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1 Breve reseña históricaEl surgimiento de una actividad y de una disciplina, en el ámbito educativo, referidas de modo específico al amor humano y a la sexualidad es un hecho propio del siglo xx.En el pasado, el hombre siempre se ocupó de transmitir una determinada educación sobre el amor y la sexualidad.En las culturas primitivas y en las que se encuentran fuera de la irradiación del cristianismo esta educación estaba y sigue siendo comprendida dentro del ámbito de la educación moral preferentemente socializada, es decir, donde las normas y los valores morales provienen del grupo al cual se pertenece (por ejemplo, la prohibición del incesto en los pueblos primitivos, la presentación ritual de las mujeres y varones en edad fértil, etc.). En las culturas que se hallan dentro de la irradiación del Evangelio esta educación estaba comprendida, simultáneamente, en los modelos de comportamiento inspirados en los valores cristianos de la sociedad y en la educación personal de las virtudes de la caridad y de la castidad.Durante estos dos mil años de cristianismo, fueron surgiendo en el ámbito eclesial reflexiones teológicas y antropológicas sobre la sexualidad, el matrimonio, la familia, el amor y la castidad (por ejemplo: San Juan Crisóstomo13, San Agustín14, Santo Tomás de Aquino, etc.). Pero es al inicio de la modernidad cuando aparece un tratado dedicado especialmente a la educación de los hijos: el cardenal Silvio Antoniano, discípulo del gran educador San Felipe Neri, maestro y secretario para las cartas latinas de San Carlos Borromeo, quien a su instancia y bajo su inspiración escribe el tratado De la educación cristiana de los hijos, en el cual se halla como esbozada la educación para el amor y la sexualidad.Pero es hacia fines del siglo xix y comienzos del xx cuando comienzan a desarrollarse una praxis y una teoría sobre la educación que van adquiriendo su valor propio respecto del cristianismo y de la Iglesia: es lo que históricamente se llamó la educación laica que, –si bien en su origen y durante mucho tiempo se dio como alternativa y en oposición a la educación católica–, fue el despertar de un ámbito humano que comenzó a adquirir su propia relevancia y del cual surgieron nuevas disciplinas (como Teoría y Praxis de la Educación, Filosofía de la Educación, Pedagogía, Didáctica, etc.). En esa misma época y como una parte de la praxis y de la teoría educativas aparece la educación sexual.A nivel de la Iglesia universal, el primer documento importante que menciona la cuestión de la educación sexual es la encíclica de Pío xi Divini illius Magistri sobre “La educación cristiana” del 31 de diciembre de 1929. El Papa enfrenta la concepción naturalista de la educación sexual15 y el modo como se impartía en ese tiempo, precoz e indiscriminadamente, pero considera la posibilidad de una educación sexual auténtica, que sea realizada con delicadeza, de modo individual, en el tiempo oportuno y por aquellos que han recibido de Dios la misión educativa y la gracia del estado de vida, matrimonial, sacerdotal, consagrada.Pío xi desarrolla más este tema, sin utilizar la expresión educación sexual, en su gran encíclica Casti connubi del 31 de diciembre de 1930 sobre “El Matrimonio cristiano”, al mencionar la necesidad de la educación en la Castidad y de la preparación próxima y remota de los jóvenes para el Matrimonio.“Todo esto, Venerables Hermanos, depende, en gran medida, de la debida preparación para el matrimonio, ya próxima, ya remota. Pues no puede negarse que tanto el fundamento firme del matrimonio feliz como la ruina del desgraciado se preparan y se basan, en los jóvenes de ambos sexos, ya desde su infancia y de su juventud.”16Este valor positivo de la educación sexual ha sido gradualmente desarrollado por los sucesivos Pontífices. En particular, fue el papa Pío xii el que preparó el camino de la declaración conciliar Gravissimum educationis con diversos discursos y alocuciones (Alocución a las Mujeres de Acción Católica italiana [26/10/1941], Discurso al vº Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología clínica [13/4/1953], etc.).“Existe una educación sexual eficaz, que con seguridad total enseña en el sosiego y de manera objetiva lo que el joven debe saber para regirse a sí mismo y tratar con los demás.”17El Concilio Vaticano ii asume definitivamente el valor y la necesidad de la educación sexual.“Hay que iniciarlos (a los niños y a los adolescentes), conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual.”18El Concilio enseña, como todo el magisterio precedente, que el ámbito más apropiado para esta educación es y debe ser la familia.“Hay que instruir a los jóvenes, a tiempo y convenientemente, sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal, y esto preferentemente en el seno de la misma familia, para que, formados en el culto de la castidad, a la edad conveniente, podrán pasar de un honesto noviazgo al matrimonio.”19Esto se debe a que la familia es la escuela del más rico humanismo20. En el texto recién citado se nos dice que el objeto de la educación es el amor conyugal. Con esta afirmación se abre el camino a una nueva expresión que usará preferentemente el magisterio de la Iglesia y es la de educación para el amor, la cual es el ámbito obligado de la educación sexual.“La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. ..., el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona −cuerpo, sentimiento y espíritu− y manifiesta su significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor.”21Estas dos expresiones, educación para el amor y educación sexual, aparecen unidas en la carta encíclica de Juan Pablo II Evangelium vitae en la fórmula educación de la sexualidad y del amor (97). De aquí que, la expresión que se va imponer y que implica una determinada comprensión y orientación es educación para el amor y la sexualidad.El Papa Francisco continua esta orientación magisterial diciendo que la educación sexual “solo podría entenderse en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua”.22

