Читать книгу Una temporada de escándalo - Catherine Brook - Страница 6

Capítulo 3

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Andrew esperó encontrarse con una expresión de sorpresa e incredulidad, pero no con que la cara de Adrianne Bramson fuera el retrato vivo del horror. Sin duda una reacción de tal magnitud pudo haber acabado con la autoestima y el ego de cualquier hombre, y lo hubiera hecho si algo no lo hubiese intuido a creer que su molestia se debía más a la palabra matrimonio que a quién hacía la propuesta en sí.

Esperó unos dos minutos a que ella dijera algo, pero al ver que seguía en la misma posición, decidió intervenir.

—Srta. Bramson, ¿se encuentra usted bien?

¿Bien? Adrianne estaba todo menos bien.

No podía creer lo que había escuchado, eso no debía ser cierto, solo debía ser una alucinación auditiva provocada por el nerviosismo y que reflejaba sus miedos interiores ¿Qué motivos tendría Andrew Blane para querer casarse con ella? No la conocía, no tenían nada que ver y no tenía un título que requiriera la búsqueda de descendencia. Entonces ¿Qué había sido todo eso? Una mala broma, de seguro.

—Se ha vuelto usted loco —manifestó recomponiéndose—, le advierto que es una broma de muy mal gusto…

—No es una broma —interrumpió el hombre y empezó a pasear con parsimonia por el pequeño salón, como si el tema que trataban fuera algo tan común como hablar del clima—. Por motivos, que se salen de mis manos necesito casarme en menos de un mes y no tengo tiempo de iniciar un cortejo formal. Necesito una esposa y la necesitó ya. Digamos que usted me ha caído del cielo.

«Contrólate Adrianne, el asesinato se paga con la horca» se repitió para no ceder a impulsos mayores ¿Cómo se atrevía ese hombre a venir a chantajearla de esa manera? ¿Qué clase de persona era esa? Le importaba un reverendo comino que necesitase una esposa, ella no estaba buscando marido.

—Temo Señor Blane, que por motivos que no le interesan, yo no estoy dispuesta a casarme ni con usted, ni con nadie.

Andrew suspiró lamentaba que ella se pusiera difícil.

—Entonces Srta Bramson, ¿prefiere ver su reputación arruinada de la peor manera?

Adrianne ahogó un jadeo.

—¿Pero qué clase de hombre despreciable es usted?

Uno desesperado, pensó Andrew y reanudó su paseo por el salón.

Actuar como el villano de la historia no era su papel favorito, pero situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas y esa certeza fue lo que lo llevó a tomar su decisión.

No pensaba perder todo lo que le había costado levantar solo por un capricho de su difunto padre. No tenía tiempo de buscar una esposa que se quisiera casar con él en un período tan corto ni tampoco ganas de iniciar un cortejo a una joven sosa y sin carácter que le haría de la vida una penuria por siempre. Tenía que actuar rápido y Adrianne Bramson había sido puesta por el destino en su camino. Literalmente.

No es que fuera fiel creyente de que las cosas sucedían por algo ni nada por el estilo, pero tampoco podía catalogar como una simple casualidad lo sucedido la noche anterior. Era como si mientras se preguntaba qué haría, ella le hubiese sido puesta en frente y una voz dijera «Ahí tienes tu solución» No podía decir que el chantaje era la mejor forma de conseguir lo que uno quería, pero en ese caso era la única y la que estaba dispuesto a usar. ¿Qué importaba lo que ella pudiera pensar de él? ¿No era eso acaso lo que su misma hermana creía? ¿No era eso acaso lo que de verdad era? ¿Qué importaba entonces que el mundo lo supiera?

No obstante, una parte de él quiso echarse para atrás cuando vio la cara de decepción mezclada con enojo de ella. Por algún motivo desconocido, no deseó que lo viera de esa forma, pero lamentablemente era la única que conocería, pues no estaba dispuesto a echarse para atrás.

