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LAS ARQUITECTURAS DE LOS PIONEROS Y LAS NUEVAS FRONTERAS DEL PATRIMONIO INDUSTRIAL

Andrea Gritti

Profesor asociado de Composición Arquitectónica y Urbana, Departamento de Arquitectura y Estudios Urbanos del Politécnico de Milán.

“Pionero” es un término que en la historia de la arquitectura moderna ha adquirido un significado preciso desde que apareció en el título de un libro publicado varias veces, entre 1936 y 1975, por Nikolaus Pevsner. Las diferentes ediciones del original Pioneers of Modern Movement, dedicadas a los diseñadores que habían entrado en territorios inexplorados de la teoría y la práctica arquitectónica, desde William Morris hasta Walter Gropius, desde Arts and Crafts hasta Wekbund, ayudaron a aclarar los vínculos entre la arquitectura moderna y la civilización industrial1.

Los “pioneros” de Pevsner, sin embargo, solo pueden ser considerados exploradores en clave metafórica, a diferencia de aquellos que diseñaron o habitaron casas, ciudades y paisajes creados en lugares fronterizos por iniciativa de clientes industriales. A partir de la segunda mitad del siglo XIX y durante más de un siglo, muchos arquitectos e ingenieros han contribuido, de hecho, con sus obras a iniciar la “subyugación tecnológica” de zonas inhóspitas del planeta, a pesar de haberse inspirado, al menos en los mejores casos, de la embrionaria “conciencia ecológica” madurada en el seno del Movimiento Moderno2 Para analizar esta contradicción subterránea, que Karin Wilhelm considera inherente a toda la parábola de la cultura arquitectónica moderna, es necesario observar desde nuevas perspectivas los espacios concebidos para los “pioneros” reclutados como vanguardia de los procesos de industrialización.

Solo inscribiendo la historia de estas comunidades de trabajadores y sus asentamientos en un marco más amplio y documentado, será posible comprender el papel que juegan la arquitectura moderna y el urbanismo en la constitución de un patrimonio industrial, el que, intrínseca y paradójicamente frágil, merece ser preservado y estudiado cuidadosamente para comprender los errores que se han cometido en el pasado y las decisiones que deben tomarse conscientemente para el futuro3.

Las arquitecturas de los pioneros

La construcción de asentamientos para mineros, colonos, trabajadores industriales y empresas comerciales comenzó mucho antes del surgimiento de la industrialización. Los paisajes industriales modernos son, de hecho, el resultado de la mejora de los modelos de urbanismo concebidos en Europa y América del Norte y, luego, exportados a otros continentes4.

Una observación retrospectiva de estas experiencias destaca el retraso con el que, en Sudamérica, el cliente ha replicado las soluciones de bienestar corporativo que diseñadores educados y actualizados habían propuesto, a partir de fines del siglo XIX, para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y elevar la calidad ambiental de los asentamientos industriales. La acumulación de estos retrasos es atribuible a la difícil emancipación del legado colonial, que durante mucho tiempo inhibió la formulación de alternativas a la explotación intensiva de los recursos naturales con fines productivos.

Si bien se ha intentado la adaptación a las condiciones locales, como lo demuestran los esfuerzos realizados para construir los paisajes funcionales a la industria del café o de la caña de azúcar desde el siglo XIX, la “subyugación tecnológica” del territorio ha condicionado el nacimiento, la expansión y el declive de los pueblos mineros en Chile, las fábricas textiles en Brasil, los centros de procesamiento de carne en Argentina y Uruguay, solo por nombrar los casos más conocidos que han caracterizado los últimos 150 años de la historia industrial del continente latinoamericano5.

En este contexto, la adopción de los principios fordistas, en clave antiurbana, resultó crucial para extender el control sistemático de los recursos energéticos y la fuerza laboral a cualquier contexto territorial. A fines de la década de 1920, la propia Ford Motor Company había fundado una planta de caucho en la selva amazónica brasileña, la que durante algunas décadas había proporcionado la materia prima necesaria para el intento, prontamente frustrado, de emancipar la empresa del monopolio anglosajón de neumáticos6.

