Читать книгу Zahorí III. La rueda del Ser - Camila Valenzuela - Страница 9

Caza

Оглавление

Frente a ella había un mar verde de enredaderas teñidas de oscuridad. La casona que alguna vez albergó a una de las últimas generaciones de elementales y enviados del aire, ahora no era más que ruinas devoradas por la naturaleza. Pronto, lo mismo ocurriría con la casa de Mercedes Plass.

Caminó despacio, aunque solo para disfrutar el momento. Por fin había comenzado la liberación. La resistencia creía que se trataba de esa noche, esa única noche. Estaban lejos de entender que era un proceso iniciado siglos atrás y que solo acabaría cuando todas las hijas e hijos del fuego estuvieran realmente en libertad.

Dos cuerpos se acercaron desde el fondo de la casa en ruinas. Los reconocía: antes, él era don Mancho y ella, Filomena; ahora, sin embargo, eran pieles poseídas y anónimas. A excepción de An Damnaigh, ningún oscuro recordaba quién había sido en su primera vida; eran almas atrapadas en cuerpos ajenos, sin nombre y sin pasado.

—No queda nada –dijo él.

—¿Están seguros? –les preguntó.

—Así es –afirmó la mujer.

—Bien. Devuélvanse a la casa de la vieja. Yo le informaré a An Damnaigh.

Estaba acostumbrada a trabajar sola, así que mandar a otros para luego reportarle avances al Maldito era todavía un gesto demasiado extraño. Sin embargo, había logrado ganar su confianza y pretendía mantenerla. Por esa razón, cuando le dijo que revisara las ruinas del clan de aire y tierra, no lo dudó. La envió junto a dos oscuros más, los mismos que ahora veía alejarse entre el ramaje del bosque; dos sombras oscuras fundidas en la noche.

Miró al cielo, sin estrellas ni luna, y recordó a León: no esperaba que fuera ella la supuesta traidora que los demás buscaban. No esperaba que fuera ella la que iba detrás de las hermanas, la que quería justicia.

Venganza, pensaba él.

“Significa que terminó”, le había dicho con las cejas rectas y la mirada dura. La sola idea de terminar algo, antes de empezar cualquier cosa, era absurda. Con todo, igual le dolía.

“León no conoce la historia real; si lo hiciera no habría reaccionado así”, pensó. Si lo hiciera, estaría a su lado, luchando por la libertad de sus ancestros, de todas las elementales y enviados condenados por las originales. Era la mentira, la historia reproducida en máscaras, aquello que le había hecho atacarla. Por eso su reacción. Por eso le había dicho que no quería verla más, que la próxima vez sí le lanzaría esa esfera de luz.

—¡Celina! –ya reconocía la voz de Blyth, grave, dolorosa.

Se dio vuelta y vio una silueta a la distancia.

—Blyth –dijo cuando lo tuvo frente a ella.

Se veía peor de lo habitual; más cansado, con más odio.

—¿Y a ti qué te pasó? Parece como si te hubiera pasado un camión por encima.

—A diferencia de ti, Celina, An Damnaigh no me envió a caminar por el bosque.

—No estoy caminando por el bosque, precisamente. Además, ¿qué te mandó a hacer para que quedaras así?

La miró detenidamente, como esperando que fuera ella quien respondiera primero.

—Me mandó a revisar los terrenos que antes ocuparon los clanes. Quizás pensó que habría alguna pista del talismán.

—¿Y?

—Nada. ¿Me vas a decir ahora por qué tienes ese aspecto?

—Sentí la energía de un enviado activarse. Lo seguí.

—¿Cuál enviado? –la pregunta voló de su boca y supo que había sido un error; no podía demostrar interés por León frente a nadie, mucho menos, Blyth.

—Ese amateur…

Intentó ocultar el alivio que sintió.

—Hasta que por fin Gabriel Littin aprendió a usar las ventanas. Y, ¿qué pasó?

