Читать книгу Una temporada de escándalo - Catherine Brook - Страница 7

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Capítulo 4

Andrew miró a la Srta. Bramson adentrarse en el estudio y enfrentarlo con la mirada. La valentía y decisión que expresaron sus ojos podía considerarse admirable, al igual que la calma que mostraba ante tan rápida respuesta. Estaba claro que de una forma u otra se había enterado de la visita de su hermana al lugar y no estaba dispuesta a dejar que esta afrontara las consecuencias de lo que le tocaba a ella. No pudo sentir más que admiración por la lealtad que se profesaba ambas hermanas, capaces de hacer lo que fuera por la otra.

—Adrianne —habló Amber en tono tranquilo parándose hasta colocarse a su lado—, no será necesario, yo…

—Tú no vas a pagar por mis errores —interrumpió decidida—. Sabía que esa salida tuya era sospechosa, pero agradezco haberme dado cuenta a tiempo de lo que planeabas. Yo cometí el error Amber, y yo pienso pagar por él.

—Tú no te quieres casar —refutó su hermana, ambas parecían haberse olvidado de que él estaba ahí—, no tengo nada en contra de hacerlo.

—Tú puedes encontrar a alguien más —insistió—. No pienso privarte de eso por un error y un miserable hombre que busca esposa usando el chantaje.

Golpe bajo, se percató Andrew. No debería haberle importado, pero al parecer su conciencia no estaba del todo desaparecida, porque si le importó. No obstante, no lo demostró, era tarde para arrepentimientos.

—Sabes que a esta edad es imposible, y en caso de que no lo fuera el amor no es una prioridad. Déjame ayudarte.

—¡No! —se empecinó—. Jamás me perdonaría que te unieras a este monstruo por mi culpa —señaló a Andrew como para que no quedara duda de que quién se refería.

—Pero…

—¡Basta! —exclamó Andrew, en parte cansado de la discusión, y otra parte molesto por los bien merecidos insultos—. Yo solo necesito una esposa, no dos locas peleando en mi despacho ¿Cuál de las dos se va a casar conmigo?

—¡Yo! —exclamaron al unísono y Andrew se dejó caer en el sofá cansado.

Esa debía ser sin duda, la conversación más rara que había tenido en sus veintinueve años de vida, y eso que con su hermana había vivido muchas situaciones inverosímiles. No obstante, ninguna de las ocasiones raras en su existencia se asemejaba a tener a dos mujeres peleando en su despacho por decidir quién sería su esposa. Si no supiera los verdaderos motivos del asunto, puede que se sintiera halagado.

—Srta. Amber —habló con renovada calma dispuesto a acabar con ese asunto de una vez—, me conmueve la lealtad hacia su hermana, pero ya que la propuesta se la he hecho a ella —señaló a Adrianne—, me casaré con ella.

Adrianne pudo haber suspirado de alivio si eso no hubiera significado el cambio definitivo de su vida. Un nudo en el estómago se le formó al pensar en todo lo que variaría su vida pero se negó a amedrentarse. Esa era la única solución y lo sabía, jamás permitiría que su hermana sacrificara su futuro de esa manera, que pagara las consecuencias de sus actos. Ella había cometido el error, ella se casaría para solucionarlo, pero pobre de Andrew Blane si esperaba una esposa corriente.

Amber parecía dispuesta a replicar pero una mirada de Adrianne bastó para que callara. No había nada que hacer y ambas lo sabían. En el fondo, Amber siempre supo que a pesar de decir buscar a alguien cualquiera, Andrew Blane prefería a su hermana. Algo en sus ojos lo delató cuando esta aceptó la propuesta aunque posiblemente ni él mismo se dio cuenta.

—Amber, déjame un momento a solas con el Señor Blane, necesitamos… ultimar detalles —pidió Adrianne con voz forzada y su hermana accedió después de dudar unos segundos.

—No ttardes, no podemos quedarnos aquí mucho tiempo —advirtió dirigiéndose a la puerta, no sin antes dedicarle al Señor Blane una mirada nada propia de ella, que bien podía decir que si dañaba a su hermana, su carácter afable no sería barrera para evitar hacerlo pagar.

