Читать книгу Una temporada de escándalo - Catherine Brook - Страница 4

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Capítulo 1

Londres, 1821.


Lo admitieran o no, la mascarada del “Pleasure Club” era el evento más esperado de la temporada, y no solo por caballeros libertinos en busca de entretenimiento, sino por ciertas damas que ante la sociedad eran respetables. Y es que el famoso club de juego, que abría sus puertas a las mujeres una vez al año, les garantizaba gracias a las máscaras, el anonimato necesario para que hicieran todo tipo de actividades indecorosas, sin correr más riesgos de los que ellas permitieran a la hora de pecar.

Por su parte, a Adrianne Bramson, esta mascarada le brindaba un excelente banquete de chismes que luego publicaría en su columna.

La famosa columna “«comentan por ahí», llevaba exactamente cinco años escandalizando a la sociedad londinense y atacando sin piedad a sus miembros. ¿Por qué? La respuesta era simple, venganza… no, para darles una lección, sí, eso sonaba mejor, para darles una lección.

Durante al menos un año, Adrianne fue su tema de conversación favorito y aún lo era. La pobre chica que había sido abandonada a tres días de su boda fue compadecida y criticada por casi todos los que tuvieran lengua. Tuvo que aguantar cometarios impertinentes disfrazados de amabilidad. Soportó miradas de burla y compasión cada vez que se encontraba con Ian en alguna velada, y fue la comidilla de la sociedad hasta que se cansaron del tema. Lo que ellos desconocían era que esa persona que destapaba sus más oscuros pecados, era ella.

Su gemela, Amber, era la única que conocía su secreto, y seguiría siendo así hasta que Adrianne se cansara de martirizar con los chismes a la sociedad; cosa que solo sucedería cuando se quedara sin fuerzas para salir a investigar. Como contaba con solo veinticuatro años, faltaba mucho para eso, y dado que no se pensaba casar nunca, no habría nadie que se lo impidiese.

Cualquiera diría que una joven soltera no estaba en posibilidad de obtener la información que ella siempre conseguía; así como tampoco se atrevería a ir al lugar en donde ahora se encontraba. Pero a Adrianne ya nada le importaba, ni las reglas de sociedad, ni lo correcto o incorrecto según matronas amargadas. Admitía que la libertad de una mujer soltera no era la misma que la de una casada, pero siendo ya considerada una solterona en toda regla, tampoco estaba sometida a constante vigilancia.

Escaparse de casa para ir a ese tipo de eventos no suponía ningún problema; no era miedosa por naturaleza y ya las cosas no parecían afectarle demasiado. Tampoco le era difícil sobornar a ciertos personajes para que el proporcionaran información previa a la publicación, por ejemplo, los impresores de la Gacette, donde se colocaban los compromisos matrimoniales. Todo eso le había ganado fama de bruja y Adrianne se divertía con ello.

Con disimuló, se movió por el elegante salón a través de la gente. Sus ojos verdes, enmarcados en una máscara de igual color, escrutaron con meticulosidad a los presentes, en busca de algún jugador empedernido, alguna dama de clase alta cometiendo infidelidad, o alguna otra cosa que pudiera interesar y perjudicar a la sociedad.

Varias escenas se presentaron ante sí y empezó a tomar notas mentales que pasaría en papel a la mínima oportunidad. Lord Marcus pierde una gran fortuna en las cartas, Lady Ravenck comete adulterio con El señor Smith, Lady Sothy está tan borracha como una cuba…

Adrianne sonrió. Siempre se encontraban cosas interesantes en el «Pleasure club» y esta vez había bastante información. Ella nunca daba nombres, pero siempre se encargaba de que todos descubriesen de quien hablaba.

Sus detallistas ojos detectaron al duque de Bedford subiendo a las habitaciones de arriba con una dama bien vestida, pero no lograba distinguir quién era. Dispuesta a averiguarlo, se escabulló entre la gente para verlos mejor antes de que desaparecieran por las escaleras. Estaba a punto de averiguar la identidad de la mujer cuando alguien le bloqueó el paso.

