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Capítulo 1

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Estaban ahí. Esta vez era de verdad.

Kylie Galen salió del atestado comedor a la radiante luz del sol y miró hacia la oficina de Shadow Falls. El parloteo de los otros chicos se había apagado. Los pájaros cantaban en la distancia, y una ráfaga de viento hacía susurrar a los árboles. Pero por encima de todo escuchaba el sonido de su propio corazón retumbando en su pecho.

Pum. Pum. Pum.

Estaban ahí.

Su pulso se aceleró al pensar que pronto conocería a los Brighten, la pareja que había adoptado y criado a su padre biológico. Un padre al que no había conocido en vida, pero al que había llegado a amar tras sus breves visitas desde el más allá.

Dio un paso y luego otro, sin ser consciente de la tormenta emocional que se cocía en su interior.

Nervios.

Curiosidad.

Miedo. Sí, mucho miedo.

Pero ¿de qué?

Una gota de sudor, más bien producto de los nervios que del calor sofocante de un día de mediados de agosto en Texas, le cayó por la frente.

Indaga en tu pasado para poder descubrir tu destino. Las místicas palabras de los ángeles de la muerte resonaron en su cabeza. Dio otro paso adelante, pero entonces se detuvo. Pese a que su corazón ansiaba resolver el misterio y descubrir quién era su padre —quién era ella y, con suerte, lo que era—, su instinto le gritaba que corriera y se escondiese.

¿Era eso lo que temía? ¿Conocer la verdad?

Antes de llegar a Shadow Falls hacía unos meses, tenía la certeza de ser una mera adolescente confusa, de que era normal sentirse diferente. Ahora sabía que no era así.

Ella no era normal.

Ni siquiera era humana. Al menos, no del todo.

Y descubrir su lado no humano era un puzle.

Un puzle que los Brighten podrían ayudarla a resolver.

Dio otro paso. El viento, como si estuviera tan ansioso por escapar como ella, sopló con fuerza. Levantó unos caprichosos mechones de su pelo rubio y se los esparció por la cara.

Parpadeó, y para cuando abrió los ojos, la luz del sol se había evaporado. Al levantar la vista, vio una enorme nube de aspecto feroz colgando directamente sobre su cabeza. Proyectaba una sombra a su alrededor y a lo largo de la tierra agreste. No estaba segura de si se trataba de una señal o tan solo de una tormenta de verano y se quedó paralizada, el corazón le latía más rápido. Tomó una profunda bocanada de aire que olía a lluvia, y estaba a punto de moverse cuando una mano la agarró por el codo. Los recuerdos de otra mano agarrándola dispararon el pánico a través de sus venas.

Se dio la vuelta.

—Guau. ¿Estás bien? —Lucas redujo la presión con la que la agarraba del brazo.

Kylie contuvo la respiración y miró fijamente a los ojos azules del hombre lobo.

—Sí. Solo… me has sorprendido. Siempre me sorprendes. Deberías empezar a silbar antes de acercarte a mí. —Reprimió el recuerdo de Mario y su nieto Red, el vampiro renegado—.Lo siento. —Sonrió y dibujó un círculo con el pulgar alrededor del pliegue de su codo. De alguna manera, aquella caricia pareció… íntima. ¿Cómo podía hacer que un simple roce pareciera un dulce pecado? Una ráfaga de viento, ahora con olor a tormenta, sacudió el pelo negro del chico, que le cayó por encima de la frente. Él siguió mirándola, con aquellos ojos azules que la tranquilizaban y evaporaban sus temores más oscuros.

—No tienes buen aspecto. ¿Qué ocurre? —Le cogió un mechón de pelo y se lo colocó detrás de la oreja derecha.

Ella apartó la mirada de él y la dirigió hacia la cabaña que albergaba la oficina.

—Mis abuelos… los padres adoptivos de mi padre biológico están aquí.

El chico debió de darse cuenta de su reticencia a estar allí.

—Pensaba que querías conocerlos. Por eso les pediste que vinieran, ¿verdad?

