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Adenda: sobre la cultura de la cancelación.

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A fecha 11 de mayo de 2021, me decido a añadir unas breves reflexiones que creo que pueden complementar este artículo introductorio. Pretendo ir un poco más allá de la presentación básica que he hecho, agregando un tema muy reciente. Es una cuestión sobre la que, como me suele ocurrir, tengo más dudas que respuestas y en la que voy a implicarme de manera más personal que en las páginas anteriores. No corren buenos tiempos para las dudas, porque ahora acostumbramos a opinar con rotundidad sobre casi todo, como si supiéramos de casi todo, y a eludir los matices que, sin embargo, para mí aportan mucho más que las frases lapidarias.

La cultura de la cancelación ha surgido y se ha extendido de forma más intensa en los últimos años. Consiste en una actuación reprobatoria frente a determinadas personas y obras literarias y artísticas, por motivos ideológicos, al considerar que realizan comportamientos o incluyen contenidos machistas o patriarcales, racistas, homófobos o tránsfobos, por ejemplo. La actuación puede ir desde la crítica al boicot expreso a esas obras y personas. Este fenómeno ha sido reivindicado y usado por algunos sectores sociales, mientras se rechaza por otros como una forma inadmisible de censura contra la libertad de expresión artística y como una dictadura de lo políticamente correcto.

No puede olvidarse que, en la posmodernidad, ya no se acepta el estatus sagrado e intocable que han podido tener los artistas.

Hay muchos ejemplos: al tenor español Plácido Domingo se le ha acusado, por parte de varias mujeres que habían estado vinculadas con él profesionalmente, de acoso sexual. Algunos conciertos del tenor en Estados Unidos se suspendieron por esta causa. Estos hechos fueron posteriores al caso de Harvey Weinstein, productor de cine estadounidense, denunciado públicamente por graves delitos sexuales. No pretendo entrar en la veracidad o no de las acusaciones, y mucho menos dudar de ellas ni de la gravedad de los delitos. Se ha criticado a estas mujeres por realizar denuncias en medios de comunicación y redes sociales, en vez de en tribunales de justicia. Pero ha podido ocurrir que se trate de hechos antiguos, ya prescritos, a lo que se añade que la Justicia no se ha distinguido, precisamente, por su apoyo a las víctimas: muchos agresores han quedado impunes, después de servirse de una posición de poder para realizar sus actos y para que esas mujeres no hablaran. Durante largo tiempo, estos comportamientos por parte de determinados varones en el mundo artístico se consideraban «normales»: para ascender, las mujeres tenían que someterse a ese derecho de pernada. Que ahora ellas hablen, que la sociedad actual sea mucho menos tolerante, que las generaciones más jóvenes prefieran no tener ninguna relación con los agresores y que estos sean sancionados de alguna manera, si no puede hacerlo la justicia, me parece muy comprensible.

Entiendo que muchas personas quieran ir a un festival de fantasía, ciencia ficción y terror sin encontrarse allí a un autor brillante pero decididamente homófobo: porque buscan espacios donde se sientan cómodas y libres, seguras de no tener que toparse con alguien que niega sus derechos y, más aún, actúa con claridad contra estos. No obstante, los organizadores del festival pueden plantearse que ceder a este tipo de presiones les condicionaría constantemente, de modo que tal vez decidan no aceptar exigencias que, además, vayan acompañadas de violencia verbal y campañas de acoso en las redes, por ejemplo.

Reconozco que hay autores y articulistas a los que no trago de ninguna manera, por su modo de pensar y escribir: me parecen francamente estúpidos, arrogantes o gañanes, machistas y reaccionarios, mediocres o esnobs. Dada la gran cantidad de literatura y prensa que se publica, me puedo permitir el lujo de no leerlos o leerlos lo imprescindible y si no me queda más remedio.

El problema está en los caminos que puede tomar, ahora y en el futuro, la cancelación. ¿Qué criterios tendríamos que utilizar a la hora de plantearnos el rechazo o boicot de autores y obras? ¿Cuáles serían los límites? Claro que ponerle límites para que no caiga en excesos (y los excesos rigoristas siempre hay que esperarlos) ya supone aceptar esta conducta, el derecho a cancelar.

Creo que lo más importante es situar sobre la mesa una serie de preguntas:

¿Es justa la cultura de la cancelación? ¿Siempre, a veces o nunca? ¿Cuándo la consideraríamos justa y con qué criterios?

¿Hay que «separar» la obra de la persona que la ha escrito, de su biografía, pensamiento y hechos?

La cancelación, ¿debe ser una decisión y actuación individual o colectiva?

¿Hasta dónde nos puede llevar este fenómeno? Sin duda, como ya he apuntado antes, hay determinadas personas cuyo comportamiento y modo de pensar nos resultan desde desagradables hasta inaceptables por completo. ¿Debe invalidar eso su obra artística?

¿Tenemos derecho a llamar a un boicot colectivo contra un autor/a y su creación?

¿Puede ser la cancelación una excusa para que determinados/as autores/as justifiquen su fracaso, debido más a falta de calidad que a un contenido políticamente incorrecto?