Desde la perspectiva de la historia industrial latinoamericana, Fordlandia no es un ejemplo aislado: se impulsaron muchas otras inversiones para consolidar la dependencia de las filiales locales de las sedes europeas y norteamericanas, como la azucarera cubana de Hershey (que reproducía la experiencia de la casa matriz en Estados Unidos) o la fábrica algodonera argentina de Villa Flandria (que se inspiró en el modelo comunitario promovido en la sede en Bélgica)7. En conjunto, muchas de estas intervenciones han constituido la base para la construcción de importantes obras de suministro de energía, como la central hidroeléctrica Necaxa en México8.

Los últimos actos de la Segunda Guerra Mundial deben considerarse emblemáticos en este sentido. La explosión de bombas de enorme potencia, realizada gracias a una iniciativa industrial sin precedentes, dejó en claro la importancia del control tecnológico de las fuentes de energía9. Así, después de la Segunda Guerra Mundial, todo ambicioso programa de desarrollo industrial tuvo que competir con los estándares impuestos por el “Proyecto Manhattan”, lo que obligó a los promotores públicos y privados a intensificar la explotación de los recursos naturales con fines productivos.

En este marco también se inscribe el plan impulsado por la Empresa Nacional del Petróleo (ENaP) para crear, a partir de 1948, las infraestructuras necesarias para la extracción de los hidrocarburos descubiertos en los campos chilenos de Tierra del Fuego10. Un poblado residencial, como Cerro Sombrero, es el principal centro habitado que atiende las plantas de extracción, depósitos de almacenamiento y redes trazadas para el transporte de combustibles fósiles hacia el norte del país. En este pequeño asentamiento, un grupo de talentosos diseñadores estuvo en condiciones de elaborar el plan urbanístico y los proyectos arquitectónicos gracias a los cuales, entre 1958 y 1961, se levantaron los barrios destinados a los trabajadores y empleados, con nuevo equipamiento comunitario11. Aún hoy, estos edificios y estos espacios abiertos representan elocuentemente un claro ejemplo del servicio que la arquitectura moderna ofrecía a las comunidades de «pioneros» comprometidos en territorios fronterizos durante las etapas más avanzadas de industrialización12.


Figura 1. Plaza Cerro Sombrero.


Figura 2. Cine Cerro Sombrero.


Figura 3. Escultura en plaza Cerro Sombrero.


Figura 4. Iglesia católica en Cerro Sombrero.


Figura 5. Estación de bencina en Cerro Sombrero.

Lo “sublime tecnológico” entre el poder y la belleza

Netas de importantes diferencias históricas, económicas y sociales, las estructuras e infraestructuras construidas por la ENaP en Tierra del Fuego evocan la configurada para las “ciudades del salitre”: los asentamientos mineros fundados en las zonas desérticas del norte de Chile a partir de la segunda mitad del siglo XIX13. Tanto en las costas del estrecho de Magallanes como en el desierto de Atacama, la elección de crear el hábitat adecuado para albergar a las respectivas comunidades de trabajadores tuvo que enfrentarse a una combinación típica de la experiencia espacial “pionera”: aislamiento y falta de hospitalidad.

La elección de diseñar en lugares aislados y hostiles presupone tanto un acto de sumisión como de rebelión: ambos son dependientes de la compleja relación que une la arquitectura con las manifestaciones del poder.

Al abordar este tema sin rodeos, Deyan Sudjic estigmatizó la dependencia de los diseñadores de la ocupación principal de los poderosos14. Quienes ejercen la profesión de arquitecto no pueden, de hecho, eximirse de transformar las cuotas de poder económico, político y social de sus clientes en objetos construidos. Así, los arquitectos e ingenieros aceptan diseñar la parte del mundo en la que están llamados a lidiar desde una posición subordinada, lo que limita su libertad y autonomía. Aunque ciertamente no es nueva, esta condición se pone de manifiesto dramáticamente en la situación actual, que registra la afirmación cada vez más rápida de las reglas impuestas por la versión financiera del capitalismo, más cínicas y vinculantes que aquellas sobre las que anteriormente se establecían las relaciones entre clientes y profesionales del proyecto15.

