza le latigueó hacia atrás. Taniel reaccionó sin pensar: le bloqueó el siguiente golpe en el aire y le retorció la mano. La abofeteó.

—Déjame en paz. —Taniel se volvió y escupió sangre—. Está muerta. No hay forma de que nadie sobreviva a eso.

—No está muerta. —Julene tenía las mejillas encendidas, pero no atinó a continuar la pelea—. Todavía percibo su presencia. Se ha escapado.

—¡La he atravesado con setenta centímetros de acero! No saldría caminando de eso.

—¿Crees que el acero puede hacerle algún daño? ¿Crees que realmente puede hacerle daño? No sabes una mierda.

Taniel respiró hondo para calmarse, y luego aspiró pólvora.

—Ka-poel —dijo—, ¿sigue viva?

Ka-poel levantó el extremo del fusil de Taniel con sus pequeñas manos y pasó el dedo por la sangre que había en el filo de la bayoneta. Se lo esparció entre los dedos. Al cabo de un momento, asintió con la cabeza.

—¿Puedes rastrearla?

Ka-poel volvió a asentir.

Julene lanzó un bufido de burla.

—Ni siquiera yo puedo rastrearla —dijo—. Ha ocultado su rastro. Incluso herida es más poderosa de lo que te imaginas. Esta condenada niña no puede encontrarla.

—¿Pole?

Ka-poel resopló y se volvió. Hizo una pequeña pausa para orientarse y luego señaló.

—Tenemos un rumbo hacia donde ir —dijo Taniel—. Contrólate y observa cómo lo hace una verdadera rastreadora. —Hizo un gesto hacia Ka-poel—. Adelante.

Taniel se protegió los ojos de la lluvia y miró a Julene. Esta estaba de pie por encima de él, con los brazos cruzados y una sonrisa beligerante que le retorcía la cicatriz del rostro.

—Han pasado dos días —dijo ella—. Admite que tu salvaje no es capaz de rastrear a esta perra, así podremos salir de esta lluvia y decirle a Tamas que hay un problema.

—¿Te rindes con tanta facilidad? —Taniel mantuvo la mano en la alcantarilla y procuró no pensar en la sustancia lodosa que le deslizaba por entre los dedos. Las bocas de alcantarilla acumulaban de todo: desde desechos humanos hasta animales muertos y cualquier clase de basura y de fango que se amontonara en las calles. Durante una tormenta como esa, todo iba a dar a las grandes cloacas que había debajo de la ciudad. Esa rejilla estaba obstruida, por lo que Taniel tenía el brazo metido hasta el hombro en el agua de lluvia y la porquería, y lo estaba disfrutando casi tanto como disfrutaba el fastidio constante de Julene—. Sabes que Tamas no te pagará hasta que el trabajo esté hecho, ¿verdad? —le recordó.

—La encontraremos —dijo Julene—. Solo que hoy no. Con esta lluvia. Ella ha causado esta tormenta. Lo percibo. Las auras se arremolinan, conjuradas desde el Otro Lado. Enturbian demasiado su rastro, pero una vez que la lluvia haya amainado, yo volveré a encontrarlo.

—Ka-poel ya tiene su rastro—. Taniel se estiró un poco más, su mejilla rozó el charco asqueroso sobre el que estaba echado. Sintió algo duro, lo apretó con la mano y lo extrajo.

—Ha estado raspando con las uñas entre los adoquines y te ha hecho escarbar en cada zanja de aquí a... ¿Qué demonios es eso?

Taniel se puso de pie. El pegote de lodo gris que tenía en la mano parecía las raspaduras de cien botas. Lo sujetó con el brazo extendido, con el estómago revuelto a causa del hedor. Toda la masa estaba adherida a un trozo largo de madera. Succionando y chapoteando, el charco que tenía a los pies lentamente comenzó a drenarse.

—Un bastón roto, creo —dijo Taniel.

Ka-poel se acercó para examinar el lodo apestoso. Lo tocó con un dedo, escrutando toda la masa con la cabeza echada hacia atrás. De pronto metió los dedos en el lodo y los sacó apretando algo.

Julene se inclinó hacia delante.

—¿Qué es eso? —Meneó la cabeza—. Nada. Niña estúpida.

Taniel se lavó el brazo en el charco más limpio que pudo encontrar, luego cogió su camisa y su casaca de cuero, que sostenía Gothen.

