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El Tercer Período.

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El joven general que había combatido por tantos ideales políticos, se sintió chasqueado al ver la pobre recompensa que obtenía.

La espina de la envidia empezó á punzarle, y el patriota lo sacrificó todo en su desaforada estampida para alcanzar el poder supremo. Aquella fué una lucha tantalizadora contra el impasible é inquebrantable Juárez.

En cierta ocasión lo agarraron y lo hicieron comparecer ante Juárez, quien le dijo: “Merece Vd. cinco balazos por rebelde; pero el país toma en consideración los servicios que le prestó Vd. durante la guerra de Intervención. Es Vd. muy ambicioso y de seguro será presidente algún día; pero no mientras viva yo.”

La primera prueba de la ambición de P. Díaz por la presidencia se puso de manifesto en 1867: “sitiaba á Querétaro el General Escobedo cuando se le presentó una comisión que iba á proponerle la formación de un partido militar cuya jefatura se rifaría entre los Generales Escobedo, Corona y Díaz, para llevar á la presidencia al designado por la suerte, pues no era justo, agregaban los comisionados, que Don Benito Juárez siguiera de presidente y recogiera las ventajas del triunfo, cuando ellos eran los que lo habían conseguido á costa de su sangre y con peligro de su vida. El Gen. Escobedo contestó diciendo que él era soldado, no político; que se batía por patriotismo, no por ambición; y que bastaba que los franceses hubieran manifestado que nunca tratarían con el Sr. Juárez, para que él creyera debido que, á la hora del triunfo, fuese conservado en el poder el gran patriota que lo había ocupado en las tristes horas de la derrota y la defección.”[2]

Esta pequeña lección de patriotismo y de lealtad hizo abortar la conspiración.

Desde 1867 y por espacio de más de nueve años, el General Díaz conspiró é hizo resistencia á las administraciones legales y constitucionales del presidente Juárez y del presidente Lerdo de Tejada.

Este que es hoy Príncipe de la Paz á toda costa, entonces quebrantó la paz del país con sus proclamas, que hoy se leen como panfletos políticos contra su propio gobierno.

Con persistencia se ostentó antagonista de la autoridad legal y promovió rebeliones en el sur, en el este, en el oeste y desde los Estados Unidos llevó la revolución á México. Cuando el Gen. Escobedo salió en su persecución, á la cabeza de las tropas del gobierno, el Gen. Díaz se acobardó, dispersó á sus cómplices en la rebelión, y huyó á través de la frontera americana, exactamente lo mismo que lo hicieron en la pequeña revuelta que estalló hace pocos meses iniciada de este lado de la frontera por los hermanos Flores Magón. En aquel entonces la razón social era Díaz, Hermano y C.ª

Fracasó repetidas veces, volvía á levantarse de nuevo, frenético, como picado por la tarántula de la ambición, sembrando por todo el país el desorden, la inquietud, el disgusto y la anarquía.

Llegó á tal punto su descrédito que las personas serias y de recto juicio lo compararon con el celebérrimo bandido y cacique de Tepic, Manuel Lozada, un indio notable, salvaje y cruel, cuyo carácter fuerte es interesante. Lozada organizó una dictadura perfecta; su policía y su sistema de espionaje estaban admirablemente organizados, y obtenía sus rentas de la aduana de Tepic, que manejaba á su antojo. En su ambición también hizo Lozada su Plan, el llamado “Plan libertador de Lozada”. En breve tiempo organizó 8,000 indios con el objeto de asaltar la ciudad de Guadalajara y la Presidencia de la República. Pero fué derrotado en la batalla de “La Mojonera”, por el Gen. Corona.

La impresión general del momento se condensó en una frase pronunciada por distinguido abogado y periodista, quien desde lo alto de una torre de Guadalajara telescopiaba la polvareda levantada por las hordas lozadeñas acercándose á atacar esa plaza: “¡Sólo esto nos faltaba... Un tercer imperio con Lozada I.!”[3]

“¡Hombre al agua!” tal fué la frase popular con que se ridiculizaba el fracaso del Gen. Díaz, como caudillo político y jefe revolucionario, cuando, en su viaje de New-Orleans á Veracruz, (1876) con objeto de ponerse al frente de los sublevados de Oaxaca, saltó por la borda del barco que lo conducía, para impedir que lo capturaran las tropas del gobierno legítimo.