2 Desafíos de la educación sexual en la actualidad

Los resultados de las más modernas investigaciones vienen a confirmar algo sumamente importante: la sexualidad es un atributo de la personalidad de todo ser humano que, junto con todos los demás, está al servicio de la más plena realización personal.

“La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres. ..., en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como varones y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad.”23

“La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo armónico de la personalidad y de su proceso educativo.”24

De estos dos textos se siguen dos conclusiones importantes: la primera, que el desarrollo y el perfeccionamiento de la dimensión sexual de la persona humana no pueden quedar librados a la simple maduración espontánea de cada individuo, ni al inevitable influjo social, sino que deben ser objeto de una educación específica, la educación sexual; la segunda, que esta educación sexual no puede ser considerada ni desarrollada aisladamente, sino que tiene que formar parte de la educación integral de cada persona humana llamada a la plena realización de sí misma según el designio amoroso de Dios.

En razón del contexto histórico en el cual nació, a partir de la primera mitad del siglo xx, se ha caído, frecuentemente, en hacer de la educación sexual algo exclusivamente especializado y reservado a los especialistas. De este modo, se la trata desvinculadamente de la educación integral de la persona humana y, por lo tanto, de una concepción también integral de ella.

A su vez, al reservarla a los especialistas (biólogos, médicos, psicólogos, sexólogos, etc.) se ha tendido a sustituir a quienes tienen que ser los primeros y principales educadores de la personalidad humana integral incluyendo su dimensión sexual: los padres y madres de familia.

En este sentido, la educación sexual impone una doble tarea: por un lado, integrar los aportes de las ciencias en una visión y en una praxis integrales de la persona humana y de su progresivo desarrollo. Por otro lado, devolver a los padres y madres de familia la confianza y la competencia que tienen en la educación sexual de sus hijos, sabiendo que su presencia en el hogar y el clima que ellos generan en la atmósfera cotidiana no pueden ser reemplazados por ningún especialista ni por ninguna técnica científica, aun cuando aquéllos necesiten de la ayuda complementaria de los especialistas.

En un clima de amor y de confianza se podrá hablar de la sexualidad con naturalidad y se la podrá experimentar y vivir con creciente madurez. Por eso, la primera condición de una buena educación sexual es el amor familiar, que sabrá orientar a los padres en la elección de las mejores palabras, gestos, actitudes y momentos respecto de lo que necesitan cada uno de los hijos.

La educación sexual tiene sus exigencias pero no tiene secretos. En este sentido, hay que superar el tabú que dice que todo lo que se sabe y se hizo hasta hoy en esta materia está todo mal y hay que cambiarlo absolutamente; también hay que superar el mito que reserva la educación sexual a los especialistas iniciados en sus misterios que nos trascienden.

En la educación sexual existen verdades que son permanentes y que la experiencia científica va confirmando día a día, y existen verdades que el hombre va descubriendo y profundizando con el correr del tiempo.

Por otra parte, los mejores especialistas para una adecuada educación sexual son y seguirán siendo los padres; todos los demás, profesionales y agentes de pastoral, están llamados a un rol subsidiario y complementario respecto de la misión de los padres. De aquí surge una de las primeras y más importantes conclusiones sobre la educación sexual: la necesidad y la urgencia de formar y acompañar a los padres para que puedan desempeñar su rol insustituible.

