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Ostara

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Mac Carthaigh Mór

An Mhumhain, 1313

El bosque se hallaba sumergido en la bruma. Los árboles parecían de una consistencia distinta a la habitual, como si la niebla fuera capaz de volverlos etéreos. Al igual que Bahee, su madre, ella podía ver el lado oculto de la vida y la muerte: era el mismo bosque de siempre y aun así, diferente. Había colores que antes no estaban, ecos que antes no se escuchaban. “Ostara”, pensó al mismo tiempo que se hizo consciente del pasto húmedo bajo sus pies desnudos. No sabía hacia dónde se dirigía; una fuerza mayor que ella la arrastraba, la movía hacia un punto determinado. Su vestido se deslizaba sobre la tierra mientras daba pasos reservados, cortos como su respiración. Pero, si era Ostara, ¿no debería sentirse en completa tranquilidad? El equinoccio de primavera representaba un tiempo de equilibrio; en cambio, la energía que la empujaba era pura incertidumbre y nerviosismo. No podía ser real. Entonces, Máira comprendió que estaba dentro de un sueño. Quizás una premonición.

Se dejó llevar por el viento y el rumor de las hojas. De a poco, el sonido del bodhrán comenzó a ser cada vez más cercano. El ritmo aceleró sus pasos, su corazón, hasta llegar a un amplio borde de río. Los colores tenues y solares se transformaron en una sola luz cenicienta, proyectada por la luna llena. Ahí, cerca del agua, los clanes celebraban el inicio de la primavera. Y en esta ocasión, sin la ayuda de una energía externa, decidió caminar hacia ellos. Podía sentirlo: algo o alguien la invocaba.

La gente reía, bebía, bailaba, celebraba. Máira, que se sabía dentro de un sueño, solo se dedicó a observar. Caminó entre personas fantasmales y conversaciones que tal vez, en algún momento, se harían realidad. A diferencia de los demás, ella nunca soñaba simplemente porque sí. Siempre había una razón y, esta vez, también la descubriría. No veía a sus hermanas por ninguna parte, ni siquiera a Aïne que tendía a estar presente en todo momento. Pensó que tal vez debía encontrarlas primero para poder descifrar el significado del sueño, así que se mezcló aún más entre la gente. Miró hacia un lado y el otro; adelante, atrás, pero no logró encontrarlas. Solo cuando vio unos ojos oscuros pasar frente a ella, entendió que no era a sus hermanas a quienes debía conocer esa noche, en ese sueño.

Primero fue una mirada fugaz. Después, una sonrisa forastera. Los clanes elementales se caracterizaban por ser precavidos y desconfiados del mundo externo, así que, en sus dieciséis años, había visto solo un par de gestos mortales, pero nunca algo así. Nunca esa alegría, esa ternura. Sus ojos intentaron seguirlo, pero se movía con demasiada rapidez como si tal vez no quisiera ser encontrado. Un sueño como ese en una noche como Ostara no podía indicar más que buenos presagios. Se arrojó dentro del sueño sin restricciones, creyendo que así podría descubrir a quién pertenecían esos ojos, esa boca. Jugar su juego para entrar en él.

Tomó un vaso y bebió un trago de vino que le pareció demasiado ácido. Se dejó llevar por el ritmo del tambor y la luz de la luna, con la sensación de que era el sueño más vívido que había tenido jamás. Entonces, aparecieron esos ojos de nuevo, acompañados por una sonrisa que la llenaba de felicidad. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podía sentirse así por alguien a quien ni siquiera conocía y además en un sueño? El joven, que parecía ser de su misma edad, se le acercó. No le habló con palabras, pero sí lo hizo con sus ojos negros, sus dientes demasiado blancos para ser reales. “Un nombre”, le decía, “solo un nombre”. Máira lo miró detenidamente intentando comprender a qué se refería. Llevaba los colores de Ostara: una chaqueta de lino dorado y pantalones verdes. Al igual que ella, andaba descalzo. “¿Quién eres?”, le preguntó. “Un nombre, solo un nombre”, repitió él.

Jugar su juego para entrar en él.

“Máira”, dijo y apenas lo hizo, él la abrazó y ella sintió que caía y volaba al mismo tiempo que lloraba y reía, que era y no era. Sintió recuperar algo perdido, soltar aquello que no le servía, revivir. Entendió, por primera vez, el verdadero significado de una celebración como Ostara: un tiempo de abundancia y expectación. El renacimiento. La vida llegó a ella en un abrazo.