—Estaba con la matriarca del agua.

—¿Solo con Mercedes?

—Así es. Nos enfrentamos. Faltaba solo un poco para tenerlos a los dos –dijo y calló.

Le gustaba el suspenso. A ella no.

—¿Y entonces?

—Llegó el otro enviado del agua –Celina apretó los labios–. Y los perdí.

Soltó y respiró:

—Por la cara que tienes, parece que se te escaparon los tres.

Blyth rio. Desde que recordaba quién era estaba diferente. Más seguro, más siniestro. Ahora ella no podía evitar sentir una sensación de terror cuando lo veía reír de ese modo.

—La matriarca del agua no verá la luz de un nuevo día.

Si Mercedes Plass estaba muerta, entonces la rueda giraba a favor de la oscuridad.

—Felicidades por el acierto, pero supongo que no viniste hasta acá para ponerme al día.

—No seas ridícula, hija del fuego negro. An Damnaigh me envió por ti. Necesita vernos.

—¿Sabes lo que quiere?

—No hablará si no es frente a los dos.

Todavía le era extraño tenerlo tan cerca. Sus tratos con otras almas malditas había sido escaso, en cambio el vínculo con Blyth crecía conforme también lo hacía la guerra.

Caminaron juntos hacia la casona. Ella todavía no conocía bien el terreno, así que Blyth, que se movía con facilidad por el bosque, iba primero. Los senderos eran estrechos y sentía que la naturaleza se le venía encima, como si la estuviera acorralando. Como si no le gustara que estuviera ahí.

—Te sienta bien andar por el sector de los ríos –le dijo, más para salir de sus propios pensamientos que para mantener una conversación con él.

—No soy yo, es la piel que habito.

—Pensé que ya no lo escuchabas.

—Es cierto, cada vez menos.

—Entonces, explícame cómo es que caminas por acá con tanta certeza y conoces tan bien este lugar.

—El cuerpo tiene memoria.

Todavía no entendía bien cómo funcionaba el vínculo entre el cuerpo poseído y el sluagh que lo habitaba, así que de algún modo Blyth abría esa ranura ínfima de conocimiento, incluso aunque no le gustara hablar del mortal.

—Van a venir por ti. Lo sabes, ¿cierto? –le dijo y él sonrió, aunque apenas.

—También vendrán por ti, hija del fuego negro. ¿O acaso piensas que te dejarán en paz solo porque tuviste una conexión con ese enviado atípico?

—No tengo ninguna conexión con nadie.

—Claro que no.

—Y en todo caso, es distinto: acabas de matar a la vieja, no van a descansar hasta verte encerrado de nuevo.

—No podrán encerrarme. Nadie puede hacerlo.

—Tal vez ellas son capaces de encontrar la forma. No son como las otras elementales.

—Tampoco soy como los otros oscuros.

No lo era. Él recordó su nombre, su vida antes de ser maldecido.

—A todo esto, ¿qué te dice el humano?

—Palabras.

—¿Cuáles?

—Te ves interesada.

—Estoy interesada.

—Si me dejas ver, yo también lo hago.

—Quiero entender a la elegida del agua.

Blyth volvió a reír y ella sintió que su cuerpo entero se erizaba.

—A esa no la toca nadie que no sea An Damnaigh.

—No sabía que el señor de los oscuros tenía perro guardián.

Apenas pronunció la última palabra, la garganta se le cerró. Paró en seco, llevó ambas manos al cuello. Blyth también se detuvo y dio la vuelta para quedar justo frente a ella; tenía la mano en puño a la altura del abdomen. Caminó, acercándose como una serpiente. A medida que lo hacía, su mano subía y ella sentía aun más opresión, más asfixia, menos aire. Cuando llegó a estar solo a unos centímetros de distancia, su mano casi llegaba al corazón, si es que aún tenía uno.

Le habló lento. Sus palabras salieron de la boca como arrastrándose:

—No me llames así. Nunca más.

