Читать книгу Una temporada de escándalo - Catherine Brook - Страница 5

Capítulo 2

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Tenía razón.

Amber Bramson siempre tenía razón y Adrianne debería aprender a escucharla con más frecuencia.

Cuando su hermana le decía que no era buena idea que ella fuera a esas mascaradas porque tarde o temprano la descubrirían, Adrianne se mofaba diciendo que si había salido invicta de cuatro mascaradas, bien podía ir a otra sin que sucediera nada. Ahora, sabía que nunca más en su vida debía desdeñar los consejos de la parte sensata de la familia pues las consecuencias eran garrafales. Andrew Blane la acababa de descubrir y solo Dios sabía que haría con la información.

Lo correcto sería pensar en una excusa creíble. Pero vamos, ¿qué excusa se podía dar para justificar su presencia en un club dónde la gente iba a jugar y a hacer todos los actos indecorosos que la sociedad les tenía vetados? Sin duda no podía decir que había errado la dirección de Almack’s (para la que además no tenía pase) y había terminado en el «Pleasure club» con una máscara que le dieron en la entrada. ¿O sí?

Podía intentarlo, o también podía salir corriendo para evitar así que el hombre confirmara su identidad. Es decir, la había visto, pero no el tiempo suficiente para que no se pudiera convencer en un futuro de que fueron alucinaciones suyas…

Con las manos aún en su cara, Adrianne abrió los dedos para recuperar la vista y se puso en posición para correr cuando recordó que él todavía tenía sujeto su brazo y sin intención de soltarlo, si se tomaba en cuenta la firmeza con que los sostenía. Entonces, supo que no tenía escapatoria. Bonito lío en el que se había metido.

—¿Srta. Bramson? —La voz de él seguía teniendo aquel tono de incredulidad y Adrianne se dijo que no tenía escapatoria, pero tampoco pensaba quitarse las manos de la cara hasta no tener su máscara puesta, no quería arriesgarse a que más caras curiosas la reconociera.

Localizando su antifaz en la mano del hombre, ella se lo arrebató y él no opuso resistencia. Cuando lo tuvo de nuevo colocado hizo un infructuoso intento de zafarse pero era imposible. Al final se rindió y enfrentó su destino o ¿podría fingir aún fingir ignorancia?

—Me temo Señor, que usted está confundido —probó con un tono de voz distorsionado. Por favor, prometía hacerle caso a Amber la próxima vez, no por nada era la hermana mayor.

No obstante, sus ruegos fueron en vano porque el hombre sonrió.

—Creo que no, querida, no estoy confundido. Y creo que harías bien en admitirlo, se ahorraría tiempo.

Imbécil. Andrew Blane era un imbécil, por eso debía ser que su hermana nunca le dirigía la palabra en los eventos sociales.

Cuadrando los hombros, Adrianne decidió tomar las riendas.

—Está bien, soy yo ¿Eso le supone algún problema?

—No, pero a usted podría suponerle varios ¿Qué hace una joven soltera en un lugar como estos? ¿Tiene la mínima idea de a lo que se expone? ¿Es que se ha vuelto loca?

Lo que le faltaba, que un desconocido cuestionara su cordura. Aceptaba que lo que había hecho no se podía catalogar como el más cuerdo de los actos, pero ella tenía sus motivos y él no tenía por qué meterse. Con su tono más seguro dijo.

—Eso no le interesa. Suélteme y déjeme marchar. Demás está pedir discreción sobre el asunto.

El señor Blane sonrió como si su petición le causara gracia y ella sintió sus mejillas teñirse de rojo debido a la rabia. «Estúpido, estúpido Andrew Blane» pensó intentando calmarse. Estaba buscando las palabras para volver a hablar cuando una voz cerca de ellos dijo.

—Así que aún estás aquí, pequeña zorra, ahora sí me las pagarás.

Adrianne se tensó al reconocer la voz del hombre que acababa de golpear y forcejó para soltarse del agarre mientras maldecía interiormente. Ese definitivamente no era su día.

Andrew no la soltó, pero sí parecía darse cuenta de que algo no iba bien porque rápidamente empezó arrastrarla hacia adelante. A ella no le quedó de otra que seguirlo, y cuando vio que la iba a montar en su carruaje tardó un segundo en decidir cuál era la peor opción, si quedarse e intentar buscar un coche de alquiler mientras un loco lo perseguía, o montarse en el coche de un hombre que distaba mucho de ser un caballero. Ninguna de las dos opciones la convenció pero al final se decidió por la segunda. Total, las cosas no podrían ponerse peor.

Él la ayudó a subir a su carruaje y ella se acomodó en la esquina más alejada de este. Si salía de esa, prometía ser buena chica.

Andrew la siguió y por un momento se la quedó mirando como si quisiera comprobar que de verdad tenía ante sí a la que para la sociedad era la solterona pero respetable Srta. Bramson. Cuando se convenció, cerró la puerta y habló.

—¿Cuál es su dirección?

¿Su dirección? ¿Significaba eso que pensaba llevarla a casa? Gracias Dios. Puede que después de todo no fuera un canalla despreciable, pero prefería no afirmar nada aún.

