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4 de enero Un personaje extraordinario

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“Entonces Bernabé, tomándolo, lo trajo a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús” (Hechos 9:27).

Si hay un personaje extraordinario en el libro de los Hechos, ese es Bernabé. Era oriundo de la Isla de Chipre, y su nombre significa “Hijo de ánimo, de consuelo, o de exhortación”. Ningún otro nombre más que ese es el más adecuado para ilustrar lo que fue el propósito de su vida.

Bernabé fue una influencia clave en la formación de Pablo y de Juan Marcos. Dios lo usó para llevarlos a un compromiso con la misión. Estuvo al lado de ellos, acompañando, motivando y guiándolos en el proceso del discipulado. Bernabé fue un discípulo que generó otros discípulos.

Bernabé fue un constructor de puentes entre los creyentes y un recién convertido, Saulo, y arriesgó su propia reputación en favor de un hombre que todos rechazaban. Es él quien percibe el potencial de Saulo, él mismo cuenta su conversión y lo presenta a los demás dirigentes de la iglesia. Bernabé fue el primero en viajar con Pablo y formar un equipo misionero, fue el primero en donar su propiedad y ponerla al servicio de la iglesia. Es decir, era un hombre sensible a las necesidades de los hermanos y de la misión.

Bernabé demuestra ser digno de confianza. Cuando en Antioquía el evangelio se extiende entre los gentiles, se alegra y apoya el crecimiento. Busca a Saulo en Tarso y lo lleva como evangelista. Los dos se convierten en maestros, y la iglesia se multiplica. Fue allí donde se llamó a los creyentes “cristianos” por primera vez (Hech. 11:25).

Bernabé es un siervo generoso, sensible, sacrificado, humilde y comprometido con la tarea de la predicación. Es un hombre de fe y de coraje. Y es un formador de dirigentes de la iglesia.

Bernabé era esa clase de discípulo que no atrajo las luces para sí mismo. Esto se refleja en una historia particular, registrada en Hechos 14:8 al 23. En aquellos días, muchos creían que los dioses podían mezclarse con los hombres. Era tal su influencia que, en Listra, Bernabé y Pablo fueron recibidos como dioses. A Bernabé se lo llamó Júpiter por su porte; y a Pablo, Mercurio, por su oratoria. Por supuesto, ambos rechazaron tal cosa. Nuestro proceder y nuestra vida siempre ejercen influencia.

Bernabé no dejó nada escrito, pero Pablo, su discípulo más notable, inspirado por Dios, escribió casi la mitad del Nuevo Testamento. La iglesia necesita de Pablos arriesgados y valientes, expuestos siempre en el frente de batalla contra el mal. Pero además necesita de los Bernabés, que también son arriesgados y valientes, y no obstante obran detrás de escena, formando, animando, enseñando y discipulando.

Recuerda que sin Bernabés no hay Pablos.

Pablo: Reavivado por una pasión

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