De pronto, la voz de Aïne se oyó a lo lejos.

Lo soltó con apuro, sabiéndose contra el tiempo. Necesitaba ver por una vez más sus ojos negros para averiguar, quizás a través de esa conexión, quién era y por qué había llegado hasta ella en sueños. Pero apenas lo hizo, él ya no estaba ahí. El ritmo del bodhrán no se escuchaba, la gente había desparecido. La noche le pareció grisácea y fría, muy diferente a unos segundos atrás.

Cuando abrió los ojos, él ya no estaba ahí.

Pero Aïne sí.

La luz de la luna encontraba reflejo en los ojos de su hermana mayor, que la miraba desde la esquina de la cama:

—An bhfuil tú ceart go leor?6 –le preguntó y Máira asintió–. Tá tú ag caint ina chodladh7.

Corrió las mantas hacia atrás y se levantó de la cama. Por alguna extraña razón, se sentía turbada. El sueño en sí había sido agradable, pero no le gustó como acabó.

No le gustó la sensación de frialdad que sintió al final ni tampoco que hubiese sido Aïne quien la despertara. Cuando sus sueños terminaban así, abruptamente, nada bueno podía esperar de ellos.

Máira le habló entre murmullos para no despertar a las demás, que dormían en las camas continuas:

—Gá dom a fháil amach8.

Tomó una de las mantas que estaban sobre la cama y salió del crannog.

La noche primaveral la recibió con un aroma dulce. Los preparativos para celebrar Ostara estaban casi listos, a excepción de la comida que sería preparada en unas cuantas horas más. En festividades como esas, alegres y llenas de abundancia, incluso permitían que el clan de fuego participara activamente, no solo en la celebración, sino también en las vísperas.

Inspiró hondo, cerró sus ojos y lo primero que vio fue a ese joven. “Un nombre, solo un nombre”, le había pedido, pero ella nunca se lo dio. “Fue un sueño. Nada más que un sueño”, se recordó a sí misma. Entonces, ¿por qué no podía sacar de sí la sensación de que, más que eso, se trataba de una premonición?

—Cad é go Trioblóidí tú, deirfiúr? 9–dijo Aïne que ya estaba junto a ella–. Tá a fhios agat gur féidir leat muinín dom10.

Aïne podía ser dura con muchos, con casi todos, pero jamás con ella. A diferencia de sus hermanas mayores, Máira tuvo que crecer sin Kene ni Bahee, así que fue su hermana quien se hizo cargo. Siempre fuerte, siempre presente. Aïne era como el roble que todos los celtas veneraban: símbolo de resistencia y poder.

Máira le contó su sueño, pero evitó mencionar que más bien lo sentía como una premonición. Le habló sobre el joven de ojos negros que le pedía un nombre y no pudo contener una sonrisa. Aïne la miró asustada.

—Mar gheall ar aoibh gháire tú? Ná. Is féidir aon rud maith a bheith ag súil ó dhaoine11 –le dijo y en seguida, Máira intentó suprimir cualquier gesto de su cara.

Quería decirle que quizás él era diferente o que, al menos, se veía diferente, pero sabía que no conseguiría nada porque Aïne sentía total aversión hacia los mortales. Entendía la desconfianza de su hermana: a diferencia de ella, que era muy pequeña cuando Kene y Bahee murieron, Aïne ya era una mujer. Y como tal, recordaba todo. Albergaba dentro de ella el color de la sangre y la intensidad del fuego. No por nada había decidido excluir a Ciara y a su clan de las actividades elementales. Aïne podía ser el roble en la cotidianidad, pero en el fondo, solo Máira conocía el miedo que habitaba dentro de ella; solo Máira conocía su miedo a perderlo todo.

—Níos mó ná aisling, is cosúil sé ar cheann de do premonitions12 –continuó y Máira tuvo que tragar las palabras que querían salir de su boca: que sí, que ella también lo sintió de esa forma, que probablemente ese joven existe y está por ahí, esperando por un nombre, solo un nombre. En cambio, le preguntó:

—Mar gheall ar cad a deir tú?13

—Mar gheall ar aisling sreabhadh isteach i d’intinn agus lig tú codladh; áfach, a bhfuil premonitions duit gníomhú difriúil14.

