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ОглавлениеCapítulo 4
ALIMENTACIÓN Y PERSONALIDAD
No des sermones a los demás sobre lo que deben comer; come lo que te sienta bien y quédate en silencio.
EPICTETO
Por lo general, la gente suele asumir que la aspiración a la iluminación consiste en abandonar las ambiciones mundanas e irse a vivir a las montañas como un ermitaño, para despejar la mente con los sonidos de la cascada y del viento entre los pinos. Pero eso no puede llamarse una verdadera aspiración a la iluminación. Una escritura dice: “Aquellos que viven recluidos en las montañas y bosques y piensan que son mejores que los demás por ello, no pueden alcanzar la felicidad, y mucho menos el despertar completo”.
MUSO KOKUSHI
El cuerpo es como una raíz de loto, la mente es como la flor de loto…Las personas de hoy que quieren evitar la muerte para siempre y abandonar el mundo ordinario son imbéciles que no comprenden el principio del Tao.
WANG ZHE
A lo largo de la historia, los seres humanos han reconocido que hay una conexión entre la comida y la espiritualidad. La mayoría de las religiones ofrecen una serie de reglas al respecto: el judaísmo y el islamismo prohíben el cerdo; los hinduistas no comen ternera; algunas sectas budistas y cristianas mantienen un vegetarianismo estricto. Es típico de las culturas tribales que haya alimentos que son tabú durante ciertas épocas del año, o para ciertas personas, así como otros alimentos que se consideran sagrados. En nuestra era secular, los códigos dietéticos religiosos han dado paso a sistemas racionales de ética alimentaria. En particular, muchas personas eligen alimentos vegetarianos o ecológicos por razones éticas: para evitar matar animales, destruir ecosistemas o usar una porción de recursos de la Tierra mayor de la que les corresponde.
La idea de que unos alimentos son más elevados y puros que otros se puede acomodar en varios paradigmas. Por ejemplo, podríamos clasificar los alimentos según el grado de consciencia que le atribuimos al ser que murió para convertirse en comida. Según esta visión, las frutas son el alimento más elevado y puro porque no conllevan ninguna matanza 6 y los alimentos vegetales son más elevados que los alimentos de origen animal porque los animales son (aparentemente) más conscientes que las plantas. También podríamos clasificar los alimentos según el lugar que ocupen en la cadena alimentaria: los alimentos que ocupan un lugar más bajo —es decir, los de origen vegetal— se considera que representan una vibración más elevada que los de origen animal, que ocupan un lugar más alto en la cadena alimentaria. Otra manera de clasificar los alimentos es de acuerdo con los efectos sociales y ecológicos de su producción: se estima que la industria de la carne es la que causa el mayor perjuicio, mientras que la recolección de plantas silvestres se dice que es lo que menos perturba el ecosistema. Muchas tradiciones espirituales sostienen que la carne es más densa, más congestiva o que tiene una frecuencia vibratoria más baja que las plantas; y que las verduras de hoja verde son más elevadas que los tubérculos; y que las frutas son las más elevadas de todos los alimentos. Esta jerarquía se corresponde de forma bastante ajustada a la eficiencia con la que dichos alimentos convierten la luz del sol en energía alimentaria. Según este paradigma, los alimentos más elevados y puros son las algas y los brotes. Evidentemente, la clasificación de los diversos tipos de alimentos es más o menos similar en todos estos paradigmas.
Por una cuestión de simplicidad, y porque una metáfora resulta útil, utilizaré la muy ridiculizada palabra “vibraciones” para resumir la cualidad bioquímica, ética y espiritual de un alimento. Que cada alimento tiene una vibración o densidad asociada es un concepto común en el yoga y en la literatura de la salud, especialmente entre grupos que defienden el vegetarianismo estricto o la dieta cruda. Por lo general, la vibración más baja, el alimento más denso, se considera que es la carne y, en particular, la carne roja. El pescado tiene una vibración más alta; los huevos y la leche aún más alta. Luego vienen los alimentos vegetales. De entre las verduras, los tubérculos son los que tienen una vibración más baja, y las verduras de hoja verde, la más alta. Cocinar la comida, se dice, reduce su nivel vibratorio. Las frutas son las que tienen la mayor vibración, superadas únicamente por las algas y los brotes. Por encima de todo ello se encuentra el agua mineral pura, y luego el aire y la luz del sol.