—Piénselo Srta. Bramson —dijo caminando en silencio hacia la puerta—, estoy seguro de que tomará la decisión correcta y puede que su hermana quiera ayudarla. ¿No es cierto Srta. Amber? —preguntó y abrió la puerta de golpe consiguiendo que una sonrojada Amber trastabillara por haber sido privada de su soporte—. Espero que para mañana tenga una respuesta —y eso fue lo único que dijo antes de salir.

Adrianne se dejó caer en un canapé atónita y Amber se apresuró a ir en su auxilio.

—¿En qué lío me he metido, Amber? —murmuró con voz ausente—. Yo no me quiero casar, tú sabes que no me quiero casar. ¿Cómo se supone que saldré de esta?

Amber Bramson siempre se había caracterizado por una persona que mantenía el control ante cualquier circunstancia, y esta vez no fue la excepción. Paseando con tranquilidad, colocó su mano en la barbilla a la vez que su cerebro intentaba buscar una solución. Amber no solo era su hermana, era su gemela, como su otra mitad. Sabía exactamente lo que le preocupaba y conocía mejor que ella misma sus temores. Si alguien podría comprenderla y ayudarla, esa era Amber.

—Podemos intentar razonar con él —sugirió—, se ve que está desesperado por una esposa, pero podemos convencerlo de buscarla en otro lado. Como si no hubiera padres desesperados dispuestos a casar a su hija por algunos escándalos. El Señor Blane bien puede conseguir casarse con una de ellas. También están las solteronas sin dote.

Adrianne dudaba que el hombre recapacitara. Algo en sus ojos le había dicho que estaba decidido, como si de verdad ella se hubiera materializado como la solución a sus problemas. No obstante, lo que decía Amber tenía algo de lógica y podría funcionar. Tenía que intentarlo, tenía que intentarlo todo antes de elegir entre su reputación y un matrimonio que no deseaba.

Desde lo sucedido hace cuatro años Adrianne había tomado la firme decisión de no casarse, pues no solo no estaría atada a alguien que la limitaría en muchos aspectos (incluido su trabajo secreto) sino que además no correría el riesgo de ser envuelta en una relación que podía dejarla más destrozada que la anterior. La palabra matrimonio no estaría involucrada en su futuro y Andrew Blane no haría cambiar las cosas.

—Tienes razón —dijo levantándose—, ahora mismo iré a hablar con él.

—Un momento —detuvo Amber—, no puedes ir ahora, y mucho menos sola. No sabes si está en su casa. De aquí pudo haberse ido a otro lugar. Además, no debes arriesgarte de esa forma o tu reputación igual perecerá. Es mejor que le mandes una carta.

—¿Una carta? ¿Crees que podré convencerlo por cartas? Pediré a una doncella que me acompañe y asunto resuelto.

—Sabes que si no hay alguien respetable de por medio la gente lo verá mal —insistió—. Hazme caso, envíale una carta.

Adrianne suspiró, pero dadas las consecuencias de no prestar atención a los consejos de Amber la última vez, decidió hacerle caso y se dispuso a escribir una carta.

«Querido Señor Blane…

Se detuvo y frunció el ceño. ¿Querido? ¿En serio? Eran solo formalidades, pero aun así no se sentía cómoda llamando querido a alguien tan despreciable que quería chantajearla. Además, ese era un asunto serio, debía ser tratado como tal.


«Señor Blane

Pido por este medio que por favor recapacite sobre su… propuesta de hace poco. Temo que la desesperación no le ha llevado a pensar bien las cosas y esté tomando una decisión nada favorecedora. Yo no deseo casarme y por ende no sería la esposa esperada, sin embargo, estoy segura que ciertas damas involucradas en apuros estarías encantadas de convertirse en Señoras sin mucho tiempo que perder. Tengo la certeza de que sabe a qué me refiero y considerará el asunto que pronto le hará bien.

A.B»


Selló la carta y la envió con su doncella de confianza ordenándole esperar respuesta. Esperaba fervientemente que el hombre estuviera ya en casa y respondiera inmediatamente para poder liberarse de esa incertidumbre.

Tardó al menos dos horas en recibir respuesta, y cuando al fin la tuvo en sus manos, rompió el sello con el ímpetu de un niño rasgando en envoltorio de algún regalo.

