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Agradecimientos
ОглавлениеA mi esposa, Dorita, y a mis hijas, Doris y Cris, fuente de apoyo, motivación y amor.
Al pastor Erton Köhler, por su liderazgo y su ministerio apasionado por Jesús y por la iglesia, sus ideas, contenidos y sostén constante. Por el privilegio de trabajar a su lado y ser impulsado siempre por su incansable dedicación y compromiso con la causa del Señor.
Al pastor Gabriel Cesano, gerente de la ACES, por la iniciativa, la confianza y la ayuda; así como a los pastores Marcos Blanco y Pablo Ale (editor de este libro), que sustentaron y acompañaron todo el proceso.
A mis colegas de la División Sudamericana, por su gran contribución con materiales e historias: Adolfo Suárez, Luís Goncalves, Herbert Boger y Rafael Rossi.
Al pastor Daniel Belvedere, quien “inyectó” en nuestras venas la “pasión” de Jesús y de Pablo por la salvación de las personas. A los pastores Mario Veloso, Enrique Chaij, Carlos Rando, y al contador Marcelo Cerdá.
In memorian, a quienes descansan en las promesas de Jesús, pero que han dejado marcas en mi vida, pues sus obras siguen vigentes: mis padres, mis suegros, y a los pastores Walter Weiss, Rubén Pereyra, Heriberto Müller, Víctor Peto y Juan Francisco Darrichón.
A tantos hermanos, amigos y familiares, presentes en estas páginas o en mi camino a lo largo del ministerio, pues me enseñaron, fortalecieron y ayudaron a crecer en el cumplimiento de la misión y la consumación de la esperanza.
Al Dios de quien me considero un permanente deudor, manantial inagotable de sostén y motivación, por amarme y concederme la dicha de servir en la causa del evangelio. ¡A él sea la gloria!
¡Embarcando!
El apóstol Pablo siempre me cautivó. Fue el primer y mayor escritor del Nuevo Testamento, pilar indispensable para el crecimiento de la iglesia cristiana primitiva y el movimiento de la Reforma, así como para la doctrina y la misión adventistas.
Cristo, su Palabra y el evangelio fueron su pasión. Esta palabra tiene a veces un sentido negativo, refiriéndose a una vida “carnal” separada del Señor. Sin embargo, tiene un sentido extremadamente positivo, como emblema, bandera, identidad, propósito innegociable, caminar infatigable y “un celo sin límites”. Ese que Pablo tenía por Dios y la misión (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 389).
Por su parte, la Real Academia Española define “pasión” como una “inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona”. Desde que Pablo preguntó: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hech. 9:6), siempre vivió inclinado hacia Jesús. Cristo fue lo primero, lo último y lo mejor. Su inclinación y su preferencia fueron categóricamente vivas. Vivir por Cristo fue su delicia; y morir testificando por él, su gran honor.
Pablo tuvo días muy difíciles, pero ningún tipo de tormenta lo limitaba: ni personal, ni climática, ni social, ni política, ni racial, ni religiosa. Nada lo detenía ni lo fragilizaba. Cristo fue su pasión, al punto de exclamar que el amor por él lo constreñía, sin dejarle otra opción que amarlo y servirlo (2 Cor. 5:14). Cristo fue su vida, y su vida fue de Cristo. Que, como Pablo, nuestra pasión por Jesús sea más fuerte y más intensa a fin de ser consumados en la comunión y consumidos en la misión.
El 23 de octubre de 1878, pocos días después de un congreso mundial de la iglesia, en medio de una fuerte tormenta de viento y nieve, Elena de White escribió lo siguiente: “Cuanto más inclemente es el tiempo, mayor es nuestra necesidad de que obtengamos el brillo del sol de la presencia de Dios. Esta vida, aun en su mejor expresión, es solamente el invierno del cristiano; y los fríos vientos del invierno –chascos, pérdidas, dolor y angustia– son nuestra suerte aquí; pero nuestras esperanzas están puestas en el verano del cristiano, cuando cambiaremos de clima. Dejaremos todas las ráfagas invernales y las fieras tormentas detrás, y seremos llevados a las mansiones que Jesús ha ido a preparar para aquellos que lo aman” (Notas biográficas, p. 264).
Más allá de las tormentas presentes o futuras, Cristo es nuestro Piloto. En este espíritu y necesidad, los dejo con Pablo, una voz de esperanza, un reavivado por una pasión.
Pr. Bruno A. Raso,
junio de 2020.