Soltó la mano y, apenas lo hizo, el cierre de su garganta se liberó. Celina respiró con ganas y Blyth se dio vuelta para seguir caminando.

—¡Oye! –le gritó antes que tomara mucha distancia.

Blyth volvió hacia ella y la miró con sus ojos negros. Por un momento se arrepintió de haber gritado:

—No vuelvas a hacer eso –le dijo, esta vez más despacio.

El oscuro no dijo palabra, solo continuó su camino. El resto del trayecto hacia la casona, lo recorrieron en silencio. No supo qué pasaba por la cabeza de Blyth, pero tenía claro que ya no era un oscuro más; podía esperar cualquier cosa de él.

Quizás no la volvería a atacar de esa forma.

Quizás no tendría otra advertencia.

***

La casa de Mercedes Plass había muerto con ella. Las paredes del living-comedor eran una mezcla de madera, polvo y escombros. Luego de haber recorrido el sector de los ríos y, ahora, estando ahí dentro, Celina entendió que solo quedaban las ruinas del antiguo esplendor elemental.

No existía una sola persona de Puerto Frío que no hubiera sido poseída por los espíritus liberados y Celina reconoció varias caras que ejercían distintas labores dentro de la casa. Algunos tiraban cajoneras y muebles abajo, probablemente buscando pistas; afuera, otros hacían encantamientos que sirvieran como aviso frente a la llegada de cualquier elemental. Los menos, solo destruían como si con ello pudieran liberar algo del rencor y dolor acumulado con el paso del tiempo.

Sintió una mano fría como la muerte alrededor de su antebrazo:

—Vamos, hija del fuego negro –le dijo Blyth–; no es momento para mirar.

La guió hacia el ala izquierda de la casona. Pasaron por varias salas distintas que no recibieron el impacto del ataque. En ellas se podían ver revistas antiguas, una vitrola, algunos tazones vacíos. El tiempo detenido, la vida detenida. Celina tuvo una extraña sensación de familia, calor y hogar. Y se sintió igual de vacía que el resto de la casona.

Al final del pasillo una gran puerta de madera se encontraba cerrada. Blyth dio un solo golpe. La puerta se abrió por sí sola, en un quejido que incluso a ella le pareció siniestro. Celina entró justo detrás del sluagh. La oscuridad reinaba dentro de la biblioteca. Faltaba poco para el amanecer, aunque probablemente los rayos del sol no volverían a tocar el sector de los ríos en mucho tiempo más.

La sala, que bajo el alero de Mercedes Plass debió haber sido un espacio perfectamente ordenado, estaba llena de libros tirados; abiertos y cerrados, de cara y lomo. Una de las mesas figuraba de patas sobre el piso, mientras las otras apenas se veían entre tantos ejemplares. “Seguro An Damnaigh dio vuelta la biblioteca buscando los Anales del clan de Agua”, pensó. Y seguro las elementales se lo habían llevado.

Había un olor incómodo. Así debía oler el miedo. Se sorprendió a sí misma cuando entendió que, dentro de ella, aún quedaban pequeños espacios de temor que solo habitaba An Damnaigh.

—Mi mano derecha, mi mano izquierda –dijo una voz lúgubre desde el fondo de la biblioteca.

Era él.

No lo había visto durante la liberación. Solo alcanzaron a ver sombras que salían eufóricas desde el pentagrama de sangre, pero nada más. En realidad, nunca había visto directamente a An Damnaigh.

Creía que ahora también se encontraría con esa sombra pero, poco a poco, una figura masculina se delineó en la oscuridad de la noche. Se trataba de un hombre de no más de cuarenta años; no tenía idea quién era, jamás lo había visto en el pueblo. Entonces, Celina se preguntó si tal vez no sería el verdadero An Damnaigh; su cuerpo original. Después de todo, si Cayla fue capaz de sobrevivir con su cuerpo e ir cambiándolo de forma a su antojo, no veía por qué el señor de todos los oscuros no podría haberlo hecho.