Cerró los ojos por un segundo y respiró hondo antes de leer.


«Srta. Bramson.

Creo que sus palabras exactas son “búsquese a una solterona desesperada, sin dote, poco agraciada o con reputación escandalosa que cumpla sus expectativas y déjeme en paz” ¿me equivoco?

Si es así, le repito que mi decisión ha sido tomada y espero por la suya, que presiento será positiva al menos que desee ver comprometida su honra»


Adrianne se quedó con la boca abierta y al segundo siguiente de terminar estaba soltando una serie de improperios dignos de un marinero y maldiciéndolo en todas las formas posibles.

—Imbécil. Desgraciado…

—¿Ha dicho que no, cierto? —Amber asomó la cabeza por la puerta de su cuarto y al ver que Adrianne había parado de despotricar entró—. Bien, creo que estamos en un problema. Deberíamos hablar con papá.

—¡No! —negó inmediatamente—. ¿Cómo se te ocurre? ¿Qué le voy a decir? ¿Qué andaba en un club nocturno buscando chismes para una columna que escribo, y que alguien me encontró y ahora me chantajea con contarlo si no me caso con él? Si no me manda a Bedlam por loca, me encierra en un convento para pagar los pecados. Eso en el mejor de los casos, puede que considere el matrimonio bastante favorable. Adiós a una hija soltera y a la ruina. Dos pájaros de un solo tiro.

Amber suspira.

—Lo sé, pero no se me ocurre más nada. Si él no razona, no podemos hacer nada ¿Crees que se atreva a contarlo todo?

—No lo sé.

La impresión que tenía en ese momento de Andrew Blane no lo dejaba en buen lugar, por lo que a ella respectaba, el hombre era capaz de eso y mucho más. ¿No fue acaso capaz de chantajearla? Sin embargo, algo dentro de sí, llaméenlo intuición o sexto sentido, le gritaba que él no era capaz de semejante bajeza, que solo estaba desesperado y que no era tan malo como hacía parecer. Solo que ella no podía darse el lujo de creer eso ¿Qué sucedería si él de verdad hablaba? No solo saldría perjudicada ella, sino su familia entera. Un escándalo de tal magnitud solo conseguiría volverlos parias sociales y serían excluidos por toda la gente llamada respetable. Ella no podía hacerle eso a su familia, no podía hacerle eso a Amber, que a pesar de ser llamada solterona, podía tener probabilidad de casarse en opinión de Adrianne. No, ella se había metido en ese asunto, y ella lo resolvería, de una forma u otra.


** ** ** **


—Señor Blane, la Srta Bramson quiere verlo.

Andrew alzó la cabeza de los papeles que estaba revisando y le indicó al mayordomo que la hiciera pasar. No creía que obtendría una respuesta tan rápida, y menos aún después del inútil intento de disuadirlo el día anterior.

Andrew no sabía si sentirse divertido o indignado por la sugerencia de la Srta Bramson, que en parte, no estaba fuera de lugar. No obstante, él no pensaba casarse con una caída en desgracia porque el testamento de su padre especificó exactamente lo contrario, además que veía todo ese asunto como una señal divina que no estaba dispuesto a desaprovechar y estaba seguro que la Srta. Bramson pronto comprendería que de verdad era un matrimonio favorable. No se podía decir que a sus veinticuatro años tuviera muchas posibilidades de casarse y menos aún después de lo acontecido hace cuatro años. Tampoco creía posible eso de que ella no buscara marido, hasta ahora, no había conocido a ninguna dama que no lo hiciera, al menos claro, que fuera como su hermana y guardara estúpidos intereses románticos. Que Dios se apiadara de él si era así.

Sin ninguna compañía que resguardara su reputación, la Srta. Bramson entró con paso tranquilo al lugar, por lo que Andrew no tardó ni dos segundos en comprender que esa no era la Srta. Bramson que él esperaba.

—Srta. Amber, que sorpresa verla por aquí ¿Puedo saber a qué se debe su presencia en mi casa? —preguntó sin rodeos.