Ese mismísimo Príncipe de la Paz que hoy se exhibe hipócritamente como el protector de la Constitución y de la Legalidad, en aquel entonces, á la faz de la derrota popular sufrida en tres elecciones presidenciales sucesivas, persistió en subvertir el orden público, comprometiendo la prosperidad de su patria con sus constantes revueltas, sólo por satisfacer su insaciable codicia y su ambición de poder.

En 1867 obtuvo Benito Juárez 7,422 votos para la presidencia.

En 1867 obtuvo Porfirio Díaz 2,709 votos para la presidencia.

En 1871 Benito Juárez obtuvo 5,837 votos para la presidencia.

En 1871 Porfirio Díaz obtuvo 3,555 votos para la presidencia.[4]

Después de la muerte de Juárez hubo otra elección y Díaz fué derrotado de nuevo. (1872)

Lerdo de Tejada recibió 9,520 votos para la presidencia.

Porfirio Díaz recibió 604 votos para la presidencia.

El General Díaz aparece como responsable del “Motín”[5] de México, del Plan de la Noria, del Plan de Tuxtepec, y del Plan de Palo Blanco en que se reformó al anterior. El último derrocó al Pres. Lerdo. Bajo el título de “Motín”, El Siglo XIX, periódico de oposición, publicó estas líneas: “Según se nos informa el Plan consistía en asesinar al Gen. Alatorre al salir del teatro, proclamar Presidente al Gen. Porfirio Díaz é imponer á la población un préstamo de $300,000.00 so pena de saqueo. El jefe del motín era un oficial Urrutia que había servido al Imperio y se pasó al campamento del Gen. Alatorre cuando sitió á Jalapa. Este oficial había seducido á la tropa, pero una hora antes de estallar el complot lo denunció un cabo.”[6]

Cuando los revolucionarios invitaron ostensiblemente al Gen. Díaz á acaudillar otra revuelta, él contestó: “Yo me resigno al sacrificio de mi honor y de mi vida, y, si el éxito corona nuestros esfuerzos, podré dar pruebas nuevas y evidentes de que no aspiro por ostentación al poder y que prefiero la obscuridad del hogar doméstico.”

Esta es una de sus acostumbradas é innumerables mentiras políticas, pues su ambición personal de poder era tan vehemente y terrible que el Gen. Luis Mier y Terán había sintetizado admirablemente el estado mental de los prohombres del sable en una frase de simpática virilidad:

—“¡¡Porfirio Díaz ó la muerte...!!”

El “Plan de la Noria”, fué llamado así, porque fué escrito en la hacienda de la Noria, propiedad del Gen. Díaz, quien lo subscribió en Nov. 1871. Se consideró este Plan tan absurdo é impracticable, que “El Siglo XIX” periódico de oposición al gobierno, declaró en su número de 16 Nov. 1871: “‘El Plan de la Noria’. Este nombre se ha dado al manifiesto leído recientemente en el Congreso por el Ministro de Gobernación, como expedido por el Gen. Díaz. A muchas personas hemos oído decir que es un documento apócrifo y ciertamente queriéndose dar un fuerte golpe en la opinión pública al Gen. Díaz y á la revolución que él acaudilla, lo más adecuado era atribuirle un plan TAN LLENO DE ABSURDOS POLÍTICOS como el que hoy se llama el Plan de la Noria.”[7]

A la muerte de Juárez ocupó Lerdo de Tejada la presidencia de la república, en virtud de su carácter de Vicepresidente Constitucional.

Por uno de sus primeros decretos (27 de Julio 1872) concedió amnistía general á todos los revolucionarios que estuviesen con las armas en la mano.

El Gen. Díaz consideró esa amnistía degradante para él y para sus secuaces, como lo declaró en una circular fechada el 13 de Sept. de 1872, en Chihuahua: “Creí á propósito proponer que la revolución acreditara dos personas de su confianza cerca del Gobierno para entrar con él en negociaciones francas de que pudiera resultar la paz y la substitución de la degradante ley á que ha querido llamarse amnistía por otra que no rebaje nuestra dignidad militar y nos confunda con los infidentes en la época de la Intervención, como parece que intencionalmente se hizo.”[8]

En esta ocasión el jefe rebelde fué sobrepujado en astucia por el Presidente diplomático, quien logró exhibirlo como traidor á la patria.

