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Falta casi un año para el día de las elecciones, sin embargo el espíritu electoral ya inunda la ciudad. Los cables de luz parecen el tendedero donde cada partido cuelga su ropa. Managua entera ha sido tomada por el vandalismo político. Todos los postes son rojos, rosados o azules, al igual que los botes de basura, las paredes, los techos de las casas, las piedras. Kilómetros de tela roja caen de los semáforos con el número de casilla del partido liberal. Eduardo mira el paisaje como presenciando un desastre ecológico.

—No tenemos casi nada de presencia territorial, ¿ves? El MRS debería invertir más en símbolos externos. Solo así puede competir con la inversión del Frente que tapizó el país con la cara de Daniel.

Victoria mira despectiva una valla de el Frente que parece una tarjeta de amor de un preadolescente: ridículos corazones sobre un fondo rosado chillón con un mensaje de amante arrepentido: “En reconciliación somos paz”

—Es un desastre –dice ella– se ve que no saben un carajo de publicidad.

—¿Tenés hambre? –cambia de tema Eduardo.

—Un poco.

Eduardo desvía al On The Run carretera a Masaya. A cada rato se detienen a comprar cualquier tontería. Se ha constituido en una pequeña rutina que les permite gradualmente asentar la idea de que este será su hogar por algún tiempo.

En el mostrador se exhiben pollos fritos casi paleontológicos. La vendedora los atiende con su habitual indiferencia. Victoria piensa en lo mucho que ya sabe sobre la intimidad de esta mujer a pesar de lo poco que la conoce: sabe que es salvadoreña y que tiene una hija de quince embarazada pero el padre de la criatura no piensa hacerse cargo. Toda la conversación la escuchó de casualidad cuando hablaba con la otra dependienta y le pedía consejo.

—Vamos allá –le indica Eduardo y señala una mesa con vista a la gasolinera.

Aún faltan unas horas para la reunión convocada en la casa de campaña. Eduardo saca de la mochila El síndrome Pedrarias. Esta vez sí le comparte lo que está leyendo: Pedrarias Dávila fue un tirano que llegó a Nicaragua como gobernador en 1527 ya anciano, pero eso no le quitó ni la energía, ni las ganas, para masacrar a miles de indígenas. Tanto que lo llamaron “Furor Domini”, la ira de Dios. Cada año organizaba su propio funeral en recuerdo del día en el que fue enterrado vivo por error, después de resucitar de un ataque de catalepsia en pleno velorio. El síndrome Pedrarias postula que en todo nicaragüense se esconde un nicaragua y un Pedrarias, es decir, un indígena y un tirano.

—¿Sabés qué podríamos hacer? –dice y apoya el libro sobre la mesa–. Sería buena idea que, para el lanzamiento de la campaña, organizáramos un funeral simbólico con la idea de metaforizar el entierro del pasado.

—Se te adelantaron con la idea –le responde Victoria y le señala la portada del periódico El Nuevo Diario que también es pedraresca: una masiva muerte por guarón alterado. La foto de la tragedia muestra una fila de ataúdes. Alguien para sacarle más rendimiento al litro de aguardiente le metió metanol. Esto provocó una intoxicación masiva que dejó a 52 bajo tierra y a otros 500 ciegos o con los riñones a la miseria. La mortandad ocurrida en León llevó a decretar tres días de duelo.

—¡No lo puedo creer! –dice Eduardo–. ¡Qué matanza!

Al final de la cuesta una antigua construcción colonial se ha convertido en la casa de campaña empapelada de banderines y afiches de la que entra y sale gente. Eduardo estaciona a la par de un gran muro de ladrillo pintado de naranja. A lo largo y ancho de la entrada una versión gigante de Lewites los recibe vestido como un vaquero texano. En el jardín, bajo los árboles de mango, los choferes se resguardan del sol. Adentro hace un calor demencial, la luz del fluorescente es capaz de arrancarle una confesión a cualquiera. A Eduardo el sudor le empieza a brotar como si en todo el cuerpo se le hubiera activado un sistema de riego: la camisa se le pegotea a los pelos del pecho y el agua le corre por la nariz hasta la barba. La gente, en cambio, parece acostumbrada al bochorno. Se cruza alegre y bien dispuesta. Aquello es una marea naranja: camisetas, gorras y pañuelos. Los ojos azules del afiche de Herty lo observan todo. En el baño, incluso detrás de la puerta, Herty Lewites sonríe levantando el pulgar.