—¿Buscas compañía, cielo?

Era Lord Carmichel ¿no se acababa de casar? Bien, le encantaría ver la cara de la esposa cuando se enterara. Destruir matrimonios no era su actividad favorita, así que consideraría el asunto. La joven condesa le caía bien, ¿sería mejor dejarla vivir en la ignorancia? Después lo pensaría.

A pesar de las máscaras, a Adrianne no se le hacía difícil descubrir la identidad de los presentes. Siempre había sido muy detallista, y tantos años en sociedad le había permitido saber que cada quién tenía una peculiaridad que los identificaba; ya fuera la forma de caminar, algún gesto, algún detalle simple como un lunar en un lugar específico, una contextura única, o en el caso de Lord Carmichel, una pequeña cicatriz en la comisura del labio izquierdo, que según se comentaba (por ella misma) se la había hecho una amante furiosa cuando él terminó su relación.

Adrianne se sintió nerviosa pero intentó no parecerlo. Cada año, cuando iba a ese lugar sabía perfectamente a lo que se exponía y no era la primera vez que alguien quería hacerle una propuesta indecente. Cualquiera diría que a esas alturas ya debería dejar de preocuparle el asunto, pero lo cierto era que nunca estaba totalmente tranquila con ello; uno jamás podía sobreestimar a un hombre que visitara esos lugares, menos si estaba tan borracho como Lord Carmichel.

—En este momento no —respondió cortante y como si no quisiera darse a delatar por completo añadió con voz fría—, quizás luego. —Después de que terminara con su búsqueda de información y se fuera del lugar a buscar la compañía de su hermana para contarle.

El hombre soltó una extraña carcajada como si ella hubiera dicho algo muy divertido.

—Vamos —dijo y la tomó del brazo—, estoy seguro de que este es el momento adecuado.

Las alertas de Adrianne se dispararon y en un impulso intentó quitarse de encima al hombre, pero este no cedía. Supo entonces que tenía que salir de ahí si no quería estar en un problema.

—Le he dicho que no —dijo en tono tajante pero el hombre volvió a reír y empezó a arrastrarla.

—No se haga la difícil, le aseguro que solo por llevar ese vestido, me tiene a sus pies.

El hombre fijó sus azules ojos en el prominente escote del vestido verde manzana y Adrianne maldijo en su mente. El vestido era de su madre, por supuesto, estaba algo pasado de moda y ya no se lo ponía, pero a ella le venía muy bien pues si se aparecía en ese tipo de lugares con un vestido de joven soltera la descubrirían de inmediato.

Intentó que el miedo causado por las palabras del hombre no la embargara y pensó en la mejor forma de librarse de esa situación.

Pedir ayuda sería algo absurdo considerando el propósito del club, por lo que se las debía arreglar sola. Con rapidez, le dio una patada en la pierna y el hombre sorprendido la soltó el tiempo suficiente para que ella pudiera salir corriendo. Él intentó agarrarla pero ella solo corrió todo lo rápido que su vestido lo permitía.

No le importaba ser el centro de atención, su vista solo estaba fija en la puerta de salida que se apresuró a traspasar sin interesarle dejar olvidado uno de sus mejores abrigos. Viendo hacia atrás, ella siguió corriendo aún después de salir y bajó con soltura los escalones sosteniendo su vestido a una altura que dejaba ver sus tobillos.

Si había alguien delante de ella, no le importó, al menos, no hasta que llegó al jardín principal y tropezó con fuerza contra un duro cuerpo cuyo dueño debía estar también distraído ya que no la sostuvo con la suficiente rapidez para evitar que ambos perdieran el equilibrio y cayeran al piso, aunque debía decir que él se llevó la peor parte pues ella le cayó encima.

Después del impacto inicial, vio la cara del hombre que le había servido de amortiguador y lo reconoció al instante porque no llevaba máscara. Andrew Blane.

Andrew masculló en su mente al menos tres maldiciones distintas cuando un lacerante dolor empezó a recorrer los nervios de su espalda debido al golpe. Definitivamente ese no era su día.