A veces, solo en ciertas ocasiones, sentía miedo al confirmar cuánto la conocía Aïne y el poder que podía ejercer sobre ella teniendo tanta información.

—Más premonition, ní féidir liom a bhraitheann chomh dona15 –no se aguantó; la entendía y la respetaba, pero debía encontrar la forma de traspasar la sensación general de aquella visión: ese joven no era peligroso.

Pero Aïne fue tajante: “Los seres humanos representan un peligro para nosotros, Máira. Créeme, lo que llegó hasta ti en sueños fue una advertencia. Si ese joven aparece, no puedes caer en su juego”.

“Jugar su juego para entrar en él”, recordó. ¿Sería posible que Aïne leyera sus pensamientos? No, ese era el poder del aire. Lo que sí era posible es que tuviera razón, la tierra rara vez se equivocaba. Al menos eso creía ella.

Aun así…

Aïne señaló el crannog y le dijo que era hora de volver a dormir. En pocas horas llevarían a cabo la celebración de Ostara y debían contar con las energías necesarias para recibir la primavera. Máira asintió y caminaron juntas en silencio. Su mente, en cambio, no dejaba de pensar. Aunque quisiera, no podía olvidar esa sonrisa.

Salió de la cama con los primeros rayos del sol. El resto de la noche la pasó en vela, pensando en el sueño que se mezclaba con las palabras de Aïne, sin lograr llegar a una conclusión. En esas circunstancias, lo natural hubiera sido que se sintiera cansada, pero no lo estaba. Más bien, se sentía impaciente; si ese joven llegaba, desconocía cuál sería su propia reacción. No tenía la certeza de que ese día lo vería por primera vez –ni siquiera estaba segura de que hubiera sido una premonición–, pero la intuición la llevaba por ese camino de niebla tan espesa como la de su sueño.

Miró a su alrededor y se percató de que, como cada mañana, Aïne era la primera en levantarse. Síle y Ciara, por el contrario, todavía dormían. Lo más silenciosamente que pudo, se puso su vestido de lino con una manta verdosa encima. Afuera del crannog, parte de los clanes continuaba con los últimos preparativos para la celebración. Algunos decoraban los árboles, envolviéndolos con lanas en tonos dorados y verdes. Otros se dedicaban a ordenar los platos con las primeras frutas de la estación, mientras que un grupo pequeño afinaba los instrumentos para que, más tarde, todos pudieran cantar y bailar, incluso el clan de fuego. Ostara era, sin duda, una fiesta llena de luz que solo podía traer buenos designios. Eso creía Máira.

Sintió calor sobre su hombro y supo que era Síle. Se dio vuelta y la saludó con una sonrisa que ella devolvió. A diferencia de Aïne, Síle era una igual; trataba a todos con ecuanimidad, incluso a los elementales de fuego. Incluso a Ciara.

Le dijo que la había escuchado salir del crannog durante la noche y le preguntó si todo andaba bien. “¿Fue una de tus visiones?”. No lo sabía. No tenía idea de quién era ese joven, nunca lo había visto y, como si fuera poco, los mortales no eran bienvenidos en su familia. Entonces, ¿cómo se suponía que podría conocerlo en plena celebración de Ostara? Aún más, ¿cómo podría su sueño ser, a fin de cuentas, una premonición? “No es nada importante. Me parece que fue solo un sueño”, se atrevió a responder, pero su hermana no se notaba muy convencida. En ese momento, Aïne se acercó a ellas. “¿Tú también piensas que fue un sueño?”, le preguntó Síle apenas la tuvo frente a ella. A veces, Máira sentía que sus hermanas la trataban como una niña. Y a veces, solo a veces, le daban ganas de escapar y vivir libremente, sin los miedos feroces que Aïne intentó inculcar alguna vez en ella.

—An bhfuil a rá?16 –le comentó Aïne como defraudada por haberle mentido a Síle.

—Sea, mar tá sé fíor: níl a fhios againn do cinnte má bhí sé ina premonition17.

—Cén fáth Cén fáth eile a bheadh agat dreamed de mortal nach bhfuil a fhios fiú?18

—An raibh tú fís bheith ag an duine? ¿Anseo? I measc dúinn?19 –preguntó Síle con terror en su mirada. A diferencia de ella, Aïne sí había logrado traspasar sus miedos a la matriarca del aire; además, la misma Síle conservaba algunos recuerdos vagos del ataque a Kene y Bahee.

