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El Cuarto Período.
ОглавлениеNunca debe entregarse una nación á un hombre, quien quiera que sea y cualesquiera que sean las circunstancias.
Thiers.
Un pronunciamiento, según el talentoso historiador mexicano C. Pereira, (forma que tomó la desmoralización militar en España y sus antiguas colonias), es la intervención del ejército armado en los negocios públicos, imponiéndose por la fuerza. Como el papel social del ejército es la conservación del orden y la defensa de la patria, el pronunciamiento constituye un crimen.
El pronunciamiento de Tuxtepec fué la escala por la que ascendió Porfirio Díaz al poder, es decir, por medio de un crimen.
Así como Napoleón Bonaparte sólo pudo conservar su corona por medio de las armas, Porfirio Díaz mantiene su poder autocrático sólo en virtud de una serie ó concatenación de felonías políticas. Una relación detallada de todas las atrocidades cometidas por orden suya y por medio de sus asalariados asesinos, llenaría las páginas de tres gruesos volúmenes en folio, por lo que me limitaré á hablar únicamente de los más cobardes y característicamente torpes, para dar una idea de su mistificador “gobierno pacífico”.
La metamorfosis de Porfirio Díaz, á partir de su primer período administrativo hasta el presente, es tan inesperada como la evolución de cualquier gusano despreciable que llega á convertirse en una multicolora espléndida mariposa.
Llegó á la presidencia tan pobre como un ratón de iglesia; pero tan mañoso como Ulises; completamente desacreditado y, á la vez, con un enorme capital de esperanzas y de recursos maquiavélicos; sin autoridad alguna, pero listo para forjarla con sus propios instrumentos; con poca experiencia, pero sabiendo que tenía por delante toda su existencia para la práctica de la política; sin prestigio nacional ni internacional, pero preparado para crearlo por medio de juegos de manos financieros y de artificiosos anuncios dándose bombo; falto de conocimientos de estadista, pero confiado en que la sabiduría del país gravitaría al rededor de su silla presidencial.
Inauguró su primer período apareciendo como un hombre tan sospechoso, que, según se complace él mismo en referirlo á sus amigos, al principio no encontró un comerciante que se atreviese á honrar su firma y á prestarle un peso para ayudar á los gastos de la administración.
Con frecuencia sucedía, cuando caminaba por la calle de San Francisco, en México, que sus amigos y conocidos apresuraban el paso para tomar una calle atravesada, ó entraban en algún establecimiento para evitar su saludo.
Por intuición adivinó que para gobernar con buen éxito dentro de la esfera del despotismo, es necesario seguir al pie de la letra el aforismo de Maquiavelo que dice: “No es necesario que el príncipe posea todas las virtudes que he enumerado; pero es indispensable que parezca que las posee.”[14]
Y consecuente con este principio, el lobo se vistió la piel del cordero, con lo que engañó tanto á los mentecatos como á los sabihondos.
El diagrama siguiente demuestra la evolución de los sendos períodos presidenciales de Porfirio Díaz:
De 1876 á 1880—primer período—Presidente revolucionario.
De 1880 á 1884—interregno del Gral. González.
De 1884 á 1888—segundo período—Protector.
De 1888 á 1892—tercer período—Cónsul.
De 1892 á 1896—cuarto período—Cónsul vitalicio.
De 1896 á 1900—quinto período—Ungido Jefe Supremo.
De 1900 á 1904—sexto período—Emperador.
De 1904 á 1910—séptimo período—Gran Mogol.
La gradación desde presidente revolucionario hasta Gran Mogol escandalizará á los ignorantes, pero merece que se la considere con detenimiento.
Para llegar á la cima de la escala ascendente se necesitaban treinta años de labor infatigable de corrosiva destrucción de todas las libertades del pueblo mexicano, por las cuales había luchado durante más de doce lustros. Porfirio Díaz sólo necesitó la mitad de ese tiempo para destruirlas. Fué una operación completamente secreta, como el trabajo de la polilla que va carcomiendo interiormente la troza de madera, sin que sea posible notarlo desde el exterior.