Ella pareció sorprendida de ser reconocida tan rápido. Al ser gemelas no debía ser común que las personas las identificaran con facilidad, pero para alguien observador como Andrew era más que obvio, y no solo por el diminuto lunar que no era notable de lejos, sino porque Adrianne Bramson caminaba con seguridad y porte altivo, como si retara a alguien a criticarla o decir algo en su contra. En cambio, Amber Bramson se movía de forma más relajada, paciente, como si en cada paso que diese pensase en la mejor forma de resolver determinado asunto o midiera sus próximas acciones.

—He venido a razonar con usted —informó—. ¿Puedo sentarme?

Andrew hizo un gesto de asentimiento sabiendo que la pregunta era mera cortesía, un caballero jamás diría que no, así como tampoco recibiría a una dama sola en su casa. Una prueba más de a donde habían ido a parar sus principios.

—Verá —continuó Amber Bramson antes de que él pudiera despacharla con una negativa—, comprendo su apuro y necesidad aunque desconozca los motivos, sin embargo, creo que se apresura. Mi hermana cometió un error yendo a ese lugar y vaya que ha aprendido la lección, por lo que si usted es un caballero, no debería recurrir a semejantes tácticas…

—¿Mencioné alguna vez que fuera un caballero Srta. Bramson? —interrumpió.

Amber se removió incómoda.

—Pues yo supuse…

—No lo haga porque se llevará una decepción. Sinceramente pierde su tiempo y arriesga en demasía su reputación por nada. Mi decisión está tomada, solo queda la respuesta de su hermana.

—¡Ella no se quiere casar! —exclamó Amber cuyo tono empezaba a sonar desesperado—. ¿Cómo puede obligar a una dama a hacer algo que no desea? ¿Qué clase de ser despreciable hace eso?

—Yo —respondió sin remordimiento—, ahora…

—¡No! Piénselo —suplicó—, Adrianne… ella no quiere volver a pasar por lo mismo —confesó y tarde se dio cuenta de que había hablado de más.

—¿Lo mismo? ¿A qué se refiere? ¿A abandonarla tres días antes de la boda? Por Dios, Srta Bramson, ¿Cree que me tomaría tantas molestias por buscar a una esposa si planeara abandonarla en el altar?

Amber suspiró. Eso no estaba saliendo como planeó. Ella había ido ahí a intentar hacerlo entrar en razón, pero Adrianne estaba en lo cierto, el hombre estaba decidido. Desconocía los motivos por los que deseaba casarse tan rápido, pero ella no podía permitir que Adrianne sufriera. Era su hermana, su gemela, su dolor en cierta parte era el suyo. Ella sabía los motivos de Adrianne para no volver a comprometerse, en parte era miedo al abandono, pero sobre todo era miedo a perder nuevamente el corazón. Ella había intentado hacerle ver que eso no siempre sucedería pero un corazón dolido no entiende razones. Además, Adrianne era feliz escribiendo su columna y un matrimonio con un desconocido limitaría mucho su búsqueda de información, la ataría, como solía decir ella.

Desesperada, intentó nuevamente convencer al hombre, pero este parecía ser hijo de la terquedad. Amber siempre se había caracterizado por su persuasión y paciencia, pero ese hombre empezaba a crispar sus nervios y sus negativas ante todas sus propuestas empezaban a exasperarle. Al final, dijo lo último que se le ocurrió.

—¡Está bien! —habló más alto de lo previsto—. ¿Quiere una esposa? Yo me casaré con usted, pero a Adrianne déjela en paz.

Andrew se quedó atónito y las palabras se había esfumado antes de salir. No había terminado de recuperarse cuando la puerta del estudio se abrió y una voz se hizo escuchar entre el tenso silencio.

—Eso no será necesario, Amber —habló Adrianne entrando al estudio sin parecer en lo más mínimo sorprendida de ver a su hermana ahí, cosa que no podía decirse del mayordomo, que no sabía cómo la Srta. Adrianne se atrevió a pasar sin su autorización—. Señor Blane, acepto su propuesta, me casaré con usted.

Una temporada de escándalo

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