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Generaciones universitarias

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A partir de la taxonomía que hemos realizado, podríamos dedicarnos ahora a hacer un juego de malabarismo intelectual mirando el panorama universitario colombiano, y descubrir qué tradición universitaria prima en el ADN formativo de determinada universidad. Pero siguiendo por esta ruta, la reflexión nos quedaría incompleta. Continuemos explorando el ámbito de la formación, pero desde el ángulo de la epistemología. Para ello vamos a ayudarnos de la categoría generación.

La acepción original de la palabra generación, a saber, el conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos —la generación juvenil, la generación de la violencia—, se ha enriquecido en nuestra contemporaneidad al trasladarse al ámbito tecnológico, para denotar cada una de las fases de una técnica en evolución, en la que se aportan avances e innovaciones con respecto a la fase anterior. Así es como se habla de celulares de quinta generación o de computadores de última generación. De igual manera, tal acepción se ha transferido al lenguaje de la educación superior para caracterizar algunos paradigmas del ser universitario, el cual tiene que ver al mismo tiempo con valores de permanencia (lo perenne) y con la puesta al día continua (lo innovador). Por ello, hoy se habla de universidades de primera generación, de segunda generación, etc.10 (figura 2).


Figura 2. Diálogo entre generaciones universitarias

Fuente: elaboración propia a partir de Dussel (2015).

Como hicimos con las tradiciones universitarias, a continuación, vamos a reseñar de manera condensada aquellos elementos más relevantes que tipifican la relación epistemología y formación en las distintas generaciones universitarias.

Universidades de primera generación

Corresponden en nuestro medio a las universidades herederas de la tradición fundante del ciclo colonial de los siglos XVI y XVII. Tenemos para entonces unas universidades cuya organización y saberes son prestados, es decir, no son autóctonos, simplemente fiel copia o reflejo de lo creado del otro lado del Atlántico. Se caracterizan por un saber pedagógico afín a la Galaxia de Gutenberg, en la cual el texto impreso es el rey, gracias a la difusión de los periódicos y al libro como medio de estudio y cultura, como consecuencia del perfeccionamiento de las técnicas de impresión. Se complementa con el cuaderno para tomar apuntes en clase. Y, debido a ello, la universidad gira en torno a la biblioteca, pudiéndose afirmar que “la universidad son unos salones conectado a una biblioteca”. Leer con profundidad, pensar críticamente, escribir con precisión, llegar a sus propias conclusiones después de un cuidadoso análisis, trabajar laboriosa y minuciosamente tras pensar con seriedad y sentido crítico son sus distintivos.

La racionalidad científica se guía por una epistemología con enfoque disciplinar. Cada área del conocimiento que se va gestando paulatinamente, deviene en una serie de islas totalmente independientes, como si fueran una especie de compartimentos que no se comunican entre sí. A esto ayuda que, para la época, el número de saberes científicos constituidos era bastante limitado, y tanto las dificultades como las demoras en la comunicación entre las colonias y las metrópolis reforzaban el aislamiento, y sin proponérselo explícitamente, una mayor dependencia comercial, política y cultural. Había que esperar a que llegara el barco cargado con las últimas novedades bibliográficas, noticias y demás para actualizar el pensamiento. No se pensaba por sí mismos y situadamente, era un tiempo de pensamiento dependiente totalmente.

Universidades de segunda generación

Corresponden en nuestro medio a las universidades herederas de la tradición clásica europea del ciclo republicano de los siglos XVIII y XIX. Francia, Inglaterra y Norteamérica se constituyeron en los referentes de los sueños independentistas y republicanos a lo largo y ancho de Suramérica y el Caribe. Ideas, formas de gobierno, arquitectura, maquinaria, modas y demás continuarán siendo importadas, pero esta vez ya no de España. Las poco numerosas universidades presentes en América van a contribuir a la concientización de los nacidos en el Nuevo Mundo de su riqueza geográfica y biodiversidad, de sus posibilidades de autonomía y autogobierno, haciendo su contribución a la gestación de una nueva época. Sin embargo, las guerras de independencia, y posteriormente la creación y consolidación de los nuevos Estados-nación, en medio de la pobreza y el caudillismo, absorbieron todas las energías disponibles. Para las universidades fueron dos siglos de continuidad, reacomodación y sobrevivencia.

