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Introducción

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Una de las principales razones por las que es preferible una lectura pragmatista del problema de la exclusión en la sociedad contemporánea, dejando de lado lecturas con un enfoque más metafísico, obedece a que, mientras los pragmatistas se centran en indagar sobre aquellas prácticas sociales y discursivas que generan humillación, los racionalistas-metafísicos, por su parte, consideran que se ha de ir “más allá”, y pretenden poner de relieve la esencia humana común, preguntando “¿por qué debo evitar la humillación?”. De hecho, la referencia al “deber” no es gratuita en este interrogante: es muy común verlo en los discursos éticos y políticos, sobre todo porque estos se suelen fundar en alusiones a principios –generalmente universalistas y metafísicos– a los que es preciso acercarse. Ir contra estos principios, alejarse de ellos, es ir contra la razón –práctica–, por tanto, es rebelarse contra la racionalidad misma; ahora,

… las explicaciones que se dan a tal comportamiento “irracional” son las pasiones, los intereses, los móviles de la esfera “concupiscible”, opuesta a la racionalidad y por lo demás ligada a la parte menos noble del ser humano (el cuerpo destinado a deshacerse con la muerte), mientras que el alma tiene una esencia similar a la de las ideas eternas, donde radica la razón. (Vattimo, 2010, p. 103)

En efecto, en las antípodas de la tesis más radicalmente metafísica o racionalista de la moral, expresión de la metáfora del acercamiento a la verdad moral –el deber–, se halla la idea según la cual es preciso llegar a los fundamentos explicativos de los actos benévolos o de las acciones crueles, revisando en las estructuras internas del alma maculada, del estado de naturaleza, de la Gesinnung (actitud fundamental) (Kant, 1981) o de la maximización de la razón práctica (Kant, 2003). La perspectiva pragmatista, por el contrario, solo intenta poner de relieve la posibilidad que tiene cualquier persona de sufrir dolor y humillación. A propósito, señala Rorty que, para que “nuestras posibilidades de ser benévolos, de evitar la humillación de los otros se expanda por medio de la redescripción […] El reconocimiento de la condición común de ser susceptibles de sufrir humillación es el único vínculo social que se necesita” (2001, p. 109). En esta medida, de una lectura pragmatista que intente entender cómo las sociedades contemporáneas han devenido excluyentes, se obtiene la idea de que las prácticas morales y políticas de las personas parecen ser el resultado de una falta de educación emocional soportada en la omisión del reconocimiento de una obviedad: la humillación es la peor forma de crueldad hacia los otros. La consecuencia de este problema es la evidente fragilidad de la solidaridad, en la medida en que esta se basa en un continuo cuidado común y en la capacidad para ponerse en la situación de los demás. Sobre la gravedad de un acto cruel como la humillación del otro, Rorty afirma que la manera más directa de causar a las personas ese particular dolor que no compartimos con los brutos es humillarlas, es decir, llevarlas a un punto en que crean que aquello que consideran valioso es fútil, detestable y vergonzoso (pp. 108-110).

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