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El problema filosófico de la verdad y la vida

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Canguilhem insiste en que se ha inspirado en Gaston Bachelard para realizar el enlace entre la epistemología y la historiografía científica. En Ideología y racionalidad en las ciencias de la vida, siguiendo a Bachelard, Canguilhem (2005) plantea

La veridicidad o el decir-lo-verdadero de la ciencia no consiste en la reproducción fiel de alguna verdad inscripta desde siempre en las cosas o en el intelecto. Lo verdadero es lo dicho del decir científico. ¿En qué reconocerlo? En que jamás es dicho, primeramente. Una ciencia es un discurso gobernado por su rectificación crítica. Si este discurso tiene una historia cuyo curso el historiador debe reconstruir, es porque tal discurso es una historia cuyo sentido el epistemólogo debe reactivar. (p. 28)

Gaston Bachelard fue el primero en reconocer la importancia de la historicidad en la filosofía de las ciencias, dilucidó que el sistema articulado de las prácticas científicas y la producción de conceptos corresponde a un conjunto de relaciones históricamente determinadas. Si toda ciencia según el momento histórico produce sus propias normas de verdad implica invalidar la categoría absoluta de verdad. De esta manera, Bachelard realiza una ruptura importante: haciendo evidente la historicidad del objeto epistemológico impone una nueva concepción de las ciencias. Como afirma Dominique Lecourt (1970) “la epistemología de Gastón Bacherlard era histórica; la historia de las ciencias de Georges Canguilhem es epistemológica. Dos maneras de enunciar la unidad revolucionaria que ambos instituyen entre epistemología e Historia de las ciencias” (p. XI). En La connaissance de la vie, Canguilhem trabajó sobre el problema epistemológico de la experimentación en biología, lo que subyace a este proceder es el aspecto polémico de la historia de esa ciencia. De ahí que el objeto de una historia de las ciencias es la historicidad de un proyecto de saber, de la normatividad que funciona en su génesis y de los juicios de valor que involucra. Dicha historia se articula con la epistemología, en cuanto hace referencia a un discurso normativo y crítico que moviliza referencia a la verdad de conocimiento.

La historia de la ciencia, que propone Canguilhem, comporta una capacidad crítica epistemológica que da cuenta de los fracasos y de los éxitos. Entonces, este tipo de historia no puede ser una “historia-crónica” o una “historia-contingencia” que relata los “azares” y enfatiza en la lógica de lo verdadero y lo falso y niega el paso histórico del no saber al saber; más bien sin importarle el “precursor”, esta rescata la dimensión histórica de ese saber. Lo que implica reconocer que cada ciencia tiene su propio ritmo, procede por reorganizaciones, rupturas y transformaciones inscriptas en un “marco cultural” (conjunto de relaciones y de valores ideológicos). En este sentido, es posible situar en un mismo punto acontecimientos significativos o insignificantes, pues ambos según un desarrollo discursivo están en relaciones de dependencia con comienzos conceptuales homogéneos. Una trama teórica puede generar hilos nuevos, pero también ser sacados de texturas antiguas, como señala Canguilhem, las revoluciones copernicanas y galileanas no se hicieron sin conservación de herencias.

Hacer historia de las ciencias implica ocuparse de su práctica, es decir, de las ideologías científicas, que no deben confundirse con superstición, no se trata de una falsa conciencia ni de una falsa ciencia, para Canguilhem (2005), en una falsa ciencia no hay estado precientífico: no tiene historia. En Ideología y racionalidad en las ciencias de la vida, Canguilhem (2005) afirmó que cada ideología científica “encuentra un fin cuando el lugar que ocupaba en la enciclopedia del saber se ve investido por una disciplina que da pruebas, operativamente, de la validez de sus normas de cientificidad” (p. 50). Tampoco la ideología científica se debe confundir con la ideología de científicos o filosófica, “En el siglo XVIII, los conceptos de Naturaleza y Experiencia son conceptos ideológicos de científicos; en cambio, los de ‘molécula orgánica’ (Buffon) o de ‘escala de los seres’ (Bonnet) son conceptos de ideología científica en historia natural” (Canguilhem, 2005, p. 57). En resumen, las ideologías científicas son sistemas explicativos que preceden a una ciencia en un campo lateral al que esta apunta indirectamente, a manera de ilustración, un ejemplo de ideología médica, para Canguilhem, sería el sistema de John Brown (1735-1788).