—Sí. Solo estoy…

—¿Asustada? —dijo él, terminando la frase por ella.

No le gustaba admitirlo, pero los hombres lobo podían oler el miedo, por lo que no tenía ningún sentido mentir.

—Sí. —Miró de nuevo a Lucas y vio una sonrisa en sus ojos—. ¿Qué es tan gracioso?

—Tú —dijo—. Sigo intentando entenderte. No tuviste tanto miedo cuando te raptó un vampiro renegado. De hecho, estuviste… increíble.

Kylie sonrió. No, Lucas había sido el que había estado increíble. Había arriesgado su vida para rescatarla de Mario y Red, y ella nunca lo olvidaría.

—De verdad, Kylie, si se trata de la misma pareja a la que he visto hace unos minutos caminando hacia aquí, son unos simples humanos viejos. Creo que podrías con ellos con las dos manos atadas a la espalda.

—No es eso lo que me asusta. Yo solo… —Cerró los ojos, insegura de cómo explicar algo que ni siquiera ella tenía claro. Entonces, las palabras simplemente llegaron—. ¿Qué les voy a decir? «Sé que a mi padre nunca le contasteis que era adoptado, pero él lo averiguó después de morir y vino a verme. Ah, sí, y no era humano. Así que, ¿serían tan amables de decirme quiénes son sus verdaderos padres para que así pueda averiguar lo que soy?».

Lucas debió de percibir la angustia en su voz ya que su sonrisa desapareció.

—Encontrarás la manera de hacerlo.

—Sí. —Pero ella no estaba tan segura. Comenzó a caminar. Notaba su presencia, su calor, mientras él la acompañaba hasta la cabaña. El camino se hizo más sencillo con él a su lado.

El chico se detuvo en la puerta y le acarició el brazo.

—¿Quieres que entre contigo?

Estuvo a punto de decirle que sí, pero sabía que necesitaba hacerlo sola.

Le pareció escuchar voces y dirigió la mirada de nuevo hacia la puerta. Bueno, no estaría exactamente sola. No había duda de que Holiday, la directora del campamento, estaba dentro esperándola, preparada para ofrecerle apoyo moral y tranquilizarla. Normalmente, Kylie se resistía a que manipularan sus emociones, pero por una vez podría hacer una excepción.

—Gracias, pero estoy segura de que Holiday está dentro.

Él asintió. Fijó la mirada en la boca de Kylie y acercó los labios peligrosamente a los suyos. Pero antes de que la boca de Lucas reclamara la suya, un frío helador que acompañaba siempre a los muertos recorrió el cuerpo de Kylie. Colocó dos dedos en los labios de Lucas. Besarse era algo que prefería hacer sin público… aunque este fuera del otro mundo.

O quizá no era por el público. ¿Estaba ella totalmente preparada para entregarse a sus besos? Era una buena pregunta, y una que necesitaba responder, pero mejor solucionar los problemas de uno en uno. En ese momento, debía preocuparse de los Brighten.

—Tengo que irme. —Se dirigió hacia la puerta, y el frío la estremeció de nuevo. De acuerdo, debía preocuparse de los Brighten y un fantasma.

Los ojos de Lucas dejaron entrever rápidamente decepción. Se movió, incómodo, y miró a su alrededor como si hubiera notado que no estaban solos.

—Buena suerte —titubeó, y se fue.

Lo vio irse y luego se puso a buscar al espíritu. Notó como se le ponía la piel de gallina a lo largo de la columna vertebral. Su habilidad para ver fantasmas había sido la primera señal de que no era normal.

—¿Podemos dejar esto para luego? —susurró.

Una neblina apareció detrás de las mecedoras blancas al final del porche. Era evidente que el espíritu no tenía el suficiente conocimiento o poder para completar la manifestación, pero bastó para mover las sillas de un lado a otro. El crujido de la madera al golpear madera sonaba como embrujado… y con motivo.

Esperó, y pensó que se trataba del espíritu de la mujer que se había aparecido ese mismo día en el coche de su madre mientras pasaban cerca del Cementerio Fallen, de camino al campamento. ¿Quién era ella? ¿Qué quería que hiciese? Nunca había respuestas sencillas cuando se trataba de fantasmas.

