Читать книгу Educar para amar - Carlos Alberto Scarponi - Страница 9

Оглавление

1 El amor humano como don de síLa persona humana es capaz y está llamada a un tipo de amor superior: no el simple amor de concupiscencia que sólo ve objetos con los cuales satisfacer sus propios apetitos o deseos, sino el amor de amistad y de entrega (oblatividad) capaz de conocer y amar a las personas en sí mismas y por sí mismas.El amor de amistad y de entrega (oblatividad) es un amor generoso a semejanza del amor de Dios: se ama al otro porque se le reconoce digno de ser amado. Es un amor de comunión interpersonal, ya que cada uno busca el bien del otro como propio. Es un amor oblativo o de donación de sí mismo al otro a quien se ama y porque se lo ama como es, a pesar de lo que es y lo que puede llegar a ser.Todo hombre es llamado al amor de amistad y de oblatividad. Y todo hombre es liberado de la tendencia al egoísmo y la agresividad por el amor de otros hacia él: en primer lugar de sus padres o de quienes ocupan ese lugar, y, de Dios, de quien procede todo amor verdadero y en cuyo amor el hombre descubre plenamente en qué medida es amado.De aquí se sigue la inmensa fuerza liberadora y educativa del amor, en especial, del amor de Dios: “¡El hombre es amado por Dios! Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del hombre”30.De este modo, podemos hablar del círculo liberador y educativo del amor: el hombre es creado por amor, es a su vez liberado de sí mismo al ser amado por otros, sobre todo, por Dios en Jesucristo, y es así llamado e impulsado a vivir el amor como don total de sí a los otros y a Dios. El amor como donación es el origen de la existencia del hombre, es la fuente de la libertad en el hombre, y es su vocación fundamental.La revelación y la realización histórica y concreta de este amor de amistad y de oblatividad se han realizado definitivamente en la encarnación y en la vida de Jesús de Nazaret, y, de un modo pleno, en su Misterio Pascual, es decir, en su donación total en la Cruz. Por eso, este amor es sumamente exigente, es decir, crucificante; y su belleza y felicidad están precisamente en el hecho de ser crucificante, esto es en el hecho de exigir la muerte total a uno mismo para poder donarse totalmente a sí mismo.

2 El amor y la sexualidad humanaSi el fundamento primero y permanente de la educación sexual es la vocación al amor, tenemos que ver la relación que existe entre el amor, al que estamos llamados, y la condición sexuada del hombre, en cuanto varón y mujer.“En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.”31El hombre está llamado al amor y al don de sí en su unidad corpóreo-espiritual. Femineidad y masculinidad son dones complementarios, en razón de lo cual la sexualidad humana es parte integrante de la concreta capacidad y vocación de amar que Dios ha inscrito en la humanidad, corpórea-espiritual, del varón y de la mujer.Esta capacidad de amar como don de sí tiene, por lo tanto, su “encarnación” en el carácter esponsal del cuerpo, en el cual está inscrita la masculinidad y la femineidad de la persona.“El cuerpo humano, con su sexo, y con su masculinidad y femineidad, visto en el misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde el «principio» el atributo «esponsalicio», es decir, la capacidad de expresar el amor: Ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y —mediante este don — realiza el sentido mismo de su ser y existir.”32De aquí se sigue que toda forma de amor tiene esta connotación masculino-femenina, es decir, es un amor sexuado aunque no necesariamente sexual-genital.De todo lo que venimos diciendo se sigue que la sexualidad humana sólo adquiere su verdadera cualidad humana en la medida en que está orientada, elevada e integrada en el amor y por el amor.En el cuadro del desarrollo biológico, psíquico y espiritual de la persona, la sexualidad crece armónicamente y sólo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva, que se da cuando la persona adquiere la capacidad de amar desinteresadamente y de donarse totalmente a sí misma.La sexualidad humana es un bien donado por Dios en la creación (cf. Gen 1, 27). En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor como “donación y acogida”, como “dar y recibir”. En el centro de la conciencia cristiana sobre la sexualidad está presente una verdad y un hecho fundamental: la vida humana es un don de Dios para ser a su vez dado.33“El don revela, por así decirlo, una característica especial de la existencia personal, más aún, de la misma esencia de la persona. Cuando Yahveh Dios dice que «no es bueno que el hombre esté solo» (Gen 2, 18), afirma que el hombre por sí «solo» no realiza totalmente esta esencia. Solamente la realiza existiendo «con alguno», y más profunda y completamente, existiendo «para alguno».”34

3  El amor conyugal fuente de comunión y de vidaCuando el amor se vive en el matrimonio, comprende y supera la amistad y se plasma en la entrega total de un varón y de una mujer, de acuerdo con su masculinidad y su femineidad, que con la alianza conyugal fundan una comunión de personas. A este amor conyugal, y sólo a él, pertenece la donación sexual a través del cuerpo.Pero a su vez y simultáneamente, “El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de los hijos”.35 Por eso, el signo revelador de la autenticidad del amor conyugal es la apertura a la vida (cf. Familiaris consortio 14).