Una vez que Amber salió, Adrianne empezó a pasearse por todo el estudio con el fin de disimular sus nervios. Negó el ofrecimiento del Señor Blane de tomar asiento, y solo cuando creyó poder hablar sin que la voz la traicionase, paró y dijo.

—Bien Señor Blane, se ha salido con la suya, así que ¿cuándo será la boda?

Obviando el repentino sentimiento de culpabilidad que lo atravesó ante el tono resignado de la mujer, Andrew se puso a sacar cuentas. Faltaban exactamente veintiocho días para su cumpleaños y necesitaban como mínimo, tres semanas para que corrieran las amonestaciones. Claro que bien podía solicitar una licencia especial, pero a pesar de tener dinero con que pagarla, dudaba que se la dieran solo por el hecho de carecer de un título. Podía pedirle un favor a su cuñado, el marqués de Lansdow, que sin duda el tema no le era desconocido, pero dado que no se llevaban bien y no le había dirigido la palabra ni a él ni a su hermana desde hace cuatro años, no era una opción. Lo único que podía hacer era esperar a que corrieran las amonestaciones y casarse inmediatamente después. Puede que incluso fuera mejor para la Srta. Bramson, pues dudaba que su fina reputación sobreviviera a pasar de ser casi dejada plantada en el altar a una boda apresurada con licencia especial.

—En tres semanas, inmediatamente después de hacer correr las amonestaciones. Hoy mismo me encargaré de todo.

Adrianne tragó saliva y asintió. En tres semanas su libertad se despediría y ahora tendría mucho que explicar a sus familiares.

—¿Algo más? —preguntó Andrew con suavidad y ella lo miró con rabia.

—Sí. Espero que no espere una esposa convencional, porque si es así le aviso que distaré mucho de serlo.

Él no se inmutó.

—Sería ridículo esperar a alguien convencional después de encontrármela enmascarada en un club de juego.

Adrianne tenía ganas de espetarle que se las pagaría pero decidió no hacer promesas que no sabía si cumpliría. Era rencorosa, vaya si lo era, pero su naturaleza no era del todo vengativa. Amargarse la vida por situaciones que escapaban de su control no era una de sus costumbres, no obstante, no podía evitar sentir rabia por ser sometida a semejante falsa.

—¿Por qué quiere casarse tan pronto? —preguntó incapaz de contener su curiosidad sobre el tema.

—Resulta que mi adorado padre quiso hacerme una última jugada antes de su muerte y dejó escrito en el testamento que si no me casaba antes de los treinta, todos los bienes pasarían a otras manos. Por alguna de esas extrañas manías de la vida, me enteré hace dos días del asunto y mi cumpleaños es exactamente en veintiocho días. Como ve, no tengo tiempo que perder.

Adrianne asimiló las palabras.

—Pero, ¿no se supone que todo el dinero lo consiguió usted en estos años?

Ella había escuchado que después de derrochar la fortuna familiar, el hombre se había reconstruido solo.

—Sí, pero mi padre resultó ser un astuto zorro y la cláusula que puso no me deja bien parado. Así pues, comprenderá mi desesperación.

—Eso no es motivo para obligar a una dama.

—Pero que manía la de utilizar palabras tan feas —dijo él levantándose y acercándose lentamente hacia donde ella se encontraba—. ¿Por qué mejor no decir que llegamos a un acuerdo?

Ella respiró hondo en un claro intento de no perder la paciencia y él sonrió.

—Vamos, Adrianne. ¿Podemos hablarnos de tú? —Ella blanqueó los ojos, su tono decía claramente que le importaba un carajo su respuesta—. Estoy seguro de que al final todo saldrá bien.

—¿Adivina el futuro, acaso?

—No, pero es un presentimiento —tomó un mechón castaño, entre sus dedos, que se había soltado del moño, evaluando su suavidad, y aunque debió haberlo apartado, no lo hizo—. ¿Por qué no dejamos atrás los rencores y cerramos nuestro trato?

Ella lo miró con suspicacia.

—¿Cerrar el trato? ¿De qué está hablan…? —antes de que pudiera terminar, ella se encontró con los labios de él sobre los suyos.