¿Se ha convertido lo políticamente correcto en una censura más?

Voy a poner otros ejemplos de cancelación que afectan a autoras.

El primero es el caso de Matar un ruiseñor (1960) de Harper Lee. Se trata de una novela sobre la discriminación racial y las relaciones interétnicas, la justicia, la honestidad personal, la infancia, el aprendizaje de la vida y el paso a la adolescencia, juventud y edad adulta, entre otros temas. Refleja la sociedad del sur de los Estados Unidos. Pese a ser un ejemplo de empatía, tolerancia y apuesta contra los prejuicios, y pese a su gran calidad literaria, se ha pedido la retirada de la obra como lectura en las escuelas públicas, por usar expresiones racistas y por su tratamiento de los personajes afroamericanos. ¿Debe eliminarse una obra como lectura escolar por este motivo y no ser examinada justamente en su contexto? Al excluir cualquier libro problemático de las lecturas escolares, ¿estamos propiciando un mundo mejor, menos racista, por ejemplo, o estamos dando una imagen falsa de la realidad, ocultando la existencia de determinadas actitudes y situaciones? ¿Perjudica o beneficia a las y los menores que se les retire/oculte la verdad que está ahí afuera?

Otro caso es el del Premio James Tiptree Jr. Este premio se creó, en 1991, a propuesta de Pat Murphy y Karen Joy Fowler, como homenaje a la escritora de ciencia ficción estadounidense Alice B. Sheldon, que utilizó el seudónimo y la personalidad masculina de James Tiptree Jr. Durante bastantes años, el galardón se otorgaba a las obras de ciencia ficción o fantasía que ampliaran o explorasen cualquier contenido relacionado con la temática de género sexual (feminismo, mujeres, identidades y orientaciones LGTBQIA, etc.). En 2019, se decidió cambiar el nombre del premio, por la controversia que había surgido y las propuestas realizadas al equipo organizador. La polémica se debía al hecho de que Sheldon-Tiptree hubiese disparado a su esposo, matándolo, antes de suicidarse ella misma, sin que hubiera quedado claro si se trataba de un suicidio pactado y confirmado por él en el último momento o una decisión unilateral de ella, probablemente a causa de un estado depresivo muy profundo. Las propuestas de cambio tuvieron éxito. Ahora, el premio se llama Otherwise Award.

¿Qué hacemos con la obra de la escritora de fantasía y ciencia ficción Marion Zimmer Bradley, feminista, que fue acusada por su propia hija de abusos sexuales, además de consentidora de los abusos de su pareja masculina también sobre la niña? ¿Dejamos de leer sus obras, la serie Darkover o la tetralogía Las nieblas de Avalón, a causa de esto?

Puede que Sheldon-Tiptree fuera una asesina, puede que Harper Lee escribiera una novela con sesgos racistas y que Zimmer Bradley fuese, ni más ni menos, la abusadora de su propia hija. ¿Cómo enfrentamos, desde el feminismo, estos tres casos?

¿Cuáles serían las últimas consecuencias de este tipo de decisiones? Porque nadie está libre de mancha. ¿Se nos juzgará, en el futuro, a algunas de nosotras, como escritoras interesantes y, sin embargo, a las que no se debería leer porque éramos carnívoras? ¿Justificamos igual la cancelación cuando se trata de un varón cis, heterosexual, blanco, o una mujer como Sheldon-Tiptree, Harper Lee o Zimmer Bradley?

Las decisiones individuales (que yo determine no ver más las películas de un/a determinado/a director/a o no leer los libros de un escritor/a) pueden ser perfectamente legítimas, pero cosa muy distinta es una convocatoria al boicot a través de las redes, con la violencia, acoso y linchamiento que puede suponer.

¿Es posible que la cultura de la cancelación se convierta en una actitud fanática, totalitaria? Perfectamente, ya que hay personas así y pueden ser ellas quienes promuevan esos boicots. Y a esto se añade que ese tipo de conductas no suelen ser reconocidas como tales por quienes las ejercen. La cancelación como censura podría beneficiar, asimismo, a determinados gobiernos y grupos de poder. Sin embargo, quiero centrar estas reflexiones sobre los casos en que son los grupos sociales, incluso progresistas, incluso feministas, los que promueven el boicot.

Personalmente, creo que la cancelación como forma de boicot colectivo supone muchos más riesgos que beneficios. El análisis feminista no conlleva ni la prescripción ni la proscripción de un contenido. Por otra parte, no se debe confundir e identificar sin más los temas y personajes de una obra con la ideología del/la autor/a de la misma. Resulta imprescindible darse cuenta, por ejemplo, de cuándo estamos ante un texto simbólico que no se tiene por qué interpretar literalmente.

¿Hay que separar autores y obras? No, debemos tener en cuenta ambos factores, sin que ello implique una prohibición o censura. Esto no supone tampoco negar evidencias, ideologías ni mucho menos delitos.

La solución no es la equidistancia, sino el conocimiento para leer y analizar a autores y obras en su contexto de lugar y época, y, lo más difícil de todo, la autoconciencia para saber cuándo estamos cayendo en la desmesura.

Hijas del futuro

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