—Ahora no es un buen momento. —Decir eso no serviría de nada. Los espíritus creían en la política de puertas abiertas.

La mancha de niebla tomó algo más de forma, y Kylie se sintió invadida por la emoción.

No era la mujer que había visto antes.

—¿Daniel? —Kylie se acercó. Introdujo las yemas de los dedos en la helada niebla mientras esta adquiría una forma más familiar. Una emoción cálida, una mezcla de amor y arrepentimiento, ascendió por su brazo. Ella retiró la mano, pero los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿Daniel? —Estuvo a punto de llamarlo papá, pero eso todavía la incomodaba. Observó como se esforzaba por manifestarse.

Él le había dicho en una ocasión que su tiempo para merodear por la tierra era limitado. Más lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta de lo limitado que era. Su sentimiento de pérdida se triplicó al comprender lo duro que eso tenía que ser para él. Quería estar allí cuando ella conociera a sus padres. Y ella también lo necesitaba ahí —quería que le contara más sobre los Brighten— y deseaba con todas sus fuerzas que nunca hubiese muerto.

—No. —La única palabra que dijo, con brusquedad, sonó urgente.

—No, ¿qué? —No respondió, o quizá no podía hacerlo—. ¿No debo preguntarles sobre tus padres biológicos? Pero tengo que hacerlo, Daniel, es la única manera de averiguar la verdad.

—No es… —Su voz se interrumpió.

—No es ¿qué? ¿No es importante? —Aguardó su respuesta, pero la débil aparición se hizo más tenue, y el frío espiritual comenzó a desaparecer. Las mecedoras ralentizaron su balanceo, y el silencio descendió a su alrededor—. Es importante para mí —prosiguió—. Necesito… —El implacable calor de Texas se llevó por delante los últimos restos de frío.

Se había ido. Entonces, pensó que quizá no volvería a verlo nunca más. —No es justo. —Se secó las pocas lágrimas que le habían caído por las mejillas. La necesidad de correr y esconderse apareció de nuevo. Pero ya había perdido demasiado tiempo. Agarró el pomo de la puerta, todavía frío por el fantasma de Daniel, y se preparó para enfrentarse a los Brighten.

***

Dentro, Kylie escuchó un ligero murmullo que procedía de una de las salas de conferencias del final. Trató de afinar el oído para distinguir las palabras. Nada.

En las últimas semanas, había recibido inesperadamente el don de la sensibilidad auditiva. Pero así como venía, se iba. ¿De qué servía tener un poder si no sabía cómo utilizarlo? Aquello no hacía más que incrementar la sensación de que todo en su vida estaba fuera de control.

Mientras se mordía el labio, recorrió el pasillo y trató de concentrarse en su objetivo: obtener respuestas. ¿Quiénes eran los padres biológicos de Daniel? ¿Qué era ella?

Escuchó como Holiday decía: «Estoy segura de que acabaréis queriéndola.

Los pasos de Kylie se ralentizaron. ¿Amor?

¿No era eso un poco fuerte? Puede que simplemente les gustase. Eso estaría bien. Querer a alguien era… complicado. Incluso gustar demasiado a alguien tenía sus inconvenientes, como cuando cierto medio fae muy atractivo decidió que estar cerca de ella era demasiado duro y… se fue.

Sí. Definitivamente, Derek era un ejemplo perfecto de los inconvenientes de que te gustase demasiado alguien, y lo más seguro es que también fuera la razón por la que evitaba los besos de Lucas.

Un problema después de otro. Apartó ese pensamiento de su mente mientras caminaba hacia la puerta abierta de la sala de conferencias.

El anciano sentado a la mesa apoyó las manos en la gran mesa de roble.

—¿En qué tipo de problemas se ha metido?

—¿A qué se refiere? —Holiday lanzó una mirada hacia la puerta y se echó su larga melena pelirroja por encima del hombro.