La sorpresa, sumado al hecho de que hacía más de cuatro años que no recibía un beso, fue lo que impidió que Adrianne reaccionara como se supone debía hacerlo, apartándolo. Podía haberlo hecho segundos después, pero para entonces ya se encontraba pegada a él y el beso era tan avezado que su parte masoquista no quiso renunciar a él.

Con la presteza de alguien conocedor de esas artes, Andrew Blane tomó posesión de su boca y movió sus labios sobre los de ella haciendo que cualquier atisbo de duda que ella tuviera, desapareciera.

Jamás en su vida la habían besado de esa forma. Ian le había robado unos cuantos besos, pero ninguno comparable con el estaba aconteciendo en ese momento. La lengua de él había irrumpido en su boca y la saboreaba como si desease guardarse su sabor más adelante. Jugueteó con ella hasta que la necesidad de responder fue más fuerte que el sentido común y Adrianne pronto se encontró devolviéndole e beso a ese ser que se supone debería despreciar. No sabía si por algún trastorno desconocido de su personalidad, o simplemente porque en el beso había un hechizo que le imposibilitaba escapar.

No supo cuánto tiempo estuvieron así, solo fue consciente cuando sus pulmones de repente se volvieron incapaces de procesar aire y jadeos ahogados salían con el fin de subsistir. A mala gana, él se despegó y la miró de cerca, mientras intentaban controlar sus respiraciones. Adrianne no sabía que había sido eso, y Andrew por su lado estaba anonadado por las sensaciones nunca antes sentidas. Era extraño, como si hubieran encontrado algo en el otro que sus anteriores parejas no tenían, algo especial.

Dieron un paso hacia atrás al unísono para ver si así sus mentes pensaban con claridad, pero la nube de deseo era tan espesa que no pudo ser disuelta con unos cuantos minutos de reposo. Solo un carraspeó proveniente de la puerta la alejó inmediatamente.

—Adrianne, tenemos que irnos.

Rogando no haberse ruborizado, Adrianne se apresuró a ir con su hermana, y no porque quisiera resguardar su reputación, sino porque necesitaba poner distancia de él y todo lo que pudiera representar. No tenía idea de que había pasado pero no se podía volver a repetir, no si quería mantenerse a salvo como lo llevaba haciendo esos cuatro años. Se iba a casar, sí, pero su corazón estaría resguardado bajo siete llaves si era necesario para no volver a sufrir.

Regresó a casa y lo primero que pensó es que la vida se le había complicado de una manera excepcional. Quiso volver a su habitual optimismo y pensar que todo saldría bien y nada cambiaría de forma drástica. Otra parte de sí misma le gritaba, sin que pudiera ignorarla, que acababa de sellar su destino. Si era para bien o para mal, eso estaba por verse.

Andrew removió el contenido de su copa intacta y decidió que era hora de dejar de pensar en el asunto del beso y hacer todo lo que tenía pendiente.

Desde que Adrianne Bramson se fue, su mente se había quedado en la escena, y no precisamente por los efectos colaterales del beso, que habían tardado un poco en decaer, sino por lo extraño que había sido. Era un beso, un simple beso como tantos cuya ciencia no se debería cuestionar en demasía. Cierto que podían variar las reacciones de acuerdo a la forma de llevarlo de la otra persona, pero la experiencia de Adrianne Bramson en la materia se podía ver que era mínima, por lo que no solo podía descartar la posible búsqueda de un romance amoroso en aquella mascarada, sino que le causaba confusión el placer sentido en él, y no hablaba precisamente de placer físico, sino más bien de ese que se siente cuando uno disfruta de algo que le gusta, de una actividad que produce alegría simplemente por ser esa actividad.

Era extraño y complejo de explicar, él solamente había querido molestarla un poco y había terminado razonando el asunto como por diez minutos; pero siendo como era enemigo de perder el tiempo en cosas sin sentido, decidió olvidarlo y hacer todo lo que tenía pendiente. Tendría su boda y mantendría lo que por derecho le correspondía, lo demás simplemente carecía de importancia.

Una temporada de escándalo

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