—Necesitas ojos mejores —le dijo a Julene—. Es un cabello. Un cabello de la Privilegiada.

—Eso es imposible. Encontrar un cabello de la Privilegiada entre toda esta mugre. Incluso si fuera un cabello de ella, ¿para qué le puede servir a tu salvaje?

Taniel se encogió de hombros.

—Para encontrarla.

Ka-poel se alejó y abrió su morral. Trabajó por unos momentos dándoles la espalda. Cuando se volvió, se acomodó el morral en el hombro y asintió con la cabeza enérgicamente. Se tocó el centro del pecho y luego hizo un gesto como si aferrara algo.

Taniel se abotonó la camisa sonriendo.

—La tenemos.

Pararon un carruaje de alquiler. Ka-poel se sentó con el cochero para guiarlo, y Taniel, Julene y Gothen subieron al interior. Un momento después de que la puerta se cerrase, Julene hizo una mueca de asco.

—Hueles fatal —dijo—. Preferiría estar bajo la lluvia antes que aquí dentro contigo. Iré de pie en el estribo. —Volvió a salir. Enseguida el carruaje comenzó a avanzar.

—¿Ka-poel puede rastrear a la Privilegiada con un cabello? —preguntó Gothen después de varios minutos de marcha, con las rodillas demasiado cerca de las de Taniel para su gusto.

—Es difícil hacerlo solo con un cabello —dijo Taniel—. Ayuda si tienes más cosas. La sangre de mi bayoneta, un trozo de uña en la calle (esta Privilegiada se muerde las uñas), una pestaña. Cada pequeña cosa nos guía hasta la siguiente. Cuantas más consigamos, más fácil será rastrearla. Si queremos pillar por sorpresa a esta Privilegiada, necesitamos una ubicación precisa.

Taniel abrió su cuaderno de bocetos y lo hojeó, hizo una breve pausa en el dibujo de Vlora metido entre dos páginas y luego siguió hasta encontrar un retrato a medio hacer de la Privilegiada. La estaba dibujando de memoria, pero él era el único de los cuatro que había podido verla de cerca. Gothen observó el dibujo durante unos instantes. Cuando terminó, Taniel cerró el cuaderno con firmeza y volvió a guardárselo en la casaca.

—¿Cómo funciona el poder de Ka-poel? —preguntó Gothen.

—No tengo ni idea —dijo Taniel—. Nunca la he visto hacer magia. Lo que entendemos nosotros por magia, al menos. Nada de dedos crispados ni de conjurar auras elementales. —Hacía mucho tiempo que había abandonado todo intento de comprender los poderes de Ka-poel.

Pasó un minuto, y Gothen carraspeó. No miraba directamente a Taniel, pero tenía una sonrisa pícara en el rostro.

—Julene y yo hemos hecho una apuesta.

Taniel se echó una raya de pólvora en el dorso de la mano y la aspiró.

—¿Sobre qué?

—Julene opina que te acuestas con la salvaje. Yo digo que no.

—No es exactamente la apuesta de un caballero —dijo Taniel.

—Aquí somos todos soldados —dijo Gothen. La sonrisa se le ensanchó.

—¿De cuánto es la apuesta?

—De cien kranas.

—Ahí va la intuición femenina. Dile que te debe cien.

—Ya me lo imaginaba —dijo Gothen—. Los hombres son mucho más fáciles de adivinar que las mujeres. De vez en cuando le echas una mirada de esas, pero incluso en esos casos es más un gesto de anhelo que la mirada de un amante.

Taniel le frunció el ceño al quiebramagos y se reacomodó en el asiento, no muy seguro de cómo responder. Si estuvieran entre oficiales, lo retaría a duelo por ese comentario. Allí, sin embargo… En fin, como había dicho Gothen, ambos eran soldados.

—No es más que una niña —dijo Taniel—. Además, he estado comprometido con otra mujer desde antes de conocer a Ka-poel.

—Ah. Felicidades.

—El compromiso se ha cancelado.

—Mis disculpas —dijo Gothen desviando la mirada.

Taniel se echó otra línea en el dorso de la mano. Hizo un gesto de desdén con la tabaquera.

—No tiene importancia.