Ella le murmuró la dirección de su casa y él se la dijo al cochero por la ventanilla del techo. Pronto, este se puso en marcha.

Andrew observó a la mujer frente a sí y no por primera vez en esos diez minutos transcurridos se preguntó si no estaría alucinando.

Si alguien le hubiera dicho que iba a encontrar a una Señorita soltera en una casa de juego de mala muerte, se habría echado a reír, y es que a pesar de saber lo depravadas que eran las mentes en la alta sociedad y lo no respetables que eran algunas damas, jamás se había dado un caso de que una mujer soltera visitara esos lados. Tenía que tener graves problemas mentales o un espíritu demasiado rebelde para no poder ceñirse a las normas más estrictas de la sociedad londinense.

Los motivos por los que estaba ella ahí no deberían ser de su interés, pero vamos que causaba curiosidad saberlos. No había tratado en demasía con las gemelas Bramson y solo las había visto en un par de ocasiones, pero a pesar de las horribles críticas corridas por las malas lenguas después de la ruptura del compromiso de Adrianne, nunca se había catalogado a las gemelas como parias de la sociedad que rompían las reglas y hacían lo que le viniera en gana.

El hecho era que Andrew no conseguía maquinar su razón para estar allí. Si hubiera querido salir del tedio e inmiscuirse en una aventura amorosa que por su condición de soltera no podía tener, definitivamente no hubiera huido como lo hacía de Lord Carmichel que para muchas era un buen protector. Quizás solo quería aventura y se asustó cuando el asunto empezó a tomar un matiz más serio, después de todo, una mente inocente, como se suponía era la de ella, no debería estar acostumbrada a semejante muestra de inmoralidad como la que se daba en esos lugares. Debía haber algo en ese asunto y que lo asparan si no lo descubría.

—Y bien… Srta. Bramson. ¿Sería tan amable de explicar los motivos por los que se encontraba usted en una casa de juego a media noche?

Adrianne se dijo que hubiera sido mucho esperar que la llevara a casa sin decir nada. Eso sería pedir un favor a la suerte que la había claramente abandonado esa noche.

—Y usted, Señor Blane, ¿sería tan amable de dejar de inmiscuirse en mis asuntos? Le agradezco que me lleve a casa, aunque no se lo haya pedido, pero eso no le da ningún derecho a cuestionarme o interrogarme sobre algo que solo me incumbe a mí —replicó ella cortante y Andrew sonrió ante la bravuconería de su tono.

—Claro… a mi entender entonces no tengo derecho a saber porque una joven dama estaba sola de noche en un club de perdición. Una dama a la que por cierto, he tenido que salvar de un depravado que parecía querer cobrarse una ofensa.

—No me hubiese tenido que salvar si no me hubiese retenido en un primer momento.

—Y yo no la hubiese retenido si usted no me hubiese arroyado por venir huyendo de… ¡Ah, sí! Lord Carmichel, ¿me equivoco?

Adrianne suspiró. No, ese no era su día, pero tenía que tratar el asunto como una mujer sensata. No podía dejar que todo se fuera a la borda por un error.

—Señor Blane —dijo con la voz más calmada que pudo—, la verdad es que este asunto se ha salido de mis manos y no se volverá a repetir, por ello, le pido encarecidamente que lo olvidemos y no se mencione más. He cometido una tontería y mi familia no tiene por qué pagar las consecuencias si esto se llega a saber. Por favor.

Andrew la miró con una mezcla de admiración y diversión. Admiraba su tranquilidad ante la situación y su hábil forma de desviar la pregunta principal hecha por él, pero a la vez le divertía la forma en que intentaba no perder el control. Por lo visto, Adrianne Bramson no era de esas damas dotadas con una infinita paciencia y dispuesta a someterse ante alguien. Era diferente y eso le agradaba. Las damas pasivas habían dejado de llamarle la atención hace mucho rato.

Una idea cruzó en ese momento su mente y fue tomando forma al pasar de los segundos. Podía ser, pensó él, podía ser, pero debía analizar el asunto con detenimiento.

—¿Qué cree que diría su padre si se enterase de eso, Srta. Bramson?

El cuerpo de ella se tensó sin poder evitarlo y sus ojos destellaron alarma.

—¿No se lo irá usted a decir? ¿Cómo podría ser tan canalla? No, mi padre jamás le creería —afirmó ella pensativa—, es una locura.

—Vaya que lo es. ¿Pero está segura que no lo haría? ¿Tiene fe absoluta en ello?

Adrianne se quedó pensativa un momento y se dijo que su padre jamás creería semejante absurdo aunque fuera verdad. No obstante, podría retar al Señor Blane a duelo por blasfemar de esa manera el nombre de su hija y podría salir herido en el proceso, cosa que ella no deseaba. Oh ¿Cómo se supone que saldría de esa?

«Tranquila, Adrianne, tranquila» se dijo. Sin duda ella podría convencer a su padre de que no cometiera una estupidez, pero ¿si el hombre divulgaba el rumor? Habría quien lo creería solo por el placer de tener a quién desprestigiar y entonces su reputación y la de su familia se hundiría. Oh, Dios mío.

