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LA VUELTA ALREDEDOR DEL MUNDO

Antes de que Cortés conquistase a Méjico, o que Pizarro y Valdivia viesen las tierras con las que debían asociar sus nombres para siempre, otros españoles—menos conquistadores, pero tan grandes exploradores como ellos—cambiaban rápidamente la geografía del Nuevo Mundo. También Francia se había despertado un poco; y en el año 1500 su bizarro hijo, el capitán Gonneville, se había embarcado. Pero entre él y el siguiente explorador, que fué un florentino pagado por los franceses, hubo un lapso de veinticuatro años; y en ese tiempo España llevó a cabo cuatro importantísimos hechos.

Fernao Magalhaes, a quien conocemos con el nombre de Fernando Magallanes, nació en Portugal el año de 1470; y al llegar a su viril edad adoptó la vida de marino, a la cual le inclinaba su carácter aventurero. En el Viejo Mundo no se hablaba más que del Nuevo, y Magallanes anhelaba explorar las Américas. Por haberle tratado muy desabridamente el rey de Portugal, se alistó bajo la bandera de España, donde se reconoció su talento. Salió de la Península, al mando de una expedición española, el 10 de agosto de 1519, y navegando más al sur de lo que fueran otros marinos, descubrió el Cabo de Hornos y el estrecho que lleva su nombre. El hado no le permitió llevar más lejos sus descubrimientos, ni recoger el galardón de los que realizara, pues durante ese viaje (en 1521) fué descuartizado por los indígenas de una de las islas Molucas. Su heroico lugarteniente, Juan Sebastián de Elcano, tomó entonces el mando y continuó el viaje hasta dar la vuelta al globo por vez primera en la historia. Cuando regresó a España, la Corona premió sus brillantes hechos y le dió, entre otros honores, un escudo que tenía por blasón un globo y el lema «tu primus circumdedisti me» (tú fuiste el primero en dar la vuelta en torno mío).

Juan Ponce de León, descubridor de la Florida, primer Estado de nuestra Unión que vieron los europeos, fué un explorador tan desgraciado como Magallanes; porque vino a la «Tierra de las flores», atraído por el fantástico mito de una fuente de perenne juventud, tan sólo para ser víctima de los indios que la habitaban. Ponce de León nació en San Servás (España), en el último tercio del siglo XV. Conquistó la isla de Puerto Rico, y embarcándose en 1512 en busca de la Florida, de la que tenía noticia por los indios, descubrió la nueva tierra el mismo año, y tomó posesión de ella en nombre de España. Se le dió el título de Adelantado de la Florida, y en el año 1521 volvió con tres buques para conquistar su nuevo país; pero fué mortalmente herido en una lucha con los indios, muriendo al regresar a Cuba. Fué uno de los bravos españoles que acompañaron a Colón en su segundo viaje a América, en 1493.

Mucho más que Ponce de León hizo Hernando de Soto en la Florida. Este valiente conquistador nació en Extremadura, hacia el año 1495. Pedro Arias de Avila tomó afecto a su joven y perspicaz pariente, le ayudó a obtener una educación universitaria, y en el año 1519 lo llevó consigo en su expedición a Darién. Soto ganó prestigio en el Nuevo Mundo, y llegó a ser considerado como un oficial prudente y valeroso. En 1528 mandó una expedición para explorar la costa de Guatemala y Yucatán; en 1523 llevó un refuerzo de 300 hombres para ayudar a Pizarro en la conquista del Perú. En aquella aurífera tierra, Soto obtuvo grandes riquezas, y el pobre soldado que desembarcara en América sin más que su espada y su escudo, volvió a España con lo que entonces se consideraba una enorme fortuna. Allí se casó con una hija de su protector Avila, y de este modo fué cuñado del descubridor del Pacífico, Balboa. Soto prestó una parte de su fácilmente adquirida fortuna al emperador Carlos, que con las constantes guerras había agotado el erario, y Carlos lo envió como gobernador de Cuba y Adelantado de la nueva provincia de la Florida. En 1538 se hizo a la mar con un ejército de seiscientos hombres muy bien equipados, grupo de aventureros atraídos a la bandera de su famoso compatriota por el deseo de hacer descubrimientos y hallar oro. La expedición desembarcó en la Florida, en la bahía del Espíritu Santo, en mayo de 1539, y volvió a tomar posesión de aquel ignoto desierto en nombre de España.

Pero el brillante éxito que alcanzó Soto en los montes del Perú, pareció abandonarle del todo en los pantanos de la Florida. Es digno de notarse que casi todos los exploradores que hicieron maravillas en la América del Sur, fracasaron cuando llevaban sus operaciones al continente del norte. Era tan completamente distinta la geografía física de ambos, que después de acostumbrarse a las necesidades del uno, el explorador parecía incapaz de adaptarse a las condiciones opuestas del otro.