Se continúa con el saber pedagógico de corte gutenberiano, enriquecido con la libertad aportada por la independencia de poder tener y leer los libros que se quisiera, sin que por ello se fuera a dar a la cárcel o a caer en las garras de la Inquisición. Las élites de los nuevos países que contaban con los recursos monetarios necesarios iban a enviar a sus hijos a formarse en las universidades francesas, inglesas y norteamericanas. Se puede afirmar que, durante el siglo XIX, la segunda lengua más usada por las élites latinoamericanas fue el francés, con su correspondiente deslumbramiento por todo lo que viniera de París, la Ciudad Luz. Por otra parte, se consolida la disciplinariedad en las universidades, con el aporte de los profesionales formados en el extranjero, quienes en sus horas libres se desempeñaban como los profesores más destacados. Vale la pena recordar que es en esta época que se conforma, progresivamente, la ciencia moderna y el conjunto de sus disciplinas, las cuales van a hacer eclosión con toda su vitalidad en el siglo XX.

También es preciso destacar que, si bien hubo independencia de España, y la geopolítica latinoamericana volteó sus ojos a otras naciones, en cuestiones de pensamiento se continuó con el préstamo y la dependencia. Aunque es justo reconocer que se dio un frágil y balbuciente pensamiento autóctono en los años previos y posteriores a la independencia, por parte de los pocos intelectuales, ideólogos y políticos, en su mayoría profesores, estudiantes o egresados de las universidades de la época.

Valga en este sentido el ejemplo del Virreinato de la Nueva Granada —ubicación territorial de la actual Colombia— en el periodo posterior al grito de independencia del 20 de julio de 1810, periodo que se conoce en la historia como la Reconquista (1814-1819). En ese entonces España pretendió recuperar el Virreinato con una campaña comandada por los generales Pablo Morillo y Juan Sámano, y entre los 3000 ejecutados, simpatizantes y líderes del movimiento independentista, fue fusilada la élite intelectual: Francisco José de Caldas, Salvador Rizo, José María Carbonell, Jorge Tadeo Lozano y Camilo Torres Tenorio. De esa manera, se perdió una generación que pensó e imaginó el país de manera científica e ilustrada. Este lamentable acontecimiento explica en parte una de las grandes frustraciones de Colombia: “[…] no haber contado desde sus orígenes con suficientes intelectuales que construyeran el país desde las artes, la ciencia y la ilustración […]” (Bicentenario de una frustración, 2016, p. 79).

Universidades de tercera generación

Corresponden en nuestro medio a las universidades herederas de la tradición moderna del ciclo moderno del siglo XX. Si hay un hito distintivo del medio siglo, es el velocísimo aumento de la oferta, tanto de universidades públicas como de universidades privadas: el 80 % de las universidades que hoy existen fueron fundadas en torno los años cincuenta.11 El mundo es otro, el saber pedagógico es influido por la Galaxia Marconi-MacLuhan, en el que las telecomunicaciones, la radio, el cine y la televisión toman la delantera, suscitando indirectamente nuevas teorías y discursos pedagógicos.

El caso colombiano lo podemos ejemplificar con los aportes de Olga Lucía Zuluaga Garcés y el grupo de Historia de la Práctica Pedagógica, quienes a partir del redescubrimiento de los pedagogos clásicos —particularmente Juan Luis Vives, Juan Amós Comenio, Juan Jacobo Russeau, Juan Federico Herbart, Juan Enrique Pestalozzi y Édouard Claparede— y en diálogo con la escuela francesa de epistemología —especialmente Georges Canguilhem y Michel Foucault— van a crear el concepto de saber pedagógico y su correspondiente práctica pedagógica, convirtiéndose así en inspiradores del Movimiento Pedagógico Nacional de los años ochenta. Este grupo tendrá su impacto a nivel universitario por su carácter crítico, su reflexión colectiva y su praxis social.12 Todos ellos van a contribuir a la transformación del ethos formativo en las universidades del país.

Ante el aumento explosivo de los conocimientos en todo el mundo, la racionalidad científica se guía por una epistemología con enfoque interdisciplinar. Ya no es posible hacer ciencia e investigar trabajando en solitario, de manera aislada e independiente. Las interrelaciones, las interconexiones, la sinapsis (unión-enlace) y la interdependencia se constituyen en el nuevo ser y quehacer de los profesionales del saber. Aunado a esto, la revaloración de la propia cultura y el surgimiento de una mirada latinoamericana de la filosofía y demás expresiones de la cultura, van a desembocar en los esbozos de un pensamiento propio que le va a dar un giro de ciento ochenta grados, no solo a la formación universitaria, sino también a los derroteros históricos por donde, a partir de ese momento, se enrumbarán los países latinoamericanos en el empeño común de construir la “patria común”, la “casa grande”, en el que un mundo nuevo y distinto sea posible.