Blyth fue donde él, tomó su mano derecha y se arrodilló. Entonces, An Damnaigh estiró su mano izquierda en dirección a Celina. Pero ella no lo haría; ella no se arrodillaba ante nadie. Caminó hacia él y tomó su mano, pero se mantuvo de pie. A pesar del miedo, logró sostener los ojos sobre los suyos brevemente. No supo si estaba en lo correcto, pero creyó ver algo similar a una sonrisa.

An Damnaigh le hizo un gesto a Blyth para que se levantara.

—Es el tiempo de la oscuridad –dijo con voz de agua turbia, mohosa–. Es el momento de actuar. Ustedes verán cuando mis ojos sean ciegos y escucharán ahí donde mis oídos no lleguen.

—¿Por qué nosotros? –preguntó Celina y Blyth la miró de reojo.

—Aparte de mí, Blyth es el único que recuerda quién fue alguna vez. Eso le da ventaja frente a los otros espíritus y lo fortalece para combatir a las elementales.

—¿Y yo?

—Tú eres más inteligente y poderosa que otros, dos cualidades que necesito a mi lado.

—¿Qué quiere que hagamos, señor? –preguntó Blyth.

— Las elementales se escaparon, quiero que vayan tras ellas.

—Comenzaré hoy mismo la búsqueda, señor. La noche es nuestra, será más fácil hallarlos.

—Estás loco si piensas que se van a quedar juntos –le comentó Celina a Blyth, pero fue An Damnaigh quien habló:

—¿Por qué lo dices, hija del fuego negro?

—Se van a separar. Si los atrapamos a todos juntos, ganamos. Eso seguro lo saben, así que van a tomar caminos separados. Puede que incluso ya lo hayan hecho.

—¿Cuántos grupos?

—No lo sé, pero imagino que uno irá tras el talismán de fuego y otro intentará juntar al resto de los clanes.

An Damnaigh soltó una risa irónica, casi tan terrible como él.

—Blyth… –dijo una vez que la risa terminó–, el humano conoció bien a las hermanas. Necesito que veas en tu interior cómo podrían estar conformados esos grupos.

Blyth asintió y cerró sus ojos, pero Celina se le adelantó:

—Seguramente, mandaron a la elegida de tierra a negociar con los otros clanes; Littin no se despega de ella; como tienen que ir con alguien que conozca a los otros hijos del fuego perdido, también irán Vanesa y Emilio.

—Bien. Entonces, el segundo grupo estaría conformado por las buscadoras del talismán.

—Y nadie mejor que Luciana y Manuela para eso.

—¿Qué pasará con la elegida del agua y su enviado?

—Posiblemente viajen con ellas dos: Marina puede moverse astralmente y León tiene experiencia, lleva años peleando contra nosotros.

Celina no supo hacia dónde miraban los ojos negros y sin pupila de An Damnaigh. Caminó hacia una de las ventanas y se quedó de espaldas a ellos por unos segundos. Finalmente, se volteó y dijo:

—Blyth, tú irás tras las buscadoras; Celina, tú te encargarás de los negociantes.

—Yo puedo hacerme cargo del primer grupo –dijo esperando que fuera ella quien pudiera ir tras León y no Blyth; no lo quería en manos de An Damnaigh–: conozco mucho mejor…

No pudo terminar. El señor de la oscuridad se le acercó, levantó suavemente su mentón con el dedo índice y le dijo:

—Conozco tus miedos más profundos, hija del fuego negro, y no los quiero en esta guerra: irás tras los negociantes y Blyth irá por los buscadores.

No tuvo otra opción más que afirmar con la cabeza.

An Damnaigh soltó su mentón y volvió a quedar frente a los dos. Con el semblante vacío y su voz grave, habló por última vez:

—Los quiero a todos muertos, excepto a la elegida del agua.

Zahorí III. La rueda del Ser

Подняться наверх