El Papa Francisco señala dos desafíos más en el contexto actual: la ideología de género y la revolución biotecnológica.

“Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo». Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar»”25

En primer lugar, el Papa advierte y denuncia sobre la ideología de género como pensamiento y comportamiento únicos que pretende imponerse tanto a nivel educativo como legislativo y cultural. En segundo lugar, fija el criterio de una adecuada perspectiva para afrontarla: la distinción y la unión indisoluble entre sexo biológico y sexo sociocultural que muestra que la sexualidad humana no se puede reducir a lo meramente biológico pero tampoco se lo puede suprimir a fin de manipularlo arbitrariamente, así como la necesidad que tiene cada persona sexuada varón o mujer de ser ayudada y guiada en la progresiva identificación y asunción en cuanto varón o mujer de su propia masculinidad o femineidad.

“«La revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas»”26

En segundo lugar, sobre el desafío de la llamada revolución biotecnológica podemos decir brevemente dos cosas: hablar de revolución implica llevar a cabo un proyecto sobre el hombre y la sociedad a partir de una ruptura total con la tradición histórica de la humanidad para instaurarlo según concepciones meramente humanas procedentes de los ámbitos del poder imperante; en este sentido, no se trata solo de “los deseos de los individuos o de las parejas” sino también de grupos de poder. Hablar de biotecnología es referirnos al instrumento por el cual se pretende realizar dicha revolución antropológica diseñada por la ciencia, particularmente la biología humana, a fin de programar genéticamente cada ser humano que posteriormente será producido por la biotecnología.

“Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada.”27

En este último texto Francisco llega al núcleo más profundo de la ideología de género y de la revolución biotecnológica: los hombres nos enfrentamos al riesgo de “pretender sustituir al Creador” lo cual es calificado como pecado. Ante este desafío el Papa nos señala como camino la aceptación de nuestra condición “creatural” que implica involucrarnos en la lógica del don que estamos llamados a recibir, custodiar y desarrollar.

La educación para el amor y la sexualidad tiene que fundamentarse a partir de la realidad originaria de nuestra existencia que nos proyecta hacia un auténtico desarrollo humano: somos creaturas, es decir, lo que somos y lo que estamos llamados a ser presupone un don que tenemos que acoger con gratitud y cuidar y cultivar con responsabilidad, esto es, sabiendo responder a Quien nos ha donado por amor nuestro ser varón o mujer en el cual se halla contenido el llamado a realizarnos en el amor y por el amor, de aquí que necesitamos aprender a amar.

13 La educación de los hijos y el matrimonio, Ciudad Nueva, Madrid-1997.

14 Obras que tratan sobre el Matrimonio: Comentario sobre el Génesis contra los maniqueos, Comentario literal sobre el Génesis, Discurso del Señor sobre la montaña, Ochenta y tres cuestiones diversas, El bien del matrimonio, La santa virginidad, Tratados sobre el Evangelio de Juan, La fe y las obras, El bien de la viudez, La continencia, La ciudad de Dios, La gracia de Cristo y el pecado original, Las nupcias y la concupiscencia, Los cónyuges adulterinos, Contra Juliano, Las retractaciones. Se puede ver el Estudio de: Dattrino, Lorenzo, Il Matrimonio secondo Agostino, Ares, Milano-1995.

15 Como se deduce de un Decreto del Santo Oficio (actual Congregación para la Doctrina de la Fe) del 21 de marzo de 1931, “educación sexual” significaba “iniciación sexual”; en respuesta se propone “trabajar por una formación completa, firme, nunca interrumpida de la juventud de ambos sexos”.

16 Casti connubi 118, el remarcado es mío; ver Ibidem 119-121.

17 Discurso al vº Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología clínica, 13 de abril de 1953; el remarcado es mío.

18 Gravissimum educationis 1; el remarcado es mío.

19 Gaudium et spes 49; el remarcado es mío.

20 Gaudium et spes 52; el remarcado es mío.

21 Juan Pablo II, Familiaris consortio 37; el remarcado es mío.

22 Francisco, Amoris laetitia 280; el remarcado en cursiva es mío; dedica los números 280-286 a la educación sexual.

23 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, 29 de diciembre de 1975, 1; el remarcado es mío.

24 Congregación para le Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano, 1 de noviembre de 1983, 4; el remarcado es mío.

25 Francisco, Amoris laetitia 56.

26 Ibidem.

27 Ibidem.

Educar para amar

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