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“Por las dudas, yo le enseño todo lo que puedo, no vaya a ser que avance más lento que otros niños de su edad”.


La estimulación es un proceso natural en el que los niños exploran con sus sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) y ponen en práctica sus capacidades físicas, emocionales, sociales y cognitivas para optimizarlas de acuerdo con su ritmo de evolución, mientras ejercen mayor control sobre su mundo.

El objetivo de la estimulación no es acelerar su desarrollo y forzarlo a alcanzar metas para las que no está preparado, sino trabajar y reconocer el potencial de cada niño en particular.

Un niño que, durante sus primeros años de vida, vive en un ambiente estimulante física y emocionalmente desarrollará un mayor número de conexiones cerebrales necesarias para procesar la información del entorno y aprender. Y, si hablamos de estimular, el juego será la herramienta principal de aprendizaje desde el momento del nacimiento mismo. Por eso, procura que cada actividad que realices sea divertida, entretenida (independientemente de la edad de tu hijo) y haz del juego una rutina, de modo que no pase un día en el que tú y tu hijo no jueguen y se diviertan.

Tu función como adulto es proporcionarle diversas oportunidades para que pueda explorar por él mismo. Lo importante no es que le presentes muchos estímulos, sino que generes interacciones en las que él participe activamente y actúe sobre su entorno, con o sin tu ayuda, para aprender.

A tener en cuenta:

 Cada niño es diferente, es decir, cada uno tiene sus tiempos y su ritmo de desarrollo.

 No forzar, no exigir. Se debe crear una situación placentera de juego.

 Es importante que descubras lo que le gusta o le disgusta a tu hijo y permitas que te guíe y dirija en el juego. Solo tienes que observar sus respuestas ante los diferentes estímulos, él te hará saber lo que necesita y lo que quiere.

 Adapta y regula los estímulos que le proporcionas a tu hijo para que sean apropiados para su nivel de desarrollo, de modo que apoyes su aprendizaje sin forzar su curso de maduración. La clave está en que le proporciones experiencias en las que haya un balance entre el reto y el apoyo.

 Respeta al niño en todo momento.

Por el contrario, la sobreestimulación es cuando proporcionamos al niño estímulos superiores a los que puede tolerar en relación a su edad de manera que no puede procesarlos adecuadamente.

Los procesos perceptivos y atencionales se pueden ver afectados como consecuencia de la sobreestimulación. Por ejemplo, se potencian la poca tolerancia a la frustración, la falta de concentración en una actividad determinada y la dificultad para aprender en general.

Sobrecargar al cerebro de estímulos produce, además, que no sepa a qué estímulos atender y que, ante la ausencia de estímulos, no se active, es decir, que el nivel de estimulación deba ser muy alto para que se ponga en marcha. Lo que se traduce también en dificultades o problemas atencionales.

Por eso, es importante conocer cuáles son las distintas etapas de los niños para tener los parámetros de las capacidades que se desarrollan en cada una y no forzarlos a realizar actividades que no les corresponden.

Estimular, entonces, quiere decir: exponer a los niños a experiencias reales significativas para su sano crecimiento y aprendizaje en los distintos períodos del desarrollo. Estas experiencias marcarán su personalidad, comportamiento, actitudes y aptitudes en la vida futura

En los próximos capítulos desarrollaremos cada una de estas etapas.

Nadie te enseña

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