La jerarquía de las vibraciones — peligrosamente engañosa
Densidad de nutrición | Lugar que ocupa en la cadena alimentaria | ||
Alta Baja | Grasas, vísceras Carne Leche Cereales y legumbres Tubérculos Verduras Frutas | Arriba Abajo | Carne Vegetales |
Grado de consciencia de los seres sacrificados7 | Eficiencia en la conversión de la luz del sol en energía alimentaria | ||
Alta Baja | Carne, aves, pescado Tubérculos Hojas Cereales Frutas Algas Leche8 | Baja Alta | Ternera Cerdo, pollo Pescado Leche Vegetales Brotes Algas |
Entorno a esta clasificación existe una suposición: que las personas más “evolucionadas” pasan a alimentarse con alimentos de vibración cada vez más alta. Según este punto de vista, la dieta que escogemos refleja nuestro nivel de desarrollo moral y espiritual. De manera inversa, si usted quiere subir de nivel, si quiere volverse más limpio, más elevado, más puro y mejor, debe elevar su dieta al nivel correspondiente. Las personas que comen carne son moral y espiritualmente peores que las que comen verduras y pescado, que a su vez son peores que los ovo-lácteo-vegetarianos, que son peores que los veganos estrictos, que a su vez son peores que los frutarianos. Elevando el nivel vibratorio de los alimentos que se consumen, se eleva automáticamente el nivel vibratorio del ser. O eso se piensa.
Esta suposición gana credibilidad al observar a los monjes, yoguis y otras personas espirituales que llevan dietas muy extremas. En Asia muchos monjes budistas, toman una sola comida al día, que consiste en una modesta porción de arroz con verduras. Las leyendas de los inmortales taoístas, personas perfeccionadas, dicen que sobrevivían solo con el rocío de las montañas, y hay historias similares en India y en Occidente que hablan de ermitaños y ascetas que no comen nada en absoluto: yoguis que meditan en las montañas durante varios meses o años seguidos, y el bien documentado caso de la monja bávara Therese Neumann, descrita en Autobiografía de un yogui, de Paramahansa Yogananda. En Estados Unidos, los miembros de la secta de los respiracionistas aseguran que viven sin siquiera beber agua. Los practicantes de Chi Kung a veces cuentan que han entrado en el estado conocido como bigu (literalmente, “evitar los cereales”), en el que no tienen impulso de comer durante semanas, meses o incluso años y, sin embargo, mantienen niveles de energía normales y un peso corporal estable. 9 “Yo quiero ser como ellos”, piensa la gente. “Quiero ser puro. Quiero disfrutar de una salud y una vitalidad extremas”.
La lógica de la elevación espiritual por la elevación de la dieta tiene un defecto fatal. La falla se revela en el siguiente dicho: “No se puede cambiar una cosa sin cambiarlo todo”. Para que nuestra dieta sea sostenible y nos aporte salud, debe estar en armonía con nuestra manera de estar en el mundo.
Echemos otro vistazo a la idea de que los alimentos están compuestos de vibraciones. En breve emplearé la metáfora de la vibración para explicar las dinámicas de la relación entre la dieta y la personalidad; si las connotaciones New Age del término le echan para atrás, me gustaría que tuviera claro que eso no conlleva que yo defienda la idea de que “todos estamos hechos de vibraciones” como paradigma absoluto u ontológico. Tampoco es necesario hacerlo para que la metáfora resulte útil.
La jerarquía de las vibraciones, desde la carne hasta los vegetales, las frutas y la luz del sol, es peligrosamente simplista. Es simplista porque cada alimento no representa una sola vibración, sino un compuesto de muchas vibraciones de frecuencia variable, y es peligrosa porque uno se siente tentado a aplicar la misma jerarquía a los seres humanos, de modo que podría concluir que algunos de nosotros somos más elevados, más puros o sencillamente mejores que otros.
Para entender que cada alimento no representa una única vibración sino un compuesto de muchas vibraciones, piense en dos cabezas de brécol. Sus vibraciones representan la totalidad de su historia y producción, además de las características nutricionales innatas de la especie vegetal en sí. Imagine que la primera cabeza de brécol se produjo en una enorme explotación industrial que hace un uso intensivo de agua, combustibles fósiles, pesticidas y fertilizantes químicos. En dicha explotación se llevan a cabo prácticas que envenenan el agua y el suelo; sus productos son cosechados por inmigrantes explotados y se transportan en camiones a supermercados que están a miles de kilómetros de distancia. Un brécol con semejante historia tendrá unas vibraciones muy diferentes a las que tiene un brécol cultivado en un pequeño huerto ecológico. Una cabeza de brécol puede formar parte de la destrucción del planeta, mientras que la otra puede formar parte de su regeneración. Las dos cabezas de brécol tienen algunas vibraciones en común, pero otras son muy distintas.