Unas décadas antes de que Sudjic expresara su tesis, dos alumnos de Ernesto Nathan Rogers, Ezio Bonfanti y Giancarlo De Carlo, habían señalado el principal riesgo de “condenación” de la arquitectura en la subordinación al “principio hegemónico” del capitalismo industrial16.

Para escapar de este destino, muchos autores modernos y contemporáneos han intentado hipotecar, mediante teorías y proyectos experimentales, el futuro del hábitat humano, con el objetivo de evitar las manifestaciones desoladoras y distópicas de los resultados del capitalismo industrial, primero, y del financiero, a continuación17.

La rebelión de la cultura arquitectónica contra las formas de poder a menudo se ha agotado en acciones retóricas, encaminadas a promover los principios formales y lingüísticos de la modernidad entre el público en general y los clientes potenciales en particular. Frente a las contradicciones implícitas en los procesos de asentamiento, la “bella” escritura de las nuevas obras arquitectónicas se ha convertido así en la principal aspiración de la cultura arquitectónica, casi siempre dispuesta a transigir con el poder. Como en el pasado reciente, en el presente son demasiados los diseñadores que continúan considerando la búsqueda de la “belleza” como un mero sustituto de la vocación política, cada vez más efímera de la arquitectura. Lamentablemente, este retroceso estético casi nunca se expresa con la fuerza adoptada en otros campos de la cultura y el arte. En los mismos años en los que no pocos “pioneros de la arquitectura moderna” se postraban ante los clientes industriales, Virginia Woolf esperaba un “regreso al griego” como antídoto al malestar causado por sentirse “cansada de la vaguedad, la confusión” y “de nuestra época”18. Permaneciendo en el campo de la literatura, Tzvetan Todorov ha mostrado cómo el intento de “salvar el mundo” a través de la “belleza”, que une a Oscar Wilde, Rainer Maria Rilke y Marina Tsvetaeva, ha distorsionado, de manera trágica y emocionante, sus biografías19.

Para representar el éxtasis y el abismo, subyacentes a las manifestaciones absolutas de la “belleza”, la estética ha formalizado la categoría de lo “sublime”, que en latín indica literalmente lo que “yace debajo” (“sub”) del “límite” (“limen”). El enfoque progresivo de la infracción de una frontera es probablemente la imagen que inspiró a David E. Nye cuando acuñó la fórmula “sublime tecnológico” para connotar aquellas obras de la sociedad industrial cuyos efectos emocionales son comparables al resplandor de una erupción volcánica o al rugido de una inmensa cascada20.

El trabajo como obra de arte

Desde un mirador privilegiado, como es Tierra del Fuego, la lista elaborada por Nye, que ya cuenta con presas, puentes, ferrocarriles, rascacielos, plantas para la construcción de bombas nucleares y vehículos espaciales, podría ampliarse para incluir también las grandes plantas para la extracción de energía y la compleja red que permite su transformación.

Enigmática e inquietante, este tipo de arquitectura del trabajo debe ser objeto de una atención específica por parte de quienes estudian el patrimonio industrial, especialmente en una época en la que parece urgente contribuir a la adquisición de una “conciencia ecológica” más madura a esa exhibida por los pioneros del Movimiento Moderno. En esta dirección, se podría dar un paso significativo al reflexionar sobre la amplitud semántica de la palabra “trabajo”.

La carta constitucional italiana puede ayudar en este sentido. El primer artículo dice que la República “se funda en el trabajo”; el tercero, que la “tarea de la República” consiste en “eliminar los obstáculos” a la “participación efectiva de todos los trabajadores en la organización política, económica y social del país”; el cuarto, que la “República reconoce el derecho al trabajo de todos los ciudadanos y promueve las condiciones que hacen efectivo este derecho”.

Tullio De Mauro explicó que el alto valor lingüístico de este documento se deriva de la capacidad de sus autores para hacer “concreto, perceptible, activo, el espíritu democrático que inspira y sostiene las reglas”, mediante el uso de términos de uso común y dentro del ámbito de todos.21

Los constituyentes eran conscientes de que, en la etimología de muchas lenguas, el término “trabajo” está ligado a la idea de sufrimiento: en latín, “labor” significa fatiga, como el alemán “arbeit”, con el que comparte una raíz común, mientras que en francés, español y portugués las palabras “travail”, “trabajo” y “trabalho” están asociadas al concepto de sufrimiento físico.