El anciano continuó:

—Hemos buscado información sobre Shadow Falls en internet, y tiene reputación de ser un lugar para adolescentes con problemas.

¡Genial! Los padres de Daniel pensaban que era una delincuente juvenil.

—No deberían creer todo lo que leen en internet. —La voz de Holiday solo dejaba entrever una pequeñísima señal de enfado—. En realidad, esta es una escuela para jóvenes con un gran talento que están tratando de encontrarse a ellos mismos.

—Por favor, dígame que no son drogas —respondió la mujer de pelo plateado sentada junto al anciano—. No estoy segura de poder lidiar con eso.

—No soy una yonqui —dijo Kylie, acordándose de Della, su compañera de piso vampira, que había tenido que enfrentarse a una sospecha similar por parte de sus padres. Todos giraron la cabeza hacia Kylie que, al sentirse en el ojo del huracán, contuvo la respiración.

—Oh, vaya —contestó la mujer—. No pretendía ofenderte.

Kylie entró lentamente en la estancia.

—No estoy ofendida. Solo quería dejarlo claro. —Fijó la mirada en los ojos grises de la mujer. Después, la desvió hacia el anciano, en busca de… ¿qué? Un parecido, quizá. ¿Por qué? Sabía que no eran los padres biológicos de Daniel, pero ellos lo habían criado, y probablemente le habían transmitido gestos y modales.

Kylie pensó en Tom Galen, su padre adoptivo, el hombre que la había educado, el hombre al que hasta hace poco había considerado su verdadero padre. Aunque Kylie todavía no le había perdonado que hubiese abandonado a su madre después de diecisiete años de matrimonio, no podía negar que había adoptado algunos de sus gestos. Aunque no es que viera más de Daniel en sí misma, desde su ADN sobrenatural hasta sus rasgos físicos.

—Leímos que esto era un hogar para adolescentes con problemas —dijo el anciano en un tono de disculpa.

Recordó a Daniel diciéndole que sus padres adoptivos lo habían querido, y que la habrían querido a ella si la hubieran conocido.

Amor. La emoción le invadió el pecho. Tratando de descifrar la sensación, Kylie pensó en Nana —la madre de su madre— y en cuánto la adoraba, lo mucho que la había echado de menos cuando murió. ¿Era el hecho de saber que los Brighten eran mayores —que no les quedaba mucho tiempo— lo que hacía que Kylie quisiera dar marcha atrás?

Como si el hecho de pensar en la muerte lo hubiera provocado, un escalofrío fantasmal inundó la habitación. ¿Daniel? Lo llamó con la mente, pero la sensación de frío punzante en su piel era en esa ocasión distinta.

Cuando el aire helado entró en los pulmones de Kylie, el espíritu se materializó detrás de la señora Brighten. Aunque la aparición parecía una mujer, una cabeza calva reflejaba la luz del techo. Puntos de sutura en carne viva le recorrían el cuero cabelludo al descubierto. Kylie retrocedió.

—Tan solo estamos preocupados —dijo el señor Brighten—. Ni siquiera sabíamos que existías.

—Lo… entiendo —respondió Kylie, incapaz de apartar la mirada del espíritu, que observaba a la pareja de ancianos con perplejidad.

Al fijarse de nuevo en el rostro del espíritu, Kylie se dio cuenta de que era la misma mujer que había visto antes aquel día. Por supuesto, los puntos de sutura y la cabeza afeitada eran una pista. Pero ¿de qué?

El espíritu miró a Kylie.

Estoy tan confusa.

Yo también, pensó Kylie, sin estar segura de si ese espíritu era capaz de leerle la mente como hacían otros.

Hay mucha gente que quiere que te diga algo.

—¿Quién? —Se mordió el labio al darse cuenta de que había pronunciado la palabra en voz alta. ¿Daniel? ¿Nana? ¿Qué quieren que me digas?

La mirada del espíritu se encontró con la de Kylie como si la entendiera.

Alguien vive. Alguien muere.