Universidades de cuarta generación

Estas, en realidad, no existen todavía, se están comenzando a perfilar sus contornos, pero son todas aquellas que corresponderían al nuevo ecosistema universitario glocal del ciclo transmoderno del siglo XXI. Las universidades del nuevo milenio están convocadas a trabajar en red con un tejido doble: la red local —entiéndase por ello ciudad, departamento, región o país— y la red global —todo lo relacionado con la internacionalización, la difuminación de todo tipo de fronteras—. Glocalizarse no es otra cosa que pensar globalmente y actuar localmente, o viceversa, pensar localmente y actuar globalmente. Una nueva civilización planetaria emerge. Es Enrique Dussel (2015) quien con el término transmodernidad intenta expresar la nueva era mundial que aparece. Se trata de la conjunción y el intercambio solidario entre las culturas —algunas milenarias, otras más recientes—, donde a partir de un respeto mutuo y un intercambio crítico de tradiciones, saberes y patrimonios culturales y científicos, entre otros, se pueda construir una sociedad más equitativa y justa, sin guerras ni colonialismos de ninguna clase.13

En consecuencia, ya no es posible hablar de saber pedagógico en singular, sino en plural: saberes pedagógicos, los cuales nuevamente se ven interpelados, pero ahora por la deslumbrante Galaxia Google, donde el nuevo monarca es internet. La era digital y virtual ha creado una nueva generación de jóvenes que inundan las universidades, los milenials, nativos digitales, o pulgarcitos, según la expresión de Michel Serres (2013).14 La Galaxia Google la constituyen un conjunto de realidades tecnológicas en constante evolución, que se nos ofrece como un instrumento para acceder a la información desde cualquier dispositivo y lugar, y en todo momento. Ella está revolucionando la forma como trabajamos, estudiamos e investigamos.

La generación Google dispone de mayor rapidez, interactividad, interconectividad e información en tiempo real y desde cualquier parte del mundo, sus habilidades visuales y destrezas de sicomotricidad fina son innegables, pero sobreabunda en superficialidad, navegando constantemente por un mar de virtualidad light y basura electrónica. Nuevos retos para los educadores universitarios, que se encuentran impelidos a crear nuevas estrategias de formación en una universidad que ahora se define como “unas aulas conectadas permanente a redes virtuales”.

Con la emergencia del pensamiento complejo y las ciencias de la complejidad, la racionalidad científica se guía por una epistemología con enfoque transdisciplinar. Elizalde (2013), refiriéndose a las ciencias de la complejidad, sostiene que estas:

[…] están señalando una nueva ruta hacia el conocimiento. A diferencia de las ciencias tradicionales que, en muchas oportunidades, prometen certezas, respuestas y soluciones, las ciencias de la complejidad se mueven entre la incertidumbre y la irregularidad que devienen de las peripecias del conocimiento. (p. 50)

De esta manera, la transdisciplinariedad es un saber supradisciplinar que aspira a una integración teórica, a una relación de articulación sin fronteras, en la que conviven varias lógicas que hacen circular en bucles intersectados los saberes y el pensamiento. Dentro de este marco, en palabras de Espinal (2006):

En la última revolución técnica —el ciberespacio, la microinformática y la robótica —, se anuncia el fin del trabajador y por consiguiente el fin del trabajo. En este estadio emerge el “sector del conocimiento” integrado por una reducida élite de empresarios, profesionales, técnicos, científicos, programadores de ordenadores, asesores y educadores. Con la emergencia de este sector del conocimiento, la universidad no puede seguir ignorando el diálogo de saberes, la ligazón entre técnica y metafísica; Ingeniería, Humanidades y Disciplinas Sociales; es decir, debe superar la distancia entre científicos y humanistas, y la de ambos con las profesiones. (pp. 96-97)

Estos escenarios novedosos, todavía en desarrollo, apuntan a unas prácticas formativas para un pensamiento transcomplejo, que según González (2012a y 2012b) podría describirse como la complejización creciente o la metacomplejidad del conocimiento abierto, reflexivo, incierto, cambiante, cuestionante y cuestionado, procesual, sistémico, planetario, transformador y transdisciplinario.

Reflexiones para una epistemología del saber pedagógico

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