Natural era, pues, que las personas amantes de la paz demostrasen su disgusto por la antipatriótica conducta del Gen. Díaz, derrotándolo en los comicios para las elecciones presidenciales, en 1872.

Pero así como un leopardo no puede cambiar las manchas de su piel, Porfirio Díaz, á pesar de lo que dicen sus numerosos aduladores y sus falsos admiradores, es hoy el mismo traidor á la patria que hemos visto en los nueve años de casi no interrumpidas rebeliones y sediciones.

Siempre lo vemos aparecer como perjuro contra la Constitución, contra la República, las Leyes de Reforma y la No-reelección. Ha roto con los dogmas de su partido, con todos los principios liberales que profesó en otro tiempo, con todas las aspiraciones de su patria.

Aspiraba á ser un Washington, y ha degenerado en un Sylla hispano-americano; quiso establecer un paternalismo liberal, y logró tan sólo crear un rastrero “Diazpotismo”; ambicionó ser émulo de Napoleón I, y siguió los pasos de César Borgia; esperó gobernar, y sólo ha aterrorizado; llegó á imaginarse que podía engañar á la historia, y sólo se ha chasqueado á sí mismo.

En sus conversaciones privadas con amigos y extraños, procura convencerse á sí mismo y á los demás de que su propósito constante ha sido el de la honradez y el propio sacrificio, pero que las circunstancias lo han forzado á seguir por otra senda.

Hace un año, en una audiencia que concedió á E. T. Simondetti, presidente de el “El Diario”, le dijo:

“En 1879, cuando declaré que me oponía á la reelección para la presidencia fuí sincero; pero después mis amigos me rogaron que permaneciese en el poder para bien de la nación”.

De lo expuesto se infiere lógicamente que ahora no es sincero, pues los mismos amigos le siguen rogando, en cada nueva farsa electoral, que continúe en el poder para bien de la nación.

En las primeras líneas del plan de la Noria (1871) que fué la proclama contra el gobierno de Juárez, encuentro lo siguiente:

Al Pueblo Mexicano.

“La reelección indefinida, forzosa, y violenta del Ejecutivo Federal, ha puesto en peligro las instituciones nacionales.”

Este cómico llamamiento al pueblo mexicano, hecho por el incipiente sátrapa, recuerda el de otro mandarín mexicano, el traidor Santa Ana, que acostumbraba poner al pie de todas sus bombásticas proclamas y cartas: “Patria y Libertad!” En el famoso Plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco, (21 de Marzo 1876) proclama Porfirio Díaz, bajo su firma: “Art. 20. Tendrán el mismo carácter de ley suprema la NO-REELECCIÓN del Presidente de la República y Gobernadores de los Estados, mientras se consigue elevar este principio al rango de reforma constitucional, por los medios legales establecidos por la Constitución.”

El 16 de Sept. de 1879 hizo el Presidente Díaz ante el Congreso la siguiente declaración:

“No es la oportunidad de que el ejecutivo exprese su juicio sobre esa materia; pero sí debo hacer ante el Congreso la solemne protesta de que jamás admitiré una candidatura de reelección aun cuando ésta no fuere prohibida por nuestro código, pues que siempre acataré el principio de donde emanó la Revolución iniciada en Tuxtepec.”[9]

Cada cuatro años, poco más ó menos, el viejo zorro Porfirio Díaz ordena á sus sicofantes que esparzan el rumor de que el Presidente va á renunciar al poder, de que está cansado y viejo, que desea retirarse á la vida privada.