En la Constitución italiana, los sufrimientos y sacrificios que subyacen al significado de la palabra “trabajo” no se eliminan, sino que se reinterpretan: muchos de los autores de la carta constitucional, de hecho, habían sufrido prisión, tortura, exilio y habían vivido penurias, resistiendo. A sus ojos, el término “trabajo” solo podía indicar fatiga individual y empresa común, esfuerzo incansable y su resultado. Este significado específico de la palabra “trabajo” tiene sus raíces en el Risorgimento, las décadas del siglo XIX en las que nació la nación italiana. El “trabajo” mencionado en la Constitución es, por tanto, acorde con el “inmenso depósito de labores” con que el “pueblo poseedor” inscribe “obras de utilidad universal” en el territorio22.

En 1845 estas palabras habían sido utilizadas por el filósofo Carlo Cattaneo para describir su región, la Lombardía23. Promotor de la cultura politécnica, Cattaneo pretendía asociar las herramientas esenciales del “trabajo” (“labores”) con su fin último (“utilidad”), identificando la “segunda naturaleza” goetheana que trabaja con fines civiles24 con un objeto concreto, constituido por relaciones íntimas entre territorio y sociedad.

Las nuevas fronteras del patrimonio industrial

En los idiomas anglosajones, los términos que traducen la palabra “trabajo” (“ work / werk”) se utilizan para identificar tanto al “trabajador” (“man at work”) como a la “obra maestra” (“masterwork / meisterwerk”), o el trabajo producido por el excelente trabajador (“master / meister”).

El significado literal de este término se encuentra probablemente entre las razones del creciente éxito que tienen las arquitecturas del trabajo con el público interesado en la historia social del arte. Desde hace algún tiempo, de hecho, un número selecto de “obras maestras” de la civilización industrial han sido inscritas en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco: para Chile, las ciudades mineras de Sewell, Humberstone y Santa Laura; para Italia, el pueblo de San Leucio, cerca del Palacio Real de Caserta, el pueblo obrero de Crespi d’Adda y la ciudad de Ivrea.

A pesar de adquisiciones recientes, el perímetro trazado por el organismo de las Naciones Unidas es todavía demasiado estrecho para representar de manera significativa la contribución que ofrece la arquitectura moderna a la consolidación de la civilización industrial.25

Por otro lado, los estudios interpretativos y los mapas descriptivos dedicados a las ciudades y los paisajes industriales son, hasta el día de hoy, incompletos. Esta falta de conocimiento corre el riesgo de traducirse en una reducción en la capacidad de elegir las mejores soluciones de diseño a adoptar cuando, en un futuro próximo, surjan problemas de obsolescencia de muchas estructuras e infraestructuras industriales, conectadas con tecnologías intensivas en energía, nocivas para el medio ambiente.

Las complejas transiciones ecológicas y tecnológicas ahora en curso requieren, de hecho, la actualización del concepto de patrimonio industrial según los cambios en los paradigmas de desarrollo y crecimiento. Desde un punto de vista cultural, esta situación es en algunos aspectos similar a la vivida en la segunda mitad del siglo XX, cuando el desmantelamiento de las plantas de producción sugirió el impulso de la arqueología industrial como una nueva disciplina científica26. Hoy, sin embargo, no es posible prepararse para la mera contemplación de los hallazgos de la civilización de los hidrocarburos, pero es necesario pensar en extender su ciclo de vida, convirtiéndolos en nuevas plataformas de desarrollo sostenible27.

A fin de prepararse para afrontar este desafío de diseño, inédito en cuanto a complejidad conceptual y amplitud problemática, la cultura arquitectónica deberá reinterpretar críticamente las formas en que se han creado los espacios destinados a los trabajadores industriales, participando sin reservas en investigaciones que considerarán el conocimiento del patrimonio industrial como una “obra abierta” a la concurrencia de muchas y diferentes competencias: desde los estudios urbanos y territoriales a la geografía, desde la ingeniería a la tecnología, desde la historia económica a la sociología, desde la estética a la antropología28.

