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SÓLO EL AMOR REDIME AL HOMBRE1

El gran desafío que en todas las épocas de la historia tanto la Iglesia como la Humanidad en su conjunto tienen que afrontar es el de la educación de las nuevas generaciones, ya que, nunca se debe dar por supuesto que los niños, los adolescentes y los jóvenes se incorporan automáticamente al proceso de humanización de las generaciones precedentes.

A su vez, el proceso de humanización de los hombres y de la humanidad es una realidad viva llamada a crecer y a desarrollarse por medio del ejercicio de la libertad lúcida de cada nueva generación.

En este sentido, la educación de las nuevas generaciones no consiste simplemente en la transmisión de lo humano por parte de la generación precedente, sino también y además, en la recepción lúcida y creativa por parte de los niños, adolescentes y jóvenes quienes están llamados a profundizar y a enriquecer lo recibido.

“La relación educativa es un encuentro de libertades y (…) la misma educación cristiana es formación en la auténtica libertad. De hecho, no hay verdadera propuesta educativa que no conduzca, de modo respetuoso y amoroso, a una decisión, y precisamente la propuesta cristiana interpela a fondo la libertad, invitándola a la fe y a la conversión.”2

Si la educación de las nuevas generaciones es el gran desafío que toda generación humana tiene que afrontar en el proceso continuo y permanente de humanización del hombre en cuanto hombre, surge el interrogante esencial: ¿cuál es la realidad humana fundamental que permite al ser humano desarrollarse en cuanto hombre? ¿qué es aquello, sin lo cual, el hombre no podría tener un desarrollo propiamente humano, encontrar el sentido de su existencia y de su vida, encaminarse a una vida dichosa, bienaventurada, feliz?

“El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente”.3

La realidad humana fundamental gracias a la cual cada hombre y todos los hombres pueden crecer en su auto-comprensión y encontrar y realizar el sentido de sus vidas es el amor. El hombre no puede vivir sin amor.

De aquí se sigue que toda la obra educativa o formativa de las nuevas generaciones tiene que estar centrada en el amor: educar es enseñar a amar.

Esto no quita valor a todas las demás realidades humanas que forman parte de la existencia y de la vida de los hombres −las ciencias, las artes, la técnica− y que pertenecen al gran proceso de humanización del hombre y de la educación de las nuevas generaciones, ni es una visión reduccionista o romántica de la educación como camino y proceso de humanización.

Muy por el contrario, es descubrir el alma, el núcleo fundamental, aquello que es lo esencial, sin lo cual todo lo demás se suele constituir en instrumentos de deshumanización y de sinsentido en las manos de hombres que no saben amar y ser amados.

“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.” (1Cor 13, 1-3)

Si bien Pablo no menciona las distintas realidades humanas que son bienes para los hombres, como las ciencias, las artes y la técnica, afirma claramente la centralidad del amor en la existencia humana.

El fundamento de esta centralidad se encuentra en la realidad que “el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es Amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama.”4

¿Dónde y cómo podemos ser educados y educar para amar? Sin duda que no es en los libros ni en un curso académico. Solo podemos ser educados y educar para amar en las relaciones interpersonales, ante todo y en primer lugar en las relaciones conyugales y familiares.

El amor es una realidad que solo se da entre personas. Es más, es la realidad propia y específicamente personal de relacionarse entre personas, particularmente, entre un varón y una mujer.

¿Por qué el primer y fundamental lugar para aprender a amar es la relación de amor esponsal entre el varón y la mujer?

“En toda esta multiplicidad de significados (de la palabra “amor”) destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor.”5

El arquetipo por excelencia del amor en este mundo es el amor entre el varón y la mujer, amor sexuado y sexual ordenado a la comunión de los dos al hacerse una caro, una carne, como fruto de la donación de sí recíproca en su corporeidad sexuada llamada a abrirse al don de una nueva vida, fruto de ese amor esponsal.

“Hemos sido creados para amar, como un reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.” 6

Es en este amor esponsal vivido por los esposos en el cual y por el cual, otras personas humanas sexuadas, ante todo los hijos, pueden recibir la revelación del amor, encontrarse con el amor, experimentarse amados y hacer propio al amor, es decir, participar en el mismo.

Se trata de encontrarse con el “amor verdadero”7 y de apropiarse de él como sucedió con la Samaritana: “Es lo que hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,1-26): dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio.”8

Pero, ¿por qué partimos de la afirmación que solo el amor redime al hombre? ¿Por qué el amor es redentor?

Porque el ser humano varón y mujer al cual nos dirigimos con el presente libro se encuentra en una situación existencial que podríamos calificar como de discapacidad del corazón, es decir, de una especie de incapacidad y casi frustración para amar porque no se ha encontrado con el amor, no se experimenta amado, no logra apropiarse del amor.

9 y de una crisis de la educación10 en relación a las nuevas generaciones que tenemos que saber afrontar con determinación, lucidez y esperanza.

En este sentido, este libro está pensado y destinado a iluminar y animar la educación para el amor y la sexualidad de las nuevas generaciones −niños, adolescentes y jóvenes− a fin de dar el aporte necesario para que ellos hagan posible con sus vidas y con su lucidez una cultura del amor, es decir, una existencia humana personal y colectiva cultivada y desarrollada en el amor, por el amor y para el amor.

Para que esto sea posible es necesaria una educación auténtica que, “ante todo, necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor”11 y que esté fundada en la esperanza que no defrauda, anima y ayuda a superar las dificultades.

“Sólo Dios es la esperanza que supera todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo su justicia y su misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos soportados. La esperanza que se dirige a Dios no es jamás una esperanza sólo para mí; al mismo tiempo, es siempre una esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y en el amor.”12

Carlos Alberto SCARPONI

Solemnidad de la Asunción de María

1 Cf. Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de la Asamblea diocesana de Roma, 9 de junio de 2008.

2 Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de la Asamblea diocesana de Roma, 11 de junio de 2007; lo resaltado en cursiva es mío.

3 Juan Pablo II, Redemptor hominis 10; cf. Familiaris consortio 18; lo resaltado en cursiva es mío.

4 Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de la Asamblea diocesana de Roma, 6 de junio de 2005; el remarcado en cursiva es mío.

5 Benedicto XVI, Deus caritas est 2; lo añadido entre ( ) y lo destacado en cursiva es mío.

6 Francisco, Catequesis sobre el matrimonio, 2 de abril de 2014.

7 Francisco, Exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia 90. 95.

8 Ibidem, 294; el remarcado en cursiva es mío.

9 Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de la Asamblea diocesana de Roma, 11 de junio de 2007. Francisco, Palabras improvisadas a la Comisión para América Latina de la Congregación para los Obispos, 1 de febrero de 2014.

10 Benedicto XVI, Mensaje a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008.

11 Ibidem.

12 Ibidem.

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