La mala fortuna parecía ser la compañía de Andrew durante todo ese día, comenzando todo con la visita del notario de su padre esa mañana.

Él estaba tranquilo en su despacho cuando le fue informado que el notario de la familia quería verlo. Andrew supo que había un problema, pero creyó que era algo que tenía solución, y en efecto, la tenía, solo que una bastante drástica.

De todas las situaciones que se imaginó cuando el Señor Carter lo visitó esa mañana jamás pensó que era para informarle que si no se casaba en un mes, es decir, para su cumpleaños número treinta, su hacienda y los bienes provenientes de esta pasarían a un familiar lejano. La noticia le había caído como un balde de agua helada y alegó que eso era imposible pues en el testamento que se leyó de su padre no decía nada semejante, no obstante, el notario, con la cara roja de vergüenza le notificó que el testamento había sido cambiado el mismo día de la muerte de su padre y que el nuevo aún no había llegado a sus manos en el momento en se realizó la lectura.

Andrew se había vuelto una furia y le afirmó al notario que eso era imposible. La hacienda la podía perder, pero los bienes los había conseguido él mismo a base de inversiones y otros negocios.

—No obstante —había rectificado el abogado—, el dinero invertido en esos negocios viene de la hacienda, y su padre dejó claramente citado «La hacienda y todos los bienes que se deriven de ella»

—Viene de la dote de mi hermana que mi cuñado no quiso aceptar —replicó.

—Y el dinero de la dote es producto de las ganancias de la hacienda

Las maldiciones sonadas en ese momento pudieron haber escandalizado al pirata más aguerrido y casi hicieron que el pequeño hombre saliera corriendo del lugar. Cuando preguntó porque no se le había notificado antes, tartamudeando el hombrecillo contestó que el siempre creyó que Andrew conocía los cambios y él solo fue a recordarle los términos. Andrew había corrido al hombre para ponerse a tomar mientras pensaba cómo rayos conseguiría una esposa en un mes, una esposa que además, según precisas indicaciones, tenía que ser respetable y no alguien caído en desgracia. Sin embargo, el licor no parecía ser suficiente para relajarse, así que había decidido ir a la mascarada del Pleasure club para buscar olvido, y ¿Qué había conseguido? Y buen golpe en la espalda que bien podía haberlo dejado lisiado.

Miró a la mujer que había terminado de ponerlo de mal humor y se encontró con los ojos verdes más hermosos que hubiera visto jamás.

Por un momento, fue incapaz de reaccionar, pero cuando la punzada de dolor regresó, él también volvió al presente.

—Por el amor de Dios, mujer, ¿no ves por dónde caminas?

Ella se apresuró a levantarse y cuando lo hizo, por inercia se alisó los pliegues.

—Lo lamento —murmuró ella y el sonido de su voz hizo eco en los oídos de Andrew. ¿Dónde había escuchado esa voz?

Era conocedor de que gran parte de las mujeres que visitaban ese lugar eran damas de alta cuna, pero esa voz la había oído y no era precisamente en las damas de falda ligera que conocía bien.

Ella parecía haberse dado cuenta de que su identidad estaba en peligro porque se preparó para volver a correr pero en un instinto primitivo, Andrew la sujetó del brazo.

Su identidad no era su problema, de hecho, las máscaras eran precisamente usadas para proteger identidades reputaciones. Sin embargo, no podía dejar de escuchar a un diablillo en su interior que le gritaba que descubriera a personalidad y saciara su curiosidad. La vio atentamente y sus ojos verdes de pronto se volvieron conocidos, al igual que el pequeño lunar que llevaba en la parte inferior del labio derecho. Una imagen se formó en su cabeza y sin que ninguno de los dos pudiera evitarlo, rodó la máscara para mostrar la imagen completa del rompecabezas. Ella se cubrió casi inmediatamente la cara con las manos pero no antes de que Andrew averiguara su identidad, o al menos, parte de ella.

—Dios… ¿Srta. Bramson? ¿Qué rayos hace usted aquí?

Una temporada de escándalo

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