Entonces muchedumbres de sus amigos, “los Amigos Amistosos de la Amistad” de un modo oficial ó extra oficial, comienzan sus peregrinaciones á Chapultepec, ó al Palacio Nacional y le ruegan rendidamente que permanezca por otro período más, siempre para bien del país; y el viejo socarrón, con lágrimas de gratitud, se sacrifica resignadamente, porque así lo quiere la nación. “Cuando un gobernante dice: quiero dejar el poder, pero si la nación me exige nuevos sacrificios, continuaré sacrificándome”, debe entenderse: “no tengo el menor deseo de dejar el poder y los interesados en que no lo deje deben tomar, aun cuando sea ridículamente, el nombre de la nación, para que ésta me ruegue que no la abandone. Esta copla ha sido recitada en todos los siglos, en todos los planetas, en todas las naciones, por todos los ambiciosos, y ha servido para millones de chistes en sainetes, zarzuelas, y periódicos bufos.”[10]

Cuando se aproximaba la elección presidencial de 1876, el siempre listo Porfirio inició otra revolución.

Unos de los puntos de acusación de los revolucionarios contra el Gobierno, fué: “que el sufragio público se ha convertido en una farsa, pues el presidente y sus amigos por todos los medios reprobados hacen llegar á los puestos públicos á los que llaman sus ‘Candidatos Oficiales’, rechazando á todo ciudadano independiente.”[11]

Los revolucionarios no aguardaron á que concluyese el período de Lerdo, el que terminaba el 30 de Nov. de 1876.

El Gen. Díaz reunió 5,000 hombres y tuvo un encuentro con el Gen. Alatorre, que mandaba 3,000 hombres, cerca de la hacienda de Tecoac. La batalla estaba empatada, porque ambos generales se tenían un miedo recíproco.

Por fortuna para el Gen. Díaz, se salvó la jornada con la llegada del Gen. González, quien cayó como un huracán sobre el enemigo, destrozándolo. El número total de muertos por ambas partes, ascendió á 95.

Después de esa derrota, el Presidente Lerdo, en vez de luchar, hizo sus maletas y huyó hacia los Estados Unidos.

El único vestigio de autoridad que quedó en México, después de la fuga del Ejecutivo legal, fué José María Iglesias, uno de los triunviros del gobierno liberal durante la Intervención francesa.

Iglesias fué un hombre puro, un honrado patriota del tipo de Catón.

Era Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando Lerdo se fugó, y, por lo tanto, el Presidente interino constitucional.

Sobre este particular decía el plan de Tuxtepec:

“Art. 60. El Poder Ejecutivo, sin más atribuciones que las meramente administrativas, se depositará, mientras se hacen las elecciones, en el Presidente de la Suprema Corte de Justicia actual, ó en el magistrado que desempeñe sus funciones.”

Iglesias se dirigió á Querétaro con su gobierno, y entró en arreglos con el Gen. Díaz. Las conferencias se celebraron por medio del telégrafo, entre Iglesias y Justo Benítez, representante del Gen. Díaz.

Benítez telegrafió, entre otras cosas:

“La base indeclinable de todo arreglo tiene que ser el plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco, como la expresión genuina de la voluntad nacional. ¿La acepta Vd.?”

Iglesias respondió: “No pudiendo haber vacilación de mi parte en punto tan capital, no acepto, ni puedo, ni debo aceptar la base que Vd. califica de indeclinable. Todo lo que sea separarse de la Constitución de 1857, será rechazado por mí que soy el representante de la legalidad.”[12]

Una de las condiciones impuestas por el Gen. Díaz á Iglesias fué: “que dicho General sería Ministro de la Guerra en el Gobierno del Presidente Interino”; condición inaceptable, puesto que Iglesias había declarado en su manifiesto, que ni él ni sus Ministros figurarían como candidatos en las elecciones á que convocara: circunstancia á la que no quiso plegarse el Gen. Díaz. De modo que el caudillo revolucionario, no sólo reconocía al Presidente Interino, sino que deseaba formar parte de su Gabinete.

El reconocimiento se hacía, conforme al art. 82 de la Constitución, y conforme á él eran del todo improcedentes las condiciones puestas por el Gen. Díaz.[13]

Esta controversia sobre un punto de legalidad y de constitucionalidad estuvo bien manejada por el General Díaz y su banda revolucionaria. Sin embargo, tenía admirable semejanza al argumento entre el lobo y el cordero. Como era de suponerse, las negociaciones no dieron ningún resultado, y el único vestigio que de legalidad quedaba tuvo que huir hacia los Estados Unidos, para conservar la vida.

Con este incidente termina la lucha de nueve años emprendida por Porfirio Díaz con el objeto de capturar la Presidencia de la República.

México tal cual es

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