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La formación como tarea institucional. La universidad en diálogo con sus tradiciones y generaciones

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Hermano Fabio Humberto Coronado Padilla, Fsc.*

En 1930, el filósofo español José Ortega y Gasset escribía: “[…] la enseñanza universitaria nos aparece integrada por estas tres funciones: I. Transmisión de la cultura. II. Enseñanza de las profesiones. III. Investigación científica y educación de nuevos hombres de ciencia” (1960, p. 23). En 1946, el filósofo alemán Karl Jaspers sostenía, a su vez: “La universidad quiere tres cosas: enseñanza para las profesiones especiales, formación e investigación. La universidad es escuela profesional, mundo de formación, establecimiento de investigación” (1959, p. 424). En 1981, el colombiano Borrero (2008) escribía:

La ciencia y los conocimientos seguirán siendo asumidos como función de la universidad para recogerlos, conservarlos y transmitirlos; para investigarlos y adelantar las fronteras; para aplicarlos y utilizarlos en beneficio de la sociedad y para incrementar la cultura científica. […]. El ser humano no es sólo ciencia y profesión; ante todo es persona que con su trabajo es constructor de la cultura total. (p. 664)

Para Borrero, en la universidad todo debe girar en torno a la persona, la ciencia, la sociedad y el Estado; en consecuencia, sus misiones fundamentales son formar a la persona, producir ciencia y contribuir al desarrollo de la sociedad y del Estado.

Los anteriores tres ideólogos y pensadores de la universitología tenían muy claro que las tareas de la institución universitaria eran cuatro: la docencia, la investigación, la extensión y la formación, usando las expresiones actualmente más en boga. Cuatro tareas diferentes, pero complementarias, que se debían encontrar indisolublemente unidas en la cotidianidad universitaria. Curiosamente, los organismos acreditadores colombianos se centraron en las tres primeras —docencia, investigación y extensión—, con sus correspondientes factores y características, olvidando por completo la cuarta, la formación. Recordemos que los factores son: misión y proyecto institucional, investigación, procesos académicos, pertinencia e impacto social, estudiantes, profesores, promoción y desarrollo humano, recursos financieros, procesos de autoevaluación y autorregulación, organización gestión y administración, recursos de apoyo académico y planta física.1

Entonces, podemos preguntar, a quienes han participado en los procesos de acreditación o reacreditación de programas o de una institución universitaria en su conjunto, si los pares evaluadores los han interrogado alguna vez por la formación como tarea institucional. Podrían respondernos que tal vez de manera indirecta, implícita o subliminal, pues el grueso del proceso se centra en las cuestiones relativas a la docencia-enseñanza-aprendizaje, a la investigación-transferencia-innovación, y a la proyección social-extensión-educación continuada; amén de todo lo relacionado con la gestión académica, la administración de los recursos disponibles y el proceso mismo de autoevaluación. Con todo lo importante que podría ser este planteamiento para el futuro de la misión universitaria — por qué el Consejo Nacional de Acreditación (CNA) no toma en cuenta la formación—,2 lo vamos a dejar como en hibernación, pues no es el tema central que pretendemos analizar.

Vamos entonces a delimitar intencionalmente el abordaje reflexivo al ámbito de la formación, tarea propia de toda universidad, al mismo nivel que la docencia, la investigación y la extensión. Inspirándonos en Jaspers (1946), la formación es la que da sentido a la docencia —él la llama enseñanza— y a la investigación, y yo agrego, también a la extensión, articulándolas en un todo. Dicho de otro modo, al proceso de formación se vinculan la docencia, la investigación y la extensión, como catalizadores de la educación integral del individuo que accede a la universidad. La razón de ser última de la universidad es, en nuestro caso, la formación de las nuevas generaciones de colombianos.

Al inquirir por cuestiones tales como: ¿por qué es importante la formación en una universidad católica?, ¿cómo se encuentra hoy la formación que ofrece la universidad católica?, ¿hacia dónde debe ir la formación como tarea institucional?, podemos contribuir al debate intentando caracterizar y comprender la situación actual de la formación que brinda la universidad, y/o a posibles lineamientos de mejora y reorientación de esta.

La idea de universidad católica se funde con los orígenes y desarrollos de la universidad occidental en el siglo XII, hace presencia en Latinoamérica y el Caribe desde el siglo XVI, y continúa haciendo parte del sistema universitario colombiano del siglo XXI, con gran fuerza y vitalidad. No obstante, los nuevos escenarios históricos dentro de los cuales ejerce su tarea formadora, le están demandando con urgencia una reflexión rigurosa sobre sí misma, para que desde un posicionamiento identitario nuevo, pueda continuar dialogando con proficiencia, con propuestas universitarias estatales y laicas, con la cultura, con la ciencia y la tecnología de nuestro tiempo. ¿Qué hay de común?, ¿qué de diferente?, ¿dónde se encuentra la impronta católica de la formación? Responder a estas preguntas, es condición sine qua non para poder continuar enrumbando con pertinencia su tarea educadora, a partir de su ideario axiológico específico, dentro de la nueva sociedad que se está construyendo en el país.

Dados los anteriores presupuestos, la pregunta que podría guiar nuestro interés reflexivo podría formularse así: ¿cuáles son los rasgos fundamentales que configuran la formación como tarea institucional de una universidad católica? Pensar en una idea de formación específica, para una institución educadora en lo superior y para lo superior, como lo es la universidad, la cual llegó de Europa, se implantó en América, se enriqueció con los desarrollos norteamericanos y rusos, y que busca su derrotero futuro hacia el siglo XXI en un país como Colombia, no es otra cosa que aceptar el reto de dejarse cuestionar y desafiar por la sociedad a la cual sirve y por el Estado que garantiza su autonomía, con el fin de responder a las novedosas, crecientes y complejas demandas del mundo contemporáneo.3

Construir una idea de formación particular para la universidad católica, apropiada para nuestro momento histórico, no es otra cosa que recrear la secular idea de universidad. Esta idea perenne de universidad se ve cuestionada por los nuevos desafíos, los cuales llevan a buscar transformaciones radicales del ser y del quehacer del ecosistema universitario. En tal sentido, las universidades se ven confrontadas por las cuestiones fundamentales que sacuden de un modo u otro al mundo de la educación, entre otras, los nuevos contextos culturales, los desarrollos científicos y tecnológicos, los diversos estilos de vida sociales, las búsquedas de los Estados de nuevas formas de gobernanza, y, en primerísimo lugar, el modo de ser de los estudiantes que llegan a sus aulas (la generación pantalla). Ante estos procesos de cambio todavía en marcha, es natural la reconsideración de los objetivos y de las funciones de las universidades. Todos estos cambios hacen necesario redefinir la idea clásica de la tarea formadora de la universidad.4

Reflexiones para una epistemología del saber pedagógico

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