Su primer período fué el cimiento para afianzar su poder imperial. Utilizó el período del General González para hacer experimentos sobre los resultados de las iniciativas del arreglo de la famosa deuda inglesa, del Banco del Gobierno y de la emisión de una nueva moneda de níquel, de á cinco centavos.
Muy diestramente y con conocimiento perfecto de la codicia de González, sugirió esas iniciativas cuando fué Ministro de Fomento, en el gabinete del mismo González.
El gobierno de Porfirio Díaz no dejó en las arcas federales ni un centavo partido por la mitad, para su sucesor, Manuel González, á pesar de que los ingresos de la nación en la última parte del año de 1880 revelaron gran aumento, ascendiendo á $22,278,845.[15]
Al terminar su primer período, en 1879, se declaró en contra de la reelección, no de un modo sincero, sino simplemente porque sus cómplices revolucionarios, los generales conspiradores y rebeldes que le habían ayudado, no le hubieran permitido monopolizar el poder y los productos de cohechos y sobornos y chanchullos.
Entonces decidieron postular para Presidente en el período de 1880, á un hombre leal, que obedeciese ciegamente las órdenes del partido. El General Mier y Terán fué el designado.
Pero, por desgracia para ellos, Mier y Terán, como Gobernador del Estado de Veracruz, obedeció demasiado al pie de la letra la orden de asesinato que le dió el Presidente Díaz en el famoso 25 de Junio.[16]
Ese acto cobarde levantó una tremenda tempestad de indignación contra la administración de Díaz, y eliminó la candidatura de Mier y Terán.
Entonces se escogió á Justo Benítez, ex-secretario de Porfirio Díaz, su consultor y su Mefistófeles durante el período revolucionario. Pero Díaz sospechó de la lealtad de Benítez, y entonces se pensó en el General González, quien, además de ser compadre del Presidente, era soldado y obedecería sus órdenes sin vacilar.
González fué uno de esos innumerables rebeldes de profesión, de los que, desde que México se independizó de España, habían tomado las revoluciones como un modo de vivir.
Sin escrúpulos, desprovistos de patriotismo, faltos hasta de los más rudimentarios conocimientos militares, el único talento de esos hombres, con muy pocas excepciones, consistía en el valor en la pelea. Sus conocimientos tácticos corrían parejos con los del General Cartaux, quien escribió á la Asamblea Nacional proponiéndole su plan para la toma de Tolón, el cual consistía en que “el general de artillería bombardeará á Tolón por espacio de tres días, al cabo de los cuales lo asaltaré con tres columnas y lo tomaré á viva fuerza.”[17]
Para esos aventureros la presidencia estaba simbolizada por el Palacio Nacional, donde reside el Presidente de la República, como para los mahometanos la Mecca ó Medina sintetiza el mahometismo.
Sus proclamas rezan, por regla general: “Este plan se pondrá en toda su fuerza y vigor tan luego como el General en jefe del Ejército Regenerador ocupe el Palacio Nacional.”[18]
Es evidente que consideran la nación, especialmente el tesoro público, como algo que les pertenece en propiedad.
Porfirio Díaz era el asociado y compinche de esos filibusteros, absorbió sus medios, sus ambiciones y alcanzó buen éxito donde los otros fracasaron.
La administración de González saqueó el tesoro nacional, vendiendo concesiones ferrocarrileras, con proyectos de colonización, con empréstitos, con lo del Banco Nacional, etc. Él y su pandilla ordeñaron el tesoro hasta extraerle la última gota, hasta el último día, en el que, como despedida, el Presidente extrajo los $9,000 que quedaban en las arcas de la nación.[19]
Entre los ministros de González figuraron Ignacio Mariscal, encargado de la cartera de Relaciones, y Francisco de Landero y Cos, Secretario de Hacienda. Ambos fueron la honradez personificada.
El General González, con la ayuda de su genio maléfico, Ramón Fernández, Gobernador del Distrito Federal, conspiró para deshacerse de Landero y de Mariscal.
Cuando se puso á discusión en el Congreso la Ley del níquel, el General González envió orden para que se suprimiese la limitación de pagos. Esa limitación y la Ley eran obra del ministro Landero, quien llegó al Congreso demasiado tarde para tomar participación en el asunto, y como comprendió el espíritu de la orden mencionada, presentó su renuncia. Pero antes de salir del ministerio, declaró ante el Congreso que había en las arcas del Gobierno más de un millón de pesos.[20]
Para aquella manada de lobos famélicos eso fué un llamamiento al robo y al pillaje.