Cerca del lavatorio quedan varios rollos de posters por repartir. Cualquier sitio de esa antigua casa señorial se ha transformado en un depósito. A la par de un inodoro con ribetes dorados hay industriales bolsas con camisetas, cada una con su rótulo de destino: “Chinandega”, “Carazo”, “Chontales”, “Masatepe”. Bolsas con banderines y más bolsas con pulseras. En medio del salón y a la par de una chimenea hogareña, la secretaria ocupa un escritorio con dos torres de papel. Apenas los ve llegar se levanta ilusionada, los conduce hasta la sala de reuniones y golpea la puerta para informar que los asesores ya están aquí. Ella quiere saber cómo les fue con las ideas para la campaña, Eduardo le sonríe seductor y levanta una ceja. Una de sus mejores estrategias para calentar los ánimos es generar intriga. La antigua habitación todavía conserva el empapelado beige con elegantes lirios blancos donde un mapa de Nicaragua se somete a una intensa acupuntura según la ubicación de las bases del partido. El gerente de campaña les hace señas de que ingresen.

—Pasen, estamos todavía con la delegación Masaya –informa.

Eduardo cierra las persianas, abre la portátil, instala el proyector y apaga la luz. El tubo sigue vibrando. El gerente de campaña enciende y apaga el interruptor varias veces hasta que deja de sonar. El lugar queda en penumbras. Eduardo se mueve entre las sombras con la agilidad de un gato, siempre intuye cómo debe plantear una reunión para que los vientos sean favorables. Sin ir más lejos ya se colocó en la cabecera de la mesa, del lado opuesto al que seguramente ubicarán a Herty. Pega los cables, enfoca la pantalla, el nombre de la consultora aparece con extrema claridad: Rojas&Sanchez Consultores.

Llega gente importante, histórica: rebeldes, luchadores de la revolución, escritores. Las sillas se ocupan de ex comandantes guerrilleros, de intelectuales, candidatos a diputados, dirigentes cantonales. Finalmente aparece Herty. Una versión igual a la de la foto: con su camisa azul prolijamente acomodada faldas adentro y una sonrisa inamovible y cristalina. Uno por uno les toca el hombro y va dando abrazos hasta llegar a la cabecera. El Herty de carne y hueso es mucho más frágil que el de aquella imagen amplificada. Uno de los dirigentes le acomoda la silla. Herty se sienta. Eduardo le extiende la mano.

—¡Oh, llegaron los genios! –dice Herty en son de halago y se sienta.

El bullicio se aplaca. La atención se centra en Eduardo que ya se ha parado lateral al cono de luz. Eduardo es avasallante, mueve las manos y el cuerpo con soltura. Victoria admira sus capacidades para manejar el público. Por eso se llevan tan bien trabajando juntos: donde él ve el vaso medio lleno, Victoria ve lo opuesto. Eso genera un balance. Según ella siempre hay que identificar el peligro, estar alerta. Mientras él expone, ella se centra en esos a los que se les lee la desconfianza: los atrincherados en sus sillas, los de ojos entrecerrados y lejanos, brazos cruzados como un escudo, la línea de la boca hacia abajo. Ubica a dos: un hombre que juega con un lapicero y se relame el bigote, y una mujer de traje entero con unos aretes pesados que le caen de las orejas casi al punto de arrancárselas y que mira a Eduardo con la boca fruncida y roja como un sello.

Eduardo hace su recuento del panorama sociopolítico. 1) Nicaragua es el segundo país más pobre de Latinoamérica; 2) Gran parte de la población no tiene los servicios básicos de luz, agua o teléfono; 3) El país ha sido tomado por la corrupción; 4) Reina la impunidad, no existe la justicia; 5) Los puestos se reparten de acuerdo con enlaces políticos; 6) Los índices de desempleo son tales que la venta ambulante se considera trabajo estable; 7) La principal entrada de dinero la produce la migración a través de las remesas. Luego deja ese cuadro estadístico congelado para hablar de la publicidad, el posicionamiento, la necesidad de maximizar la inversión, la creatividad como un factor diferenciador.