4  Vocación al amor y educación sexual

De todo lo dicho se sigue que el contexto, el medio privilegiado y la finalidad fundamental de la educación sexual será siempre la vocación al amor. Lo cual implica, ante todo, que la educación sexual sea primariamente algo vivido más que enseñado, es decir, que la educación sexual se realiza principalmente más por y en la vida familiar y de amistad que a través de clases, cursos y lecturas.

La persona que nace, vive y crece en un verdadero clima de amor es la que recibe la mejor educación sexual, aun cuando no se le transmitan determinados contenidos de carácter científico que tendrán que ser comunicados oportunamente.

A la luz de la vocación al amor, tenemos que hablar y proponer una educación sexual integral, es decir, que incluya todos los diversos elementos que deben intervenir en la acción educativa, a saber: los elementos fisiológicos, psicológicos, pedagógicos, sociológicos, jurídicos, antropológicos, morales y religiosos.

Esta educación sexual integral tiene que evitar todo tipo de reduccionismo: el reduccionismo fisiológico, psicológico, moralizante, anticonceptivo y técnico-placentero.

El reduccionismo fisiológico consiste en creer que la educación sexual se agota en una clase de anatomía en la cual se traten solamente las cuestiones biológicas que hacen a la reproducción humana. El reduccionismo psicológico es el que mira la sexualidad exclusivamente desde el componente psíquico que termina por dar una visión del sexo meramente impulsiva y emotiva. El reduccionismo moralizante es aquel que cree que educa sexualmente dando normas que solamente indican lo que es moralmente incorrecto en el orden de la actuación sexual. El reduccionismo anticonceptivo es el que se les da a los adolescentes y jóvenes en orden a prevenir embarazos no deseados. El reduccionismo técnico-placentero consiste en enseñar una serie de técnicas sofisticadas para que cada uno pueda obtener, en la unión sexual, el máximo posible de placer para sí.

Pero, evitar todo tipo de reduccionismo en la educación sexual es insuficiente. Se hace necesario, sobre todo, dar una educación sexual integradora de todas las dimensiones que constituyen la sexualidad humana en la tarea de responder consciente y libremente a la vocación al amor.

Es decir, mostrar cómo se aprende a amar auténticamente cuando, en la misma tarea de amar, se van integrando paulatina y ordenadamente las dimensiones fisiológica-instintiva, afectiva, moral y espiritual de la sexualidad humana personal.

La vocación al amor exige que la educación sexual no sólo sea integral, sino que también sea gradual, es decir, adaptada a las diversas etapas y circunstancias de cada uno de los hijos, dando aquellas explicaciones y orientaciones que sean requeridas por el sujeto y transmitiéndolas según su real capacidad de comprensión y de asimilación. En esto se deberán evitar tanto un silencio pernicioso como una excesiva intervención que pretenda agotar el tema de una vez para siempre.

Por último, la vocación al amor tiene que llevar a distinguir cuidadosamente entre vergüenza y pudor. La sexualidad humana jamás puede ser motivo de vergüenza, ya que esto implicaría que sea una realidad en sí misma mala. La sexualidad humana es siempre una realidad personal en sí misma buena, que no es lo mismo que hacer de ella un uso malo del cual puedo y debo avergonzarme.

Pero la sexualidad humana exige el pudor, el cual protege aquello que es en sí mismo muy valioso y que puede ser despreciado y manoseado. El pudor consiste en proteger la propia intimidad espiritual y corporal, que sólo se entrega y confía cuando se tiene la garantía de que será tomada como objeto de amor y no de usufructo egoísta y agresivo. En este sentido, nuestra sexualidad y nuestros genitales no son objeto de vergüenza pero sí de pudor.

30 Juan Pablo II, Christifideles laici 34.

31 Familiaris consortio 11; el remarcado es mío.

32 Juan Pablo ii, Audiencia general, 16 de enero de 1980, L’Osservatore Romano, Edición Española, 20/1/1980, nº 1, pág. 3; el remarcado es mío.

33 Evangelium vitae 92.

34 Juan Pablo ii, Audiencia general, 9 de enero de 1980, L’Osservatore Romano, Edición Española, 13/1/1980, nº 2, pág. 3.

35 Gaudium et spes 50.

Educar para amar

Подняться наверх