Las redes de colaboración y cooperación cultural, impulsadas por estos nuevos desafíos, podrán jugar un papel protagonista en el imaginario del futuro29, si son capaces de asumir el compromiso de “cuidar el mundo”30. Esta era la tarea que Bernard Stiegler había confiado a “Ars Industrialis,” la plataforma de reflexión filosófica fundada en 2005 con el objetivo de promover las “políticas industriales de tecnologías espirituales” y de resolver las contradicciones derivadas de la convivencia conflictiva de modos de producción tangibles e intangibles de bienes y servicios31.

La fructífera relación entre los términos arte e industria, que presupone una interpretación original del concepto de técnica, es la base del volumen que el filósofo francés dedicó al “reencantamiento del mundo”, poco después de haber contribuido a la redacción del primer manifiesto de “Ars Industrialis”32. Para reaccionar al desencanto que, en las primeras décadas del siglo XX, Max Weber había atribuido a la progresiva afirmación del racionalismo tecnológico y los modos de producción del capitalismo33, Stiegler propone un nuevo proyecto industrial, basado en la reinterpretación en clave ecológica de los conceptos de “subsistencia”, “existencia”, “consistencia”, los mismos de los que partió la aventura tecnológica de la humanidad.

Concebido para motivar la exploración de nuevos territorios reales y virtuales, el “re-encantamiento” propuesto por Stiegler es probablemente la clave para redimir los asentamientos de los “pioneros” de la civilización industrial, y quizás ningún lugar como la Tierra del Fuego parece ser más apto para probar, con los medios de la arquitectura, para ponerlo en práctica34. Si fracasa, quedará al menos el consuelo de haber intentado reinvertir el capital guardado en las aspiraciones del proyecto moderno35.

NOTAS

1 Nikolaus Pevsner, Pioneers of Modern Movements (London: Faber&Faber, 1936); Idem, Pioneers of Modern Design, (New York: MoMA, 1949 - 1st edition; London: Penguin Books, 1960 – nueva edición revisada).

2 Karin Wilhelm, “The earth, a good domicile. Ambivalences of Modern City”, in A Utopia of Modernity: Zlín. Revisting Bata´s Functional City, a cura di Katrin Klingan (Berlin: Kerstin Gust, 2010), pp. 225-237.

3 Giovanni Luigi Fontana, Andrea Gritti, Architectures at work. Towns and Landscape of Industrial Heritage (Firenze: Formaedizioni, 2020).

4 Giovanni Luigi Fontana, “’Workers’ villages, company towns and industrial cities: the origins and development of a global phenomenon” in Architectures at work, op. cit., pp. 18-29.

5 Eugenio Garcés Feliú, Las ciudades del salitre (Santiago de Chile: Orígenes, 1999). Domingos Giroletti, “Caetanopolis”; María Marta Lupano, “Meat Processing Towns”, in Architecture at work, op. cit., pp. 202-219.

6 Andrea Gritti, “Ford Motor Company Towns,” in Architecture at work, op. cit., pp. 282-287.

7 Rolando Lloga Fernández, “Hershey”; Luis Antonio Ibáñez González, “Necaxa”, Mariela Ceva “Villa Flandria”, in Architecture at work, op. cit., pp. 288-309.

8 Jean-Louis Cohen, Architecture in Uniform. Designing and Building for the Second World War (Montreal/Paris: Canadian Centre for Architecture/ Hazan, 2011).

9 Andrea Gritti, “Manhattan Project Towns”, in Architectures at work, op. cit., pp. 328-333.

10 Boris Cvitanic Diaz e Daniel Matus Carrasco, “Vivienda y patrimonio industrial: Los campamentos del petróleo en Magallanes”, in Sophia Austral [online]. 2019, N° 23 [citado 2021-04-15], pp.205-234, http://dx.doi.org/10.4067/S0719-56052019000100205.

11 Pamela Domínguez Bastidas, Cerro Sombrero, Arquitectura Moderna en Tierra del Fuego (Santiago de Chile: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2011); Alejandro Parada Valencia, Lorena Novoa Mansilla, La arquitectura moderna como símbolo de políticas públicas (FONDART, 2015).