—Señores, esta es la terrible situación de Nicaragua: analfabetismo equis por ciento, luz eléctrica equis por ciento, agua potable equis por ciento, índice de desempleo equis por ciento... –dice y junta las manos, respira profundo, hace un silencio budista que genera impaciencia. Varios se mueven incómodos en las sillas hasta que él abre los brazos al fin–: Señores, sobra decir que este país... ¡Está en la mierda!

—¿Perdón? –salta el de bigotes.

—Que Nicaragua está en la ¡m-i-e-r-d-a! –le repite Eduardo casi degustando la palabra.

Una nube de cuchicheos cubre la reunión.

—Disculpe, muchacho –le dice el hombre que Victoria había identificado previamente–. ¡Usted no es quién para venir a insultar a nuestro pueblo!

Eduardo retoma las estadísticas, amplifica los números del cuadro, aquellas cifras espeluznantes, retoma la posición zen, las manos formando un triángulo, el mentón hacia arriba, da un paso hacia delante, sube la grada.

—Yo no insulto a tu pueblo, los números hablan solos, mi hermano.

—Pero eso no es motivo para que unos tiquillos vengan acá a…

—¡Dejalo seguir pues! –lo codea la de al lado.

Eduardo la mira y le sonríe agradecido.

—Ahora les voy a decir lo que vamos a hacer… –dice y suelta las ideas para la campaña.

El ventilador gira lento, lentísimo; se oyen los teléfonos al fondo. Una mujer se abanica con un cuaderno de espiral. El cuello de la camisa se le ha desacomodado y exhibe un hueco rugoso hacia los senos por donde la transpiración le baja como un río de montaña. Herty permanece con la misma cara del afiche. No se lee nada en sus ojos cristalinos: ni aprobación ni desaprobación.

Los exrevolucionarios se miran entre sí desorientados: ¿es eso una campaña política seria? ¿Es presidenciable que el candidato de un partido salga diciendo que están en la “mierda” y que luego aparezca una mosca que se lanza a la presidencia para que la mierda no se acabe en Nicaragua? ¿Para eso contrataron a estos “genios”?

El gerente de campaña mueve la nariz como si se rascara el bigote desde adentro. Camina de una punta a la otra con paso de marcha. Victoria mueve las piernas, las tiene cruzadas, enroscadas como en un torniquete.

—Es verdad… –Herty alza un puño y golpea la mesa–. ¡Este país está en la mierda!

Victoria destraba el cuerpo, las piernas se aflojan, es lo único que necesitaba, ya casi lo tienen. Pero no, ¡nada en la vida puede ser tan fácil! De una esquina se alza redondita la voz del estreñimiento. La mujer (que detectó anteriormente) ya tiene la boca como una frutilla en mal estado, mira a Herty con reproche y lo señala con su lapicero.

—¡Pongámonos serios, Herty, por favor! ¡Esto nos va a hundir! Esa idea es una locura. ¿Qué va a opinar la Iglesia? Hay que razonar con la cabeza fría… esto es una campaña política, ¡no un chiste!

El de bigotes se le suma en el ataque, se para ofendido y se agarra la cabeza como si quisiera arrancársela y tirársela a Eduardo.

—Yo coincido con la compañera. ¿Y usted se anima a salir diciendo “mierda” en televisión, Herty? También los medios se le van a venir encima, piénselo bien… ¿Usted sabe cómo va a reaccionar la prensa? ¡Lo van a acusar de ser un vulgar!

Herty suelta una risa nasal.

—¡Vulgar es que los niños en este país se mueran de hambre porque no tienen qué comer, hombre!

La discusión es un fuego cruzado interminable. A algunos les preocupa lo que diga la opinión pública, otros están a favor de salir con algo que genere polémica... Nadie escucha a nadie. La bulla sigue hasta que Herty se levanta.

—¡Está aprobado! Vamos con eso y acabemos con toda esta mierda –dice en tono burlón y abandona el comité.

Mierda

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