Soto y sus hombres anduvieron errantes por la parte meridional de lo que es hoy Estados Unidos, por espacio de cuatro mortales años. Es probable que en sus viajes pasasen por los actuales Estados de la Florida, Georgia, Arkansas, Misisipí, Alabama, Luisiana y la parte nordeste de Tejas. En 1541 llegaron al río Misisipí, y fueron ellos los primeros europeos que vieron el padre de las aguas (en algún punto de su corriente excepto en su boca) un siglo y cuarto antes de que lo viesen los heroicos franceses Marquette y La Salle. Aquel invierno lo pasaron a lo largo del Washita, y al principio del verano de 1542, cuando regresaba Misisipí abajo, murió el valiente Soto, depositándose su cadáver en el lecho del copioso río que él había descubierto, doscientos años antes de que lo viese ningún «norteamericano». Sus hombres, maltrechos y descorazonados, pasaron allí un terrible invierno, y en 1543, al mando del teniente Moscoso, construyeron unos toscos buques, y bajaron en ellos por el río Misisipí hasta el golfo en diez y nueve días, realizando la primera navegación que se llevó a cabo en nuestra parte de América. Desde la desembocadura fueron costeando hacia Occidente, y al fin llegaron a Pánuco (Méjico), después de cinco años de penalidades y sufrimientos tales como jamás los experimentó ningún explorador sajón en las Américas. Cerca de un siglo y medio después que el desgarbado ejército de hombres famélicos de Soto tomara posesión de Luisiana en nombre de España, pasó aquel territorio a poder de los franceses, y a Francia lo compró los Estados Unidos al cabo de más de un siglo.

De modo que cuando Verazzano, el florentino enviado por Francia, llegó a América, en 1524, costeó el Atlántico desde un punto de La Carolina del Sur hasta Terranova, y publicó una breve descripción de lo que había visto, ya España había dado la vuelta al mundo; había llegado al extremo sur de América, conquistando un vasto territorio y descubierto más de media docena de nuestros actuales Estados, después de la última visita de un francés a América. Por lo que toca a Inglaterra, era casi tan desconocida en esta parte del mundo como si nunca hubiese existido.

Después de Ponce de León y antes que Soto, Francisco de Garay, conquistador de Tampico, visitó la Florida en 1518. Fué con el objeto de dominar aquel país; pero fracasó y murió poco después en Méjico, siendo probable que fuese envenenado por orden de Cortés. Dejó aún menos recuerdo de lo que hizo en la Florida que Ponce de León, y pertenece al número de exploradores españoles que, aun siendo verdaderos héroes, llevaron a cabo hechos de poca resonancia; y éstos fueron demasiado numerosos para hacer ni siquiera una lista de ellos.

En 1527 salió de España la expedición más desastrosa que se envió al Nuevo Mundo; expedición notable únicamente por dos cosas, fué tal vez la más desgraciada de que hay historia, y condujo al hombre que supo ser el primero en cruzar el Continente americano, el cual hizo verdaderamente una de las más asombrosas marchas a pie que se han realizado desde que el mundo es mundo. Pánfilo de Narváez, que tan vergonzosamente fracasó cuando fué a arrestar a Cortés, mandaba la expedición con autoridad para conquistar la Florida, y su tesorero era Alvaro Núñez Cabeza de Vaca. En 1528 desembarcó esa compañía en la Florida, y empezó desde luego una serie de horrores que ponen los pelos de punta. Los naufragios, los indígenas y el hambre causaron tal destrozo en la malhadada compañía, que cuando en 1529 los pieles rojas hicieron esclavos a Cabeza de Vaca y tres de sus compañeros, eran éstos los únicos supervivientes de la expedición.

Vaca y sus compañeros anduvieron al azar desde la Florida hasta el Golfo de California, sufriendo increíbles peligros y tormentos, y llegando allí después de andar errantes durante más de 8 años. El heroísmo de Cabeza de Vaca recibió su galardón. El rey le hizo gobernador del Paraguay en 1540; pero resultó tan inepto para este cargo como lo fué Colón para el de virrey, y no tardó en volver cargado de cadenas a España, donde murió.

Pero la relación que publicó de cuanto vió en ese pasmoso viaje (porque Vaca era un hombre educado y dejó dos libros muy interesantes y valiosos), hizo que sus compatriotas se determinasen a comenzar con empeño la exploración y colonización de lo que es hoy los Estados Unidos, a construir las primeras ciudades, y a labrar las primeras granjas en el país, que ha llegado a ser la nación más vasta del mundo.

Los treinta años que siguieron a la conquista de Méjico por Cortés, vieron un cambio asombroso en el Nuevo Mundo. En esos años ocurrieron maravillas. Brillantes descubrimientos, exploraciones sin igual, intrépidas conquistas y colonizaciones heroicas se siguieron unas a otras con vertiginosa rapidez; y, a excepción de las bizarras pero escasas proezas de los portugueses en la América del Sur, España fué la única que llevó a cabo esos hechos. Desde Kansas hasta el Cabo de Hornos era todo una vasta posesión española, salvo algunas partes del Brasil, donde el héroe portugués Cabral había sentado la planta en nombre de su país. Se construyeron centenares de poblaciones españolas; escuelas, universidades, imprentas, libros e iglesias españolas empezaban su obra de ilustración en los ignotos continentes de América, y los incansables secuaces de Santiago marchaban siempre adelante. La América, particularmente Méjico, era rápidamente colonizada por los españoles. El desarrollo de las colonias donde había recursos para mantener una población creciente era muy notable en relación a aquellos tiempos. La ciudad de Puebla, por ejemplo, en el Estado mejicano del mismo nombre, se fundó en 1532 y empezó con treinta y tres colonos, y en 1678 tenía 80,000 habitantes, que son veinte mil más de los que tenía la ciudad de Nueva York ciento veintidós años después.

Los exploradores españoles del siglo XVI

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