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INTRODUCCIÓN

Si es usted como la mayoría de la gente, en algún momento de su vida decidirá mejorar su dieta. Inspirado, tal vez, por una crisis de salud o por un despertar espiritual o una nueva relación, decidirá comer de una forma más sana o ética.

Por desgracia, más tarde o más temprano va a descubrir que “mejorar su alimentación” no es tan sencillo como imaginaba. Compre cualquier libro sobre dietas o nutrición y encontrará cantidad de consejos convincentes sobre lo que debería o no debería comer. Consiga otro libro y encontrará consejos igual de convincentes que se contradicen directamente con los del primero. ¿Qué hacer?

Un libro puede alabar las virtudes de la soja; otro nos alertará sobre sus peligros. Un libro puede recomendar una dieta que se componga sobre todo de alimentos crudos, ricos en enzimas y vitalidad; otro nos advierte que limitemos la ingesta de alimentos crudos para no apagar el fuego digestivo. En un libro la miel se considera un superalimento; en otro se asegura que es tan dañina como cualquier otro azúcar. La mayoría de los libros convencionales sobre nutrición aconsejan limitar la ingesta de grasas, en particular, de grasas saturadas; una minoría que va en aumento sostiene que, en realidad, las grasas animales tradicionales son beneficiosas. Algunos expertos dicen que los suplementos son absolutamente esenciales para lograr una buena salud; otros dicen con sorna que solo sirven para que orinar salga más caro. Una filosofía propondrá una dieta basada en el grupo sanguíneo; otra, en el tipo ayurvédico, otra, en el elemento de la medicina china. Algunas prácticas éticas están basadas en el vegetarianismo, otras en el localismo, otras en cuestiones específicas de tipo social o medioambiental.

Los ejemplos son infinitos. El desventurado explorador de la comida sana se enfrenta a una desconcertante maraña de consejos contradictorios, todos ellos provenientes de fuentes acreditadas. ¿Hay una dieta, entre todas ellas, que represente el Verdadero Evangelio de la salud? ¿Estamos salvados si elegimos bien y, si lo hacemos mal, iremos al infierno de la salud? Si es así, ¿cómo la distinguimos de los cientos de dietas que se promocionan? ¿O tal vez todas ellas sean correctas, de alguna manera, a pesar de sus flagrantes contradicciones? ¿O tal vez ninguna de ellas sea correcta…?

Tras enfrentarme a este dilema a lo largo de una década explorando dietas y experimentando, decidí probar algo diferente. En lugar de confiar en una autoridad externa, confiaría en mi propio cuerpo e iría por donde él me llevara. Esta decisión me abrió todo un mundo de realización y descubrimiento: acerca del potencial no explotado del cuerpo y sus sentidos; sobre la relación entre nuestra forma de comer y nuestra forma de ser y estar; y sobre los aspectos espirituales de nuestros seres corpóreos. Lo más importante para mí es que mi práctica, que yo llamo el yoga del comer, me dejó libre para disfrutar, por primera vez que yo recuerde, del placer desinhibido de comer, y me aporta un bienestar y una vitalidad física que van en aumento.

Uso la palabra “yoga”, en un sentido muy general, para referirme a una práctica que aporta más integridad o unidad. El yoga del comer que describo es muy distinto de las “dietas yóguicas” que se proponen en los libros populares sobre Hatha yoga. Yo no le diré qué ha de comer y qué no ha de comer.

Este libro, por lo tanto, no es un libro de dietas, ni tampoco un libro de nutrición. Esos libros tienen su valor, por supuesto, pero no deben tomarse como autoridad sobre nadie; ni siquiera si esa autoridad representa todo el peso de la opinión científica. El propósito de este libro es hablar al lector de una autoridad mayor: su propio cuerpo. Pero, ¿por qué confiar en su cuerpo cuando tan a menudo parece llevarle por el mal camino? ¿Cómo podemos discernir lo que nuestro cuerpo nos dice? Exploremos con estas preguntas en mente, la filosofía y la práctica del yoga del comer.

El yoga del comer

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