En el arreglo de lo del Banco Nacional, los banqueros franceses, que fueron los que proveyeron el capital, tuvieron que gastar $1,000,000 en acciones, y $1,500,000 en efectivo, para sobornar á la Administración.[21]
El empréstito para el pago de la deuda inglesa les debió proporcionar una utilidad de $20,000,000, lo que unido á la Ley del níquel, por la que inundaron todo el país con piezas de á cinco centavos, provocó casi una revolución, incidente que redujo la supradicha utilidad á $2,000,000.
Por fortuna el período presidencial tocaba á su término y Porfirio Díaz apareció como el salvador, mientras que González bajó del poder en medio de la vergüenza y de la ignominia, considerado como el “Presidente-Atila”.
Pero en cuanto volvió á tomar Díaz las riendas del gobierno, en su segundo período, no pensó más que en sí mismo, dictando todas las providencias necesarias para impedir que algún competidor pudiese desposeerlo de la Presidencia. Después resolvió eliminar á todos los competidores, y, para el efecto, se erigió en una especie de providencia de la nación, legitimada por la necesidad. Como consecuencia de lo primero, se volvió desconfiado y terrible; como consecuencia de lo segundo, se volvió exclusivista y celoso.[22]
Para poder eliminar á todos sus rivales, uno por uno, era necesario poseer en cuerpo y alma toda la administración de justicia, la policía y el ejército nacional.
Empezó por reemplazar todo el personal de la administración de justicia con servilones manufacturados por él, desde el Ministro del ramo hasta al más ínfimo escribiente. En lugar de los Gobernadores independientes, que antes eran elegidos libremente por el pueblo, impuso hombres suyos, ex-generales, ex-revolucionarios, que aspiraban á la presidencia como medio de enriquecerse. Como gobernadores tenían las mismas oportunidades para el efecto, siendo menor el peligro y sin llamar tanto la atención.
Tan luego como colocó á sus criaturas en todos los puestos de la administración, es decir, de gobernadores, ministros de Estado, senadores, diputados, jefes políticos, comenzó á desgarrar la Constitución, suprimiendo el poder de la prensa, matando la libertad personal por medio de las prisiones arbitrarias, y eliminando lentamente á sus enemigos con la ayuda de “accidentes” y de la famosa “Ley Fuga”.[23]
Pruébase que el gobierno de Díaz era ilegal con el mero hecho de que el Gabinete de Washington se negó á reconocerlo, á causa de su origen revolucionario,[24] y sólo en el año de 1879 lo reconoció formalmente y acreditó un representante en México.[25]
Porfirio Díaz pensó, y no sin razón, que la posesión equivale á las nueve décimas partes de la ley.
Para poder continuar constitucionalmente en la Presidencia, era indispensable reformar la Constitución. Así lo hizo Porfirio Díaz, antes de que terminara su segundo período, y al mandato del señor, sus parásitos en el Congreso establecieron la Presidencia por dos períodos consecutivos.[26]
Pero como esto no bastaba, en el tercer período, obedeciendo el Congreso las órdenes de Díaz, “resolvió el punto definitivamente, aboliendo toda clase de limitaciones”.[27]
Después de esa confirmación de poder, quedó prácticamente convertido en Cónsul vitalicio, y en absoluta libertad para obrar á su antojo.
Capítulos especiales dedicaré á sus asesinatos, así como á la prensa y á la administración de justicia durante su régimen.
La tan cacareada necesidad de conservar á Porfirio Díaz en el poder, en beneficio de la paz, es otro cuento fantástico inventado por el Presidente y su pandilla de cortesanos, tratando de convertir en virtud una gigantesca espoliación política.
Dos de los escritores é historiadores mejor conocidos de México, han discutido en términos formidables ese argumento.