Aïne le contó a Síle el sueño de Máira, al mismo tiempo que ella se arrepintió de haberlo compartido de modo tan detallado con su hermana. Quiso decirle que se detuviera, que no contara todo, que por algo había hablado con ella y no con las demás, pero no lo hizo. No pudo hacerlo. El respeto que sentía por Aïne era mayor y contradecirla solo traería problemas, así que solo se limitó a escuchar, a ser una espectadora de su propia vida.

“¿Cómo podría ese joven hallarnos, si hace años que nos hemos mantenidas alejadas de los clanes humanos?”, preguntó Síle, y Aïne respondió tan segura de sus palabras que Máira sintió un poco de temor: “Porque ese sueño fue una advertencia”.

—Agus más dealraitheach, d’intinn agat a dhéanamh?20 –dijo Síle como robándole los pensamientos a Máira.

—Má cosúil leat a?21 –preguntó Ciara, que intentaba hacerse un espacio entre las tres.

—Bhuel, an t-am chun deireadh a hullmhúcháin bainte22 –declaró Aïne haciendo, una vez más, caso omiso de los comentarios de Ciara.

Comenzó a enumerar las tareas de cada clan para dar inicio a Ostara, no dando cabida para que alguna le respondiera a Ciara. Incluso sabiendo lo injusto que podía ser ese trato, Máira se alegró de que por fin había acabado la conversación.

Solo por un momento quería sentir que su vida era suya y de nadie más.

Solo por un momento quería ser libre.

La tarde transcurrió rápida. Había música en el aire y el viento cantaba como si quisiera despertar a la naturaleza. El clan de tierra se encargó de preparar el ritual; el aire de la comida y el agua de la decoración. Incluso el fuego pudo ayudar al clan de Síle y Máira. Como cada Ostara, se respiraba un aire dulce y primaveral que hacía olvidar las penas, ayudando a disfrutar del presente. Sin embargo, bastaba que Máira recordara con detenimiento su sueño y al joven dentro de él, para que el tiempo se ralentizara. Aún no sabía si su sueño había sido una visión o no, pero se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que, en el fondo, quería que lo fuera; necesitaba averiguar quién era ese joven y cómo fue capaz de llegar hasta ella en un plano astral.

Cuando el sol se comenzó a esconder tras la línea del horizonte, los cuatro clanes se reunieron en el fogón central para darle la bienvenida al equinoccio de primavera. El fuego ardía en la hoguera de modo controlado y artificial. Desde la muerte de sus padres, Ciara no tenía permitido crear el fuego, dado que la mayoría de los elementales veía en ello más peligros que beneficios. Solo si eran atacados por los seres humanos, decretó Aïne, el fuego podía usar su poder, de lo contrario, debía abstenerse por precaución general. Máira creía que esas limitaciones solo creaban trampas y roces entre la comunidad, en especial entre las hermanas. El descontento de Ciara se sentía en sus miradas lacónicas y frases cortas, mientras que el resto de su clan parecía no entender las motivaciones de Aïne. Máira tampoco las comprendía realmente, pero confiaba en la historia que le había contado: en cómo murieron Kene y Bahee, y sobre todo, en el peligro que representaba el fuego.

A pesar de ello, a Máira le pareció que esa tarde todo era alegría. Los tonos dorados y verdes rodeaban el entorno, y cada elemental llevaba una corona de flores sobre su cabeza haciéndose partícipe de la primavera. Las antorchas brillaban en los costados de las mesas que, a su vez, gozaban de abundantes frutas de la estación, vino y jugos. Daba la sensación de que, en festividades como Ostara, no importaban las diferencias: era un día para celebrar.

Como era usual, sería Aïne quien dirigiría la bienvenida a una de las ocho fiestas solares, así que las tres hermanas tomaron su lugar justo detrás de ella. Ese gesto bastó para que los clanes supieran que el rito comenzaría y con ello, las conversaciones y risas cesaron.

La mujer de tierra habló con su voz alta y fuerte:

Is Ostara am dóchais. Cad tá sé os cionn, agus mar sin thíos.