Aspiró la pólvora negra e inhaló a fondo, luego inclinó la cabeza contra el lateral del carruaje. Oyó el golpeteo de la lluvia sobre el techo, el traqueteo de las ruedas sobre los adoquines y los cascos del caballo. Había tantos ruidos para acallar sus pensamientos…

¿Dónde estaría Vlora en ese momento? se preguntó. Quizás estuviera llegando a Adopest. A lo mejor ya había estado allí y ya se había ido, enviada por Tamas a cumplir alguna misión. Se había obligado a borrar esa pregunta de su mente en cada momento de silencio que tuvo desde que clavó a aquel sujeto a la pared. El muy petimetre se quedó retorciéndose en su propia espada, como una mariposa. ¿Qué había salido mal? Había sido un error ir a Fatrasta de aquel modo. Enredarse en una guerra solo para impresionar a Tamas. La había dejado sola durante demasiado tiempo. El hombre que se había acostado con ella era un mujeriego profesional. No era su culpa.

Cerró una mano con fuerza y contuvo su ira. ¿Estaba furioso porque amaba a Vlora? ¿O porque otro hombre había mancillado a su mujer? ¿Vlora había sido realmente su mujer? No recordaba una época en que no fuera a casarse con Vlora. Tamas los había mantenido juntos en toda situación posible. Ella era una maga de la pólvora muy dotada, y lo más probable era que sus hijos también lo fueran. Tamas los había alentado durante años para que estuvieran juntos. De hecho, Vlora había sido la futura nuera de Tamas más que la futura esposa de Taniel. Taniel se tragó ese pensamiento, junto con la satisfacción que le daba la decepción de Tamas. Ahora no tenía que casarse con nadie si no lo deseaba, o encontraría una esposa por su cuenta, no algo arreglado con una maga de la pólvora. Quizá Ka-poel. Taniel emitió una risita e ignoró la mirada de curiosidad de Gothen. Tamas se pondría absolutamente furioso si él se casara una salvaje extranjera. El momento de regocijo pasó, y Taniel resistió el impulso de abrir su cuaderno y mirar el dibujo de Vlora.

—Una parte muy bonita de la ciudad —dijo Gothen interrumpiendo los pensamientos de Taniel. El quiebramagos sostenía la cortina apenas lo suficiente para mirar hacia fuera. Un momento después, el carruaje se detuvo. Taniel abrió la puerta.

Estaban en el Distrito Samalí. Había un humo espeso flotando sobre toda la ciudad; se mezclaba con la llovizna y le irritaba los ojos a Taniel. Reinaba el silencio. La turba había sido reprimida hacía dos días, pero en su camino había arrasado con casi todo. De lo que antes eran hileras de mansiones majestuosas solo quedaban ruinas en llamas y casas destruidas.

Excepto aquella. La vivienda tenía tres plantas y estaba construida con piedra gris. Había sido diseñada a imitación de los castillos de antaño, con parapetos y senderos. Los muros estaban ennegrecidos a causa de los incendios de alrededor, pero el edificio en sí parecía intacto. Era fácil darse cuenta del porqué.

Había soldados en los parapetos. Se habían arrancado adoquines de la calle para levantar una muralla de un metro de altura frente a la entrada principal. Había más soldados refugiados detrás, con los mosquetes listos, mirando el carruaje de Taniel con franca hostilidad.

Taniel se apeó del vehículo. Julene ya estaba en el suelo, poniéndose los guantes. Ka-poel se bajó del asiento del cochero.

—¿De quién es esta casa? —le preguntó Taniel al cochero.

El otro se rascó la barbilla.

—Del general Westeven.

Un escuadrón de soldados salió de la mansión y se dirigió directo hacia ellos. Taniel sintió que se le retorcían las tripas. Todos llevaban los uniformes grises y blancos y los sombreros con plumas de los Hielman del rey. Se suponía que habían sido eliminados. Y aun así, allí estaban, protegiendo la residencia del antiguo líder de la guardia del rey. El general Westeven tenía casi ochenta años, era antiguo desde todo punto de vista, pero se decía que seguía siendo agudo y perspicaz. De todos los comandantes de Adro, solo Westeven tenía una reputación similar a la de Tamas.

—¿El general está en la ciudad? —preguntó Taniel. Seguramente Tamas se había encargado de él. No podía haber dejado semejante cabo suelto.

—Corre el rumor de que ha vuelto —dijo el cochero—. En teoría estaba de vacaciones en Novi. Interrumpió su estancia y regresó ayer.

Taniel miró a Ka-poel.

—¿Estás segura de que está aquí?

Ka-poel asintió.