Canguilhem, se ocupa de la historia de las teorías, de los conceptos y de los objetos biológicos. En la historia de las teorías rescata el valor de lo precientífico; en la historia de los conceptos valora el papel que desempeña las imágenes y los mitos en la construcción del concepto científico. Se interesa más por el vínculo entre los conceptos que en el enlace de las teorías, por ejemplo, en La formation du concept réflexe aux XVIIeme et XVIIIeme siecles (1955), Canguilhem trabajó en las condiciones de aparición de los conceptos, partiendo del concepto a la teoría. Según Lecourt (1970) “la presencia permanente del concepto, a lo largo de toda la línea diacrónica que constituye la historia, es testimonio de la permanencia de un mismo problema” (p. XVII). Y el concepto está sujeto a mutaciones que indican la continua reformulación del problema en ámbitos teóricos diferentes y por obra de determinaciones ideológicas, a veces contradictorias. De esta manera la historia de los conceptos enfrenta la crónica oficial. En su teoría celular, Canguilhem (1945) procedió valorando mitos, imágenes e intuiciones, de cierto modo reconoció la continuidad histórica del saber teniendo en cuenta las filiaciones y no las rupturas. Restituye la dignidad teórica de lo precientífico, prestando atención a su núcleo positivo y advirtiendo de que dicha construcción pertenece a la formación del saber y ejerce una función de conocimiento. Igualmente, Canguilhem (2005) rastreó la forma en que el concepto regulación se introdujo en la fisiología por vía metafórica, “metáforas inspiradoras de racionalizaciones rigurosas que algún día darían a luz a la cibernética” (p. 104). La historia de la regulación empieza por la historia del “regulador” que “es una historia compuesta de teología, astronomía, tecnología, medicina e incluso de sociología en su nacimiento, donde Newton y Leibniz no están menos implicados que Watt y Lavoisier, Malthus y Auguste Comte” (p. 105).

En estos casos no se trata simplemente de una historia continuista, pues Canguilhem distingue la diferencia entre el plano mitológico y la teoría científica. Más bien satisface una doble exigencia en historia: de continuidad y de discontinuidad, en términos de François Delaporte (2002),

se trataría, en suma, de proceder a dos operaciones aparentemente contradictorias. Primero, describir los enlaces que unen las antiguas representaciones y una teoría científica, pero sin renunciar a evaluar la distancia que separa aquellas de éstas. Luego, establecer los enlaces entre una construcción discursiva y una teoría científica, pero dejar de señalar una ruptura, puesto que la primera, lejos de ocupar una región científica, solamente la bordea. Mostrar, finalmente, que una teoría biológica puede estar, por retrospección, justificada con referencia hacia lo que apunta, aunque se encuentre depreciada en lo que dice (p. 190).

En efecto, el método histórico de Canguilhem contiene la descripción del desmoronamiento de una mitología, pero también aclara su fuerza propulsiva: condición de posibilidad y obstáculo.

Ahora bien, la obra de Canguilhem es un análisis histórico y crítico de las relaciones entre lo normal y lo patológico, es una reflexión sobre los progresos contemporáneos de la ciencia biológica y médica. Concibe que la historia de la ciencia debe ser una aventura y no un desarrollo, su análisis se ocupa de la normatividad que funciona en el origen de la ciencia, incluyendo dominios de actividad teórica y práctica. Para Canguilhem (2005), los nuevos conocimientos sobre la estructuración y las funciones de la materia viviente, en los que incide la teoría de la información y la cibernética, proceden de conjunciones coordinadas de resultados de diversas disciplinas biológicas con los de la genética formal: la citología, la microbiología y la bioquímica en primer término. La nueva biología, inimaginable a fines del siglo XIX, se acompaña de una revolución en el objeto y en el enfoque que no hubiera sido posible sin la ayuda del laboratorio y los aportes de los físicos y los químicos, quienes en cierto modo habían desmaterializado la materia.

Desde ahora, no más biología sin maquinaria ni sin calculadoras. El conocimiento de la vida depende en lo sucesivo de los nuevos autómatas. [...] Nunca fue tan evidente cuánto debe trabajar el hombre para volver ajenos a él los objetos ingenuos de sus preguntas vitales, y merecer entonces la ciencia de tales objetos. (Canguilhem, 2005, p. 152)

En conclusión, se puede plantear que la importancia del trabajo de Canguilhem se visualiza en la manera de trabajar la historia de las ciencias. En la historia de los objetos biológicos, el autor reorienta las teorías vitalistas resaltando su actualidad en el enfoque y su inactualidad en el contenido, esta orientación la conduce desde un pensamiento de la vida en relación con el concepto de normalidad. Por otra parte, en contra de una tradición mecanicista y animista, Canguilhem realiza un desafío teórico, afirmando al vitalismo como la única corriente en la biología capaz de ver la originalidad del hecho vital. En su reflexión filosófica sobre los valores, propone el pensamiento humano y su historia enraizada en el error de la vida, si el hombre se equivoca es porque está destinado a errar, aquí lo que se muestra es una modalidad de información que está en la vida y en la necesidad de formación de los conceptos. Contra la posición positivista que sobrevaloriza el saber y cifra el poder de dominación de la medicina, Canguilhem (2005) planteó que toda actividad humana teórica (como la ciencia) o práctica (como la terapéutica) es un desplazamiento de significaciones normativas atadas a la vida. En este sentido, la formación de los conceptos es una modalidad de la información y la función de conocimiento está fundada en el “error”, tanto esta como la enfermedad remiten a la fragilidad de la vida. Canguilhem ancla el conocimiento en la vida, de ahí su filosofía de la acción, en la que la necesidad de conocimiento responde a una necesidad vital de la vida que es “actividad de información” y “actividad normativa”.

Reflexiones para una epistemología del saber pedagógico

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