Francisco Bulnes dice “la paz no es causa del progreso de México, todo lo contrario, la paz es la consecuencia del progreso de México y es fácil convencerse de ello”.[28]
Fernando Iglesias Calderón, dice: “Dos personajes políticos, cuya adhesión, sumisión y admiración al Gral. Díaz es manifiesta y proverbial, han declarado honradamente que los bienes que se atribuyen al gobierno de hoy, se deben, en su origen, á los anteriores gobiernos liberales. Esto equivale á trocar el mérito en fortuna, ya que el simple transcurso del tiempo ha desarrollado los bienes fundados por el Gobierno liberal de Don Benito Juárez.”[29]
Los partidarios y admiradores de Porfirio Díaz citan como buena prueba de sus afirmaciones la presente prosperidad de México.
Esto se puede refutar muy fácilmente.
La inversión y desarrollo del capital extranjero significan para México adelanto y prosperidad, porque México carece de capital doméstico. El progreso agrícola, la irrigación y la inmigración significan la prosperidad de México. La actual administración no tiene parte alguna en la inversión inicial de capital en México; jamás ha hecho algo en pro del desarrollo agrícola, ó de la inmigración; y sólo después de treinta años de la pretendida prosperidad, ha comenzado á pensar en la irrigación.
Inútil es decir que ni la inversión de capitales ni la prosperidad eran cosas posibles en México, mientras el poder político y cuatro quintas partes del suelo estuviesen en manos del clero. Así, pues, era esencial poner término al poder de la Iglesia. Benito Juárez fué quien llevó á cabo esa hercúlea labor, con un valor y una persistencia admirables, logrando realizar, á mediados del siglo pasado, lo que Italia sólo se atrevió á hacer por los años setenta, y Francia últimamente.
Necesitó México de algún tiempo para reponerse de los efectos de esa terrible guerra, así como de los de la Intervención.
Precisamente ese mismo Porfirio Díaz, que hoy es considerado indispensable para la prosperidad del México moderno, entonces, y por espacio de nueve años consecutivos, quebrantó la paz del país é interrumpió el progreso de la nación con sus absurdos planes de regeneración y sus revoluciones criminales.
La primera vía férrea, que fué la de México á Veracruz, se terminó durante la administración de Lerdo de Tejada. En la época de González fué cuando se encauzó hacia México la corriente de capitales americanos. Aquí me limitaré á copiar lo que escribió un autor en 1884:—“Un despertamiento inusitado en la vida del país resultó como primera consecuencia de la construcción de vías férreas.—A la irrupción del dinero americano, siguió la irrupción del hierro.”[30]
“Se están construyendo 20,000 casas en México—y la verdad es que jamás, desde el primer año de vida independiente en México, hasta la fecha, ni cuando llegaron á Santa Ana los millones Yankees en pago de la desmembración del territorio, ni cuando le vino á Maximiliano el dinero de Napoleón III para sostenimiento del ejército francés, se había visto en México tanta prosperidad ni tan halagadora perspectiva de riqueza y bienestar.”[31]
Si Porfirio Díaz es tan indispensable hoy para el bienestar de México, por su probidad y su imparcialidad, ¿por qué no dió pruebas de su honradez en 1880, cuando, en vez de dejar dinero en las arcas nacionales, las dejó completamente exhaustas, siendo un hecho innegable que “Los ingresos nacionales en el año fiscal de 1879-1880 pasaron de $21,000,000?”[32]
Año y medio de honrada administración financiera de parte de Landero y Cos, bastó para proporcionar al tesoro federal un superávit de más de un millón de pesos. El General González no tuvo jamás la pretensión de que su gobierno apareciese ni honorable ni filantrópico, y tan luego como el honrado Ministro de Hacienda dejó la cartera, comenzó la razzia, el saqueo de la tesorería, de la manera más desvergonzada.
Por otro lado, Porfirio Díaz siempre ha conservado la apariencia de un gobierno patriótico y recto, á pesar de lo cual, en su primer período, se colocó en la misma categoría que el General González y su cuadrilla. Sólo después de su tercer período, cuando estuvo seguro de que conservaría la presidencia durante toda su vida, dió cierto aspecto de orden á la Secretaría de Hacienda, con la evidente esperanza de repletar su bolsillo y los de aquellos que formaban su cuadrilla, con toda comodidad.