Más rompecabezas, pensó Kylie, y apartó la mirada del fantasma. Vio como Holiday, que percibía al espíritu, miraba a su alrededor. La señora Brighten elevó la mirada al techo como si buscase una salida de aire acondicionado a la que culpar del frío. Afortunadamente, el espíritu se desvaneció y se llevó el frío consigo.

Mientras trataba de alejar al fantasma de su mente, Kylie volvió a centrarse en los Brighten. Su mirada se posó en la mata de cabello gris del anciano. Su piel pálida le decía que había sido pelirrojo de joven.

Por algún motivo, Kylie se vio obligada a mover las cejas y comprobar los patrones mentales de la pareja. Era un pequeño truco que había descubierto recientemente, y que permitía a los seres sobrenaturales reconocerse entre sí e identificar a los humanos. Los Brighten eran humanos.

Normales y, seguramente, personas decentes. Entonces, ¿por qué Kylie estaba tan nerviosa?

Estudió a la pareja mientras ellos la estudiaban a ella. Esperó a que le dijese lo mucho que se parecía a Daniel, pero ese comentario nunca llegó.

En su lugar, la señora Brighten dijo:

—Estamos muy emocionados de poder conocerte.

—Yo también —dijo Kylie. Y muerta de miedo. Se sentó al lado de Holiday, enfrente de los Brighten. Buscó la mano de Holiday bajo la mesa y le dio un apretón. El contacto con la directora del campamento le transmitió tranquilidad.

—¿Me pueden hablar de mi padre? —preguntó Kylie.

—Por supuesto. —La expresión de la señora Brighten se suavizó—. Era un niño muy carismático. Popular, inteligente y extrovertido.

Kylie apoyó su mano libre sobre la mesa.

—Entonces no es como yo. —Se mordió el labio. No había querido decirlo en voz alta.

La señora Brighten frunció el ceño.

—Yo no diría eso. Tu directora del campamento nos estaba contando justo ahora lo maravillosa que eres. —Se inclinó sobre la mesa para dejar descansar su mano cálida sobre la de Kylie—. No me puedo creer que tengamos una nieta.

Había algo en el tacto de la mujer que agitó a Kylie. No era solo el calor que emanaba de la piel de la mujer, sino la delgadez, el débil temblor de sus dedos, esos huesos que el tiempo y la artritis habían alterado. Kylie se acordó de Nana, de cómo el suave tacto de su abuela se había vuelto más frágil antes de morir. Sin previo aviso, la pena le inundó el pecho. Pena por Nana, e incluso puede que una advertencia de lo que sentiría por los padres de Daniel cuando les llegara la hora. Teniendo en cuenta su edad, ese momento no tardaría en llegar.

—¿Cuándo supiste que Daniel era tu padre? —La mano de la señora Brighten seguía sobre la muñeca de Kylie. Era reconfortante de un modo extraño.

—Hace poco —dijo, sobreponiéndose a la emoción—. Mis padres se están divorciando y, de alguna manera, la verdad salió a la luz. —Eso no era del todo mentira.

—¿Un divorcio? ¡Pobre niña!

El anciano asintió. Kylie se dio cuenta de que tenía los ojos azules, como su padre y ella.

—Nos alegra que hayas decidido conocernos —dijo el señor Brighten.

—Estamos tan contentos… —La voz de la señora Brighten se quebró—. Nunca hemos dejado de echar de menos a nuestro hijo. Murió tan joven… —Una silenciosa sensación de pérdida, de tristeza compartida, invadió la estancia.

Kylie se mordió la lengua para no decirles lo mucho que ella también había llegado a querer a Daniel. Para no decirles cuánto les había querido él. Había tantas cosas que quería decirles y preguntarles, pero no podía hacerlo.

—Hemos traído fotografías —añadió la señora Brighten.

—¿De mi padre? —Kylie se inclinó sobre la mesa.

La señora Brighten asintió y se removió en su silla. Con sus viejas manos, sacó un sobre marrón de su gran bolso de señora mayor blanco. El corazón de Kylie se aceleró ante la perspectiva de ver las fotos de su padre. ¿Se había parecido a ella de joven?

La anciana le acercó el sobre a Kylie, y ella lo abrió tan rápido como pudo.