12 Eugenio Garcés Feliú, op.cit.

13 Deyan Sudjic, The Edifice Complex: The architecture of power (London: Penguin, 2011).

14 Andrea Gritti, Ezio Micelli e Alessandra Oppio, “L’intelligenza del progetto e l’architettura di carta-moneta”, Ardeth, n.3 (2018): 158-178, https://doi.org/10.17454/ARDETH03.09.

15 Ezio Bonfanti, “Emblematica della tecnica” in Edilizia Moderna | 86, 1965, pp. 14-30; Giancarlo De Carlo, “Del ribaltamento del termine-riuso. nella prassi architettonica”, in Riuso e riqualificazione edilizia negli anni ’80. A cura di Carolina Di Biase, Lucia Donati, Carlotta Fontana, Pierluigi Paolillo (Milano: Franco Angeli, 1981).

16 Paul Virilio, L’Université du Désastre (Paris: éditions Galilée, 2007).

17 Jean-Louis Cohen, “Il nostro cliente è il nostro padrone”, in Rassegna, N° 3 (1980), pp. 47-60.

18 Virginia Woolf, On not knowing Greek (London: Hesperus Press, 2008).

19 Tzvetan Todorov, Les Aventuriers de l’absolu (Paris: Robert Laffont, 2005).

20 David E. Nye, American Technological Sublime (Cambridge: The Mit Press, 1994).

21 Tullio De Mauro “Introduzione” a Costituzione della Repubblica Italiana – 1947 (Torino: UTET, 2015), p. 5.

22 Carlo Cattaneo, Milano e l’Europa. Scritti 1839-1846, a cura di Delia Castelnuovo Frigessi (Torino: Einaudi, 1972).

23 Giancarlo Consonni, “La città di Carlo Cattaneo”, in Contemporanea. Rivista di storia dell’Ottocento e del Novecento, N° 2 (aprile 2003), pp. 383-387.

24 Wolfgang Goethe, Italienische Reise (München: C.H. Beck, 2010).

25 Massimo Preite “Company towns and industrial landscapes in the UNESCO World Heritage List”, in Architecture at work, op. cit., pp. 368-375.

26 Andrea Gritti, “Archaeology”, in Recycled Theories: Dizionario Illustrato/ Illustrated Dictionary a cura di Sara Marini e Giovanni Corbellini (Macerata: Quodlibet, 2016), pp. 54-62.

27 Andrea Gritti, Marco Voltini, Claudia Zanda, “Archeologia autostradale”, in Memorabilia. Nel paese delle ultime cose, a cura di Sara Marini, Alberto Bertagna, Giulia Menzietti (Roma: Aracne, 2016), pp. 75-82.

28 Lucie K. Morisset, “From work to territory”, in Architecture at work, op. cit., pp. 12-17.

29 Marc Augé, Futuro (Bollati Boringhieri: Torino, 2012).

30 Bernard Stiegler e altri, Ars Industrialis: “Manifesto per una politica industriale delle tecnologie dello spirito”, 2005.

31 Christian Fauré, Alain Giffard e Bernard Stiegler, Pour en finir avec la mécroissance: quelques réflexions d’Ars Industrialis (Paris: Flammarion, 2009).

32 Bernard Stiegler, Réenchanter le monde: La valeur esprit contre le populisme industriel (Paris: Flammarion, 2006).

33 Max Weber, L’éthique protestante et l’esprit du capitalisme (Paris: Plon, 2010), pp. 117-134, pp. 177-179.

34 Eugenio Garcés, Franz Kroeger, Mateo Martinic, Nicolás Piwonka, Marcelo Cooper, Tierra del Fuego: historia, arquitectura y territorio (Santiago de Chile: Ediciones ARQ, 2013).

35 Andrea Gritti, “Project capital: architecture, technique and industrial society”, in Architecture at work, op. cit., pp. 30-41.

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CRÉDITOS DE IMÁGENES

Figura 1. Plaza de Cerro Sombrero. Foto: N. Piwonka.

Figura 2. Cine Cerro Sombrero. Foto: N. Piwonka.

Figura 3. Escultura en plaza Cerro Sombrero. Foto: E. Garcés.

Figura 4. Iglesia católica en Cerro Sombrero. Foto: E. Garcés.

Figura 5. Estación de bencina en Cerro Sombrero. Foto: M. Oportot.

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