—No estamos siendo razonables, Señor Blane. Usted no ganaría nada desprestigiándome ante mi familia o ante la sociedad ¿Lo haría solo por el perverso placer de verme sufrir? Si es así, desconozco qué tipo de caballero es usted. Por favor, olvidemos el asunto y listo.

Andrew no dijo nada, pues en ese momento el carruaje se detuvo en frente de la casa de los Bramson. Un lacayo abrió la puerta y a Adrianne no le quedó otra que salir, no sin que antes pudiera escuchar al hombre murmurar.

—Mañana hablaremos, Srta. Bramson. Creo que podemos llegar a un acuerdo.

Ella solo esperaba no estar a punto de entrar a un problema mayor.

—¡Te lo dije! ¡Te lo dije, te dije, te lo dije! ¡¿Por qué nunca me haces caso?! Te dije que esas salidas tuyas traerían problemas.

Adrianne le hizo un gesto a Amber para que bajara la voz si no quería despertar a toda la casa.

Lo primero que había hecho al llegar era ir a buscar a su hermana para confesarle lo ocurrido, aunque debió esperar que antes de consejo anhelado, venía la reprimenda.

Su hermana detuvo su paseo en camisón por la habitación y la miró a los ojos.

—Dios mío, ¿qué se supone que haremos ahora? ¿Crees que hablará? ¿Qué crees que te pedirá a cambio de silencio? ¿Dinero?

Adrianne negó con la cabeza.

—Según sé, al señor Blane no le hace falta dinero en estos momentos.

—¿Entonces? —se colocó las manos en la boca cuando una idea le vino a la mente—. ¿Y si te hace una propuesta indecente? No me extrañaría después de encontrarte en ese lugar, y tú te lo tendrías merecido por ser tan tonta.

—¡Amber! —¿Qué clase de apoyo era ese?

—Por supuesto, jamás dejaríamos que te deshonre de esa forma, pero en este preciso instante no se me ocurra nada que pueda salvarte de la situación sin que se haga de conocimiento público, al menos, no hasta que él diga mañana qué es lo que quiere.

Adrianne suspiró y se recostó en la cama.

—¿Crees que pueda salir de este embrollo? Prometo portarme bien si lo consigo.

Su gemela blanqueó los ojos.

—Entonces, es mejor que vayas comenzando tus oraciones, y ofreciendo tus penitencias, porque tengo el presentimiento que de esta no te libras Adrianne Bramson, al menos no con facilidad.

Adrianne cerró los ojos y empezó a rezar.


** ** **


Todo saldría bien.

La mañana siguiente Adrianne había tenido tiempo de tranquilizarse y hacer regresar su lado optimista. Todo saldría bien, todo tenía que salir bien. Dios no podía ensañarse tanto con ella, pensó mientras se arreglaba para esperar la visita del Señor Blane, que esperaba, fuera cuando su madre no estuviera en casa.

A pesar de haber perdido hace años la esperanza de casar a sus hijas, una madre en realidad nunca se daba del todo por vencida, y si veía que el Señor Blane mostraba un mínimo de interés en ella yéndola a visitar, podría ilusionarse con algo que no sucedería. Por ello, rogaba que el hombre llegara cuando ella fuera a tomar el té con sus amigas.

Por estar sola con él no se preocupaba. Ya lo había estado la noche anterior, y su hermana podría servirle de carabina para disimular, después ella se iría mientras Adrianne escuchaba lo que el hombre tuviera que proponerle.

Su madre acababa de salir cuando el mayordomo le informó de la visita y Adrianne respiró hondo varias veces antes de bajar. Llamó primero al cuarto de Amber para que la acompañara y ambos bajaron a recibir a la indeseada visita.

El Señor Blane las saludó con una inclinación de cabeza y las miró unos segundos a ambas como intentando asegurarse de cuál era cual. Al final, pasaron a una salita y dejaron la puerta abierta para conservar el decoro. Una criada les sirvió té y después de que se hubo ido, Andrew miró significativamente a Amber. No había que ser un genio para saber que le pedía que los dejara solos y Adrianne se preparó para enfrentarlo.

Su hermana salió reacia del lugar, pero dejó claro con su mirada que estaría pendiente ante cualquier llamado.

Cuando salió, el Señor Blane cerró la puerta y Adrianne instintivamente se sobresaltó.

—No creo que eso sea correcto, Señor. La servidumbre podría pensar mal.

Una semi sonrisa se formó en su boca. Ahora que lo veía a la luz del día, Adrianne tenía que admitir que era un hombre apuesto. Su cabello rubio y sus ojos azules no eran muy diferentes al del resto de los ingleses, pero algo en sus facciones le daba un aspecto angelical, no obstante, sus ojos tenía un brillo malvado. Sin duda paradoja bastante interesante.

—No será por mucho tiempo, Srta. Bramson. Lo que vengo a decirle se lo diré sin rodeos porque no deseo perder el tiempo. Mi propuesta es sencilla solo decidirá si aceptarla o no. Yo no digo nada de lo que sucedió anoche si usted acepta casarse conmigo.

Una temporada de escándalo

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