Tal vez todas esas vibraciones estén codificadas en la bioquímica del brécol, o tal vez no. Las investigaciones científicas actuales cier tamente confirman que los agroquímicos y el suelo agotado afectan a la composición de una planta. Pero, ¿podría un análisis químico determinar si el jornalero que cosechó la verdura fue tratado de manera justa? Esta idea parece ridícula. Pero una premisa de este libro es que, ya sea a nivel bioquímico o por medio de algún otro mecanismo, toda la historia de un alimento está de alguna manera contenida en él.
Ahora, apliquemos la metáfora de la vibración a los seres humanos. Imaginar que la complejidad insondable de un ser vivo puede reducirse a una sola frecuencia vibratoria es irrisorio. Cada uno de nosotros está constituido por multitud de vibraciones, algunas altas y otras bajas. Piense en lo diferente que es su comportamiento cuando actúa movido por la rabia y cuando actúa movido por el amor. En situaciones diferentes sacamos versiones diferentes de nosotros mismos. ¿Acaso no nos hemos encontrado, en distintos momentos, en roles opuestos? Amigo leal y embustero; persona que comparte y persona que hace trampas; sabio y necio; persona que consuela y persona que daña. Las diferentes circunstancias resuenan de manera diferente con nuestro ser y sacan a la luz diferentes aspectos del mismo, diferentes acordes de nuestro espectro vibratorio. Y esas vibraciones no son notas aleatorias; están entretejidas en una sinfonía compleja en la que cada nota resuena y se armoniza con las demás para componer los grandes temas de nuestra vida.
Usted es una sinfonía de vibraciones que engloba cada uno de sus pensamientos, cada una de sus acciones, cada uno de los alimentos que toma, todo lo que usted es. Si cambia una sola cosa —un patrón de pensamiento, un hábito alimentario; en definitiva, una nota aislada— podría introducir una disonancia. La naturaleza aborrece la disonancia. La disonancia solo puede mantenerse con esfuerzo, porque la Naturaleza tiende a la armonía y a la integridad. Por lo general, aquello que se ha cambiado vuelve a su vibración original. Pero también puede suceder otra cosa: existe la posibilidad de que todas sus otras vibraciones se transformen para entrar en armonía con aquella que ha cambiado.
Por ejemplo, supongamos que tiene “mala postura” y decide dejar de encorvarse. Se da cuenta de que no sabe cómo estar de pie erguido. Puede tratar de cambiar solo los hombros, pero si está atento tendrá que ajustar también el tórax, la pelvis, el cuello… toda su postura. Puede dejar que los hombros vuelvan a la posición original, reestableciendo el viejo patrón corporal, o puede adoptar un nuevo patrón corporal en armonía con no estar encorvado. Y no solo cambiará todo su cuerpo, también lo hará su mente: se dará cuenta de que ciertos estados negativos mentales y emocionales sencillamente no son compatibles con “mantenerse erguido”. O bien su postura revierte a un patrón compatible con, digamos, una mentalidad derrotista, o bien su mentalidad cambia hacia un patrón compatible con una postura franca y abierta.
Así, uno puede descubrir que no existen “malas posturas”; que cualquier postura es parte de una forma de ser y estar integral, que refleja y respalda una identidad, una adaptación a las circunstancias psíquicas y experiencias físicas que surgen de ahí. No obstante, algunos de estos patrones de cuerpo-mente son mucho más dolorosos e infelices que otros. Los mismos principios se aplican a la dieta.
La alimentación también respalda nuestra manera de estar en el mundo y se armoniza con ella. El ajo, por ejemplo, está prohibido en las tradiciones budistas monásticas porque tiene la reputación de “inflamar las pasiones”: se dice que el ajo crudo estimula la rabia y que el ajo cocinado estimula el deseo sexual. Pero también podemos darle la vuelta a esto y decir que el ajo nutre un cuerpo sexualmente activo. La causalidad funciona en ambos sentidos. En el caso del ajo cocinado, comer ajo y ser sexualmente activo conforman un estado de ser integral, autorreforzado, mientras que abstenerse de comer ajo y de tener sexo constituye un estado de ser diferente, igualmente integrado. Abstenerse de una cosa y no de la otra podría causar discordancia.