Beidh an teas an earraigh fuar agus dorchadas a bhealach a

thabhairt chun solais.

Anois a thagann an tiarmhéid agus flúirse.

Anois, oíche a thuilleadh agus laethanta níos giorra.

Ar deireadh a fheiceáil ar an ghrian na huaireanta céanna beidh muid a fheiceáil ar an ghealach23.

Aïne abrió el pequeño bolso de cuero negro, que colgaba de la cuerda alrededor de su cintura, y de ahí extrajo una semilla. Desde atrás, Síle se acercó a ella sosteniendo un pequeño recipiente de cerámica vacío. Aïne puso una de sus manos suspendida a unos centímetros de distancia, cerró sus ojos e invocó a su elemento. De a poco, el recipiente se llenó hasta el tope de tierra fresca y húmeda. Con la otra mano, Aïne dejó la semilla dentro y la cubrió, mientras, en murmullos, agradecía a los dioses y diosas la nueva etapa de fecundidad que traía Ostara. Una vez que hubo terminado, tomó el recipiente y lo mostró en alto a los clanes:

An Dia Sun dteagmháil leis an gcroí an bandia Máthair Domhan.An torthúil agus a ghlacadh teas, dúiseacht an saol ann24.

Los elementales repitieron tres veces las palabras de Aïne. Luego, volvió a entregarle el recipiente a Síle, que lo llevó hasta el altar de piedra. Se quedaron en silencio mientras esperaban a que desaparecieran los últimos rayos del sol. Y cuando vieron la luna aparecer en el cielo, el bodhrán empezó a sonar: “Hermanas, hermanos… ¡a celebrar!”.

Comieron brotes de verduras hojosas y otros platos decorados con flores que representaban la abundancia de la primavera, mientras llenaban jarrones con vino, jugos de frutas y té de hierbas. La música no se detuvo en ningún momento. Al latido vibrante del bodhrán se le añadió el tono agudo del violín, que transmitía euforia y melancolía. Algunos bailaban tomados del brazo, trazando figuras; otros preferían comer y beber. La noche se entremezcló de música y vino hasta que llegó el momento en el que todos, incluso Aïne, se entregaron al festejo de Ostara.

También Máira bailó y rio, aunque una vibra extraña y ajena la rondaba. Si bien Ostara era una festividad animada, parecía como si todas las energías se concentraran en esa noche, sin barreras. Caminó entre los demás elementales, entre la fiebre de la alegría mezclada con el vino. Sonrió, bailó, pero sobre todo observó. De pronto, una sensación de déjà vu la envolvió. Se sintió nuevamente dentro de su sueño. Pero esta vez era de verdad. ¿Sería posible que Aïne tuviera razón, que se hubiera tratado de una premonición? Si era así, el joven de ojos oscuros y sonrisa amplia estaba a punto de aparecer. Máira dudó. No supo qué hacer: ir al crannog y evitar cualquier posible encuentro con él o quedarse para ver qué sucedería. Algo en su interior le decía que quizás Aïne estaba en lo cierto no solo respecto a la visión, sino además del peligro que implicaba un encuentro con un mortal. Pero la curiosidad la embargaba. Necesitaba saber quién era ese joven, cómo podría haber llegado hasta ellos y, en especial, qué vínculo tenía con ella como para haberla encontrado primero en sueños.

“Es Ostara”, pensó finalmente, “nada malo puede nacer en Ostara”.

Giró sobre sus talones, dio una vuelta completa y su vestido se abrió en pliegues. Cuando se detuvo, un poco mareada, la profecía se cumplió: un par de ojos negros se asomaron escondidos entre la gente. Luego, apareció una sonrisa ancha de dientes imperfectos. Ella caminó y él la siguió; primero con la mirada, después entre bailes, aplausos y risas.

Él se acercaba y alejaba.

Aparecía y desaparecía.

Bailaba en compañía del violín y el bodhrán.

Entonces, Máira recordó: “Seguir su juego para entrar en él”.

Se acercó, se alejó de él.

Apareció, desapareció.

Bailó con el violín y el bodhrán.

Hasta que los dos se detuvieron, uno frente al otro, y Máira creyó que la vida entera se detenía; esta y la del Otro Mundo. Él no se lo dijo, pero ella veía más allá: se encontraban en el mismo lugar.

—Dia duit25.

