Читать книгу Una Iglesia devorada por su propia sombra - Camilo Barrionuevo Durán - Страница 8

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PREFACIO PERSONAL

El presente libro es una de esas experiencias en la vida que no han sido planificadas, deseadas o concebidas de antemano sino que se imponen y precipitan sorpresivamente en nuestro camino. En febrero de 2018, en un momento en que me encontraba en medio de una redefinición de mi quehacer laboral, me sentí impelido a elaborar algunas reflexiones sobre el problema de los abusos sexuales clericales, en parte conmovido y espantado por los estremecedores casos que, de manera continua e ininterrumpida, seguían develándose en la sociedad chilena. El papa Francisco había recién visitado el país —la que fue cataloga por muchos medios internacionales como “la peor” de su pontificado— y su desastrosa defensa del obispo Juan Barros, uno de los principales colaboradores del condenado exsacerdote Fernando Karadima, no hizo más que incendiar el debate en torno al problema de los abusos sexuales clericales en Chile. Personalmente, llevaba ya unos años conectado directa e indirectamente con este tema debido a mi actividad profesional como docente y psicoterapeuta, y consideré que algo de mi doble formación clínico-teológica podría, quizás, darme algún prisma particular para intentar abordar la materia. Con muchas dudas elaboré algunas incipientes impresiones e hipótesis personales en una columna de opinión que apareció en un medio electrónico de la prensa nacional1. Para mi sorpresa, algo de lo que yo había logrado articular como hipótesis explicativa del fenómeno le hizo sentido a decenas de personas las que me enviaron sus mensajes, notas y comentarios al respecto.

Un par de meses después Tony Mifsud y Juan Rauld de revista Mensaje me contactaron pidiendo si podía elaborar con mayor profundidad algunas de las ideas sobre la crisis que había desarrollado en esa columna. Para mi sorpresa el ejercicio de rescribir el breve articulo que realicé para Mensaje —titulado de la misma forma que el presente libro— me dejó con un sabor agridulce, y me sentí sumamente frustrado e insatisfecho por no haber podido, dadas las limitaciones de espacio, desarrollar con la profundidad que merecían las ideas que ahí había planteado. Conversando sobre esa sensación de incomodidad con mi esposa, ella menciona al pasar: “¿Por qué, entonces, no escribes un libro sobre el tema?… ya tienes incluso los capítulos del libro por cada idea que has desarrollado en ese artículo”. Comentario que resultó ser el más efectivo “inception” —¡espero!— que ella ha realizado este último tiempo.

La idea original fue entonces poder escribir un breve ensayo, lo más alejado posible de la jerga académica, en el cual no tuviera ninguna limitación de espacio para ahora si poder elaborar con tranquilidad las incipientes hipótesis que, desde mi experiencia clínica-académica, había intuido sobre esta materia. Sin embargo, antes de empezar a escribir consideré que sería un poco más serio y responsable de mi parte dedicarme a revisar —aunque sea someramente— qué era lo que se había estado escribiendo e investigando sobre el problema de los abusos sexuales en la Iglesia a nivel internacional para poder realizar un comentario más informado. Abrir esa puerta tuvo dos resultados imprevistos. El primero fue constatar que, para mi desilusión, varias de las hipótesis que yo había desarrollado en base a mi experiencia clínica directa ya habían sido planteadas, y que mis impresiones coincidían con lo que otros autores internacionales, que llevaban años investigando el problema, habían postulado. Lo segundo que sucedió fue que un alud de investigaciones, libros, estudios, papers y análisis de casos se me vinieron encima y los meses siguientes fueron de una intensa asimilación del estado del arte sobre esta materia, lo que terminó trasformando y redefiniendo por completo la naturaleza de mi propuesta. En ese camino este libro creció de forma considerable respecto de su diseño original y quedó transformado en una especie de híbrido entre una reflexión informada, una hipótesis diagnóstica comprensiva multisistémica y una investigación académica dedicada a un público no académico.

La naturaleza híbrida de mi trabajo ha implicado el esfuerzo consciente de intentar evitar, en la medida de lo posible, un lenguaje técnico que obstaculice la comprensión de las siguientes tesis por parte del lector no especializado. Sin embargo, en el camino he debido recurrir a diversos conceptos y debates académicos, tanto del mundo de la psicología como de la teología, aunque intentado mantener un lenguaje lo más sencillo y directo posible, sin por eso traicionar o desdibujar, espero, el contenido de las ideas y perspectivas teóricas aquí discutidas. El particular uso de las referencias y citas que hago en el libro —fuera de toda convención académica formal— se explican por el deseo de no abrumar al público proveniente del mundo informal con múltiples referencias cada coma o punto seguido. He dejado la inserción de notas referenciales dispuestas al final del libro para que los lectores especializados puedan hacer uso de las fuentes en que baso mi reflexión, aunque intentado reducir el número de referencias a los casos que resulta estrictamente necesario para no incurrir en una falta ética de probidad.

Desde mi juventud temprana he estado vinculado a la pregunta por el Espíritu y la extraordinaria capacidad humana de explorarlo, conocerlo y vivenciarlo de una manera íntima y transformadora. Sin embargo, en mi propia búsqueda espiritual he encontrado, de forma desoladoramente constante, espacios, personas y comunidades en las que los guías y facilitadores espirituales han cometido actos abusivos, realizado perversas trasgresiones de límites, usando su rol de autoridad y poder para satisfacer sus propias necesidades personales irresueltas a expensas de quienes decían proteger y acompañar, causando en el camino un daño devastador.