De manera similar, una persona que no ha interiorizado plenamente la experiencia del mundo como un lugar acogedor, una persona que carece de un autocuidado interior, necesita alimentos que la reconforten para respaldar ese estado de ser. Una persona en ese estado podría adoptar una dieta crudivegana para demostrarse a sí misma que es pura y buena; de ser así, tal vez se esté negando los elementos nutritivos necesarios para existir en su estado. No estará alimentándose en sintonía con las necesidades de su cuerpo y de su alma. El resultado es una falta de armonía: enfermedades crónicas, falta de alegría y antojos que se hacen más intensos cuanto más se reprimen. Al final, morirá, o su dieta recuperará su armonía con el resto de su ser.
Ahora está claro por qué imitar la dieta de un santo no le va a convertir en un santo. La dieta de los monjes y santos normalmente no es una práctica, sino sencillamente el resultado de un cambio en sus apetitos. Therese Neumann no hizo un esfuerzo de autodisciplina monumental para resistir las punzadas de hambre; todo lo contrario: sencillamente, dejó de tener hambre. Si usó la fuerza de voluntad de alguna manera, debió de ser para recordarse a sí misma que no quería comer solo por hábito o por conveniencia social cuando en realidad no tenía hambre.
Lo mismo ocurre con los practicantes de bigu: ellos consideran la abstinencia de comida como un efecto secundario importante de su práctica. Para imitar de manera genuina a esas personas… ¡coma lo que quiera, cuando quiera!
Recuerde los orígenes psicológicos de la idea de la automejora: mensajes provenientes de los medios que dicen que somos feos, un paradigma médico que no confía en el cuerpo humano, doctrinas religiosas que dicen que nuestros pensamientos naturales son pecaminosos, refuerzo social y halagos de los padres hacia los niños cuando estos se comportan de una forma que en realidad no surge de ellos de manera auténtica, y vergüenza cuando sí lo hacen. La idea de que debemos limpiarnos, purificarnos y elevarnos espiritualmente implica que nuestro estado actual es sucio, impuro y bajo. Otra suposición implícita es que otras personas, que no han hecho cambios en su dieta, son sucias, impuras y bajas; insensibles, crueles, ignorantes o incultas. No solo en lo que respecta a la dieta, sino en todas las áreas de la vida, juzgarse a uno mismo siempre implica juzgar a los demás.
Este estado de ser (sentencioso, inseguro, necesitado de atención y cariño) no es compatible con una dieta alta o pura. La mayoría de las personas que se desarrollan de forma sana con dietas puras están de alguna manera separadas de este mundo, del mercado, del mundo terrenal. Para vivir plenamente en el mundo físico, tal vez necesitemos una dieta que sea más burda y más física. Las energías vibratorias que necesita un ermitaño que se pasa el día cantando el nombre de Dios pueden ser muy distintas de las que necesitamos aquellos que vivimos inmersos en el ajetreo del mundo terrenal. El menú de un monasterio o de un centro de retiros espirituales alimenta un estado de ser muy diferente al que alimenta el menú de una fonda para camioneros.
Si adopta usted una dieta monástica pero no un estilo de vida monástico, ansiará una alimentación más sustanciosa. Por otro lado, si se atiborra de hamburguesas mientras hace un retiro zen de un mes, su dieta le resultará una carga y pronto le parecerá repugnante. Si desea involucrarse profunda y plenamente en este mundo físico (y, en mi opinión, en él hay mucho trabajo útil y entretenido por hacer), entonces tal vez necesite procurarse una nutrición acorde con este mundo físico.
Del mismo modo, si está a punto de marcharse de este mundo tal vez le convenga comenzar a adoptar una dieta menos física, menos sustanciosa, para prepararse. El profesor tibetano Sogyal Rinpoche cuenta una historia referente a su tía abuela: un mes antes de su muerte, de repente dejó de preocuparse por la casa, se apartó de los ajetreos del mundo, dejó de comer carne y parecía estar en un estado de meditación constante, cantando canciones sagradas. Hasta entonces, su tía abuela había sido una mujer práctica y terrenal que disfrutaba comiendo carne.