—Estupendo.

Los Hielman se detuvieron a cuatro metros de Taniel. El capitán era un hombre mayor y con mala cara. Era unos diez centímetros más alto que Taniel, y cuando posó la mirada en su broche con forma de barril de pólvora, sonrió con desprecio.

—Tenéis a una mujer en la casa —le dijo Taniel apoyando los dedos sobre su pistola—. Una Privilegiada. Estoy aquí para arrestarla en nombre del mariscal de campo Tamas.

—Aquí no reconocemos la autoridad de los traidores, muchacho.

—¿Entonces admitís que la estáis protegiendo?

—Es la huésped del general —dijo el capitán.

Una huésped. Soldados Hielman a las órdenes del general Westeven, ¿y ahora tenían una Privilegiada? Aquel era terreno peligroso. Distinguió fusiles en las ventanas de los pisos más altos y en los parapetos. El capitán de los Hielman llevaba espada y pistola. Dos de sus guardias portaban fusiles largos y delgados con cartuchos del tamaño de un puño adosados debajo: botes de aire en fusiles de aire comprimido. Armas diseñadas específicamente para ser inmunes a los poderes de los magos de la pólvora. Sin duda, algunos de los tiradores de allí arriba tenían las mismas armas.

Con Julene y el quiebramagos probablemente podrían entrar por la fuerza en la mansión. Una cosa era lidiar con soldados, otra era lidiar con la Privilegiada.

Taniel sintió que Julene tocaba el Otro Lado. Sostuvo una mano en alto.

—No —dijo—. Retrocede.

—Ni lo sueñes —dijo Julene—. Haré cenizas a este grupito y...

—Gothen —dijo Taniel—. Contrólala. —Necesitaba salir de allí. Advertir a Tamas. Si el general Westeven estaba en la ciudad, no le llevaría mucho tiempo reagrupar sus fuerzas. Atacaría rápido y directo al corazón. Taniel se humedeció los labios resecos—. Nos vamos.

—Señor —dijo uno de los Hielman—. Ese es Taniel “Dos Tiros”.

El capitán entrecerró los ojos.

—No os vais a ningún lado, Dos Tiros.

—Al carruaje —dijo Taniel—. Nos vamos. ¡Cochero!

Los soldados se aprestaron a disparar. Taniel saltó al estribo del carruaje. Desenfundó la pistola y se volvió. Disparó a uno de los Hielman en el pecho antes de que pudiera ponerse en posición de disparo. Arrojó la pistola al interior del carruaje y miró hacia los Hielman extendiendo los sentidos hacia ellos en busca de su pólvora. Dos de ellos portaban mosquetes comunes, y el capitán llevaba una pistola. Todos tendrían reservas de pólvora.

Encontró los cuernos de pólvora con facilidad. Tocó la pólvora con la mente, y provocó una chispa.

La explosión casi lo hizo caer del carruaje. Los caballos relincharon y Taniel se aferró con todas sus fuerzas mientras los animales huían aterrorizados. Echó una mirada hacia atrás. El capitán de los Hielman había quedado partido en dos. Uno de sus compañeros luchaba por sentarse. Los otros estaban hechos trizas sobre la calle. Nadie se molestó en disparar al carruaje que huía.

Cuando el cochero finalmente logró controlar a sus animales, Taniel metió la cabeza por la ventana.

—Yo podría haberlos atravesado —dijo Julene.

—Y nos habrían matado a todos. Tenían al menos veinte soldados con fusiles de aire observándonos, por no mencionar a la Privilegiada en el interior de la casa. Quiero que vosotros dos os bajéis. Mantened esa casa vigilada. Si la Privilegiada se va, seguidla, pero no intentéis entrar.

—¿Adónde irás tú? —preguntó Gothen.

—A advertir a mi padre.

Taniel trepó al asiento del cochero y le indicó que aminorara la velocidad un momento. Gothen y Julene saltaron del vehículo por el otro lado y se dirigieron a un callejón. Taniel medio esperaba que ignoraran su orden e intentaran entrar por la fuerza en la mansión, solo para no tener que lidiar de nuevo con ellos. Pero necesitaba a ese quiebramagos.

—Se te pagará bien —le dijo Taniel al cochero. El otro asintió con la cabeza, con una expresión seria en el rostro—. Llévanos a la Casa de los Nobles. Tan rápido como puedas.

Promesa de sangre (versión española)

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