Se le hizo un nudo en la garganta cuando vio la primera fotografía: un joven Daniel, de unos seis años, sin las paletas. Recordó las fotos de su propia infancia desdentada; el parecido era asombroso.

Las fotos la llevaron a través de la vida de Daniel: desde el adolescente de pelo largo y vaqueros rotos hasta el adulto. En la foto en la que aparecía ya como adulto estaba con un grupo de personas. El nudo en la garganta de Kylie se tensó todavía más cuando se dio cuenta de quién estaba de pie junto a él. Su madre.

Levantó la mirada bruscamente.

—Esa es mi madre.

La señora Brighten asintió y contestó:

—Sí. Lo sabemos.

—¿De verdad? —preguntó Kylie, confusa—. Pensaba que nunca habían llegado a conocerla.

—Lo sospechábamos —intervino el señor Brighten—. Después de saber de ti, supusimos que tu madre era la mujer de la foto.

—Oh. —Kylie bajó de nuevo la mirada hacia las imágenes y se preguntó cómo podrían haber sacado esa conclusión de una única foto. Aunque tampoco es que importase—. ¿Puedo quedármelas?

—Claro que sí —contestó la señora Brighten—. He hecho copias. Daniel habría querido que tú las tuvieras.

Sí, lo habría querido. Kylie lo llamó para que se materializase, como si tuviera algo importante que decirle.

—Mi madre lo quería —agregó Kylie al recordar las preocupaciones de su madre sobre el posible resentimiento de los Brighten por no haberlos buscado antes. No parecían albergar ningún sentimiento de esa clase.

—Estoy segura de ello —La señora Brighten se inclinó y rozó la mano de Kylie otra vez. Al entrar en contacto con su piel, sintió calidez y verdadera emoción. Era… era casi mágico.

El timbre del teléfono de Kylie hizo trizas aquel silencio frágil. Ignoró el mensaje de texto, se sentía casi hechizada por los ojos de la señora Brighten. Entonces, por razones que Kylie no fue capaz de entender, su corazón se abrió.

Quizá sí quería que la amasen. Quizá ella también quería amarlos. No importaba el poco tiempo que les quedase. O que no fuesen sus abuelos biológicos. Habían amado a su padre y lo habían perdido. Lo único que podían hacer era amarse los unos a los otros.

¿Era eso lo que Daniel había tratado de decirle? Kylie miró una vez más las fotografías y después las introdujo de nuevo en el sobre; sabía que más tarde pasaría horas estudiándolas con atención.

El teléfono de Kylie sonó de nuevo. Trató de apagarlo y vio el nombre de Derek en la pantalla. El corazón le dio un vuelco. ¿Llamaba para disculparse por haberse ido? ¿Quería ella que se disculpase?

Sonó otro teléfono. Esta vez era el de Holiday.

—Disculpen —Holiday se levantó y salió de la habitación para responder a la llamada. Se detuvo de golpe en la puerta—. Tranquilízate —dijo al teléfono.

La dureza de la voz de la directora del campamento cambió por completo el humor que reinaba en la estancia. Holiday se dio la vuelta y se acercó a Kylie.

—¿De qué se trata? —murmuró Kylie.

Holiday apoyó una mano sobre su hombro, cerró el teléfono y miró a los Brighten.

—Ha habido una emergencia. Tenemos que posponer esta reunión.

—¿Qué ocurre? —preguntó Kylie.

Holiday no respondió. Kylie dirigió de nuevo la mirada a las caras de decepción de los Brighten y sintió como esa misma emoción se abría camino a través de su pecho.

—¿No podríamos…?

—No —dijo Holiday—. Voy a tener que pedirles a tus parientes que se marchen. Ahora.

La voz de la directora del campamento se interrumpió con el estrépito de la puerta de la cabaña al abrirse y chocar contra la pared. Los Brighten se estremecieron y clavaron la mirada en la puerta, mientras el repiqueteo de unos pasos a la carrera se iba acercando a la sala de conferencias.

Atrapada al atardecer

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