Algunas personas no esperan hasta el final de sus vidas para comenzar a separarse del mundo de la materia. Quizá haya un momento en el viaje del alma en el que nos apartamos de lo físico, de la carnalidad. Los monjes y las personas que se embarcan en retiros espirituales lo reconocen cuando hacen votos de castidad y pobreza, viviendo sin complicaciones materiales. La desvinculación del mundo material va más allá de la dieta. Como descubrió el ex frutariano Tom Billings, una dieta compuesta solo de fruta le llevó a una especie de aislamiento social, y las enfermedades físicas con las que se topó, los pasos que dio hacia la muerte, podrían haberse interpretado literalmente como un alejamiento del mundo físico.10
Imagínese lo mucho que nos alejaríamos del mundo de la materia si descubriéramos que no necesitamos comer en absoluto. Muchos de nuestros comportamientos y ambiciones están impulsados por un instinto de seguridad, que está anclado a la alimentación a un nivel biológico profundo. Además, una experiencia tan extrema contradiría directamente la comprensión científica dominante de la realidad, y suele ocurrir que las personas con creencias radicalmente diferentes a las de la mayoría acaban encontrándose aisladas. Acabaría alejándose sin remedio del trabajo convencional y de la vida social convencional. Es muy difícil mantenerse durante mucho tiempo en consenso con la realidad en un ámbito de la vida y fuera de consenso en otro. Con el tiempo, algún ámbito acabará cediendo.
Con frecuencia, ese ámbito es la dieta. Es interesante y muy significativo que cuando las personas que aseguran que practican la abstinencia total de comida —o incluso alguna dieta menos extrema, como el crudismo— hacen pública su dieta, suelen comenzar a saltársela. En 1983, la mayor parte de los líderes del respiracionismo en California dimitieron cuando a su líder, Wiley Brooks (que aseguraba no haber comido en diecinueve años) le pillaron colándose en un hotel para tomarse un pastel de pollo.11 Lo primero que pensamos es que fue un fraude desde el principio. Pero otra interpretación que también cuadra con los hechos es que empezara a necesitar comida cuando se involucró en el mundo terrenal.
Mis experimentos con una dieta vegetariana con énfasis en los alimentos crudos me llevaron a experimentar una desvinculación parcial, aunque inconstante, del mundo carnal directo. Por un lado, perdí gran parte de mi deseo sexual y me costaba más involucrarme en la vida social normal. Me volví menos energético, mi salud se hizo menos robusta, como si ocupara un lugar más precario en el mundo. Al mismo tiempo, me resultaba más fácil inducirme estados alterados de conciencia y mantenerlos, como si estuviera menos atado al reino físico ordinario. Sin embargo, mi dieta no vino a mí de una manera fácil: luchaba constantemente conmigo mismo y me perdía aspectos de la vida que todavía quería experimentar. No estaba del todo preparado para retirarme del mundo de la carne y la materia.
Si la desvinculación del mundo físico se produce de forma prematura, sufrimos y nos resistimos. El alma sabe cuándo ha llegado el momento. Si está fuertemente involucrado en el mundo terrenal, por ejemplo, criando niños, desarrollando su carrera, tomando plena posesión de su reencarnación humana, entonces una dieta más densa o más sustanciosa le resultará de apoyo. Por supuesto, estoy generalizando: la combinación precisa de energías alimentarias que mejor respalda su estado de ser es tan única como lo es usted.
Recordemos que menospreciar la carnalidad y elevar la inmaterial “vida del alma” es de nuevo asumir que el cuerpo y la materia son vulgares y profanos, distintos del espíritu. La intersección de cada cual con lo físico tiene mucho que ver con el azar y el destino. Algunos estamos hechos para administrar nuestro hogar, tener niños, gestionar la riqueza material, dedicarnos a la política o desempeñar otros roles mundanos; pero todas estas actividades entrañan dilemas éticos, procesos de crecimiento espiritual y la posibilidad de hacer Buenas Obras. De alguna manera, es mucho más difícil ser rico y bueno que ser pobre y bueno. Pero si el mundo ha de sobrevivir y la humanidad realizar su potencial, necesitamos que las personas involucradas en el ámbito de lo material gestionen los asuntos mundanos de forma sabia y buena. Es solo un estadio temporal. No tenga prisa por sobrepasarlo. Hay mucho trabajo importante por hacer aquí.
Cuando hay discrepancia entre lo que comemos y nuestra identidad en el mundo, se genera una especie de tensión, que se resuelve cuando la dieta se vuelve a alinear con el rol encarnado de la persona, o cuando la vida entera de esa persona se armoniza con la nueva dieta. Por la fuerza, es decir, aplicando la fuerza de voluntad, se puede hacer que la dieta y el ser caminen separados, pero ese esfuerzo no puede prolongarse mucho. La tensión se irá acumulando, se manifestará en forma de antojos y aversiones intensas y, con el tiempo, enfermedades físicas. El cuerpo expresa su mensaje cada vez más alto, tratando de conseguir lo que necesita, aunque mientras tanto haga lo posible por funcionar con esas necesidades insatisfechas.