—Cé go bhfuil tú? Cá bhfuil tú ó? Conas a fuair tú anseo? 26

—Glacfar go leor ceisteanna27 –hablaba con alegría en su mirada y Máira pensó que tenía el aura más bella que había visto jamás.

—Tá siad simplí28.

—Tá mé... fear óg atá ag iarraidh chun freastal ar29 –le dijo mientras volvía a seguir el ritmo del bodhrán, que era festivo como la primavera.

Pero Máira quería respuestas concretas. Esa era la única forma que tenía para callar las palabras de Aïne, que soplaban helado sobre su nuca.

Le contó que venía de una aldea cercana y que, justo cuando ya terminaba su jornada de trabajo, escuchó el bodhrán a lo lejos; luego, el violín. Como todo clan celta, el suyo también celebraría Ostara, así que estaba de dorado y verde, vestido para la ocasión. Él le mostró su atuendo con una reverencia y Máira sintió alivio porque, de lo contrario, ya lo habrían reconocido. “Y si fuera así, ¿qué le sucedería? ¿Qué le haría Aïne?”.

Debía sacarlo de ahí.

Le dijo que era peligroso, que su clan no recibía bien a los forasteros. Él la miró con una sonrisa: “Pero yo no soy un forastero. Nosotros nos conocemos”. Ella se detuvo, se ancló directo a la tierra. “Si no, ¿de qué otra forma podría sentir esto?”, le preguntó y, por primera vez, apagó la sonrisa y la miró como si no existiera nada más a su alrededor.

“¡Máira!”… La voz de Aïne llegó de lejos, como un eco del pasado. Debía procurar que se fuera rápidamente de ahí, su hermana no podía verlo. “Debes irte”, le dijo mientras lo empujaba hacia el bosque. “¿Te volveré a ver?”. “No. No sé. No ahora”, le dijo cuando en verdad quería decirle que sí, que bailarían, conversarían y se reirían juntos. Pero su nombre en la voz de Aïne continuaba, se acercaba cada vez más. Miró hacia atrás y vio a su hermana a unos cinco metros de distancia. “No lo ha visto”, pensó. “Si lo hubiera hecho, la celebración se habría detenido”.

Se volvió hacia él y le dijo que se fuera porque su presencia ahí era peligrosa. Él tomó su mano y le pidió un nombre, solo un nombre. “Máira”, dijo ella. Él llevó su mano a los labios y la besó: “El mío es Morholt. Y volveré por ti”.

6 “¿Te encuentras bien?”.

7 “Hablabas en sueños”.

8 “Necesito salir”.

9 “¿Qué es lo que te turba, hermana?”.

10 “Sabes que puedes confiar en mí”.

11 “¿Por qué sonríes? No lo hagas. Nada bueno podemos esperar de los seres humanos”.

12 “Más que un sueño, parece una de tus premoniciones”.

13 “¿Por qué lo dices?”.

14 “Porque los sueños fluyen en tu mente y te dejan dormir; en cambio, con las premoniciones actúas de modo distinto”.

15 “Si fuera una premonición, no la sentí como algo malo”.

16 “¿Eso le dijiste?”.

17 “Sí, porque es cierto: no sabemos con certeza si fue una premonición”.

18 “¿Por qué otra razón habrías soñado con un mortal al que ni siquiera conoces?”.

19 “¿Tuviste una visión de un ser humano? ¿Acá? ¿Entre nosotros?”.

20 “Y si aparece, ¿qué pretendes hacer?”.

21 “¿Si aparece quién?”.

22 “Bien, llegó la hora de terminar con los preparativos”.

23 “Ostara es tiempo de esperanza. Lo que es arriba, es abajo. / El calor de la primavera se llevará el frío y la oscuridad, para dar paso a la luz. / Ahora viene el equilibrio y la abundancia. / Ahora, no más noches largas y días cortos. / Por fin veremos al Sol las mismas horas que veremos a la Luna”.

24 “Que el dios Sol toque el corazón de la diosa Madre Tierra. / Que la fecunde y le lleve calor, despertando la vida en ella”.

25 “Hola”.

26 “¿Quién eres? ¿De dónde eres? ¿Cómo llegaste hasta acá?”.

27 “Esas son muchas preguntas”.

28 “Son simples”.

29 “Soy… un joven que quiere conocerte”.

Zahorí III. La rueda del Ser

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