Mi primer encuentro con el lado oscuro de la espiritualidad sucedió hacia el final de mi época universitaria. En aquel entonces atravesaba un período de crisis con mi tradición religiosa fundante, el cristianismo, y me había interesado en el estudio y práctica del camino de la meditación budista. Había encontrado en mis compañeros de generación de la escuela de psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile una entusiasta y amorosa sangha, una apasionada comunidad de jóvenes con los que nos abocábamos al estudio conjunto de textos sagrados y académicos, además de tener una participación activa en prácticas de meditación semanales y retiros de silencio. En ese contexto, varios de nosotros pasamos muchos años de nuestra vida vinculándonos con un centro de meditación zen instalado en el norte de Chile, donde se vivía comunitariamente y se enseñaba la práctica de la meditación. El carismático líder de ese lugar desarrolló un fuerte vínculo emocional y espiritual como mentor y guía de muchos de nosotros, quienes admirábamos su dedicación y compromiso con la práctica. Personalmente, fue mi primera experiencia significativa de mentoraje y guía espiritual, con el consecuente “enamoramiento espiritual” que dicho proceso suele implicar. Por desgracia, ese primer encuentro significativo tuvo un final destructivo. Al cabo de unos años de participar activamente en esta comunidad, un amigo cercano tuvo el coraje de contarnos que había sufrido dinámicas abusivas y de transgresión de límites de parte de aquel maestro de meditación. Su testimonio se hizo público y a dicha develación le siguieron varios otros testimonios de otros jóvenes que ratificaban el mismo patrón relacional abusivo. El shock fue tremendo y desolador. ¿Cómo entender que alguien tan fuertemente dedicado a un camino espiritual y a la práctica de la meditación, que a todas luces había creado un ambiente auténtico y fecundo, fuera capaz de acciones abusivas tan terribles y dañinas? Por cierto, al shock inicial le siguió el producido por la reacción que tuvo parte importante de la comunidad de comenzar a justificar y racionalizar los actos abusivos. Dicha sangha literalmente se partió en dos entre quienes normalizaban la situación hablando de “relaciones amorosas entre adultos” y quienes afirmamos que estábamos en presencia de un peligroso patrón abusivo que requería ser interrumpido, prevenido y reparado. Lo que vino después fue parte del amargo ciclo de violencia que suele estar presente en la develación de dinámicas abusivas en el contexto de una comunidad espiritual-religiosa: culpabilización a las víctimas, negación de la realidad, uso del lenguaje espiritual para cubrir las dinámicas abusivas, uso de redes de poder político-sociales para la propia protección e incluso amenazas a la integridad física de quienes habíamos decidimos denunciar.

En el camino que he recorrido desde entonces he tropezado, una y otra vez, con el problema de los abusos que se realizan en las relaciones de ayuda que están mediadas por una búsqueda e inquietud de tipo espiritual. Ya sea en los años en que trabajé en la alta Amazonía peruana —donde conocí de cerca el problema endémico de los “curanderos oscuros” que abusan y se aprovechan de los buscadores espirituales en el contexto del trabajo con estados amplificados de conciencia— o en el familiarizarme con algunas sofisticadas y elitistas comunidades budistas “integrales” de la cultura estadounidense —con la repetición de las dinámicas abusivas de parte de sus guías, maestros y gurúes espirituales—, o en el ambiente de la Iglesia católica bostoniana y chilena; me he encontrado atestiguando y acompañando historias y relatos de vidas trizadas por el abuso, la violencia espiritual y el encubrimiento. En este caminar he encontrado a honestos y sinceros buscadores espirituales, de distintas tradiciones, que cargan consigo uno de los dolores más agudos y desoladores que puede experimentar un ser humano: el de ser manipulado y traicionado en la confianza que fue depositada para emprender el camino de encuentro con lo trascendente. Es con ellos en mente desde donde escribo y es a ellos a los que intento honrar con el presente trabajo.

Una final confesión de buena fe. Pese a mi particular recorrido es importante relevar que hoy escribo “desde dentro” de esta tradición religiosa llamada Iglesia católica, y ello, sin duda, ha de delimitar y teñir los lentes con que miro el problema que a continuación intento abordar. Aunque personalmente me sienta llamado a habitar en la periferia de dicha tradición —y desde ahí poder construir puentes de diálogo y encuentro tanto con los que están en el “núcleo duro” como con aquello que habita “más allá de los muros”— soy muy consciente de que mi escritura no es “objetiva” ni “desafectada”. Por el contrario, la reflexión que elaboro en este libro está impregnada de emociones y anhelos, específicos. Escribo conmovido. Escribo con esperanzas de una transformación constructiva.

Este particular posicionamiento se debe, además, a que considero que la reflexión y el encuentro con lo sombrío demanda precisamente el dejarse afectar a nivel personal y humano, más allá de toda pretensión de intentar generar un conocimiento “puro” o “desidentificado”. Es justamente a través del experienciar el impacto somático, emocional e ideacional de lo sombrío que el proceso de conocimiento y elaboración reflexivo puede emerger, proceso que, por desgracia, no está exento de cierta incomodidad, dolor e incluso sufrimiento consciente. Para ser conocida la sombra debe ser sostenida y padecida voluntariamente ya que el conocimiento implica el volverse íntimo con aquello que se anhela comprender. En mi caso, el intento de exploración y buceo por el alcantarillado de mi propia tradición religiosa —entrando en contacto directo con aquella avalancha de testimonios de abusos, corrupción y podredumbre— ha implicado una buena dosis de dolor, angustia, desolación, cansancio e incluso pesadillas en torno al tema. Escribo justamente a través de esa afectación psíquica y lo que sigue a continuación es mi particular intento de elaboración de lo que encontré en aquellos territorios sombríos.

Una Iglesia devorada por su propia sombra

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