Los ingresos así como los egresos de la nación aumentaban cada año: “durante el mismo año (1891) la administración del General Díaz gastó íntegro el producto de las rentas federales, que ascendieron á $37,000,000, y $5,000,000 más” según la declaración que hizo Matías Romero ante el Congreso, en 1892.[33] Matías Romero, quien había sido Ministro de México cerca del Gobierno de Washington, durante la Intervención francesa, no puede ser acusado de connivencia con la administración. Lo que hay es que no era un financiero y no sabía hacer juegos de manos con los números, como los hace José Ives Limantour.
Los que resultaron más perjudicados á la postre, fueron el pueblo mexicano y los empleados del gobierno. Estos desdichados no recibieron sus sueldos en dinero contante, hasta que Limantour se encargó del Ministerio de Hacienda. En vez de dinero recibían los empleados certificados de alcances, especie de vales pagaderos á la vista en la Tesorería.
Con uno ú otro pretexto, esos vales no se hacían efectivos hasta que eran vendidos á una casa de judíos alemanes, la de los Scherers, que los compraba al 40 ó 50 %, y los cobraba por su valor íntegro cuando los presentaba al Ministro de Hacienda.
Pero desde el principio el General Díaz fué muy cauto, muy escrupuloso en el pago del haber á la tropa, como lo expuso en un brindis que pronunció en el Colegio Militar de Chapultepec: “los soldados que militaban conmigo me amaban; y estaban dispuestos á perder su vida por mi vida.—¿Qué había yo hecho para obtener aquel sacrificio generoso, abnegado, aquel sacrificio voluptuoso de derramar su sangre por mí? Era solamente esto: todos abrigaban la convicción de que yo no les había estafado su haber.”[34]
En este brindis confiesa paladinamente el General Díaz que debe la lealtad de sus tropas, no á la legitimidad de su causa, sino al hecho de haberlas pagado con regularidad.
En el sexto período, cansado el General Díaz de tener que repetir cada cuatro años la farsa de la reelección, hizo que se reformara de nuevo la Constitución, ampliando el período presidencial á seis años, en vez de cuatro.
Este “Augusto mexicano”, como llamó Francisco Bulnes al General Díaz, inició otra ley, el 24 de Abril de 1896, por la que se autorizó al Presidente á delegar su poder en la persona que quisiese, mediante la aprobación del Congreso.[35]
Cuando concluyó el Gran Anciano de echar remiendos á la Constitución de 1857, quedó ésta convertida en el traje abigarrado de un arlequín.
Ahogó la libertad de la prensa; se apoderó del Congreso; manejó á su antojo el ejército y la marina (?); los gobernadores y jefes políticos fueron sus esclavos, y la justicia su servidora. De ese modo construyó una máquina política que es la más perfecta que existe en el mundo.
Tamany Hall, comparado con esa máquina, es tortas y pan pintado; la autocracia de la Rusia pisoteando á la Duma, parece bondadosa.
Abdul Hamid ha jugado ya su último triunfo contra la Joven Turquía; los fatalistas persas han hecho que el hado se vuelva contra el omnipotente Shah; hasta la joven China ha llevado á cabo el acto inconcebible de inyectar reformas en el Celeste Dragón.
Todas las naciones pisoteadas de nuestro planeta, han dado un mentís á la historia, á los principios eminentes, á los privilegios hereditarios, y, lentamente, pero con alegría, empiezan á respirar el aire de la libertad.—Sólo México permanece esclavizado por la tiranía de un hipócrita genial, árbitro y verdugo de su suerte; y se encuentra atado de pies y manos á la ambiciosa voluntad de ese ex-bandido, pues está hipnotizado hasta la inmovilidad por el más hábil de los caballeros de industria de la política.
Después de haber erigido su poder sobre un estuario de sangre, de haber adquirido una enorme fortuna por medio de su influencia política, de haber impuesto la adulación á sus conciudadanos, y capturado furtivamente la admiración de las naciones extranjeras, pretende Porfirio Díaz, como término del clímax, decretarse el homenaje de la historia.
Si llegase á soltar el poder, ó si muriese como cualquier mortal común y corriente, la historia se lanzaría sobre él, animada por la venganza, para vomitar la verdad, como de una “cloaca maxima”, á fin de enterrar en la fosa común la ridícula fama de patriota, de estadista y de general del Presidente Díaz.